Vivir en los límites de la ley
Cuando a alguien le ponen una multa por exceso de velocidad, la excusa que suele dar es que no se fijó en que había superado el límite. Pretendía ir al máximo de velocidad permitido, noventa o ciento veinte y, sin darse cuenta, aceleró a noventa y cinco o a ciento veintiséis kilómetros por hora. Justo en ese momento, por casualidad (¡ley de Murphy!), se cruzó un policía y ¡zas!, multa al canto. Es algo que, probablemente, nos ha sucedido a todos los conductores en alguna ocasión y que, por lo tanto, nos resulta muy comprensible. A fin de cuentas, sería imposible y también peligroso conducir constantemente mirando el velocímetro del coche.
Por otro lado, al dar esa excusa no estamos teniendo en cuenta una solución muy sencilla: si el límite está en ciento veinte kilómetros por hora, para no pasarnos de ese límite por un descuido basta conducir a ciento diez. De esa forma, cuando apretamos un poco más el acelerador inconscientemente o vamos cuesta abajo o hay que acelerar un poco para adelantar a alguien, nuestro coche avanzará a ciento doce o a ciento quince o a ciento dieciocho, pero será mucho más difícil que nos pongan una multa por exceso de velocidad.
Cuando uno intenta mantenerse justo en el límite, resulta muy fácil traspasarlo casi sin darse cuenta, al menos en algunas ocasiones. Todos lo sabemos, pero el problema está en que, en realidad, nos gustaría ir más rápido. Querríamos ir a ciento treinta o ciento cuarenta y, si no lo hacemos, es porque no nos atrevemos por si la ley nos penaliza. Por eso nos quedamos en el máximo posible que nos permite evitar la multa. Es exactamente lo mismo que nos pasa a los cristianos.
Por desgracia, también es una experiencia que probablemente nos resultará familiar a la mayoría. Con buena voluntad y de forma sincera, intentamos no pecar gravemente o, en el mejor de los casos, no pecar a secas. Sabemos que, si uno pasa de esta línea o aquella, está pecando, así que intentamos cumplir los mandamientos, mantenernos en la línea y no traspasarla… y, al igual que les sucede a los conductores, traspasamos esa línea a menudo, casi sin darnos cuenta.
Semana tras semana, caemos en los mismos pecados y nos confesamos de las mismas cosas, de forma aparentemente inevitable. Esa sensación de que, por mucho que nos esforcemos, siempre seguimos pecando desemboca en la idea de que es imposible no pecar, de que no tenemos remedio, de que hagamos lo que hagamos no podemos cumplir los mandamientos de Dios. Es decir, nos lleva a la desesperanza, que es la muerte de la vida cristiana. De esta forma se cumple lo que dijo San Pablo por propia experiencia: Así resultó que el mandamiento que debía darme la vida, me llevó a la muerte.
El problema, como en el caso de los conductores, es que lo único que se nos ocurre es intentar no hacer lo que está prohibido. No queremos traspasar el límite, pero nos empeñamos en vivir lo más cerca posible del mismo. No queremos pecar gravemente, porque somos “buena gente”, pero más allá de eso esperamos que Dios no se meta mucho en nuestra vida. Nuestro deseo es ser cristianos pero sin exagerar, buscando un justo medio entre los pecados graves y la “beatería”, los “cristianos radicales” o los “ultracatólicos”. Como dice la expresión popular, queremos “ser buenos pero no tontos”. Desgraciadamente, esto es lo que define a una gran parte de los cristianos: tratamos de vivir en los límites de la ley de Dios.
No hemos entendido nada.
El que cree que el cristianismo consiste fundamentalmente en evitar el pecado, en no traspasar unos límites morales puestos por Dios, ha convertido la fe en un moralismo. San Pablo se pasó la vida advirtiéndonos de que eso no es ser cristianos: la letra mata, el espíritu vivifica. Si intentamos ser cristianos así, el cristianismo será para nosotros una horrible carga, como lo ha sido para tantos que han creído liberarse abandonando esa carga.
