Germán el Contrahecho, compositor de «Alma Redemptoris Mater»
En su autobiografía, C.S. Lewis habla con nostalgia de la enorme biblioteca que había en su casa cuando era pequeño y cuenta cómo “estaba tan seguro de encontrar un libro nuevo como alguien que camina por el campo está seguro de encontrar una nueva brizna de hierba”. Recuerdo que estas palabras me llamaron profundamente la atención cuando las leí por primera vez, porque destilan una sensación de inagotable aventura, tesoros escondidos por descubrir y alegrías futuras sin fin. Es decir, en cierto modo, una prenda de lo que será el cielo.
Es exactamente la misma sensación que me produce la Tradición de la Iglesia. Por mucho que la estudie, estoy seguro de seguir encontrando en ella bellezas que no conocía ni podía imaginar, nuevas luces para iluminar mi vida e historias asombrosas del amor de Dios a lo largo de los siglos. Una de esas historias, que acabo de conocer y me ha encantado, es la de Germán el Contrahecho.
Allá por el siglo XI, el día de santa Sinforosa y sus siete hijos mártires, en el año 1.013 del nacimiento del Señor, la condesa de Althausen dio a luz a un hijo varón. La lógica alegría de la ocasión se vio empañada cuando los padres se dieron cuenta de que el bebé sufría lo que los médicos actuales llaman parálisis cerebral, fisura del paladar y o bien espina bífida o bien atrofia muscular espinal. Es decir, una serie de dolencias incurables, que apenas le permitirían moverse y hablar y que, probablemente, acabarían con su vida en unos pocos meses o años. De ahí el nombre de Germán el Contrahecho con el que lo conoce la historia.
Muchos, en nuestra época, dirían que, para la vida corta y llena de sufrimientos que iba a tener el niño, habría sido mejor que no hubiera nacido. Dios, sin embargo, tenía otros planes para él y quiso que Germán sobreviviese. No era capaz de andar, le costó muchísimo aprender a leer y la debilidad de sus dedos le dificultaba enormemente escribir. Sin embargo, sus padres reconocieron en él una gran inteligencia y, cuando tenía siete años de edad, lo enviaron a estudiar a un monasterio de monjes benedictinos del sur de Alemania, situado en una isla del lago Constanza: la abadía de Reichenau (fundada, por cierto, por un santo español que huía de la conquista musulmana, San Fermín).
La abadía albergaba una escuela monástica, con su scriptorium y su gran biblioteca, y era conocida por ser el origen de algunos de los mejores códices miniados de la época. Germán se encontró tan a gusto en el monasterio que hizo los votos monásticos y pasó allí el resto de su vida, por lo que a menudo es conocido como Germán de Reichenau.
Su persistencia en el estudio hizo que no sólo pudiera ponerse al nivel de sus compañeros, sino que los sobrepasara y se convirtiera en uno de los sabios más famosos de su tiempo, con numerosos discípulos que acudían a aprender de él. Escribió una valiosísima historia de los primeros diez siglos de nuestra era (continuada por uno de sus discípulos) y un martirologio. Son famosos sus escritos relacionados con la astronomía (en particular, la construcción de astrolabios y las tablas lunares), la matemática (sobre todo, la geometría y el cálculo de fracciones) y la gnomónica (el estudio matemático de los relojes de sol). “No tenía igual en la fabricación de relojes y de instrumentos musicales y mecánicos”, dice su biógrafo. También escribió sobre música y teología. Además del griego, el latín y el alemán, es probable que conociera el árabe, pues sus libros sobre astrolabios emplean frecuentemente términos arábigos.
Fue, además, un gran poeta. Escribió un largo poema “Sobre los ocho vicios principales” para uso de los monjes y un breve (y precioso) epitafio para su propia madre. Entre otros himnos y poemas, probablemente compuso la bellísima oración Alma Redemptoris Mater, que antiguamente se rezaba todos los días precisamente en esta época del año, hasta la fiesta de la Purificación, el 2 de febrero:
Alma Redemptoris Mater, quæ pervia cæli
Porta manes, et stella maris, succurre cadenti,
Surgere qui curat, populo: tu quæ genuisti,
Natura mirante, tuum sanctum Genitorem
Virgo prius ac posterius, Gabrielis ab ore
Sumens illud Ave, peccatorum miserere.
En español, la oración, traducida libremente, dice algo así:
Madre del Redentor,
puerta abierta del cielo, estrella del mar,
socorre al pueblo que ha caído e intenta levantarse.Tú que recibiste aquel saludo de labios de Gabriel
y, ante el asombro de la naturaleza entera,
engendraste a tu santo Creador
permaneciendo siempre virgen,
apiádate de nosotros, pecadores.
Germán murió en Reichenau a los cuarenta y un años de edad. “Entregó felizmente el espíritu”, llorado por los demás monjes y por cuantos le conocieron. “Se hizo todo a todos y fue amado por todos”, nos cuenta su biógrafo, además de señalar que se caracterizó por su “humildísima caridad y su caritativa humildad”, su paciencia, su amor a la castidad y su gran alegría (!) en la práctica de la misericordia. En cambio, fue “enemigo y adversario durante toda su vida de la iniquidad, la injusticia, la vanidad, la malicia y cualquier otra cosa cotraria a Dios”. ¿Qué padres no desearían tener un hijo del que pudieran decirse estas cosas?
