Creo por la lotería
No sé lo que sucederá en otros países, pero, aquí en España, la época navideña es tiempo de lotería. La televisión está plagada de anuncios de lotería, se venden millones y millones de billetes de lotería y todo el mundo parece tener participaciones: en los colegios, el trabajo, las asociaciones, la frutería e incluso la parroquia. Es casi imposible evitar la compra de algún décimo o participación.
Normalmente, en un blog religioso, uno esperaría ahora una invectiva contra el materialismo, el afán de ganar dinero, la huida de la realidad… pero lo cierto es que sería un hipócrita si dijera algo así, porque comprendo perfectamente a la gente que se ilusiona con la lotería. No se sienten satisfechos y están deseando que algo cambie en sus vidas para mejor. Desean un beneficio imprevisto, inesperado. Quieren algo que les permita soñar que mañana será diferente de ayer, algo nuevo que no sea la rutina gris de todos los días. ¿Es que eso es algo malo?
Y justamente, leyendo ayer la Carta a Diogneto en el oficio de lecturas, me encontré con algo muy parecido: “¡Oh admirable intercambio, mediación incomprensible, beneficios inesperados: que la impiedad de muchos sea encubierta por un solo justo y que la justicia de un solo hombre justifique a tantos impíos!” Es decir, la salvación de Jesucristo es justamente eso, un beneficio tan inesperado como el premio gordo de la lotería.
Porque el problema de la lotería no está en que la gente sueñe con algo distinto, nuevo y mejor o en que deseen recibir un gran premio sin haberlo merecido. Ni tampoco es un problema que la lotería no toque prácticamente nunca. El problema es que, incluso cuando finalmente toca, no cambia nada: después de la emoción de los primeros días, la insatisfacción, el deseo de mejorar y de tener más continúan con la misma fuerza. Los ricos que conozco tienen los mismos problemas que los demás, los mismos sufrimientos, la misma insatisfacción, los mismos deseos que no se sacian con nada. Quizá soñaron que, cuando tuviesen mucho dinero, las cosas serían estupendas, pero enseguida vieron que sus deseos no se cumplían.
Precisamente por eso, los cristianos anunciamos que nos ha tocado la lotería de Navidad, pero la verdadera, la de la primera Navidad, que está detrás del deseo del hombre de ganar premios y recibir herencias o regalos y que es la única que realmente sacia nuestros deseos. Dios, desde antes de la creación del mundo, había pensado ya en nosotros, en perdonar nuestros pecados, en colmarnos de su gracia, en regalarnos a su Hijo de forma totalmente inmerecida y sorprendente. Quizá soñamos durante años en que las cosas cambiaran, en que nuestros sufrimientos tuviesen un sentido, en que alguien nos quisiera de verdad e infinitamente… y nuestros sueños se han cumplido. Nos ha tocado el gran premio.
Dios nos amó cuando éramos sus enemigos, como también dice la carta a Diogneto: “no nos odió ni nos rechazó ni se vengó de nuestras ofensas, sino que nos soportó con magnanimidad y paciencia, apiadándose de nosotros y cargando él mismo con nuestros pecados. Nos dio a su propio Hijo como precio de nuestra redención: entregó al que es santo para redimir a los impíos, al inocente por los malos, al justo por los injustos, al incorruptible por los corruptibles, al inmortal por los mortales”. Y eso es algo mucho más inesperado que un premio de la lotería: “¿Quién de nosotros hubiera esperado jamás tanta generosidad?”.
¿Y cómo podemos anunciar esto los cristianos? Imitando lo que Dios ha hecho con nosotros, como todos los hijos imitan a sus padres. Si Cristo cargó con nuestros pecados, carguemos también nosotros con los de los demás, echándolos sobre nuestras espaldas. No de forma teórica, sino concreta y real: queriendo al marido distante que prefiere estar en el bar a quedarse en casa, escuchando al compañero pesado al que nadie quiere aguantar, no denunciando al que nos roba, bendiciendo al que nos maldice, orando por el que nos persigue. Si Dios nos amó cuando éramos sus enemigos, también nosotros debemos y podemos amar a los que actúan como nuestros enemigos: sin murmurar contra el jefe despótico que no sabe mandar y que nos hace la vida imposible, aceptando sin rencor que el compañero de trabajo caradura se quede con los mejores días de vacaciones y siempre nos deje los peores o saludando con una sonrisa cada mañana al vecino que nos odia injustamente y nos perjudica en todo lo que puede.
La mayor parte de las veces, esas personas no se darán ni cuenta de lo que hacemos. Incluso nos criticarán por ello. Y eso es bueno, porque así lo haremos para la gloria de Dios y no para que nos vean, compartiendo la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Sin embargo, en ocasiones podrán sorprenderse de que alguien les ame cuando se merecen ser odiados, de que una persona les perdone en vez de guardarles rencor por lo que han hecho, de que su compañero de trabajo ponga la otra mejilla en lugar de vengarse, de que su mujer les siga queriendo a pesar de ser unos miserables. Es decir, se sorprenderán de recibir un beneficio inesperado, de que les haya tocado la lotería de Navidad sin haber comprado un número. Y quizá, si Dios se lo concede, podrán creer, porque el deseo que todos tenemos de que nos toque la lotería es, en realidad, un profundo impulso puesto por Dios en nuestros corazones para que le busquemos y un día, boquiabiertos, podamos arrodillarnos ante un sencillo pesebre, junto con pastores, reyes y todos los hombres de la tierra.
17 comentarios
Gracias, Bruno, por mencionarlo en este bellísimo post.
Quizás yo tengo una cualidad de la que tu careces Luis Fernando, empatía, y con esta cualidad puedo comprender a las personas que están a mi alrededor.
Te agradecería que no me insultases lanzándome esos epítetos tan poco ingeniosos, ya que yo no te he insultado, ni a tí ni a Bruno.
La fe es mucho más que creer que Dios existe. Ya lo dice Santiago en su epístola:
... También los demonios lo creen y tiemblan.
"Te recuerdo, por si no lo sabes que los diablos fueron creados por lucifer que a la vez fue creado por dios..."
Que yo sepa, eso no es cierto. Sólo Dios puede crear. Los diablos, incluido Lucifer, fueron creados por Dios como ángeles buenos y decidieron rebelarse, igual que hacemos nosotros al pecar.
Saludos.
"La fe es mucho más que creer que Dios existe... También los demonios lo creen y tiemblan".
Sí, es la fe muerta o sin obras de la que habla Santiago. La fe sin caridad (o sin esperanza) no es verdadera fe, sino sólo una imitación deformada y sin vida.
Feliz Navidad a todos!!
Una Santa Navidad para ti, para tu familia y para todos los que te leemos, creyentes y no creyentes, porque al fin Dios nos ama igual a todos y por todos dio a su hijo.
La Paz del Señor
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