Y luego dicen que no tenemos raíces cristianas
El martes pasado, día tres de agosto, celebramos la memoria de Santa Lidia. No es una santa muy conocida en España, pero debería serlo, porque fue la primicia de la fe en nuestro continente, la primera en convertirse al cristianismo en Europa. Hace la friolera de mil novecientos setenta y pico años. Para que luego vengan los de la Constitución Europea y nos hablen de la Ilustración, que es de antesdeayer.
Era originaria de Tiatira, una ciudad de Asia, pero vivía en Filipos, en Grecia. Era comerciante de púrpura, un tinte sacado de ciertas conchas que se usaba para teñir las ropas más caras, como las de reyes y emperadores romanos. Al escuchar las palabras de un hombre bajito que venía de lejos, llamado Pablo de Tarso, Lidia se encontró con el Rey de Reyes, cuya túnica es roja porque fue teñida con su sangre, mucho más preciosa que la más rica de las púrpuras. Cuenta la Escritura que “el Señor le abrió el corazón” y, así, con el corazón abierto por la gracia de Dios que salió a su encuentro, fue como pudo escuchar la predicación de San Pablo y convertirse. Porque, hoy como entonces, la conversión es una gracia y nadie puede merecerla ni conseguirla por sus propias fuerzas.
Lidia, que era una mujer sensata, al encontrar la fe que vale más que el oro no se la guardó para sí, sino que se la transmitió a toda su familia. Como aún no habían llegado a Europa la Ilustración, el relativismo y la idolatría de la tolerancia como valor supremo, no se le ocurrió a Lidia decir “ya se bautizarán los niños cuando crezcan si quieren”, ni les dijo a sus hermanos “vosotros tenéis vuestra verdad y yo tengo la mía (esta semana)”. Les proclamó lo que había encontrado e hizo que escucharan a San Pablo y San Lucas. Y tuvo la alegría de ver como toda su familia la seguía en la conversión al cristianismo y en el bautismo.
Tuvo, además, esta mujer la virtud, hoy prácticamente olvidada, de la hospitalidad, especialmente para con aquellos que nos han regalado la fe. El Libro de los Hechos cuenta cómo San Pablo y San Lucas terminaron alojándose en su casa, en uno de esos episodios que son tan evidentemente reales que podrían haber sucedido ayer mismo. Lidia ya se había convertido y su familia con ella. Es de suponer que, ante esta primera conversión en Grecia, Pablo y Lucas debían de estar contentísimos y no dejarían de hablarle sobre la bendición que era recibir la fe. Lidia, contenta y agradecida, les ofreció que se hospedasen en su casa. Ellos, educadamente, dijeron que no querían molestar, que no hacía falta, etc. Sin embargo, Lidia, como mujer y, en consecuencia, mucho más hábil en estas cosas, les dijo algo así como: “¿No decís que os alegráis tanto de que haya recibido la fe y sea cristiana como vosotros, vuestra hermana en el Señor? Pues, si es así, venid a alojaros a mi casa”. Y de esa forma, como cuenta San Lucas en el Libro de los Hechos, los obligó a aceptar e ir a alojarse en su casa.
El Señor les dio con esta conversión una alegría a San Pablo y San Lucas y añadió a ella la creación de una comunidad incipiente, que se reunía en casa de Lidia, a medida que otros griegos se iban convirtiendo en Filipos. Así los preparó para lo que iba a llegar: la primera persecución del cristianismo en Europa llegó inmediatamente después de la primera conversión. San Pablo expulsó un demonio de una esclava con la que se encontraron y sus dueños, que la preferían endemoniada porque ganaban dinero exhibiéndola públicamente, los denunciaron y los hicieron azotar y encarcelar.
Es curioso que también esto sucede hoy mismo: cuando la Iglesia intenta liberar al mundo de los demonios que lo aprisionan con las cadenas del aborto, el divorcio, la reducción de la vida al dinero, la desesperanza, las relaciones homosexuales, el egoísmo y muchas otras cosas, la respuesta por parte de muchos es el odio y la persecución. Sin embargo, como en el siglo primero, también hoy sigue habiendo Lidias que, con el corazón abierto, reciben la Palabra de Dios y, con ella, la fe que está en el corazón de Europa.
13 comentarios
Es una de las espadas más famosas de España. El Cid Campeador tenía dos espadas y, como era costumbre en esa época, tenían nombre: la Colada y la Tizona. La Colada se la ganó en combate a Ramón Berenguer, Conde de Barcelona. Una vez que fue empuñada por Martín Antolínez, uno de los caballeros del Cid, cuenta el Cantar del Mío Cid que, al salir de la vaina "Relumbra todo el campo: tanto es limpia y clara".
Yo no elegí la foto, pero creo que es apropiada como símbolo de la Palabra de Dios, que es limpia y clara e ilumina todo cuando se saca en una discusión, siempre que se haga con corazón humilde.
Saludos.
Recuerdo un libro de Giussani, el fundador de Comunión y Liberación, con el título El Milagro de la Hospitalidad.
-Mientras el arbol -de Machado o el otro- acosado no sea desmochado, seguirá como guía conservando sus legítimas raíces. De donde la vida le llega.
Sin embargo, como en el siglo primero, también hoy sigue habiendo Lidias que, con el corazón abierto, reciben la Palabra de Dios y, con ella, la fe que está en el corazón de Europa.
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-Esto es un añadido muy romántico. ¿Donde están esas Lidias que con corazón abierto lidien sin miedo la palabra de Dios?
Lo dicho: Sólo Dios puede hacer lo que el hombre no puede hacer. Y mientras Dios no lo haga: la angustia.
Me alegro de que lo menciones porque, como este tipo de post no suele atraer comentarios, nunca sé si resulta o no interesante para los lectores.
Me animaré a escribir más cosas de santos.
Saludos.
No es un insulto pues hacia los homosexuales, decir que estan aprisionados por el diablo?
En mi pais a eso se le llama homofobia, y hay leyes que penalizan esa actitud.
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