Polémicas matrimoniales (XII): la analogía con la Lumen Gentium
Como ya sabrán todos los lectores, la Relatio (o actas) de la primera mitad del Sínodo Extraordinario ha sido objeto de multitud de críticas por parte de cardenales, obispos, sacerdotes y seglares. Con razones muy poderosas, se han rechazado varias de las afirmaciones y propuestas de algunos padres sinodales en relación con varios temas morales específicos.
Yo estoy de acuerdo con la mayoría de esas críticas específicas, pero, en este post, me gustaría hacer un breve análisis crítico del fundamento teológico general que se ofrece para las propuestas pastorales contenidas en la Relatio. A mi entender, las afirmaciones inadecuadas y rechazables contenidas en la Relatio se derivan en buena parte de un error en ese enfoque teológico propuesto:
“17. En consideración del principio de gradualidad en el plan salvífico divino, nos preguntamos ¿Qué posibilidades tienen los cónyuges que viven el fracaso de su matrimonio? o ¿Cómo es posible ofrecerles a ellos la ayuda de Cristo por medio del ministerio de la Iglesia? A este propósito, una significativa clave hermenéutica proviene de las enseñanzas del Concilio Vaticano II, el cual, mientras afirma que «la única Iglesia de Cristo subsiste en la Iglesia católica», también reconoce que «fuera de su organismo se encuentran diversos elementos de santificación y de verdad, que, perteneciendo propiamente por don de Dios a la Iglesia de Cristo, impulsan hacia la unidad católica» (Lumen Gentium, 8)”.
“20. Se hace por lo tanto necesario un discernimiento espiritual, acerca de las convivencias y de los matrimonios civiles y los divorciados vueltos a casar, compete a la Iglesia reconocer estas semillas del Verbo dispersas más allá de sus confines visibles y sacramentales. […] la Iglesia se dirige con respeto a aquellos que participan en su vida de modo incompleto e imperfecto, apreciando más los valores positivos que custodian, en vez de los límites y las faltas.”
Que hay elementos positivos en todas las situaciones humanas, incluidas las de pecado mortal, ha sido siempre doctrina de la Iglesia. El mal no es una realidad sustancial, es una carencia de un bien debido y sólo puede existir parasitando algo bueno. Por eso, los seres humanos, como criaturas de Dios, somos incapaces de hacer puramente el mal, solo podemos hacer el mal mezclado con el bien o bajo capa de bien. Por supuesto, esos elementos positivos no existen debido al pecado, sino a pesar de ese pecado.
Así pues, si la existencia necesaria de un cierto bien mezclado con el mal, incluso en situaciones de pecado, siempre ha formado parte de la doctrina de la Iglesia y de la filosofía cristiana, ¿por qué se hace esa referencia innecesaria a la doctrina específica del Vaticano II sobre otro tema, los elementos de santificación existentes fuera de la Iglesia, que, aparentemente, no añade nada a la cuestión y la complica? A mi juicio, esa referencia sí que añade algo a la cuestión, pero es un añadido ilegítimo y por eso no se argumenta de forma explícita sino “de pasada”, utilizando impropiamente la analogía.
Basta leer la Lumen Gentium para comprobar que lo que dice la frase citada de esa constitución dogmática del Concilio Vaticano II sobre los “elementos de santificación” se refiere únicamente a personas que no son católicas. Y lo que dice es algo evidente para cualquiera. Yo, por ejemplo, he conocido a testigos de Jehová que tienen un amor sincero y admirable a Jesucristo aunque nieguen su divinidad y he visto a musulmanes practicar la limosna como servicio a Dios con gran generosidad a pesar de no creer en la Trinidad. Como el Creador y el Redentor son un mismo Dios, nada hay de extraño en que, en el orden natural, haya multitud de fragmentos de verdad y de bondad que, por su propia naturaleza, llevan a Dios. Y como el Espíritu Santo actúa donde quiere, nada hay de extraño en que se descubra a veces su presencia en los que están fuera de la Iglesia, empujándolos con las gracias necesarias para acercarse a su verdadero Hogar.
En los no católicos, esos elementos imperfectos de verdad que los impulsan hacia la Verdad católica, como dice el Concilio, pueden ser algo digno de elogio. Por ejemplo, para alguien que no es católico, es bueno creer en Dios, aunque no crea en la Trinidad, porque es un primer paso hacia la Verdad plena. Así elogiaron, por ejemplo, los misioneros españoles a algunos indios americanos que tenían una creencia natural en un Dios único. Cabe suponer que lo que les falta se debe a una ignorancia invencible y no a la malicia. Algo similar se puede decir de su comportamiento ético, aunque los principios morales en los que se basen no estén a la altura de la moral del Evangelio.
En cambio, en los católicos, el rechazo consciente de una parte sustancial de la doctrina de la Iglesia o la vulneración de normas morales fundamentales no puede ser, en principio, motivo de elogio por el mero hecho de que esos católicos aún no hayan rechazado otra parte de la doctrina o todavía haya algunas normas morales que no vulneren. Por ejemplo, para un católico, rechazar la Trinidad, aunque se siga creyendo en un Dios difuso, es una barbaridad y no un hecho elogiable, porque muestra el abandono de la Verdad de la fe católica y no su búsqueda. Lo mismo se puede decir de situaciones objetivamente inmorales, que en un católico no son atenuadas por el desconocimiento de la moral católica. Al que mucho se le ha dado, mucho se le pedirá.
