El manifiesto de los 144

A continuación, recojo en el blog la carta que 144 profesores de Teología de habla alemana dirigieron hace unos días a los obispos para “dialogar” sobre temas como parejas homosexuales, fin del celibato sacerdotal, mujeres sacerdotes, divorcio, democracia en la Iglesia, etc. Aprovecho para agradecer a Fredense que la haya traducido del alemán (teniendo que tragarse por ello un bodrio de estas características)

Mis comentarios van en rojo. Es triste que los teólogos digan estas tonterías, mostrando una ignorancia inexcusable en personas con esa vocación. Más triste aún es que confundan la misión del teólogo con una supuesta tarea de redefinir la doctrina de la Iglesia y su vida concreta según los dictados del mundo y de la mentalidad laicista. Todavía más triste es que pidan autocrítica a la Iglesia sin ser capaces de reconocer que son sus barbaridades las que han vaciado parroquias y seminarios. Y quizá lo más triste es que estos hombres, en muchos casos, son los encargados de formar a los seminaristas y religiosos, prolongando así la agonía de una ideología que ha demostrado ser completamente estéril.

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Algo más de un año ha pasado desde que salieron a la luz algunos casos de abusos sexuales a niños y jóvenes en el Colegio Canisio de Berlin, cometidos por sacerdotes y miembros de órdenes religiosas. Este año que ha pasado ha sumido a la Iglesia Católica en Alemania en una crisis sin precedentes. El panorama con que nos encontramos hoy es contradictorio: mucho se ha hecho ya para llevar la justicia a las víctimas, tratar de superar y comprender la injusticia realizada así como buscar las causas de los abusos, los silencios y la doble moral existente en las propias filas de la Iglesia. Tras un primer estadio de escándalo, ha crecido en muchos cristianos, tanto ordenados como no ordenados, la idea de que son necesarias reformas profundas [Cierto]. La llamada a un diálogo abierto acerca de las estructuras de poder y de comunicación, acerca de las distintas formas de sacerdocio y ordenación en la Iglesia así como de las distintas formas de participación de los fieles en cargos de responsabilidad [¿Qué tendrá que ver?], acerca de moral y sexualidad ha despertado esperanzas pero también temores: ¿vamos a desaprovechar la que sea quizás la última oportunidad que tenemos de encontrar una salida a la parálisis y a la resignación permaneciendo sentados a ver si se solucionan solos los problemas, ignorándolos o minimizándolos? [¿La última oportunidad? ¿Saben algo que yo no sé sobre el fin del mundo?] La inquietud acerca de un diálogo abierto sin tabúes [Sinvergüenzas: dicen “tabúes” cuando quieren decir “doctrina de la Iglesia”] despierta muchas inseguridades, sobre todo teniendo en cuenta la inminencia de la visita del Papa. Pero la alternativa, es decir, el silencio sepulcral que echaría por tierra las últimas esperanzas, no sería justa ni oportuna. [Para ser sincero, me parece una consideración bastante oportunista: aprovechar el escándalo de los abusos sexuales para conseguir sus fines de transformación de la Iglesia hasta convertirla en algo totalmente distinto. Y, si pueden armar escándalo precisamente cuando el Papa va a visitar Alemania, más contentos estarán].

La profunda crisis de nuestra Iglesia exige que se discutan también aquellos problemas que a primera vista no guardan relación directa con los escándalos de los abusos y de sus ocultaciones durante decenios [Es decir, ellos mismos reconocen que lo de mencionar los abusos es una estratagema]. Como profesores de Teología no podemos permanecer más tiempo callados. Vemos que tenemos la responsabilidad de contribuir a un nuevo comienzo: 2011 tiene que ser un año de renovación para la Iglesia. Durante el año pasado se salieron (es decir, apostataron) de la Iglesia Católica más cristianos que nunca. Dieron por concluida su condición de seguidores de la Iglesia Oficial o bien privatizaron su vida de Fe, para protegerla de la institución [¿Y quién tiene la culpa? Principalmente, aquellos que llevan décadas enseñándoles a odiar a la Iglesia y luego se sorprenden de que la abandonen. Es decir, estos profesores de Teología y sus amiguetes]. La Iglesia debería entender estos signos y distanciarse ella misma de sus estructuras anquilosadas para poder recuperar de nuevo credibilidad y vitalidad [Cierto, pero donde dice “estructuras anquilosadas”, habría que entender, en primer lugar, seminarios y facultades de Teología donde se enseña cualquier cosa menos cristianismo].

La renovación de las estructuras eclesiales no puede tener éxito manteniéndose de forma timorata al margen de la sociedad, sino solamente con el coraje de la autocrítica y la aceptación de los impulsos críticos, que también vienen desde fuera [Traducido: ajustarnos a la forma de pensar del mundo]. Esta es una de las lecciones que se deben aprender de los últimos años: la crisis de los abusos no habría podido ser tan decididamente abordada sin la crítica compañía de la opinión pública. Solamente a través de una comunicación abierta puede la Iglesia recuperar la confianza. Solamente cuando las imágenes propia y ajena de la Iglesia no diverjan será ésta creíble. Nos dirigimos a todos aquellos que todavía no se han rendido a tener esperanza en un nuevo comienzo de la Iglesia [Los cristianos tenemos la esperanza puesta en Cristo, todo lo demás son utopías], y están dispuestos a comprometerse a ello [como siempre, el voluntarismo pelagiano asoma la cabeza]. Recogemos también las señales de renovación y diálogo que muchos obispos han dado en charlas, homilías y entrevistas durante los últimos meses.

