Mi Señor, el gran Poeta
En una iglesia en la que suelo rezar todos los días, hay un gran Cristo crucificado sobre el altar mayor. Es un Cristo enjuto y con cara de castellano viejo. Sufriente, el pelo empapado en sudor y las costillas bien marcadas, pero sereno y con los golpes y llagas apenas sugeridos. Moderno, pero devoto y de talle elegante, con un leve toque de la curvatura de los antiguos crucifijos de marfil.
Por alguna razón, siempre le he atribuido en mi mente a ese Cristo en particular la advocación de “mi Señor, el gran Poeta”. No es, ni mucho menos, la imagen más bonita que he visto, pero tiene la virtud de hablarme del más hermoso de los hombres, como dice el salmista, del amado de mi alma, como suspira el Cantar de los Cantares. Cuanto rezo ante él, de algún modo, mi alma se llena de la hermosura de la creación, que refleja la Belleza eterna del Verbo de Dios, y me alegro y siento nostalgia por el recuerdo de cosas que aún no he visto y que me esperan en el cielo.
Hay muchas vías para llegar a la existencia de Dios: la razón nos lleva al ipsum esse subsistens, la ley moral en nuestros corazones exige el fundamento eterno de esa ley y la fe nos introduce en la historia de salvación del Dios de Abraham de Isaac y de Jacob. Entre ellas, siempre me ha parecido que la via pulchritudinis, la vía de la belleza, tiene una audacia especial. La belleza nos seduce sin que nos demos cuenta y habla directamente a nuestro corazón, haciendo que suspiremos por la música callada que mueve el mundo, por mundos nuevos que el pecado no haya envejecido y por el Rostro que ha inspirado todos los amores que han existido. No es extraño que la Iglesia guarde enormes riquezas de poesía religiosa en su arca, de la que saca lo nuevo y lo viejo, porque los teólogos nos hablan de lo que sabemos sobre Dios, pero los poetas cantan lo que apenas nos atrevemos a anhelar sobre Él, yendo más allá de nuestras palabras, nuestros razonamientos y nuestra misma imaginación.
Pensar en estas cosas me ha recordado los versos de un poeta norteamericano desconocido en España, Joyce Kilmer. Este padre de familia con una hijita paralitica, converso del anglicanismo, se alistó en el ejército cuando Estados Unidos entró en la Primera Guerra Mundial y murió como sargento en la segunda batalla del Marne. Es curioso que, tantas veces, los soldados sean a la vez poetas. El mismo Cristo, el Gran Poeta, es también el que monta en el caballo blanco y lleva una espada aguda, para herir con ella a las naciones. Como decía De Vigny, “quien desespere de convertirse en poeta, que tome su mochila y marche con las tropas”.
Los versos de Kilmer suelen ser muy sencillos, con la sencillez de un alma de niño que se acerca a Jesús, y en algunos casos resultan profundamente conmovedores. Recuerdo con cariño especial unos dedicados a su experiencia en la guerra, escritos poco antes de morir en ella, que empiezan: “My shoulders ache beneath my pack. / Lie easier, Cross, upon His back.” Es decir, “Mis hombros duelen bajo la mochila. / Alivia tu carga, Cruz, sobre Su espalda”. Dos versos que son una oración para pronunciar en voz baja, mientras uno intenta no echarse a llorar.
El poema que recordé en particular al pensar en mi Señor el gran Poeta y en lo que decíamos más arriba es éste (traducido libremente):
Creo que nunca encontraré un poema
que sea tan hermoso como un árbol.
un árbol cuya hambrienta boca aprieta
el abundante pecho de la tierra;
que pasa el día contemplando a Dios
y alzando en oración frondosos brazos;
un árbol que, quizá, en verano adorna
con leves petirrojos sus cabellos,
en cuyo pecho se apoyó la nieve,
que vive enamorado de la lluvia.
Los necios como yo creamos versos
mas sólo puede Dios crear un árbol.
Los hombres hacemos poesía, pero Dios es la Poesía misma y sus versos son el cimiento de la realidad. Todo poeta se maravilla ante la belleza que encuentra a su alrededor; el Poeta del universo, con su sola Palabra, crea de la nada todas esas maravillas e innumerables más, que ni el ojo vio, ni el oído oyó ni la mente del hombre puede pensar. Los poetas son maestros del contraste y se emocionan al ven la rosa que crece junto al sucio barro, pero mi Señor el gran Poeta es el único que ha podido crear, con el barro inservible de la naturaleza caída, la inmaculada Rosa mística que está hoy por encima de los ángeles.
Por eso, la función de la poesía humana es muy humilde: abrir nuestros ojos, cegados por la fatiga inmensa del pecado, para que podamos contemplar la belleza siempre nueva que Dios ha creado. Y, en el caso de los mejores poetas, para que podamos contemplar, en la belleza de las cosas, a Aquel que “vestidas las dejó de su hermosura”.
Nuestro mundo es obra de un Poeta. Las montañas, los planetas y las galaxias son pequeños y efímeros versos del gran poema universal, del que participan también todas las poesías humanas. Si las líneas escritas por Kilmer o por cualquier otro poeta nos conmueven, es porque nuestro corazón anhela, quizá sin saberlo, el día en que se encontrará con su Señor, el gran Poeta.