Sin embargo, a lo largo de la relatio se aplica este principio, que sólo tiene sentido con respecto a los no católicos, a la pastoral de los católicos,que es el tema al que se dedica la mayor parte del Sínodo. Esta analogía errónea entre los “elementos de santificación” (en no católicos) de los que habla la LG y las situaciones objetivas de pecado (de los católicos) da lugar a varias afirmaciones escandalosas, que son tomadas por muchos, con razón, como una legitimación de pecados graves.
El resultado es una serie de argumentaciones completamente ilógicas. Si, como se ha repetido una y otra vez, los católicos divorciados y vueltos a casar siguen formando parte visible de la Iglesia, ¿a qué viene hablar de que “compete a la Iglesia reconocer [en los matrimonios civiles y en los divorciados vueltos a casar] estas semillas del Verbo dispersas más allá de sus confines visibles y sacramentales”? Y si estas realidades y personas están fuera de los confines sacramentales de la Iglesia, ¿a qué viene pedir que accedan a la comunión sacramental?
Claramente, se juega con dos conceptos contrarios, estar fuera de la Iglesia y dentro de ella, para aprovechar uno u otro según convenga al argumento. Esto es completamente ilegítimo en un razonamiento teológico y hace que se equipare la situación de los paganos, para los que un matrimonio natural, aunque esté más o menos dañado por el pecado, es una realidad magnífica, con la situación de los católicos, para los que un matrimonio civil es una traición a su vocación y, además, resulta nulo (y mucho más aún si sigue a un matrimonio sacramental válido, que no puede disolverse).
Lo mismo sucede con el concepto de gradualidad que propone el documento. El concepto utilizado nada tiene que ver con la gradualidad pedagógica que defendía San Juan Pablo II (la “ley de la gradualidad”). En efecto, varias de las propuestas de la Relatio caen de lleno en lo que condenó sin ambages el papa polaco (la “gradualidad de la ley”), porque piden que haya “varios grados o formas de precepto en la ley divina para los diversos hombres y situaciones” (Familiaris Consortio 34), por ejemplo, para los divorciados vueltos a casar, a los que aparentemente no se les aplica la prohibición de la bigamia o del adulterio.
En resumen, el fundamento teológico ofrecido por la Relatio está viciado de raíz. De forma ilegítima, aplica la condición de estar fuera de la Iglesia o dentro de ella a la misma persona, según convenga para lograr una determinada conclusión. Olvida que no es posible realizar la analogía con la afirmación de los “elementos de santificación” de la Lumen Gentium, porque, por definición, los católicos están dentro de la Iglesia y no fuera de ella. Apela, finalmente a una expresión del magisterio sobre la familia de Juan Pablo II para promover precisamente lo que el santo papa polaco condenó más duramente en ese mismo pasaje. Por decirlo de forma más castiza, los autores de ese enfoque quieren “estar en misa y repicando”, pero eso no es posible.
39 comentarios
Gracias!
Resulta alarmante que clérigos encumbrados recurran a argumentos tan visiblemente viciados para proponer algo que se opone a la verdad católica.
Dios los ilumine. Y a nosotros.
Saludos desde Argentina
Porque hay muchos teólogos aficionados que la niegan. Basta leer cualquier blog de Infocatólica.
Como explicó en su día Benedicto, nada más lejos de San Justino que esta idea. Al contrario, Justino sólo aceptaba la existencia de "semillas del Verbo" en la filosofia griega. Las religiones falsas eran concebidas como engendros demoníacos, hoy diríamos estructuras de pecado. En realidad, así fueron consideradas en la Iglesia, hasta la aparición de Nostra Aetate, documento gravemente deficitario e improvisado como también señalara Ratzinger. Un documento que se dedica, decía Ratzinger, a elogiar religiones a troche y moche sin señalar sus graves deficiencias y vicios.
La idea que subyace a toda la Relatio es un sofisma común, que consiste en aislar elementos metafísicamente buenos en una estructura de pecado. Así, puede elogiarse desde un matrimonio de divorciados a una pareja gay o a un grupo de demonios. ¿quién puede dudar del coraje de un narcotraficante, del entusiasmo de un Hitler, de la entrega de un Che Guevara, del mismo orden de los demonios que reconoce Cristo cuando dice que un reino dividido contra sí mismo perecería? Dante, con toda la sabiduría de la Edad Media encima, se desmaya ante Paolo e Francesca condenados al Infierno por un amor intensisimo. Pero condenados. "amor conduce noi ad una morte"
Creo que el paralelismo Iglesia/"iglesias y matrimonio sacramental/ otras uniones es sofístico, como lúcidamente demuestra Bruno. Pero que Kasper tiene un punto al señalar la liasion entre el relativismo eclesiológico y el relativismo moral, pues lo tiene. De aquellos polvos vinieron estos lodos. ¿O no es la Biblia la que considera un "adulterio" que Israel adore otros dioses? El sincretismo ecumenista abrió la puerta, ahora vienen las consecuencias morales. Cuando se valoran estructuras y no simplemente personas, estamos al borde del precipicio.