Por supuesto, la vida en el Espíritu de la que habla San Pablo no consiste en saltarse la Ley divina, porque los mandatos de Dios son mandatos de vida y el salario del pecado es la muerte. Al contrario, la vida en el Espíritu consiste en vivir en el centro mismo de esa Ley, en intentar ser santos, en dejar que la gracia transforme nuestra vida por completo. No se trata de dar a Dios lo que está mandado y (a ser posible) ni un milímetro más, sino en entregarle absolutamente todo lo que somos y tenemos.
Los mandamientos, la ley de Dios, son como una señal de dirección en la carretera, que señala cuál es la dirección correcta hacia el destino de tu viaje y te avisa de que, si vas en dirección contraria, tendrás un accidente. Quien peca, se dirige a ciegas contra otro coche o cae en un precipicio.
No es mucho menor, sin embargo, la estupidez de quien elige acampar junto a la señal, sabiendo que mientras esté allí no circulará en dirección contraria, pero tampoco se acercará a su destino. Claramente, no entiende la finalidad de la señal, que sólo existe para que podamos llegar a ese destino. Así hacemos al obstinarnos en servir a Dios, pero sin dejar de servir también al dinero, olvidando que esos compromisos siempre llevan al desastre, como Cristo mismo nos advirtió: porque amará a uno y odiará al otro.
La solución no está en intentar una y otra vez mantenernos en el límite, porque eso nos llevará de nuevo a sobrepasarlo, cayendo por enésima vez en los mismos pecados. La auténtica solución está en convencernos de que la felicidad no está del lado del pecado, sino en la dirección que nos señala Cristo. Por eso conversión, en griego, se dice metanoia, es decir, cambio de mentalidad. Para ser cristiano hay que cambiar de mentalidad. No podemos seguir pensando, como los paganos, que en realidad lo que nos haría feliz sería tener una aventura con la secretaria, recibir el ascenso que le dieron a Fernández (que no se lo merecía tanto como yo) o quedarnos los domingos en casa en lugar de ir a misa. Como no nos da la gana convertirnos, como seguimos pensando que la felicidad está en pecar, nos quedamos junto a la señal de tráfico, porque lo que verdaderamente deseamos es ir en dirección contraria a la que nos marca la ley de Dios. No nos atrevemos a ir en sentido contrario, pero lo deseamos. Y así nos va la vida.
En la vida cotidiana, entendemos perfectamente que quien se queda junto a la señal nunca llega a ningún sitio y lo único que hace es perder el tiempo. En cambio, como cristianos, somos el que pone la mano en el arado y vuelve la mirada atrás, el que quiere servir a Dios y al dinero. No hay peor forma de vivir que esa, porque ni disfrutamos de la vida nueva de Cristo ni hacemos la prueba de que el pecado sólo lleva a la muerte. Como dijo el profeta Elías: ¿Hasta cuando vais a andar con muletas? Si Baal es Dios, seguid a Baal. Si lo es Yahvé, seguid a Yahvé. Pero nos da miedo movernos en cualquiera de las dos direcciones: sabemos que el pecado no es bueno, pero tampoco queremos ser santos porque imaginamos (con razón) que eso significa cambiar completamente de vida y estamos cómodos como estamos. Al final, no somos ni chicha ni limoná, como se dice castizamente.
Nos engañamos pensando que somos cristianos, pero en realidad no lo somos. El que sabe que no es cristiano sino que es un pecador puede convertirse al ver que pecar no hace más que destruir su vida, pero el que piensa que es cristiano sin serlo no puede convertirse, porque cree que no lo necesita. Nada hay peor que vivir en la tibieza. No lo digo yo, lo dice Cristo: Ay de ti, porque no eres frío ni caliente. A los tibios los vomitaré de mi boca.
