La obediencia hecha un chiste
Es curioso cómo el caso de Caifás, que profetizó sin saberlo, es bastante frecuente. Desde la burra de Balaam hasta Sócrates, precursor de los cristianos según San Justino. En un plano más modesto pero con una agudeza sorprendente, la sabiduría popular predice o diagnostica muchas veces problemas que están ocultos a los sabios y entendidos.
Traigo hoy al blog un ejemplo de esto. Es un chiste sobre la obediencia que he oído contar como aplicado a los jesuitas y a su fama de retorcer las normas para salirse con la suya. El chiste dice:
En cierta ocasión, le preguntaron a un jesuita: “¿No les resulta muy difícil vivir el voto de obediencia?
El jesuita contestó: “En absoluto. Antes de mandarnos algo, el superior se reúne con nosotros y, tras una larga conversación, descubre qué es lo que queremos hacer. Entonces, solemnemente, nos lo manda”.
El interlocutor, extrañado, preguntó: “Pero, ¿entonces qué pasa con aquellos que no saben lo que quieren?”
El jesuita, sonriendo, respondió: “Muy fácil. A esos los nombramos superiores”.
Curiosamente, este chiste hiperbólico se ha convertido en realidad en muchos casos. Conozco varios ejemplos de religiosos a los que ningún superior se atrevería a mandar nada con lo que no estuvieran de acuerdo. La idea de la “obediencia dialogada”, que ya era bastante absurda en origen, ha ido deslizándose hacia el mero diálogo sin la más mínima obediencia. No me extraña, porque es falso que la obediencia deba ser dialogada. Lo que debe ser dialogado, en la medida de lo posible y cuando sea oportuno, es el mandar. Es decir, los superiores deben ser prudentes, conocer a los religiosos, saber hasta dónde llegan sus fuerzas, conocer sus debilidades, intentar hablar con ellos y comprender lo que piensan, etc., para cumplir mejor su misión. Es algo que Santa Teresa podía haber dicho y, de hecho, dijo en muchas ocasiones con otras palabras. En cambio, cuando el que obedece exige como condición previa el diálogo, en realidad está cambiando la obediencia por el consenso.
Más aún, de forma insidiosa se ha introducido la idea de que la obediencia es, en realidad, una esclavitud de la que hay que liberarse, al estilo del mundo. Basta leer a varios teólogos que todos conocemos, que consideran la obediencia a las órdenes de sus superiores o incluso a la doctrina de la Iglesia como una pesada carga que no les deja vivir. Lo mismo sucede con la pobreza y, en algunos casos, hasta con la castidad, por lo menos en el plano teórico. No es extraño que la vida religiosa se haya secularizado tanto en muchas congregaciones religiosas: si lo nuclear de la vocación religiosa, que son los votos, se entiende al estilo del mundo, lo normal es que la totalidad de la vida religiosa se mundanice. La ausencia del hábito es una consecuencia y un signo exterior claro y manifiesto de esto.
No nos engañemos. Hacer únicamente aquello con lo que uno está de acuerdo no es obediencia. De hecho, es la forma de comportarse de cualquier persona, aunque no haya hecho voto de obediencia y ni siquiera tenga fe. El modelo cristiano de obediencia es Jesucristo, “que aprendió sufriendo a obedecer”. También lo son San Pedro, que después de bregar toda la noche dijo “por tu palabra echaré las redes”, o la Virgen, que, sin condiciones, respondió al ángel “hágase en mí según tu palabra”. La obediencia implica humillar la propia razón y la propia voluntad. No renunciar a ellas, que sería algo imposible e inhumano, pero sí doblegarlas ante Dios. Esto se aplica a todos: religiosos, sacerdotes y seglares, porque la obediencia es necesaria para todos, cada uno según su vocación.
La obediencia, como la vida cristiana, implica dar la vida. Y eso cuesta. Si conseguimos organizar las cosas para no tener que dar la vida al obedecer, es que en realidad no obedecemos nunca. No hay mayor esclavitud que hacer en todo lo que nos dé la real gana. En cambio, la obediencia cristiana es el camino de la libertad. Al igual que muriendo por Cristo resucitamos con él, obedeciendo con Cristo seremos libres con él.
17 comentarios
http://infocatolica.com/blog/espadadedoblefilo.php/1011080717-izombis-catolicos
A veces se nos olvida que Cristo fue OBEDIENTE al Padre. Y que esa obediencia le costó la cruz. Una cruz que pidió que le fuera retirada en el huerto de Getsemaní. Su fiat, su "hágase tu voluntad", nos salvó.