Saludos cordiales.
Hb. 10, 26-27.-"Porque si voluntariamente pecamos después de haber recibido el pleno conocimiento de la verdad, ya no queda sacrificio por los pecados, sino la terrible espera del juicio y la furia del fuego pronto a devorar a los rebeldes"
2 Ped. 20-22.- "En efecto, si alguien se aleja de los vicios del mundo, por medio del conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, y después se deja enredar y dominar de nuevo por esos vicios, su estado final llega a ser peor que el primero. Más le hubiera valido no conocer el camino de la justicia que, después de haberlo conocido, apartarse del santo mandamiento que le fue transmitido. En él se cumple lo que dice justamente el proverbio: El perro volvió a comer lo que había vomitado, y este otro: "La puerca recién lavada se revuelca en el barro".
Y comparto el juicio de Luis de que hablar de "Semillas del Verbo" en situaciones objetivas de pecado es impío y blasfemo.
Como en la cita de ayer del Catecismo, de que viven "en adulterio público". Como si su primera intención fuese darse publicidad. ¿Público, en una ciudad de 5 millones de habitantes, a lo mejor? Pero aunque sea en la más mínima aldea, ¿a los demás qué daño nos están haciendo, no ya el adúltero caprichoso, sino la famosa "adúltera" abandonada?
¿No es la mayor blasfemia que se haya dicho alguna vez en un documento de la iglesia? ¿Con ese putrefacto fundamento que se puede esperar? Es normal que luego se medió justifique la sodomía. Lo raro es que no se animen con la poligamia, el bestialismo, el onanismo, los intercambios de parejas, las orgías. Prefiero pensar que los obispos y cardenales que apoyan eso directamente son apostatas que han perdido la fe y quieren minarla por dentro o quedar bien ante el mundo a que se lo creen realmente porque sí es así esto procede directamente de Satanás.
Que si la "porneia" que dicen que es, pero que no era, que si "si la comunión espiritual si, propter hoc, también la sacramental", ahora que si las "semillas del Verbo" en situaciones de pecado de bautizados....
Me siento como si me quisieran tomar el pelo. Y eso, habitualmente, me disgusta y mucho. Y amenaza con quitar cualquier tipo de seriedad a la presentación de la Ley de Cristo a la Iglesia.
Mal va si comienza con una cita engañosa. No se pregunta por qué una cita de la doctrina en general, sino por qué una cita de una doctrina en particular que no tiene nada que ver con el tema tratado y que luego, como se muestra en el post, se aplica al revés de lo debido.
Deje de comportarse como un troll. Primer y único aviso.
El cardenal Ratzinger destacaba las deficiencias y el tono pelagiano de varios pasajes, en particular de la GS y de la NA. El mismo Maritain ("Le paysan de la Garonne") decía que se había pasado del "desprecio del mundo" a "postrarse frente al mundo" (¿una anticipación de la teología de rodillas?). Un objeto formal humanista, que busca siempre destacar lo bueno de lo humano, sin advertir que todas nuestras justicias, como dice el Profeta, no son sino trapos manchados. Nada menos profético que el discurso de inicio del Concilio y la Gaudium et Spes.
Estamos viendo los frutos finales, podridos y tardíos, de un giro antropocéntrico y pelagiano, patológicamente optimista, iniciado hace justo cincuenta años.
Je, je. Sabía que no podrías evitar introducir una de tus citas favoritas. Hay que decir, sin embargo, que no es relevante para la cuestión tratada, entre otras cosas porque la frase de la LG no habla de otras religiones ni de filosofías ni de nada. Simplemente habla de "fuera de su organismo", es decir, fuera de la Iglesia.
Además, al margen de la propia doctrina de la LG, lo que he intentado mostrar es que su aplicación es claramente incorrecta, porque la aprobación que intenta analogar se basa en algo que no está presente en el analogado secundario.
Curiosamente, es muy apropiado aún así el lema clásico bonum ex integra causa, malum ex quoqumque defectu, porque, en personas que no son católicas, ese "deffectu" se puede (al menos, en muchas ocasiones) suponer que es invencible e inculpable. Es decir, que no es propiamente ausencia de un bien debido (porque ad impossibilia nemo tenetum) más que en los conceptos fundamentales de la ley natural.
Otra cosa es el "tono de optimismo ingenuo", que sin duda es de las cosas que más han envejecido del Concilio, cosa normal, por otra parte, porque era propio de la época y los "tonos", aunque sean de Concilios o Papas no tienen ninguna autoridad.
En el pasaje evangélico de la lapidación de la adúltera, aparte de lo enigmático de la escritura en el suelo, después de preguntarle quién le acusaba, termina Jesús diciendo, si no recuerdo mal, "pues Yo tampoco; vete y no peques más". Hay diferentes interpretaciones respecto al perdón: ¿se otorgó o no, al no constar que hubo arrepentimiento?
