Benditos pesados
¿Quién no conoce a un pesado? ¿A dos, a tres, a multitud de ellos? El gris ejército de los pesados patrulla por calles y veredas, buscando incautos a los que aburrir hasta la nausea. Sólo verlos de lejos, hace que nos encojamos y deseemos estar a kilómetros de distancia. El pesado genuino, el de pata negra, suele sufrir un síndrome conocido por la Medicina como “percepción neuronal selectiva”. Es decir, su cerebro es incapaz de percibir que sus interlocutores hacen gestos de impaciencia, miran constantemente el reloj, intentan infructuosamente alegar que tienen prisa y, en algunos casos, mueren de frío o hambre mientras él sigue hablando y sigue hablando y sigue hablando, interminablemente.
La Iglesia no carece de sus pesados. Tiene pesados seglares y pesados clérigos, a lo Fray Gerundio. Tiene pesados y pesadas, pesaditos y pesadazos, aficionados a la pesadería y expertos en pesadismo. Pesados que pronuncian sermones en los que no se dice nada durante horas, pesados que redactan documentos que nadie puede leer sin caer dormido, pesados que escriben en blogs y pesados que viven para prolongar reuniones hasta el infinito. Toda parroquia que se precie tiene sus pesados residentes, muy orgullosos de haber conseguido que más de un párroco haya encanecido prematuramente. El número de los pesados es (o al menos parece ser) infinito.
Podríamos decir, sin miedo a equivocarnos, que los pesados son la plaga de las parroquias y de los grupos católicos…
…Y, al decirlo, nos estaríamos equivocando. Por completo. No sería un error pequeño y sin importancia, sino una equivocación garrafal, monumental, cósmica, de ésas que hacen Historia y se enseñan a los niños en el colegio. Como Colón preguntando a los dominicanos por el bar de sushi más cercano.
Es una equivocación que proviene de una premisa igualmente errónea, pero oculta: Si los pesados son una peste de la que tienes que huir como de la ídem, es que Dios se ha equivocado con la gente que ha puesto a tu alrededor. Si piensas que tu vida sería mucho mejor sin Pepe el Pesado o Ignacio el Insoportable, es que crees que tú sabes mejor que Dios lo que te conviene. Si opinas que la parroquia ganaría bastante si no estuvieran en ella Elisa la Eterna y Noelia Nomecallonidebajodelagua, es que tu idea de la Iglesia es humana y no divina. Estás ciego y no lo sabes.
Dios ha puesto pesados en tu vida, porque sabe que te hacen falta. Los necesitas. Y no para cualquier cosa, sino para salvarte. Los necesitas porque cada día haces tus planes y no permites que nadie, incluido Dios, se atreva a romperlos. Los necesitas desesperadamente porque confundes la caridad a la que Cristo te llama con el llevarte bien con tu grupo de amiguetes de la parroquia. Los necesitas porque, sin ninguna justificación, crees que vales más que los que tienes a tu alrededor y los miras por encima del hombro. Te has hecho un avaro de tu tiempo, creyendo, por alguna razón absurda, que tu vida es tuya para hacer con ella lo que te dé la gana. Los necesitas porque te has hecho un cristianismo a tu medida, burgués y comodón, del que no quieres que nadie te saque. Y, si no sales de una vez de ese sofá espiritual en el que estás sentado, vas a terminar con sofá y todo en el infierno.
Los pesados nos sacan de todo eso. Y lo que es aún mejor: nos sacan a la fuerza, que es justo lo que necesitamos, porque somos esclavos voluntarios de nuestra comodidad. Newman decía que cada persona había sido creada “para hacer algo, para ser algo para lo cual nadie más ha sido creado”. Pues bien, una misión especial que Dios ha dado a esos pesados con los que te encuentras es romper tus planes, recordarte que no eres la persona más importante del mundo, mostrarte tu falta de paciencia y tu incapacidad de amar al prójimo. San Juan Berchmans lo explicó muy bien: Vita comunis, mea maxima penitentia. Es decir, mi mayor penitencia es la vida en común. Los demás, y de una forma muy especial los pesados, son una oportunidad enviada por Dios para que mueras a ti mismo, porque el que no cae en tierra y muere, no da fruto.
