Oración para tiempos que nos superan
Hay momentos de la vida que superan nuestras fuerzas, que nos hacen sentirnos impotentes y en los que arrecia la tentación de la desesperanza. El hombre es como una caña agitada por el viento y se horroriza al asomarse al abismo de su propia fragilidad.
La falta de esperanza en esas situaciones viene de habernos creído un cuento que nos han contado mil veces, desde las películas de dibujos animados para niños: puedes hacer todo lo que quieras, si tienes “fe en ti mismo” no hay nada imposible para ti, eres el dueño de tu cuerpo y de tu vida, eres, en suma, el centro del universo. Yes, we can! YES, WE CAN!
Cuando la realidad se impone y descubres que no es cierto, que no puedes hacerlo todo, que tus planes se rompen, tus proyectos fracasan y lo que has edificado se derrumba, aparece la angustia. Se quiebra en mil pedazos la ilusión de que eres el centro del universo y te das cuenta de que en verdad no eres más que una mota de polvo, perdida en la inmensidad.
El problema, sin embargo, no es tu insignificancia o tu debilidad. El auténtico problema está en que pretendes llevar el mundo sobre tus hombros y eso es imposible. Tus hombros no están hechos para sostener esa carga y, cuando lo intentas, su peso te aplasta y destruye. La mota del hombro no puede soportar el peso del universo.
¡Animo! Quien lleva el peso del mundo sobre sus hombros no eres tú, es Jesucristo. Es cierto que no eres nada, pero una nada amada por el Dios que ha creado las Pléyades y Orión, convierte las sombras en aurora, el día en noche oscura; convoca las aguas del mar y las derrama sobre la superficie de la tierra; se llama el Señor. Tus fuerzas no bastan, pero no hay nada que supere el poder de Dios y el Señor del universo se preocupa por esa mota de polvo indefensa y perdida.
Para esas situaciones en las que no podemos con nuestra vida, aconsejo esta preciosa oración de San Bernardo que adora y venera precisamente la llaga del hombro de nuestro Señor. Es decir, la herida que le causó el peso de la Cruz camino del Calvario, cuando echó sobre sus hombros la carga que nos destruía, la herida que sufrió para que a nosotros no nos aplastase el peso de la vida, de la muerte y del pecado.
La he traducido libremente del latín, quitando superlativos tan del gusto de otras épocas, para que los lectores puedan usarla e incluso aprenderla de memoria:
Jesús,
manso Cordero de Dios,
que tanto me quieres,
aunque soy un pobre pecador,
admiro y venero
la sagrada llaga
que sufriste en tu hombro
al llevar a cuestas
el peso de la Cruz
y que tanto dolor causó
a tu bendito cuerpo.Te adoro,
Jesús sufriente,
y desde lo profundo del corazón
te alabo, te bendigo,
te glorifico y te doy gracias
por esa sagrada y dolorosa
llaga de tu hombro,
pidiendo humildemente que,
por el terrible dolor que te causó
y por la pesada carga de tu cruz,
tengas misericordia de este pecador,
perdones mis pecados
y me conduzcas al cielo
por el camino de tu Cruz.Amén.
Como siempre, incluyo también el original en latín para que lo disfruten los lectores latinistas:
O Iesu amantissime, Agne Dei mansuetissime, ego miser peccator saluto et veneror sacratissimum vulnus, quod in humero tuo, dum gravem crucis tuae trabem portares, persensisti: ob quod singularem dolorem et cruciatum in benedicto corpore tuo sustinuisti. Adoro te, Iesu afflictissime, et ex intimo corde laudo, benedico et glorifico te gratiasque ago pro hoc sacratissimo poenosissimoque vulnere humeri tui, humiliter deprecans, ut ob nimium illum dolorem, quem illud tibi inflixit, et propter grave onus crucis tuae, quod te tam dire afflixit, miserearis mihi peccatori, peccata mea venialia et mortalia remittas meque per viam crucis tuae ad caelum deducas. Amen.
La oración se atribuye a San Bernardo de Claraval (aunque hay quien piensa que es de Santa Gertrudis o Santa Matilde), porque este gran Padre de la Iglesia nos cuenta que, un día, preguntó a Cristo cuál de sus heridas le había causado más dolor y el Señor le respondió:
“Mientras llevaba la Cruz en la Vía Dolorosa, sufrí una gran llaga en mi hombro que me hizo sufrir más que las otras y que los hombres no conocen. Honra esta herida con tu devoción y te concederé lo que pidas por su virtud y mérito. Así perdonaré los pecados veniales y no me acordaré de los pecados mortales de aquellos que veneren esta herida".