Pero leyendo a Kasper, veo que el problema radica en un error metafísico importante, que arrastra mucho de la eclesiología conciliar: la atribución de una entidad imperfecta a realidades a las que le falta un elemento esencial. Por ejemplo, llamar "iglesias" a estructuras a las que les falta un elemento esencial, que es la unión con Roma, pero que tienen "elementos de santidad y eclesialidad".
De algún modo, esta eclesiología ha inventado un tercer género entre el ser y el no ser, que es el ser imperfecto. Es como decir que un hombre muerto es un hombre imperfecto, al que le falta un elemento esencial, la vida.
A partir de esta dudosa doctrina, Kasper construye la falacia del "matrimonio imperfecto", es decir, el matrimonio que como las Iglesias particulares, tienen algunos elementos del verdadero matrimonio pero les falta uno esencial.
La analogía es falaz, por supuesto, porque las "iglesias" particulares tienen orden episcopal y sacramentos, cosa de las que las uniones adulterinas carecen por completo. Lo que tienen en común con los matrimonios son ciertos rasgos sociológicos y no sobrenaturales.
Pero el relativismo metafísico le ha dado pie a Kasper a construir su sofisma. Es un fruto podrido del Concilio, pero fruto al fin.
Es un poco más complicado. Muy brevemente, en realidad teológicamente no existen la "Iglesia Ortodoxa", ni la "Iglesia Anglicana", etc. Los anglicanos, luteranos, evangélicos, etc. son simples grupos o comunidades, pero no pueden formar Iglesias porque no tienen episcopado ni Eucaristía. Los ortodoxos sí que tienen episcopado y Eucaristía, de modo que tienen Iglesias locales, como por ejemplo la Iglesia local de Constantinopla, con su Obispo a la cabeza y así las demás Iglesias locales. Esas Iglesias locales pertenecen a la Iglesia católica, pero en estado de cisma, es decir, de pelea con las demás que daña su comunión con el resto pero no llega a romperla del todo.
En ese sentido, no se altere, porque Cristo tiene una única Iglesia y una única Esposa, la Católica, si bien hay personas que están unidas a esa Iglesia única por lazos sacramentales (fundamentalmente el bautismo y, en el caso de los ortodoxos, por la Eucaristía y el orden sacerdotal) aunque en la práctica permanezcan separados por diversas causas.
Otra cosa es la aplicación ilegítima que hace la Relatio de esa concepción teológica a los católicos que están en la Iglesia y que rechazan su moral, ya sea en el plano teórico o práctico. En efecto, esa argumentación que se hace se podría aplicar de la misma forma a cualquier barbaridad moral.
Temo que seguimos desviándonos de la cuestión.
Dices: "Por ejemplo, llamar "iglesias" a estructuras a las que les falta un elemento esencial, que es la unión con Roma, pero que tienen "elementos de santidad y eclesialidad""
En realidad, no se dice eso, sino que se dice que no les falta ese elemento esencial, sino que ese elemento esencial no es binario sino analógico y está dañado pero no ausente. A mí, la verdad, me parece evidente que la comunion con la Iglesia admite grados, porque es comunión en la fe y en la caridad. La comunión en la fe es básicamente binaria (aunque con cierta holgura para confusiones, herejías materiales, etc.), pero la comunión en la caridad (que incluye la disciplina) es más bien analógica. Por ejemplo, ¿formaban parte de la Iglesia las Iglesias locales en diversas disputas de vez en cuando con el Papa en la edad Media? Yo creo que es evidente que no dejaban de ser Iglesias locales en torno a sus obispos. Eran disputas más o menos graves, pero meras disputas, al fin y al cabo.
La Enciclopedia Católica (anterior al Vaticano II) habla de casos interesantes:
"Por último, la excomunión real no debe confundirse con una medida bastante frecuente anteriormente, e incluso a veces conocida como la excomunión, pero que fue más bien un rechazo de la comunión episcopal. Fue la negativa de un obispo a comunicarse in sacris con otro obispo y su iglesia, en consideración a un acto considerado reprobable y digno de castigo. Fue, sin duda, con esta retirada de la comunión que el Papa Víctor I amenazó (o realmente castigó) a los obispos de Asia en la controversia pascual ( Eusebio, Hist. Eccl., V, XXIV); y fue sin duda la medida a la recurrió San Martín de Tours cuando se negó a comunicarse con los obispos españoles que provocaron que el emperador Maximino condenara a muerte al hereje Prisciliano con algunos de sus partidarios (Sulpicio Severo, Dial., III, 15). Por otra parte, en los primeros tiempos del cristianismo los concilios imponían una privación de la comunión similar como pena a los obispos culpables de ciertas faltas de menor importancia; el ejemplo más frecuente es el de los obispos que, sin justa causa, descuidaron asistir al concilio provincial (así los Concilios de África | concilios de Cartago]], 401, can. XI; Agde, 506, can. XXXV; Tarragona, 516, can. VI; II Mâcon, 585, can. XX, etc). Evidentemente, estos obispos no fueron excomulgados propiamente hablando, sino que siguieron gobernando sus diócesis y realizaban servicios eclesiásticos públicos; simplemente se vieron privados, como dicen los antedichos textos, del consuelo de la comunión con sus hermanos obispos. "
En cualquier caso, creo que esta discusión, aunque muy interesante, solo tiende a oscurecer el tema tratado.