Por todo esto, al divisar a un pesado en lontananza, nuestra reacción no debería ser gritar “Dios mío”, subirnos el cuello de la gabardina para ocultarnos y robar un patinete al niño indefenso más próximo para huir al Beluchistán. Un cristiano, al ver acercarse a un pesado, debería gritar en su interior: “Dios mío, bendito seas. Bendito seas porque no te has olvidado de mí, porque me sacas de la comodidad, porque te has empeñado en recordarme que yo no soy el centro de mi vida. Bendito seas porque rompes tantos planes que tengo y que no me llevan a la felicidad, porque hoy me demuestras de nuevo que no me pertenezco, desde que fui comprado a precio de la sangre de Cristo, que vale más que el oro. Bendito seas, porque me había olvidado de que mi tiempo sólo es valioso si está a tu servicio y has querido enviarme un mensajero que me lo diga. Bendito seas, Padre santo, por este ángel que pincha mi burbuja, lima mis defectos y es para mí una imagen de tu Hijo Jesucristo. No soy digno de besar sus pies. ¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que trae la paz!”
¿Difícil de creer? ¿Parece algo propio de gente de otro planeta? Bueno, es que los cristianos somos gente de otro planeta. Somos ciudadanos del cielo. Formamos parte de un pueblo santo, elegido por Dios para salir de la tiniebla y entrar en su luz maravillosa. Si en nada se diferencia nuestro comportamiento del de los demás es que, en realidad, no somos cristianos. Como cristiana actuaba Santa Teresa de Lisieux, que reservaba sus mejores sonrisas para la monja que siempre la sacaba de sus casillas con sus manías, hasta el punto de que la monja se sorprendía de lo simpática que le caía a Teresita. Así se comporta un santo y así se comportan todos los días muchos verdaderos cristianos a nuestro alrededor, aunque no nos demos cuenta y quizá no lo sepamos hasta que estemos en el cielo.
Todo esto tiene, además, un beneficio añadido: si empezamos a actuar así con la gracia de Dios, puede que por fin entendamos por qué tanta gente, al ver que nos acercamos, exclama “Dios mío” y busca nerviosamente una salida de emergencia.
31 comentarios
Los pesados me han hecho mucho bien, como dices, me desacomodan; esperaría ser quien deseacomoda a algún otro de su comodidad.
Me gusta pensar que tanto los pesados que se me presentan como cuando soy la pesada para otros es una de las mejores pruebas de cuánto Dios nos quiere de su lado.
Es tarea ardua, lo se, pero vale la pena mirarlos como has indicado. Y admitir lo que de pesados tenemos, también.
Me voy a enmarcar este párrafo para colocarlo en la entrada de mi casa:
"Los necesitas. Y no para cualquier cosa, sino para salvarte. Los necesitas porque cada día haces tus planes y no permites que nadie, incluido Dios, se atreva a romperlos. Los necesitas desesperadamente porque confundes la caridad a la que Cristo te llama con el llevarte bien con tu grupo de amiguetes de la parroquia. Los necesitas porque, sin ninguna justificación, crees que vales más que los que tienes a tu alrededor y los miras por encima del hombro. Te has hecho un avaro de tu tiempo, creyendo, por alguna razón absurda, que tu vida es tuya para hacer con ella lo que te dé la gana. Los necesitas porque te has hecho un cristianismo a tu medida, burgués y comodón, del que no quieres que nadie te saque. Y, si no sales de una vez de ese sofá espiritual en el que estás sentado, vas a terminar con sofá y todo en el infierno".
Ahora ya no callarán. Vendrán a salvarnos, soltándonos rollos interminables, absurdos y desproporcionados y además pensando que lo hacen por nuestro bien, "que hasta el Bruño ese lo dice".