Los pueblos antiguos tenían la bárbara costumbre de acabar con la vida de los recién nacidos que mostraban alguna deformidad. Sólo el cristianismo pudo terminar con esa costumbre. A fin de cuentas, si la naturaleza entera había contemplado asombrada cómo una muchacha daba a luz al Creador, ¿por qué no creer también que ese Creador amaba infinitamente al más débil y enfermo de los niños y tenía para su vida un plan maravilloso? La vida de German de Reichenau es la demostración de que Dios no se equivoca y de que no hay personas sin valor en este mundo.
Tristemente, hoy, al menos en España, ha renacido la práctica de matar a los niños que tienen alguna discapacidad y nueve de cada diez padres deciden eliminar a sus hijos antes de nacer cuando saben que tienen una enfermedad grave. “Nadie tiene derecho a obligar al sufrimiento”, decía hace poco un neurocirujano en El País cuando se discutía la posibilidad de abolir el aborto por malformaciones del niño no nacido. Como si el sufrimiento hiciera que una vida no mereciera la pena o la salud determinara la dignidad de una persona.
De nuevo tendrán que ser los cristianos los que consigan acabar con esta plaga, dando testimonio de que el Hijo de Dios se ha encarnado por amor a todos los hombres y, quizá, solicitando la intercesión de Germán. O, mejor dicho, la intercesión del beato Germán de Reichenau, pues Pío IX lo beatificó en 1846 y reconoció así solemnemente que Dios había hecho en él una auténtica obra maestra.
Germán el Contrahecho, el poeta, el monje, el sabio, el políglota, el alegre, el humilde, el amado inmensamente por Dios, ruega por nosotros.
18 comentarios
Añado que este relato me ha recordado lo que mi padre (q.e.p.d.), que era médico, me explicaba lo que le pasaba cuando estudiaba embriología. Al estudiar esta materia y darse cuenta de que de dos células pequeñísimas, el espermatozoide y el óvulo, al fusionarse, al unirse, se formaba el milagro de un ser vivo, de una persona, con toda su complejidad, ante este milagro caía de rodillas y exclamaba : "¡Señor mío y Dios mío!".
Me parece admirable la generosidad y amor de los padres del Beato Germán, su visión de fe en la educación de su hijo.
Me llama también la atención, el contraste del ambiente monacal amoroso y edificante que vivió el Beato Germán con respecto a la visión tenebrosa y enfermiza que nos presenta la película "El Nombre de la Rosa" basada en la novela de Umberto Eco.
La admirable historia de este santo amerita ser llevada al cine.
Esta historia lo confirma.
"ante este milagro caía de rodillas y exclamaba : "¡Señor mío y Dios mío!""
Sí. A pesar de lo que pretenden los ateos, el problema no es que Dios no haga milagros, sino que hace tantos que ya no nos llaman la atención.
"la visión tenebrosa y enfermiza que nos presenta la película "El Nombre de la Rosa" basada en la novela de Umberto Eco"
Aparte de la habilidad literaria del autor, una buena parte del éxito de esa novela se debe a que confirma los (erróneos) prejuicios de nuestra época sobre los monjes medievales.
Qué lástima que historias como ésta, que si se conocieran harían tanto bien a muchas personas, sean tan frecuentemente ignoradas. Una historia así, a la fuerza te cambia la vida. No se puede dejar de percibir la mano de Dios cuando alguien, con tantas limitaciones, llega a alcanzar un desarrollo tan descomunal. Son historias que nos hacen comprender lo poco que vislumbramos la naturaleza divina.
De algo estoy convencida: si los padres que deciden eliminar a sus hijos antes de nacer, cuando saben que tienen una enfermedad grave, tuvieran la oportunidad de conocer historias como ésta, la mayoría de ellos cambiaría de opinión.
Sería maravilloso que alguien tomara la decisión de llevar al cine la extraordinaria vida del Beato Germán, el contrahecho. ¡¡¡Cuántos seres humanos salvarían sus vidas acorde a la voluntad de Dios!!! ¿Existirá alguna forma de lograr interesar a alguien por algo tan beneficioso para la humanidad? Yo por mi parte se lo pediré directamente al Beato Germán, para que interceda por esta intención.
Muchísimas gracias, Bruno, por compartir esta historia que reconforta el alma. Quiera Dios que a muchas personas les llegue noticias de ésta y de otras vidas similares que nos hacen tanto bien. Que el Espíritu Santo te siga iluminando.
Beato Germán de Reichenau ruega por nosotros y por tantos niñitos que quieren que se les respete el primer derecho humano: el derecho a la vida, querido por Dios.
El carácter de Kierkegaard era bastante peculiar y su filosofía bastante estoica pero Haecker dice, con razón, que más triste aún es la de Schopenhauer y éste no tenía defecto físico alguno y gozaba de buena salud. Por tal razón supone que es imposible demostrar hasta dónde alguien puede superar una cosa así sin que su espíritu refleje el peso adicional de un cuerpo maltrecho que, además, produce continuos dolores.
Germán el Contrahecho parece darle la razón a Haecker porque no hay evidencias de que tuviera un carácter avinagrado, ni de que su interés por las ciencias y letras se hubiese resentido por razón de sus limitaciones físicas.
El artículo es muy interesante, pero la frase es muy potente. Es para meditar en estos tiempos.
Gracias por el post. Delicioso.
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