Yo también pensé en la frase sobre volver al vómito. Tristemente, eso es lo que se intenta elogiar. Un despropósito.
"Lo que tienen en común con los matrimonios son ciertos rasgos sociológicos y no sobrenaturales"
Muy buena frase. Creo que habría que ahondar por ahí.
"Aquí creo yo que reside buena parte del problema, en la frase "los católicos divorciados y vueltos a casar siguen formando parte visible de la Iglesia". No sólo visible, sino visible y señalada con el dedo. Hay muchas cosas visibles que no merecen tanta atención de los demás. Incluso esos "visibles" puede que no tengan tanta intención de ser tan visibles. En otras palabras: nos metemos demasiado en la vida de los demás, hacemos visibles privacidades que ni nos van ni nos vienen"
Creo que confunde algo fundamental. El matrimonio, por su propia naturaleza, no es una relación privada, sino pública, con una dimensión social esencial. Si alguien se casa, hace pública una situación privada. Da igual de cuántos millones sea la ciudad, porque no es una cuestión cuantitativa, sino cualitativa. Criticar a los que simplemente constatan lo que los interesados han proclamado públicamente es matar al mensajero.
Por otra parte, coincido en que es absurdo que se preste tanto interés a esas situaciones, cuando la doctrina de la Iglesia sobre ellas está muy clara. Conviene, sin embargo, señalar que los que se han centrado en esas situaciones son los que niegan esa doctrina y quieren cambiarla.
Y, por supuesto, no tiene nada que ver con el daño que me hagan a mí o a quien sea. La doctrina moral que proclama la Iglesia es, simplemente, la verdad sobre el plan de Dios para el ser humano y el camino de la auténtica felicidad. Por eso es fundamental defender esa doctrina, porque todos tenemos derecho a escucharla sin deformaciones. Luego, el que no quiera ajustar su vida a ella, que no lo haga.
Corregime si me equivoco, pero en esa "ley de gradualidad", si a los conyuges de un matrimonio fiel a Cristo, les está prohibido divorciarse, recasarse, y todo eso, pero se divorcian igual, y se casan con otras personas, entonces ¿esas prohibiciones ya no le alcanzan? En resumen, según esa "gradualidad", la ley no rige para el que la desobedece. ¿No es lo mismo decir "todo está permitido"?
Justamente eso. La propuesta del Card. Kasper es que, a los católicos divorciados en nuevas uniones, una vez que pasa suficiente tiempo sin arrepentimiento y enmienda, de pronto les está permitido lo que está prohibido para los demás: casarse con otra mujer u otro marido. Es decir, de alguna forma, la bigamia sólo está prohibida "según los casos".
Y, en efecto, eso lleva inevitablemente a "todo está permitido".
Ahora que lo mencionas, probablemente pensar que "todo está permitido" sea una consecuencia de haber creído antes, aunque sea implícitamente, que "Dios no existe".
Todo esto es un problema de fe.
Cuando con plena responsabilidad y consciencia se elige el pecado, aunque tal elección pueda estar justificada en gran medida por las experiencias vividas en un pasado que les marcaron, no cabe acercamiento, o no hasta el punto de malbaratar nada menos que el sacramento de la Eucaristía. Es imposible. Tan imposible que el Espíritu Santo no lo permitirá. De lo contrario, la Iglesia dejará de tener todo sentido, lo cual sabemos por Dios mismo que es un imposible metafísico.
Vd. habla de cónyuges abandonados que rehacen su vida, también deberá hablar de aquellos cuyos cónyuges han contraído una enfermedad degenerativa que los tienen en cama o les impiden una vida familiar normal, de aquellas mujeres obsesionadas por la maternidad cuyos maridos sean infértiles, de los que se sienten sicologicamente torturados, de los que dicen haber perdido toda ilusión por la convivencia, de los que ya no se sienten amados, de los que han conocido el amor en otra persona y sienten que su vida se desperdicia porque cometieron un error al casarse, del riesgo de daño síquico, por hacer una comparación con el aborto,... y así, bajando, bajando, hasta extender los límites de la gravedad a los ronquidos del marido, que nadie sabe la importancia que la subjetividad concede a cada cosa... Si el vínculo de la fidelidad se puede romper por alguna causa, podrá romperse también por otra... ¿o sólo será la que a Vd o a mí nos convenga? Valiente arbitrariedad sería esa...
Podemos encontrar muchos modos de justificar nuestra conducta compadeciéndonos a nosotros mismos, pero también podemos sobreponernos y enfrentarnos a la adversidad si tenemos una vocación, y el Cristianismo lo es, que dé sentido a esa lucha porque dé sentido a esta vida desde la fe, la esperanza y el amor. No podemos controlar muchas de las adversidades que nos van a suceder en nuestra vida pero la autolástima, el lamento, no nos ayudará a superarlas, sino a rendirnos y eso, además de complicarnos la vida cada vez más, no nos va a hacer más felices porque no encontraremos ningún sentido a nuestra existencia.