Eso es precisamente lo que proclama el sermón de la montaña y precisamente por ello nos resulta tan escandaloso a los cristianos acomodados que vivimos en los límites de la ley. No nos recuerda algo que ya sabemos, como ‘no peques de ira’. En lugar de eso, pone por completo del revés nuestra vida diciendo: al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra. Al que te lleve a juicio para quitarte el manto, entrégale también la túnica. Ama a tus enemigos. No se queda en ‘no robes’ o en ‘se justo’, sino que dice: al que te pide, dale. A Cristo no le basta con que seamos ‘solidarios’, ‘ciudadanos comprometidos’ o ‘buenas personas’, sino que llega al extremo de lo políticamente incorrecto, al decirnos a los cristianos: Vosotros sois la sal de la tierra. Vosotros sois la luz del mundo. No dice ‘no peques’, sino que, con la brutal sinceridad de quien verdaderamente nos ama, nos aconseja: si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti. No nos llama a ‘ser buenos’, sino que tiene la audacia de pedirnos que seamos perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.
Por supuesto que hay que cumplir la ley moral y divina. Quien dice lo contrario no es cristiano. Sin embargo, eso no debe hacernos olvidar que Dios hace posible que cumplamos esa ley llevándonos mucho más allá de sus meros límites, hasta su mismo centro, que está en la vida de la Trinidad. La verdadera forma de no pecar es querer ser santos. El que ama a su enemigo, no peca de ira. El que da al que le pide, no roba ni es injusto. Si quieres no pecar, lo mejor que puedes hacer es arrancar de ti cualquier cosa que te conduzca al pecado, por mucho que hacerlo te cueste un ojo de la cara. El que intenta ser bueno, lo que será es mediocre y tibio, mientras que el que se ofrece por entero a Dios para que le haga santo, llegará a ser perfecto como su Padre celestial por obra de la gracia.
No se trata de ser un poco mejores, sino de ser completamente distintos. No se trata de intentar no pasarse, sino de pasarse por completo en la otra dirección. Dios nos llama a ser una criatura nueva, ciudadanos del cielo, hijos de Dios, otros Cristos con los mismos sentimientos de Jesús. A eso estamos llamados y no a la triste, mezquina y frustrante vida de quien intenta ser lo más pagano posible pero sin condenarse.
Dios nos dé la valentía de dejarle, de una vez, que nos haga santos.
31 comentarios
Gloria a Dios, que nos quiere santos.
Tampoco se deben aplicar las leyes con afán recaudatorio como hacen los poderes públicos españoles para garantizar su nómina mensual o como escarmiento para que los demás sepan quien manda.
Porque, ¡cuántas veces he convertido mi vida cristiana -y sigo convirtiéndola- en un patético moralismo, olvidando la vida nueva de la Gracia, la alegría cristiana, la radical transformación de la mente, y el nuevo ser en el que ya no vive uno mismo, sino que es Cristo el que vive en uno!
Parece que los momentos de verdadera vivencia cristiana -que la gracia de Dios nos regala sorpresivamente y nos sigue regalando pese a nuestras rebeldías- son un pequeño oasis en un inmenso desierto, y no queremos extender ese oasis para convertir en un vergel ese desierto, sino que nos conformamos con no perderlo excesivamente de vista. ¡Qué triste y mediocre vida cristiana!
Que Dios te bendiga y lo haga con la Iglesia.
Como bien tú sabes la velocidad en el correr y el llegar depende de los medios dispuestos al efecto. Y que tanto el lento puede ser un obstáculo en la carrera como el rápido puede ser peligro para sí y para otros.
Y aquí el individuo que por velocidad permitida llegando antes de tiempo; y se aburre de tanto esperar a que los demás, por timoratos, lleguen.
-No retrasa el Señor la promesa, como algunos creen, es que pacientemente os aguarda, no queriendo que nadie perezca sino que todos venga a penitencia. (S. Pedro 2;3,9)
¿Y,.. Pedro tiene capacidad operativa para decir y dejar -en verbo presente- esto escrito; tal cual y como aquí lo dice para los carreristas de hoy; o para los de ayer ya pasados?
Sinceramente Bruno:
- Puestos a labrar y sembrar la tierra: Yo vivo tiempos de Apocalipsis. Y los vivo a velocidad tal que por lo que los veo nadie los quiere vivir. Y aquí esta forma de vivir y sufrir: ¿ es bueno; o es malo para mi?