La obediencia cristiana no siempre es fácil. Pero los cristianos no obedecemos como los esclavos a sus siervos, sino como los hijos a sus padres. Es una obediencia "familiar", filial.
1 Ped 1,14-16:
Como hijos obedientes, no os amoldéis a las apetencias de antes, del tiempo de vuestra ignorancia, más bien, así como el que os ha llamado es santo, así también vosotros sed santos en toda vuestra conducta, como está escrito: Seréis santos, porque santo soy yo.
Es difícil decir algo sensato sobre un estado de vida que se conoce sólo desde fuera y por libros.
Es difícil que diga usted algo sensato sobre una cuestión que desconoce totalmente, como es lo que yo sé o dejo de saber sobre la vida religiosa.
Como ve, a ese juego (llamado desde antiguo argumentum ad hominem) podemos jugar todos.
Céntrese en el tema.
Saludos.
Sí, aunque ni todos los jesuitas ni sólo los jesuitas.
Y es algo muy importante, porque la obediencia la tenemos que vivir todos, de una forma u otra, y los religiosos están constituidos como signo para el resto de la Iglesia. Si el signo se desacraliza, la influencia sobre el resto de la Iglesia es muy grande.
Las palabras y obras de Jesucristo en el Evangelio son clarísimas: Jesús obedece en todo al Padre, y por su obediencia hasta la muerte en la cruz nos salva a los hombres.
La obediencia requiere que nos ejercitemos e la humildad para modificar nuestra inteligencia y nuestra voluntad y realizar lo que nos mandan, obedeciendo por amor a Cristo y por la salvación de las almas.
La obediencia es un aspecto fundamental para que alcancemos la santidad.
Y no es algo exclusivo de los religiosos. También hemos de obedecer los hijos a los padres, los alumnos a los maestros, los trabajadores a los encargados, los sacerdotes a los Obispos, los fieles a las directrices del Magisterio de la Iglesia,...
La crisis interna que vivimos en la Iglesia me parece que se debe básicamente a que hemos dejado de obedecer.
¡Bendita obediencia que lleva a realizar la voluntad de Dios, nos hace semejantes a Jesucristo y nos salva!
Abundando en los límites de la obediencia,
El inferior no está obligado a obedecer al superior si le manda algo en lo que el súbdito no depende de él... En lo que se refiere a la disposición de los actos y asuntos humanos, el súbdito está obligado a obedecer a su superior según los distintos géneros de superioridad: y así, el soldado debe obedecer a su jefe en lo referente a la guerra; el siervo, a su señor en la ejecución de los trabajos serviles; el hijo, a su padre en lo que tiene que ver con su conducta y el gobierno de la casa; y lo mismo en otros casos. S. Th., II-II, 104, 5.
Sí, es una de las cosas de las que hablamos en el otro artículo: La obediencia cristiana tiene sus propios ámbitos, que no puede sobrepasar. Por ejemplo, nuestro párroco no puede ordenarnos la marca de coche que debemos comprar, por poner un ejemplo absurdo, porque esa decisión no corresponde al ámbito de la obediencia que se le debe. Igualmente, la obediencia de los religiosos sólo existe dentro de la regla.
Otras dos limitaciones muy claras:
- La obediencia cristiana nunca puede ir contra la ley de Dios
- La obediencia cristiana nunca puede ir contra la propia conciencia
-En este mundo tan alejado de donde Dios mora; sí oír la voz de Dios sin equivocarse en elucubraciones del género, de por sí, ya es difícil. Imaginemosnos cómo será obedecerle contra el criterio de propios y extraños. Hay que vivirlo.
-Mi justo vivirá de fe. Si se arredra le quitaré mi favor. Dice
A ver si se enteran que Jesús comía con las prostitutas.
Un tiro a cada uno había que darles "haber" si aprenden !
La obediencia debe ser dialogada porque el Espíritu Santo y la verdad, no lo tiene uno solo de manera absoluta y veras, lo podemos tener todos o algunos. Además, algunos superiores se equivocan. Por eso, las decisiones se hacen en consenso para mirar con mayor amplitud lo conveniente no solo al que obedece, sino a todos los participantes o a la comunidad. No es la obediencia dialogada el hacer prácticamente lo que cada quien quiere, es acertar con mas cordura lo que en conjunto se desea. Por esto es mas perfecta y el superior tendría mas puntos de vista al tomar las decisiones.
En reunión con todos, al valorar los criterios de cada quien, si el superior o director no ve aprobación, despues de oír prudentemente, él, despues de orar y pensarlo algun tiempo, zanja lo que es bueno.
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