Pero sin fe en Dios, sin esperanza en la vida tras la muerte, nos vemos empujados a buscar la felicidad de la carne, siempre efímera, siempre envuelta en frustración, mientras que con ellas, podemos aspirar a la felicidad del espíritu, única que puede mantenerse en los embates de la vida y hasta la vida eterna.
Desde la pura emotividad contemplamos a los demás, a la gente común como Vd dice, como seres que se rinden apresados por sus circunstancias, y hasta les ayudamos a rendirse con nuestra lástima, si es que todavía estuvieran en algún tipo de duda e inquietud interior. Desde la fe, los contemplamos como hijos de Dios, capaces de superar el sufrimiento. Creo que de esta manera los ayudamos mucho más, aunque sea una ayuda exigente.
Por eso, detrás de sesudas intervenciones del Sínodo se esconden deseos de adaptar nuestra Religión a la cultura, admitiendo el divorcio como antaño hicieran los israelitas con su terquedad, perdiendo la vocación de transformar la cultura con el Cristianismo.
En definitiva, fe perdida y deseo de protagonismo.
Saludos.
Perdona que cite en tu Blog, una afirmación del Estimado Padre Iraburu, que recién la leí en este momento "".No debe el cristiano vivir angustiado y lleno de temores. No debe con-sentir en esos sentimientos, porque aunque haya al fondo de ellos amor a la Iglesia, no son sentimientos moderados por la esperanza y la prudencia.
"El justo vive de la fe", arraigado, como en una Roca, en la Palabra de Dios, que nos dice y nos manda claramente: +"No tengáis miedo [no tengáis miedo: no es un consejo solamente: es un mandato, y siempre que el Señor nos manda algo -no tengáis miedo, p.ej.- nos asiste con su gracia para que podamos vivirlo], Yo he vencido al mundo", al demonio, al pecado, a la muerte. +"Alegraos siempre en el Señor" + "Vivid alegres en la esperanza" + "Aunque pase por valle de tinieblas no temeré mal alguno, porque Tú vas conmigo" + "¿Quién podrá arrancarnos al amor de Cristo?" + "Lo que el Padre me ha dado es mejor que todo, y nadie podrá arrancar nada de la mano de mi Padre" + "Todas las cosas colaboran al bien de los que aman a Dios" (incluso los pecados, añade San Agustín), etc. etc. y agradaría tememos pensadores ,no quiero adularte, ,pero tememos pensadores como vos.
Ya lo tome en broma a Jaspers, diciendo que no se le puede dar la espalda,!!!, evidentemente estó no sale de un corazón angustiado.Se que Dios existe, y como he dicho en otro momento el mismo que me sostiene ,sostiene a la Iglesia.Por eso primero Dios y después los hombres, San Pedro, esta afirmación, es para vos también.
Muchos Cariños a tus hijos.
Si la indisolubilidad matrimonial viniera impuesta por la ley civil tendría Vd razón en hablar de “obstinación exterior” como obstáculo para romper un vínculo. Pero si hablamos de un matrimonio católico esto no cabe, puesto que, desde su raíz, la “obstinación” de mantenerlo es y ha de ser absolutamente interior a la persona. Pero esto no sólo ocurre con el matrimonio, sucede con cualquier transgresión de la ley moral. Un católico que ha robado no puede pretender quedarse con lo robado y que ello le sea reconocido como lícito por la Iglesia; un asesino no puede haber matado, jactarse de haberlo hecho y pretender un reconocimiento de legitimidad moral por la Iglesia; un mentiroso.... tampoco, y tampoco un adúltero.
Por eso es un sinsentido pretender dos cosas que son contradictorias. Si Vd quiere un matrimonio disoluble, aléjese del matrimonio católico, está en todo su derecho. Si Vd quiere un matrimonio católico debe adherirse a su significado de fidelidad e indisolubilidad y hacerlo suyo. Si Vd siente que su matrimonio se mantiene desde una imposición exterior será sólo un matrimonio culturalmente cristiano, es decir, una variedad de matrimonio civil.
Pero si hablamos en términos de felicidad, estaría Vd muy equivocado si juzgara más infelices a quienes luchan por su vocación que a quienes claudican. Las circunstancias no las controlamos nosotros, el modo de afrontarlas y la esperanza, sí. Ninguna de las situaciones que se presentan bajo la presión de la emotividad claudicante se producen de la noche a la mañana. Han sido el resultado de un proceso en el tiempo, de un modo de vivir voluntariamente aceptado y decidido. Muy típico del emotivismo moral es no querer vincular conducta y consecuencias, cosa que es muy contraria a toda ley moral, particularmente a la cristiana.
Saludos.
Y me da miedo, no porque no piense que sea algo necesario, que lo pienso, sino porque percibo una Iglesia con ganas de sucumbir a la demagogia para adaptarse a la cultura dominante, renunciado a su misión justamente contraria, la transformación de la cultura mediante el legado cristiano. Es más, no puedo eliminar la impresión de que las conclusiones del Sínodo están tomadas de antemano, con anterioridad a su celebración, de que su desarrollo forma parte de una escenificación con un final conocido.