Su versículo preferido: "predica a tiempo y a destiempo". Ayer oyeron en misa "ay de mi si no evangelizara" y lo aplican a todo: a comentarte lo que comes, tus aficiones, las canas o granos que no combates, el exceso de tiempo que dedicas a tu apariencia, etc...
Bruno, ¡predica el silencio y la hesicastia!!!
Pienso en algunos que han sido etiquetados como "filo..." no sé cuántos.
Je, je. Este artículo no está dedicado a los pesados, sino al que se encuentra con ellos.
Tengo otro pensado parecido a lo que sugieres.
Recibí un montón de peticiones de continuar con la serie, pero la cosa me resultaba ya demasiado aburrida, así que coincido contigo :)
Bueno… hay de todo, como en botica. Pero si no hubiera dos piedras con las que sacar chispas para hacer fuego, podríamos morir de frío: Dios nos ha hecho a todos distintos, con una misión que cumplir, y necesitamos unos de otros.
Pero, sólo cuando estemos en el otro mundo sabremos en qué ha consistido de verdad esa nuestra misión: Es posible que aquí nos hayamos distinguido por cosas muy llamativas y, a nuestro parecer, muy importantes, pero en el Cielo veremos para qué estábamos donde estábamos y para qué hacíamos lo que hacíamos, y que, después de todo, nuestra misión importante pudo consistir únicamente en que unas florecillas de no sé qué sitio de un jardín determinado recibieran nuestro cariño, y no murieran de inanición: algo en lo que no habíamos caído en la cuenta, nos salió a la perfección.
El Señor mira nuestros esfuerzos, pero sobre todo, mira con qué amor hacemos las cosas, las que sean; y eso es lo que importa para Dios: lo demás corre de su cuenta. A veces queremos hacer cosas muy importantes, y el Señor nos desbarata los planes, y nos dice: ¿Acaso no crees que no podría yo rogar a mi Padre, y enseguida enviaría doce legiones de ángeles para remediar esa necesidad concreta? Algo así le dijo a San Pedro (Mt. 26, 53)
¡Ah!, otra cosa, no creo que San Pedro nos deje pasar el sillón al infierno. Sería una comodidad, un lujo. Y en el infierno, ya se sabe… Mejor no ir.
¡Buenos seamos, que Dios nos ve, me decían de pequeño!, y Dios no es ningún pesado. Somos nosotros su Cruz, y la Cruz, pesa… (la de Cristo, me refiero)
¿Se quejaría el Cirineo de los pesados que le obligaron a cargar con la Cruz de Cristo?. En cualquier caso, Cristo se lo premió con creces, no me cabe duda: nunca estuvo el Señor tan abierto a favorecer a los hombres como cuando estuvo sufriendo por ellos. Sólo tres muestras, pero hay más: El Cirineo, y Dimas y Juan (¡en Juan Jesús nos dio a su Madre!) Y la Pasión del Señor se proyecta en toda la vida de la Iglesia: pensemos en la(s) Misa(s), (¡Qué alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del Señor!) a la que muchos tildan de pesada, y están deseando que termine.
Me refiero a la misa. No a mí, “que también”. ¡Bueno, no quiero ser pesado! (Tengo la desgracia de que mis comentarios se convierten, ellos solitos, en auténticos blogs que compiten con el que comento,¡mil perdones!)
Vivamos en el Señor.
Leyendo tu entrada, recordé una frase de mi hermano franciscano: "La Iglesia es como un parabrisas o radiador: se le pegan todos los bichos."
- "soportaos los unos a los otros con amor" (Ef 4,2)
- ¿Quéee? No oigo nada Manolo, ¿qué ha dicho Pablo?
- Que te soporta con amor...
- Ah.
Lo reconozco, soy de los que, como poco, tiene la tentación de huir, ¡y mira que Dios tiene paciencia conmigo! ¡Y mira que yo también tengo mis momentos! Sip, lo del Señor sí que es paciencia...
¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que trae la paz!”