Y soy consciente de que si dejo de vivir estos tiempos tal cual los veo así bíblicamente contratados, entraría en una espiral de confusión moral que me destruiría mentalmente por lo menos. Pues tendría que admitir mi impotencia aceptando que la justicia final no solo no existe; sino que nunca existió, simplemente, porque no puede existir. Y aquí el consuelo que me queda.
"Lo imposible para los hombres es posible para Dios,"
el hombre por sí mismo no se puede salvar
Con respecto a la frase tan manida "una cosa es ser bueno y otra ser tonto", siempre tengo dudas. Está claro que hay que ser paciente y perdonar siempre, pero, ¿qué pasa cuando alguien cercano, y para colmo también perteneciente a la Iglesia, tiene comportamientos maliciosos o mezquinos que no cambian? ¿Cuál es la frontera entre la paciencia y aguantar una toxicidad que encanalla la fraternidad o directamente la destruyen?
La única respuesta que he encontrado es que el perdón requiere al menos la voluntad de cambiar por parte del agraviador, con lo que siempre hay que ofrecer la paciencia y el perdón, pero con la colaboración del que parece empeñado en ofender.
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Para el bronce.
La última parte implica contradicción. Es como si dijéramos:"quien intenta suicidarse lo más posible pero sin matarse". Por mil razones naturales ("El que juega con fuego se termina quemando") y sobrenaturales, el asunto suele terminar mal. Si lo que importa es paganizarse, puede que al principio importe no condenarse, pero luego ya no.
Esto que se da tan claramente a nivel individual, ¡cuántas veces lo hemos notado en las admoniciones episcopales!. LA Iglesia atada al tren de la modernidad, ¡faltaba más!, pero eso sí, bien atrás, en el vagón de cola para cuidar las apariencias. Si hemos de condenarnos, al menos que sea con recato...
Mil ejemplos hay de esto. El que más recuerdo de mis años mozos era la "moral por metro": si las paganas usaban polleras por arriba de las rodillas, las católicas las debían usar tantos centímetros por debajo. Si usaban mangas casi hasta el hombro, las católicas hasta los codos. Eso no era lo que decían los Evangelios, está más que claro. Cristo nos exige algo TOTALMENTE DIFERENTE A CONSTITUIRNOS EN LA PARTE MÁS DECENTITA DEL AQUELARRE.
Digámoslo sin tapujos: hubo una gran traición de la jerarquía católica que reemplazó las enseñanzas evangélicas por la moralina victoriana. Tremenda traición. Y conste que me estoy refiriendo a lo que algunos cronólatras llaman "la Iglesia preconciliar". Sí, la misma a la que algunos nostálgicos pretenden volver, proponiéndola como modelo a seguir.
(En esta cuestión no pinta nada la Misa Tradicional, que es espléndida y que tiene tanta vigencia hoy como la tuvo antes, aunque muchos insensatos la desprecien).
Basta ya de "ser lo más pagano posible". Basta ya de protestantizar a la Iglesia.
Leerla no para, conocer los fenomenos misticos, sino para practicarla.
Edith Stein, Santa Teresa Benedicta de la Cruz, se lo leyo en una noche, y subió, y se convirtió, es para todos!!!!!!
Y como me dijo una Carmelita es fácil!!!!!!
Que Dios te bendiga y lo haga con la Iglesia.
Es un gozo y un honor coincidir en la fe con tan ilustres compañeros infocatólicos.
Los ingleses, cuando se produce una coincidencia de este tipo, recuerdan un refrán anglosajón: great minds think alike. Es decir, algo así como todos los genios piensan parecido.
Como católicos, en cambio, recordamos la Escritura: Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu ... un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos (Ef 4,5-6).
"Tampoco se deben aplicar las leyes con afán recaudatorio como hacen los poderes públicos españoles para garantizar su nómina mensual o como escarmiento para que los demás sepan quien manda".
Como es lógico, el artículo habla de la ley divina. La mención a la ley de tráfico sólo es una forma de introducir el tema principal.
Las leyes españolas de tráfico son manifiestamente mejorables.
