Acabo de asistir a la última rueda de prensa en la Conferencia Episcopal, que podéis seguir todos ya en la web de CEE. La presentación de la Declaración ante la Crisis Moral y Económica. Me ha gustado mucho la intervención de Mons. Martínez Camino y el tema del día, que era la crisis, y que ha tratado Mons. Omella, obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño.
Efectivamente, el principal problema que ha causado la crisis es un problema moral, no solo económico. La codicia está claramente en el origen de una desestructuracion de los sistemas económicos, que se saltaron las pocas reglas.
Como en toda enfermedad, el fallo no ha sido de un órgano solo, sino una verdadera y auténtica metástasis. Han fallado los reguladores, que fomentaron una falsa sensación de seguridad, omitiendo controles a los agentes económicos, y reduciendo cada vez más los tipos de interés, como única medida para frenar una inflación cada vez más irreal (que ahora, por lo menos, se compensaba en una deflación moderada. Síntoma, sí, de que las cosas están mal, pero que al menos reacciona el sistema).
Pero los estados y los reguladores no fueron los únicos culpables: el sector financiero se dedicó a trapicheos tan sucios y amorales como artificiales. Se creyó que con un aviso tan drástico como espectacular, como fue el Caso Enron, moderaría los humos, pero gigantes más grandes han caído, y más gente pagó el pato. Y mientras tanto, las hipotecas en países como EEUU y España por las nubes, y las pymes arruinándose, ya que los mismos que jugaban con fondos les negaban sistemáticamente los créditos.
Son los créditos, estúpido
Precisamente, por ahí van los tiros. Si el primer paso para volver a encadenar el ciclo económico es volver a dar crédito a las empresas, está claro que lo que hay que favorecer son proyectos que puedan generar empleo, que no son los Planes E, sino los de las pymes, que parece que no, pero generan la mayor parte de la riqueza. No estaría de más que existieran entidades de inspiración cristiana que, además de la necesaria labor de impedir que el prójimo se muera de hambre, financien créditos a empresarios que necesitan invertir en sus negocios.
Pero bueno, eso no es más que una iniciativa en el plano económico. En el plano moral, como dice Monseñor Omella, es increíble que en una sociedad con el bienestar que tenemos, y con un sistema de salud universal, haya tan pocos nacimientos. Tampoco hay que ser conejos, pero se puede vivir bien teniendo hijos. La mentalidad imperante es la contraria: hay que gozar de la vida, casarse lo más tarde posible y ser más promiscuo que nadie.
En esas condiciones, no sorprende que se quiera promover el aborto. Sin embargo los cristianos debemos ser una roca inquebrantable, y oponernos a esa mentalidad, tejida por gobiernos populistas que buscan ahondar las brechas que ya sufrimos en nuestro tejido social. Está claro que si los hombres buenos no hacen nada, el mal triunfará, como decía Burke. Hagamos, pues, el ruido necesario. Ni mucho, ni poco. Pero a tiempo y a destiempo.
Porque lo que no puede ser es que hayamos llegado a un punto en el que lo malo es presentado como bueno, y lo bueno es despreciado y rechazado hasta los tuétanos. Con un mundo como este, hay que ser aún más astuto que en cualquier otro siglo, y ponerse en lo peor. Algo que, desgraciadamente, temo que no ande muy lejos.