Historias, historias, historias
Me alegro de poder comunicar a los lectores que el Primer Concurso de Literatura Católica de Vita Brevis va muy bien. Hemos recibido ya más de veinte historias cortas para participar en el mismo y, en las tres semanas y pico que aún quedan de plazo, esperamos recibir bastantes más.
Mientras tanto, iremos publicando de vez en cuando en este blog algunos fragmentos de las historias cortas entregadas. Sólo como un adelanto, para que los lectores vayan abriendo boca. Como esas pastelerías que te atacan con el maravilloso olor de los bollos recién hechos cuando pasas junto a ellas. Hoy presento tres fragmentos: uno de Cristhian Peña, otro de Jesús Herrera y el último del Whiskerer. Que los disfruten.
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«Mi abuelo lo recogió en un estado verdaderamente lamentable. Nunca se supo si las heridas eran el producto de una paliza o si fue atropellado por algún vehículo, pero llegó herido, consumido hasta los huesos, sucio, apestoso y tan lleno de pulgas que parecía que tenía pulgas en las pulgas.
Mi abuela, el ser racional de la casa, protestó de la última adquisición de su esposo: “¿Para que traes un animal tan feo, hediondo y enfermo a la casa? ¡Lo hubieras dejado tirado!”. El abuelo se sonrió como solo él lo hacía y le contestó: “No te preocupes, que vos solo estas viendo el montón de pellejo de ahora; yo estoy viendo el perro que va a ser”. En la casa, pocas veces el abuelo contrariaba las decisiones de la abuela, pero en esas pocas veces siempre prevalecía su opinión. Por eso, y solo por eso, el perro se quedó.
Como protesta silenciosa, mi abuela no le ayudó en nada con el “recogido”. Mi abuelo lo curó, bañó y alimentó con sus propias manos, hasta que el perro se pudo poner en pie y logró erradicarle todas las plagas que le aquejaban. El abuelo le puso por nombre Danger, pero era conocido socialmente como “el Danger”».
Fragmento de El Danger, la historia de un redimido, por Cristhian Peña
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«Suena el despertador. Luego de tres intentos, logro despertarme. Me dirijo hacia la habitación de mi hermano, entro y lo llamo. No se mueve. Vuelvo a llamarlo y nada. Hago ruido con la puerta y sigue sin hacerme caso, por lo que me acerco para zarandearle. Pongo mi mano sobre él y un temblor angustioso se apodera de mí: Está frío como una piedra.
Llamo a mi madre pero apenas logro gemir. Grito y el tono desesperado la alerta, por lo que viene corriendo. Cruza la puerta y, al verme, con rostro temeroso y una mano quieta sobre mi hermano, palidece. Sus facciones se alargan como un borrón de tinta, grita y se abalanza sobre el cuerpo inerte de mi hermano. Trata de incorporarlo, revisa sus signos vitales, pero evidentemente, la vida hace mucho que abandonó ese cuerpo. Lo aprieta contra sí y se deshace en llanto.Yo doy unos pasos hacia atrás y logro apoyarme en la biblioteca. Levanto la mirada, algo me dice que yo también debía estar llorando, pero me resulta imposible. Todo ocurre como en una película… No, como en un sueño. Estoy esperando que la alarma me despierte de verdad».
Fragmento de Contingencia, por Jesús Herrera
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«Cuentan que en un país lejano, en un tiempo que está en no me acuerdo qué página del libro del tiempo, vivía un ratón de ciudad cerca del basural de las afueras de un pueblo. A poco de ser fundada la ciudad, por causa de los desperdicios, debió fundarse también el basural, lo que fue llevado a cabo por los pobladores mediante la excavación de un gran pozo en un baldío ubicado no muy lejos de los suburbios, pero lo suficientemente alejado como para que el fétido olor que emanaba de allí dejara vivir a los habitantes en una relativa paz y armonía. Otros dicen que el basural ya estaba hecho antes que los ratones cavaran, pero no se sabe con exactitud ni hace al cuento.
[…]
Y aquí creció nuestro pequeño roedor, viviendo en los suburbios, no lejos del basural, pero tampoco tan cerca como para que la vida le fuera imposible. Mientras fue cría joven, fue mantenido a cubierto por sus amorosos padres del peligro que representaba la enorme cava, y un poco también por amigos, hermanos y tíos, y algunos libros que habían recalado en la biblioteca de su casa, pasados en su familia de generación en generación, que le contaban de cuando la ciudad era limpia, y no había necesidad de sacar la basura, porque no la había. Obras escritas, algunas, por viejos sabios de la historia de su pueblo, que le advertían de los riesgos y efectos de la podredumbre. Otras por no tan viejos ni tan sabios, pero que mantenían en lo esencial lo escrito por sus antecesores. Todas en línea con el Gran Libro, cuyo Autor había publicado también antes el libro del tiempo. No es que el animalito los hubiera leído a todos, ni tampoco que los hubiera estudiado con la debida atención, que si no no le habría ocurrido lo que le sucedió».
Fragmento de El ratón y el basural, por Whiskerer
13 comentarios
Si prometen, que cumplan, jeje...
Pero queremos también leer fragmetos (y obras completas) de LF, de alguna profesora, de algún profesor de Teología y canónigo penitenciario, del mismísimo blogger, de algún argentino, etc, etc.
Y yo ni tan siquiera he puesto a calentar el horno.
"Cuando me desperté, el dinosaurio todavía estaba allí"
http://blogs.periodistadigital.com/convivencia-de-religiones.php/2010/04/11/p268609#more268609
Esta entrada en el blog de este jesuita, qué cosa es?
Primero, la parodia, palabra por palabra, del célebre microcuento de Augusto Monterroso. Al igual que el personaje borgiano Pierre Menard - aunque menos laborioso - Higinio re-construye el cuento, sin alterar una sola letra, pero dotándolo de una resignificación religiosa única.
Segundo, el tema espiritual. La alusión religiosa no es explícita, pero al firmarlo Higinio Fernández, teólogo antrópico, y no Monterroso, todo adquiere un registro completamente distinto. El "dinosaurio" se configura no sólo como el mítico dragón del no menos mítico Apokaleta, sino como un símbolo plástico de la Reacción. Higinio despierta, aletargado por el gran sueño de los sesenta, y encuentra el Dinosaurio: doctrinal, moral, pero sobre todo Litúrgico. El sueño de los sesenta ha terminado y el Dinosaurio, el rito tradicional, sigue allí. El microcuento no termina pues, la presencia ominosa del Dinosaurio, entrevisto en las pesadillas de Higinio durante la siesta del juanpablismo, está aquí, en la realidad, compacto, viviente...
Tercero, la experiencia del fracaso de la experiencia antrópica, densificada en el "todavía" y en la involución del hombre en Dinosaurio. Hay un matiz de desesperación, de fracaso del Progreso, apenas contrapesado por el adverbio vacilante. Higinio no se rinde, pero está desesperado. Doy fe.
Un cappolavoro en definitiva, que expresa las luces y las sombras de esta Humanidad que marcha en las tinieblas, tomada de la mano, hacia un futuro que puede convertirse en Jurásico o Precámbrico o directamente en los tiempos de Sarum.
Y apoyo su juicio sobre la historia de Higinio. En efecto: es corta.
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