"Aspirar a lo maximo"
Eso es. El magis de San Ignacio. Porque nuestro corazón sólo puede llenarlo Dios mismo.
"Para el bronce"
Nunca había leído esta frase antes. En un primer momento, me ha sonado a "tercera categoría" (por el oro, plata y bronce de las pruebas deportivas). Después he encontrado su verdadero significado y me ha gustado la expresión.
"La última parte implica contradicción"
El pecado siempre implica una contradicción, porque es una negación de nuestra condición creatural, que imita la rebelión original del demonio.
"reemplazó las enseñanzas evangélicas por la moralina victoriana"
Sí, de aquellos polvos, estos lodos.
Efectivamente, es cierta la contradicción Teológica que mencionas. Aunque yo más bien me estaba refiriendo a la contradicción Lógica que significa querer salvarse adhiriendo de alguna manera al paganismo imperante. "Mi Reino NO es de este mundo", vamos. Son cosas tan incompatibles como ser merengue y ser culé, así que mejor me explican cómo se hace para adherir secretamente al Real Madrid mientras te proclamas fan del Barcelona.
Hay en todo esto una pudrición tan clara y tan profunda, algo tan asumido por el "conservadurismo católico" más rancio, que no puedes menos que figurarte que la traición viene de varias generaciones atrás.
Hace algún tiempo, escribiste un artículo en el que contabas cuánto te gustaba leer vidas de santos. Creo recordar que hablabas de un santo que, siendo obispo, dormía en un jergón relleno de paja. Yo hice un comentario diciendo que puesto que los santos nos sirven de modelo, todos cuantos supiésemos de la vida de este varón deberíamos dejar nuestro cómodo colchón viscoeslástico y dormir sobre un camastro idéntico. ¿Quién pone los límites entre lo que el mundo considera extravagante o absurdo o demencial y lo que es aceptable? ¿Nosotros mismos? Nunca será el momento.
Sigo pensando lo mismo. Estoy seguro de que hay muchos cristianos que se preguntan que si al obispo se le ocurrió y lo llevó a cabo con la gracia de Dios, no deberían llevar ellos también una vida con una austeridad extrema, sin preocuparse qué van a comer o qué van a vestir.
Como el jergón de paja, se podrían otros cientos de gestos, decisiones y muestras de desprendimiento que los católicos burgueses no adoptan porque no quieren comprometerse hasta ese extremo. Quizá piensen que en el siglo XXI, en un país desarrolllado, Dios no les pide esas cosas. España sería muy diferente si decidiésemos pero muy pocos se lanzan al vacío sin red. Y la Europa y América católicas igualmente. Entre los pocos que se lanzan están unas cuantas mujeres pletóricas de alegría viviendo en sus conventos.
Porque sacerdotes modélicos…pocos; laicos modélicos… pocos o al menos así lo veo yo. Hoy no voy a hablar de las autoridades eclesiásticas y sus palacios y los casoplones dados en herencia o reformados en el Vaticano. Lo peor de ellos es cómo, con su pasividad ante los clérigos apóstatas y herejes, contribuyen a la demolición del catolicismo. Acabaré con los de los viajes de placer por la vieja Europa, el chalé en la sierra, el apartamento en la playa y los ahorros para la universidad de los nenes.
Dios nos quiere como somos.
Entre otras cosas porque no puede querernos de otra manera
Sería bueno que al menos no escribiera cosas que demuestran que está demasiado cerca de lo que le pasó a Esaú (Hebreos 12:17).
Está claro que los límites están para transgredirlos, pues si no se quisiera que se trasgredieran, no se pondrían. En mi vasta experiencia como consejero de almas y de jóvenes, siempre he repetido que nuestra Iglesia no es una Iglesia de aduanas, sino de "lomos mojados", inmigrantes clandestinos que transgreden la frontera primero y la ley después para abrirse a las novedades del Espíritu, que no tiene límites. Justamente si lo espiritual no tiene límites, está claro que los límites y mandamientos no son espirituales. Quien se pone límites de cualquier naturaleza (morales, religiosos, etc) es un mezquino y un pasante de aduana. Hay que vivir en la intemperie, sin cobijo alguno, recordando que el Hombre es el Centro de todo el Poliedro Cósmico, un Poliedro sin límites.