La Iglesia no es un fin en sí mismo, sino que tiene la misión de anunciar el Dios de Jesucristo, amante y liberador, a todas las personas [Cierto]. Y esto sólo lo puede realizar siendo instrumento y testigo fiel del mensaje de libertad del Evangelio. Su lenguaje y sus actos, sus reglas y estructuras, la totalidad de su trato y relaciones con las personas, dentro y fuera de la Iglesia, se sitúan bajo la exigencia del reconocimiento y la promoción de la libertad del hombre como criatura de Dios. El respeto incondicional y absoluto por cada persona, la atención a la libertad de conciencia, la opción a favor de la justicia y del derecho, la solidaridad con los pobres y oprimidos, esos son los modelos a seguir con fundamento teológico que se derivan del compromiso de la Iglesia con el Evangelio [¿Y la Tradición de la Iglesia? ¿Y el convencimiento de que sólo Cristo nos salva? ¿Y la necesidad primordial de anunciar el Evangelio? Sus “modelos a seguir” valen para cualquier ONG no cristiana]. En ellos el amor a Dios y al prójimo se vuelve concreto.

La orientación a favor del Evangelio liberador de la Biblia incluye una relación diferenciada con la sociedad moderna: en cierta manera, ésta precede a la Iglesia cuando se trata de reconocer la libertad, la madurez y la responsabilidad del individuo [La ignorancia es atrevida; en realidad, lo que dicen es, de nuevo, que debemos pensar como piensa el mundo]; de ello puede aprender la Iglesia, como ya ha recalcado el Concilio Vaticano II. Por otra parte, se hace indispensable una crítica desde el espíritu del Evangelio hacia esta sociedad, por ejemplo allí donde las personas no son juzgadas más que por su rendimiento, donde la solidaridad mutua brilla por su ausencia, o donde la dignidad humana es despreciada [Por ejemplo, cuando se engaña a las personas homosexuales al no decirles la verdad, cosa que esta misma carta hace más abajo].

En cualquier caso, el mensaje de libertad del Evangelio constituye la medida de una Iglesia digna de confianza, tanto de su actuación como de su forma social [Vaguedades, veamos lo concreto]. Los desafíos concretos que debe plantearse la Iglesia no son en absoluto nuevos. Sin embargo, no se vislumbran apenas reformas que miren al futuro [Frase contradictoria: si los desafíos no son nuevos, ¿por qué ese interés en que las reformas “miren al futuro”, signifique eso lo que signifique? Que vuelvan a primero de Lógica]. Un diálogo abierto acerca de las mismas debe pues tener lugar en los siguientes aspectos de acción.

1. Estructuras de participación: en todos los campos de la vida eclesial la participación de los fieles constituye la piedra de toque de la credibilidad del mensaje de libertad del Evangelio [Un sofisma, similar al que suelen usar en la liturgia; que todos participemos en la vida de la Iglesia no significa que todos tengamos que hacer lo mismo: en el Cuerpo de Cristo unos somos brazos, otros piernas, otros corazón y otros tienen la misión de ser cabeza en Cristo] Según el antiguo principio del derecho: “lo que concierne a todos debe ser decidido por todos” se necesitan más estructuras sinodales en todos los niveles de la Iglesia [Los obispos tienen en la Iglesia la misión de enseñar, santificar y gobernar. Ése es el antiguo principio del derecho canónico, no del secular, y de la Teología que hay que aplicar. ¿Verdad que ahora no citan al Concilio Vaticano II? Porque dice lo contrario que dicen ellos]. Los fieles deben participar en la elección de las más altas dignidades (párroco, obispo). Lo que se pueda decidir de forma local, debe hacerse. Las decisiones deben ser transparentes.

2. Comunidad: las comunidades cristianas deben ser lugares en los que las personas compartan los bienes materiales y espirituales [Cierto]. Actualmente la vida comunitaria está muy erosionada. Bajo la presión de la falta de sacerdotes se construyen unidades administrativas ("parroquias XXL") cada vez más grandes, en las que ya no puede experimentarse la cercanía o la sensación de pertenencia [Cierto]. Se abandonan las identidades históricas y los contactos sociales ya desarrollados. Los sacerdotes están “quemados". Los fieles se alejan si no se les da confianza con responsabilidades y con la posibilidad de tomar parte en la dirección de su comunidad a través de estructuras democráticas [Falso. Durante siglos y siglos no han tenido esas estructuras democráticas y no se han alejado. Se alejan porque no se les predica el Evangelio, sino política, lugares comunes y vaguedades]. La dignidad eclesiástica debe estar al servicio de la comunidad, y no al contrario. La Iglesia necesita también sacerdotes casados y mujeres en dignidades eclesiásticas [Es feo pedir mujeres sacerdote sin decirlo con claridad: “Que vuestro sí sea sí y vuestro no sea no”. Por no decir que la experiencia anglicana y episcopaliana muestra que la "ordenación" de mujeres no es solución de nada. En cualquier caso, es ridículo pensar que los sacerdotes casados son la solución, como si lo que hubiera que hacer fuera reducir aún más el listón en todas las exigencias evangélicas. Es decir, aguar aún más la fe y la vida cristiana].