16 comentarios
I THINK that I shall never see
A poem lovely as a tree.
A tree whose hungry mouth is prest
Against the earth’s sweet flowing breast;
A tree that looks at God all day,
And lifts her leafy arms to pray;
A tree that may in Summer wear
A nest of robins in her hair;
Upon whose bosom snow has lain;
Who intimately lives with rain.
Poems are made by fools like me,
But only God can make a tree.
"Todo poema de amor es una evocación del Edén"
Gracias, Bruno, por permitir esta feliz coincidencia.
Hace poquito más de una semana hablaba justamente con un sacerdote amigo, sobre el arte y poesía de Nuestro Señor...
Que Él, pues, te pague con creces esta comunicación de la belleza.
Dios al ser acto puro es tanto Poeta, el Gran Poeta, como Poesía, La Poesía: sólo lo que es la Belleza absoluta puede crear toda belleza. El artista participa de ella en cuanto la contempla, y al contemplarla se re-crea en ella. Y toda recreación es canto, poesía, reflejo de lo bello. Y en éxtasis de amor, cabe la fusión de lo bello con la Belleza. Así, Bécquer puede identificar a su amada de mirada azul con la poesía. Y como lo bello posee mil matices y dimensiones, tantos como carismas nos regala el Espíritu Santo, hay mil formas de cantarla. A medida que voy sumando años me siento cada vez más próximo a la poesía sencilla, sobria, tímidamente profunda, la que parece escrita para ser leída entre susurros, pero que te estremece calladamente. No sólo desde el largo aliento, la declamación poderosa, la riqueza metafórica cabe cantar a Dios.
Hay un poeta católico que pertenece al club de los tímidos pero voluntariosos por el que siento mucho respeto. Es José Mª Valverde. Él registra en un sencillo soneto una experiencia cotidiana de Dios que es de lo más humilde. Describe como a una pareja (presumiblemente el poeta y su mujer) les vence el sueño en la cama mientras le rezan a Dios. Esta experiencia me ha ocurrido con mi mujer en no pocas ocasiones, abrazados, como dormidos en el Señor. El último endecasílabo es sencillamente antológico:
LA ORACIÓN DE LA NOCHE
Después del día, el ruido, la fatiga,
rezamos un momento, en tanto un velo
de sueño y de ternura nubla el cielo
y anega nuestro amor la noche amiga.
Pero está bien así, que sólo diga
nuestra voz el comienzo. Así el desvelo
de Dios nos ve dormidos en su suelo
y con su piel de sombra nos abriga.
Tú déjale venir, subir sin ruido,
crecer de noche –un río que mañana
habrá llegado al pie de la ventana–,
tú déjale fundirnos en olvido,
pero al dormirte, siente cómo mana
y te besa su amor en mi latido.
(José Mª Valverde, Voces y acompañamientos para San Mateo).
ULTIMO MOMENTO
Se está estudiando otro posible milagro del Beato Brochero.
En las tarde de otoño, Dios pinta unos lienzos increibles en e cielo, o en los atadeceres o en los amaneceres. La brisa del viento, del agua en un río o en el mar y los sonidos de la naturaleza, pueden ser la mejor música para el alma, y que decir de sus montañas y valles, y del orden del cosmos y del inframundo de las partículas...
La belleza de la naturaleza nos habla a gritos, para el que sabe escuchar de la grandeza del creador.
jariod: gracias por el poema.
las obras de tus manos,
y en mí escribiste un libro de tu ciencia;
tierra, mar, fuego, viento
publican tu potencia
y todo cuanto veo
me dice que te ame
y que en tu amor me inflame;
mas mayor que mi amor es mi deseo.
Mejor que yo, Dios mío, lo conoces;
sordo estoy a las voces
que me dan tus sagradas maravillas
llamándome, Señor, a tus amores.
¿ Quién te enseñó, mi Dios, a hacer lasn flores
y en una hoja de entretalles llena
bordar lazos con cuatro o seis labores ?
¿ Quién te enseñó el perfil de la azucena ?
o quién la rosa coronada de oro,
reina de los olores,
y el hermoso decoro
que guardan los claveles,
reyes de los colores,
sobre el botón tendiendo su belleza ?
¿ De qué son tus pinceles,
que pintan con tan diestra sutileza
las venas de los lirios ?
La luna y el sol, sin resplandor segundo,
ojos del cielo, lámparas del mundo,
¿ de dónde los sacaste,
y los que el cielo adornan, por engaste
albos diamantes trémulos ?
Primeros versos del delicioso "Psalmo I" del poeta barroco Pedro de Espinosa. La fuente de inspiración del comienzo es muy obvia, el salmo 18 . Es uno de los textos del siglo XVII más logrados y admirables, entre tantos magníficos como hay.
Además los otros dos poemas de las comentaristas, son verdaderamente muy bellos.
Lo que las almas limpias ven en las obras del Creador.
Como dicen los pintores, el color de cada cosa que vemos se refleja y está presente en todo lo demás. Así me ha sucedido una y otra vez al hablar de Dios con otros: cada uno reconoce lo que se cuenta, pero reflejado en sus propias vivencias.
Es estupendo.
Muchas gracias a la experta residente del blog en poesía religiosa en lengua castellana.
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