Si la vida te aplasta, no pierdas la esperanza. Descansa en Cristo, tu Señor, deja que sea Él quien lleve tu vida sobre su espalda y, con corazón agradecido, honra y besa la herida que sufrió para aliviar tu carga.
23 comentarios
Hoy impera el "si quieres puedes" que es fuente de tantas frustraciones y depresiones.
Mi gran Jesús.
Te la agradezco y todos tus posts, tan mesurados dentro de la verdad. Me ayudas mucho. Que Dios te bendiga.
MIL GRACIAS por tan hermoso y útil artículo!!!
Ap 2,10-11
Y puesto que dice: "No selles las palabras proféticas de este libro·,
¿No será porque aún, en este libro, no está todo dicho?
-Ya que lo mencionas, -Dínoslo tu pues.
Porque la fe, en la barca algunos como se ve, ya empieza a hacer aguas.
Noche triste la del hombre; Como la de Jesús en aquel huerto; Y la lanza que, después ya muerto atravesó su corazón.
Y no perdí la esperanza, de ser quien yo soy, aunque me tentaran y me humillaran poniéndome un artificio que no me pertenecía.
Gracias!
Ojalá dure poco, aunque creo que apenas estamos entrando a la nueva época de persecusiones en las que "ya nadie podrá comprar o vender si no está marcado con el nombre de la bestia", bestia que yo no dudaría en pensar que se llama tolerancia o derechos humanos.
¡Muy buena, Jesús! Excelente tu parábola de hoy. Hecha a la medida de nuestro tiempo. Tú siempre tan actual. ¡Y después llaman anticuados a los que te siguen! A eso se llama ignorancia en verso.
Ya desde chiquitín, cuando iba al cole, se me quedó grabado lo del “rico Epulón” y el “pobre Lázaro”. ¿Te acuerdas cuando mi maestra Doña Asunción, aquella mujer que no sólo era maestra sino también madre para nosotros, con qué unción nos leía la Biblia en aquella salita que hacía de escuela-oratorio y donde “crecíamos en estatura, en gracia y sabiduría ante Dios y ante los hombres”? (Disculpa si te robo las palabras que Lucas te dedica a ti en su evangelio. Pero me gusta).
Uno se imagina a Lázaro allá arriiiiiiiba y al Epulón allá abaaaaajo. ¡Lo que cambian las cosas! Lázaro acariciando, rejuvenecido y feliz, las barbas del abuelito Abraham, y el Epulón consumiéndose en las llamas y suplicando una gota de agua… “Recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro a su vez males; por eso encuentra aquí consuelo mientras que tú padeces”.
Y lo curioso del caso, amigo Jesús, es que recurre a la resurrección de un muerto para que sus hermanos no sigan la misma suerte que él. Piensa que con el susto van a cambiar las personas. Los sustos pasan al toque. Después de la primera impresión todo vuelve a las andadas. Tú, con esta parábola, apuntas a algo más efectivo: “que escuchen a los profetas, que abran su corazón a una conversión sincera, que acojan el mensaje para el cambio profundo de sus vidas”.
Con esto me estás enseñando que aquello que no pasa por la mente y el corazón no tiene garantías de futuro. Lo epidérmico, lo aparente, puede durar algo, pero enseguida se marchita como hoja que lleva el viento…
Hay algo que me preocupa, Jesús. Y es que generalmente esperamos a que ocurran cosas raras para convertirnos. Somos amigos del espectáculo. Tiene que llegar una enfermedad o un accidente, una muerte imprevista o contratiempo muy grave para que nos decidamos a dar un giro a nuestra vida. Es entonces, bajo el efecto del miedo o la inseguridad, cuando empezamos a reaccionar. Pero no porque estamos convencidos de la necesidad de cambiar, sino por la impresión y el impacto que nos ha afectado y sobrecogido. Ese es el temor que tengo: que el deseo de conversión no sea del todo sincero, convencido y permanente.
Ya ves a dónde me ha llevado la parábola del día de hoy: al tema de mi conversión personal. No puedo esperar a que “resucite un muerto” (o que me pasen cosas raras) para enderezar mi vida, sino tratar de afinar oídos y corazón para escucharte mejor y decidirme de una vez al cambio que tú esperas de mí.
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