Son tiempos turbios para la Iglesia, no en el mundo, sino en occidente. Un papa, con salud sobrada, que dimite de forma intempestiva, y otro que llega subido a una aureola mediática, ávido de sintonía con el mundo y que parece deber algo a alguien, como cuando dice, en relación con el aborto:
“214. Precisamente porque es una cuestión que hace a la coherencia interna de nuestro mensaje sobre el valor de la persona humana, no debe esperarse que la Iglesia cambie su postura sobre esta cuestión. Quiero ser completamente honesto
al respecto. Éste no es un asunto sujeto a supuestas reformas o « modernizaciones ». No es progresista pretender resolver los problemas eliminando una vida humana.” Ev. Gaudium.
¿A quiénes se dirige? ¿Quiénes son los que esperan y qué esperan de él? ¿A quiénes les pone el límite de honestidad? ¿Ante quién ha contraído alguna obligación de “modernización” de la Iglesia? ¿Ante quién se justifica en términos de “progreso” mundano? ¿Qué reformas incluye en ese “compromiso tácito” de modernización?
Saludos.
Saludos.
Alguien habló hace un año y medio de "leer el Evangelio a la luz de la cultura contemporánea". Es al revés.
Nuevamente corregime si me equivoco, pero tenía entendido que don Higinio fue invitado a participar en el Sínodo...
El cristiano no quiere un sacramento disoluble. El cristiano es cristiano y se casa sabiendo que se casa para siempre, y no quiere otra cosa que el amor por esa persona dure eternamente. Pero luego viene la realidad de la vida, por mucha consagración y mucha entrega que le pongamos, y lo tira todo por tierra. Y aquí es donde el cristiano llega al obstáculo que los demás cristianos no le permiten superar, y es la legislación la única que le viene a echar una mano. Y en este punto es donde hemos terminado y no podemos reconciliarnos y no podemos ni comulgar. Siendo, insistiré siempre, casos a lo mejor lamentables, como un abandono. Yo no he dicho enfermedades degenerativas ni apetitosas secretarias.
Es una barbaridad decir que "la vida en pareja es una decisión y una necesidad humana... independiente o mejor dicho anterior a todo ordenamiento civil o moral". La moral es una parte sustancial de cualquier decisión o acción humana, porque es el reflejo de la ley divina que forma parte del mismo ser eterno de Dios. Y para esto no hay "grupos confesionales". Está el sacramento del matrimonio regalado por Dios (que es una realidad, no una regulación) y el matrimonio natural (que también es una realidad, aunque pueda estar deformado según los casos por el pecado).
Sigue usted confundiendo la realidad con los deseos. No es verdad que "aquí es donde el cristiano llega al obstáculo que los demás cristianos no le permiten superar, y es la legislación la única que le viene a echar una mano".
Ahí es donde algunos quieren rechazar la realidad de que el matrimonio es para toda la vida y no se puede romper. Esa misma realidad sobre la que no tenían ninguna duda, porque "el cristiano es cristiano y se casa sabiendo que se casa para siempre". Pero, de pronto, porque a ellos les apetece otra cosa, porque ven que su vida no se ajusta a sus planes, la realidad ya no les vale y hay que negarla. Entonces, la ley civil, aprobada por políticos a los que sólo les importan los votos, asegura a esos cristianos que la realidad no importa, que lo único que importa es lo que ellos quieren, y que una realidad que está más allá de leyes y deseos se puede cambiar por esas leyes y esos deseos.
Dan igual los motivos que uno tenga para negar la realidad, ya sean frívolos o gravísimos, porque negar la realidad siempre es engañarse a uno mismo. Da igual que no se hayan cumplido los propios planes, porque al contraer matrimonio se advirtió precisamente que no se iban a cumplir los planes: "en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza". ¿Cómo vamos a poder decir luego que creíamos que eso sólo valía para la prosperidad, la salud y la riqueza? Si llega la adversidad no es nada extraño, es lo que se nos dijo que iba a pasar. Esa adversidad no sólo no rompe el vínculo, sino que es una de las razones por las que existe ese vínculo, porque somos criaturas débiles e inconstantes, que necesitamos la permanencia de Dios para ser fieles en la adversidad, en la pobreza y en la enfermedad.
Lo que se pide es que la Iglesia colabore en la mentira del que se engaña a sí mismo y eso es algo que la Iglesia no debe hacer. Si uno quiere engañarse, que se engañe, pero que no espere que los demás colaboremos en su mentira. Los que se divorcian y piden que la Iglesia admita su divorcio son como niños enfurruñados que dicen "Pues ya no juego" y pretenden que todos se vayan con ellos a hacer otra cosa. Pero esto no es un juego, es un tema de vida eterna y eso no es algo que podamos jugarnos alegremente.
Precisamente, el sacramento del matrimonio es algo tan poderoso, por participar de la unión de Cristo con su Iglesia, que el "fracaso" humano no lo destruye. Es una fuente de vida eterna, que, gracias a Dios, va más allá de los planes, apetencias e incomprensiones humanas. El sacramento del matrimonio es una realidad tan sólida que, como la cruz de Cristo, permanece firme mientras el mundo da vueltas. El sacramento no fracasa aunque uno de los cónyuges abandone al otro, porque el amor de Cristo no fracasa: puede fracasar ese cónyuge, pero el sacramento sigue ahí para el cónyuge que quiera encontrar en él la vida, la santidad y el camino hacia el cielo.