Lo explico en mi opúsculo "Contrabando espiritual: cómo sortear la aduana de la fe", Edición mimeografiada, Cofalú, 1939. Prólogo de Aleister Crowley.
Y también que "Ya no valen los principios morales -que ponen límites- sino las personas".
¿Verdad que sí?
Buena pregunta. He empezado a responder, pero la respuesta me ha salido tan larga que la publicaré como un post aparte hoy o mañana.
Un saludo.
"Dios no nos quiere santos.
Dios nos quiere como somos"
Supongo que entiende que eso es un sofisma, porque juega indebidamente con dos acepciones distintas de "quiere" y luego opone una a la otra como si fueran incompatibles. En la primera frase, "quiere" significa "desea que seamos". En la segunda, significa algo diferente: "ama".
Así pues, es evidente que su afirmación es falsa, ya que esas dos frases no son incompatibles. En realidad, precisamente porque Dios nos ama, desea que seamos santos.
Saludos.
Supongo que no me respondes porque he cometido faltas gramaticales y me he comido palabras con lo que el texto resulta difícilmente comprensible. Pero teniendo en cuenta que hasta traduces lápidas en latín, en dos horas desencriptarías el mensaje. Por lo demás, suscribo tu artículo de la cruz a la raya.
Lo siento. Como ando escaso de tiempo y no llego a todo, muchas veces sólo respondo algunos comentarios, eligiéndolos casi al azar.
En tu pregunta, tratas temas diferentes y muy amplios, y no es posible responder adecuadamente en un comentario, así que me limitaré a hacer algunas consideraciones breves, por si ayudan.
- Todos (¡todos!) los cristianos estamos llamados a vivir la pobreza evangélica, porque estamos llamados a imitar a Cristo, que siendo rico se hizo pobre, para enriquecernos con su riqueza.
- No todos estamos llamados a vivir la pobreza material de la misma manera (no es lo mismo una madre de familia que un fraile mendicante), ni a realizar las mismas prácticas concretas de austeridad.
- ¿Quién decide qué prácticas son las apropiadas para cada uno? Es una decisión prudencial, así que en principio uno mismo en el caso de los laicos y sacerdotes seculares (consultando en caso de duda al confesor o director espiritual) y, en el caso de los religiosos, el propio religioso en unión con superior y confesor.
- En nuestro tiempo, es rarísimo pecar por exceso de pobreza y austeridad, así que lo más probable es que la inmensa mayoría de los lectores y yo mismo pequemos más bien por defecto, de manera que sin duda se puede decir que necesitamos más gestos como el del santo mencionado, que nos ayuden a imitar a Cristo pobre. También sin duda, leer las vidas de los santos nos ayudará a ser generosos en esos gestos de seguimiento de Cristo y a vivirlos con alegría, como un don de Dios y no una carga.
- Como dices, creo que la falta de alegría tan frecuente entre católicos se debe en buena parte a la falta de pobreza paralela.
- La desistencia en el uso de la autoridad en la Iglesia es a mi entender, bastante más grave, porque se trata de un incumplimiento terriblemente dañino de un deber ineludible de defender a las ovejas de los lobos. Otra cosa es que son dos temas relacionados (cuanto mejor vive uno, más difícil es ser libre para hacer lo que hay que hacer al margen de las consecuencias)
- No hay que olvidar que Dios sigue suscitando muchos ejemplos magníficos en este ámbito. Yo conozco a multitud de familias que lo han dejado todo por servir a Dios en tierras lejanas o que han vendido sus bienes para cumplir lo que dice Cristo en el evangelio. Y conozco muchos sacerdotes y religiosos que viven en una estricta pobreza. También conozco de los otros, pero en fin...
- Tampoco hay que olvidar que los bienes materiales han sido creados por Dios y su disfrute es bueno (no somos gnósticos). Lo malo es idolatrarlos, poniéndolos por encima de la voluntad de Dios.
Saludos.
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