Las enfermedades de Internet
Acabo de leer un libro. Se titula Con el Señor en la cibercultur@. Su autora es la religiosa Sor Maria Dolores de Miguel Poyard, miembro de la congregación de Jesús María. La editorial es Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 2001.
Desde luego la cultura cibernética ha transformado de raíz nuestro sistema de valores y de relaciones. Como en todo lo que surge con fuerza se detectan luces y sombras. Si la fe cristiana quiere actuar en ella con eficacia, lo primero que tiene que hacer la Iglesia es conocer y amar la cibercultura.
La autora es profesora de Filosofía y Literatura y hace una invitación cálida y lúcida al diálogo verdadero de la fe con la cibercultura de nuestro tiempo. Como en todas las actividades humanas, el rostro del Señor está presente en esta nueva cultura. Se trata de saber encontrarlo más allá de las orejeras meramente formales de la tecnología.
No en vano la comunicación tiene que ser fuente de fraternidad, y la técnica tiene que estar al servicio de los más necesitados. En esta red, el pez grande no puede seguir comiendose al chico. El epílogo del libro es un Salmo desde la red del Señor.
El libro me ha interesado mucho. Me ha llevado a dialogar con el psiquiatra Manuel García López. Hemos sostenido diversas entrevistas sobre las enfermedades que está produciendo la red en los usuarios, en las familias y en la Iglesia. Hemos llegados a tres conclusiones:
1.- La red produce un anonimato peligroso, que utilizado para el bien puede ser un modelo de hacer el bien a muchas personas. Pero usado para el mal el anonimato puede producir graves tragedias, que la policía suele encontrar y llevar ante un tribunal.
2.- La red recrea unas dobles personalidades dignas de pasar a un libro grande. En algunos casos son parecidos al doctor y su segundo personaje, famosos por la literatura y el cine.
El usuario de Internet se ha encontrado con un medio muy potente que ha extraido de su personalidad lo peor de ella. En algunos casos, durante equis horas son personas normales, padres de familia, hijos, jubilados….que son bien mirados en su vecindad, pero cuando se meten en su casa ante la pantalla del ordenador se transmutan en rufianes y corsarios del mar cibernético capaces de abordar los barcos más seguros, saquearlos, robar el botín, y matar “de modo informático” a quien ose hacerle frente.
3.- En la Iglesia se ha llegado a crear unos frentes tan “enfrentados” en la red, que los teólogos nos hablan ya de una teología del enfrentamiento, la mayoría de las veces, sin base intelectual ninguna, sino solamente son producto de personas aficionadas, jubiladas, o en el trastero de la intelectualidad, que si no hubieran encontrado la red, no pasarían de ser elemantales sacristanes de aldea. Ahora, en la red, todos saben teología, moral, Sagrada Escritura…..y lo hacen sentando cátedra, dejando a las personas con las que se enfrentan a la altura de un pepino, porque no saben argumentar, no tienen recursos para el diálogo, y carecen de la más elemental educación.
A todos estos ingredientes debemos añadir la malísima manera de redactar de estos sabiondos de temas eclesiales que producen unos bodrios incapaces de ser tragados, pero que como llevan una buena dosis de “chismografía eclesiástica” resulta que el número de visitas, lecturas y comentarios son millonarios.
Una vez más, determinadas empresas digitales, tienen fletados enormes portaaviones, desde donde despegan aviones anónimos que atacan a cualquier hora, desde su anonimato, a la jerarquia eclesial, a los movimientos cristianos y hasta a los monaguillos más sencillos del pueblo más ignoto.
Está claro que Internet hace muchos bienes dentro de la Iglesia y la sociedad. Y existen muchas personas que dan lo mejor de sus dotes poniendolas al servicio de la comunicación, del diálogo y de la formación. Por lo tanto, Internet debe seguir viviendo y mejorando sus capacidades técnicas. Solamente somos los que navegamos por este inmenso océano los que debemos ponernos libre y personalmente los límites necesarios, que siempre son que donde termina mi libertad, empieza la de mi compañero de navegación. Así de facil y de dificil.
Tomás de la Torre Lendínez
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