Dice Vd. que “El cristiano es cristiano y se casa sabiendo que se casa para siempre, y no quiere otra cosa que el amor por esa persona dure eternamente. Pero luego viene la realidad de la vida, por mucha consagración y mucha entrega que le pongamos, y lo tira todo por tierra.”
pero luego viene la realidad de la vida... ¿Ve? Para Vd, “la realidad de la vida” es un interruptor que desconecta los dos aspectos de una realidad completa.
En un matrimonio cristiano, el amor de los esposos, adquiere al contraerse, algo que es diferente a otras uniones: Decisión de perpetuidad manifestada como promesa de fidelidad y amor para toda la vida. Vd habla del amor como algo “externo” a los esposos, que puede crecer, decrecer o desaparecer, y yo hablo de un amor decidido a perpetuidad, que lo apuesta todo por el esposo o la esposa, en una total entrega, al modo como Dios quiere que hombre y mujer se unan. Este amor no es externo, no vive ni se alimenta en el exterior, sino que está vivo en mí y vive y se alimenta con mi voluntad. No puedo prometer a mi esposa que no enfermaré, que no moriré antes que ella, que tendremos tantos hijos, que no sufriremos alguna desgracia... pero sí puedo prometerle mi amor para toda la vida, porque eso sí depende de mí, de mi voluntad, y puedo construirlo día a día.
De hecho, lo cierto es que su planteamiento de fondo no es tan diferente al mío,
”... coincidirá usted conmigo en dos o tres puntos que no necesitan discusión: que la vida en pareja es una decisión...”
Aunque eliminando la contaminación “mundana”, yo habría cambiado su “vida en pareja” por matrimonio, reconocer la “decisión” como un valor fundamental de la unión nos acerca.
Probablemente haya querido decir que el matrimonio no es exclusivo de la moral cristiana y está presente en todas las sociedades y religiones... Sí, pero desde luego con características tan diferentes que los hacen cosas diferentes. Algunas culturas proclaman la poligamia como forma de unión del hombre y la mujer.
Los fracasos son superables, la claudicación, no. Cuando claudicamos, cuando nos rendimos, ya no buscamos modos de superación, sino de justificación. Aunque el barco siga todavía a flote, su destino es el hundimiento.
Comprendo, como Vd dice, que hay situaciones muy complicadas, de gran dolor y sufrimiento, y el abandono es una de ellas, aunque no la única. Soy capaz de intuir su capacidad destructiva, el dolor de una traición que te destruye por dentro, que destroza tu proyecto de vida como un golpe en un cristal, que puede llegar, incluso, al sentimiento de la culpa y de la negación de uno mismo, sumiéndote en una situación de desorientación total y desesperanza.
Pero los casos “límite” son excepcionales y no requieren leyes morales que los legitimen, sólo la conciencia frente a Dios. No son los hombres quienes tienen que juzgar, sino Él. Cuando esos casos se utilizan como “ariete” para modificar una ley moral no son sino una excusa útil para derogarla en el tiempo.
Todos tenemos asumida la licitud moral de matar en defensa propia. Pero para la ley, toda muerte provocada es un homicidio y es necesario acredidtar caso a caso, delante de un juez, que no hubo otro modo de defenderse. Una ley que empezara a “regular” los casos “límite” para permitir el homicidio “en defensa propia” acabaría decretando el derecho a matar a otro para defenderse de un “riesgo síquico”.
Manuel, no sé cuál puede haber sido su experiencia ni Vd conoce la mía. Pero ni Vd ni yo necesitamos la aprobación o legitimación de los demás. Sólo necesitamos la de Dios. Sólo Él conoce el qué, el cómo y el porqué que anidan en nuestro corazón. Es con Él con quien compartimos la cruz.
Saludos.
Ha sido un éxito. Logramos más de quince mil titulares de los periódicos, festejando las uniones gay, trece mil titulares dando por sentado la comunión a los divorciados y tres titulares de un periódico neonazi censurando los tabúes africanos. Demoledor.
Al interior del Sínodo fue distinto. Para inquietarse: la mayoría de los cardenales desconoce los procedimientos normales democráticos. Por ejemplo, no aceptan que las conclusiones se redacten antes de las discusiones; pretenden que los resúmenes de las votaciones reflejen las posiciones de todos, incluso de los reaccionarios; en definitiva, ignoran que la sinodalidad verdadera es la sinodalidad de un pequeño grupo,y la auténtica unanimidad es de uno solo.
En fin, esto es una larga batalla por la inclusión de todos, aunque sea por la fuerza. Lo importante es la libertad total que hemos tenido para manejar el Sínodo, lo negativo es que estas asambleas son incontrolables. Uno de los cardenales, de tendencias innegablemente mágico religiosas (adivinable fácilmente por su tez) me dijo que eso se debía al Espíritu Santo.
Éste post me lo guardo en mi baul. Gracias de nuevo.
Dejar un comentario