¿Difícil de creer? ¿Parece algo propio de gente de otro planeta? Bueno, es que los cristianos somos gente de otro planeta. Somos ciudadanos del cielo. Formamos parte de un pueblo santo, elegido por Dios para salir de la tiniebla y entrar en su luz maravillosa
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-Muy bueno Bruno- Mas;
-A riesgo de ser pesado: -Me gustaía saber quién, para ti, es el mensajero. Y cuál, dónde y cómo es ese mensaje de paz que trae el mensajero de quien tú tan bien dices ver sus pies.
-Porque los cristianos te aseguro en concocimiento de causa que no somos de otro planeta que no proceda del barro del planeta Tierra.
-Y con esto no quiero decir que en la Tierra no haya quienes procedan de otros planetas que no son ciudadanos del cielo. Que no forman parte de un pueblo santo, elegido por Dios para salir de la tiniebla y entrar en su luz maravillosa.
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Hace tiempo no era raro que algunas personas llevaran cilicio, ayunaran, practicaran varias abstinecias todo el año, velaran, etc... por devoción. Esto ya no se estila.
Ahora bien, parece que ya no hace falta la mortificación para el cristiano. Y yo considero que "soportar a los demás" es una excelente mortificación, mucho más adecuada en estos tiempos, por su caracter, que los ayunos, cilicios, etc.
Y no solo a los pesados; soportar con paciencia (y con amor, ¿porqué no?) los atrasos, los olvidos, que en realidad no nos afectan gravemente, pero molestan, es otro acto de mortificación bien virtuoso.
A propósito, y en plan trivial. Uno de mis hermanos tenía un amigo que era pesadísimo, y se llamaba Ermilo. Era cuando estaban en el bachillerato, y allí estudiaban unidades de medidas: amperio, vatio, herz, ohmio, mol, etc. Y en su cuadrilla de amigos acordaron poner como medida para el grado de pesadez de una persona el "ermilo".
Querido Bruno: espero que no te parezca que yo también me pongo "pesado", pero ¿vas a seguir replicando a César Vidal? Porque sus jaimitadas ya pasan de la raya.
que los baches en el camino son para saltarlos, no para estrellarse de cara contra ellos.
Me gustaría (yo soy un "ingnorante") que alguno de esta comunidad bloguera me explicase donde acaba la mano de la Providencia y empieza la simple estupidez humana. Muchas gracias por adelantado y felicidades a toda la comunidad de Infocatolica y a ti Bruno, en especial.
Interrumpí las réplicas porque se habían vuelto muy aburridas, ya que Vidal se limitaba a repetir una y otra vez lo mismo. No sé si merece la pena volverle a contestar una y otra vez lo mismo también.
Mucho me temo que depende (en gran parte) de cada cual saber dónde empieza la estupidez humana (la propia, me refiero).
A la estupidez la vencemos con sentido común, (de la misma manera que combatimos el hambre comiendo), pero la Providencia divina no es el antídoto a nuestra estupidez, pues nadie sería estúpido, y a la vista está, que muchas veces actuamos con estupidez. Solo digamos que no nos sacará las castañas del fuego en aquello que nos corresponde a nosotros, y en lo demás, no nos corresponde a nosotros saberlo. Pero Ella, la Providencia, siempre estará con nosotros en todo, con un cuidado exquisito, no le quepa duda, sobre todo, ayudando a superarnos. Ella trabaja “con nosotros”, pero si estamos de “brazos caídos”, nos desenganchamos de Ella y frustramos su acción.
A veces la Providencia divina nos desconcierta, sí, pero se la contempla con los ojos de la fe, no la podemos juzgar con criterios humanos.
Tengamos la voluntad de hacer las cosas bien, ofrezcamos a Dios nuestros errores, y pidámosle perdón de nuestras culpas.
El artículo pone el dedo en la llaga.Se agradece.
Creo que así Vidal, siempre ganará por K.O.
Por otro lado, no creo que seamos tan malos como para merecernos seguir con esa serie de repeticiones vidalescas.
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