3. Cultura del derecho: el reconocimiento de la dignidad y la libertad de cada persona se muestra especialmente en la resolución de los conflictos de manera justa y con mutuo respeto. El Derecho Canónico sólo merece ese nombre si los fieles tienen la posibilidad efectiva de hacer valer su derecho. La protección y la cultura del derecho en la Iglesia deben mejorarse de forma urgente, y un primer paso para ello es la creación de una jurisdicción eclesial administrativa [Claro, hombre, lo que necesitamos son más abogados; estos tíos son geniales].

4. Libertad de conciencia: el respeto a la conciencia individual implica la confianza en la capacidad de decisión y de responsabilidad de cada persona. El apoyo a estas facultades es también una tarea de la Iglesia, y no debe ocurrir de forma tutelada [Repitan una vez más conmigo y con el Vaticano II: los obispos tienen la misión de enseñar, santificar y gobernar]. La seriedad en este tema afecta sobre todo la parcela de las decisiones vitales personales así como las diversas formas de vida [No tienen ni idea de lo que es la conciencia]. El aprecio eclesial hacia el matrimonio y hacia la vida consagrada está fuera de toda duda. Pero ello no obliga a excluir a personas que viven de manera responsable el amor, la fidelidad y la protección mutua dentro de una relación homosexual o bien como separados y vueltos a casar [Muestran claramente que no tienen fe; les da igual la doctrina de la Iglesia. Es triste decirlo, pero no son católicos].

5. Reconciliación: la solidaridad con los “pecadores” está condicionada por tomarse en serio el pecado en las propias filas. Un vanidoso rigorismo en temas morales no le hace a la Iglesia ningún bien. La Iglesia no puede predicar la reconciliación con Dios sin cumplir en su propia actuación con el requisito de la reconciliación con todos aquellos frente a los cuales se ha hecho culpable a través de la violencia, de la privación del derecho o de la degeneración del mensaje bíblico de libertad a una moral rigurosa sin misericordia [Je, je, je. No podía faltar. Una vez más, el mensaje que proclaman desde hace décadas: No existe el pecado, excepto el pecado de la Iglesia, que es mala malísima y debería estar pidiendo siempre perdón].

6. Misas y celebraciones litúrgicas: la liturgia vive de la participación activa de todos los fieles [El mismo sofisma de antes. ¿Es que rezar, escuchar, cantar, comulgar, adorar y unirse al Sacrificio de Cristo en la Eucaristía no son una participación activa? Se creen que sólo participa el showman que se inventa la Eucaristía cada semana]. Por ello deben tener cabida en ella las experiencias y formas de expresión actuales. La misa no puede paralizarse en el tradicionalismo [Los católicos decimos “Tradición de la Iglesia”, pero parecen tener alergia a la palabra]. La diversidad cultural enriquece la vida eucarística [no, la vida eucarística la enriquecen el Espíritu Santo, la escucha de la Palabra de Dios, el disfrutar de la Tradición litúrgica de la Iglesia, la participación orante] y no es compatible con las tendencias hacia una unificación centralista. Solamente cuando la celebración de la Fe acoja situaciones vitales concretas, llegará el mensaje de la Iglesia a las personas [Solemne tontería. ¿Es que se creen que si no hay payasos en la Misa ya no hay alegría cristiana, o que si no ponemos pancartas no hay amor al prójimo. Son como niños infantiloides, que necesitan que les entretengan].

El proceso de diálogo eclesial que ha comenzado nos puede llevar hacia una liberación y un nuevo comienzo si todos los participantes se comprometen a tratar estas apremiantes preguntas. Lo importante es, dentro de un clima de libre y justo intercambio de argumentos, buscar soluciones que saquen a la Iglesia de su situación paralizante de ocuparse de ella misma [¿Pero no se dedica toda esta carta a ocuparse de la Iglesia? Es decir, que el problema son los firmantes de esta carta y los que, como ellos, pretenden dar vueltas y vueltas hasta la nausea a temas que ya decidió la Iglesia hace siglos]. ¡A la tormenta de los últimos años no debe suceder ninguna calma! En la situación actual eso no significaría más que la calma de la tumba. El miedo nunca fue un buen consejero en tiempos de crisis. El Evangelio obliga al cristiano a mirar al futuro con valentía [No, el Evangelio obliga al cristiano a mirar a Cristo, en lugar de mirarse el ombligo que es lo que, por desgracia, hacen estos señores] y, según palabras de Jesucristo, como Pedro, caminar sobre el agua: “¿Por qué tenéis tanto miedo? ¿Vuestra Fe es tan pequeña?”