Juan Pablo II, a treinta años
Justamente ayer tarde se cumplían treinta años de la elección de aquel Papa, de voz fuerte, de altura humana, de sensatez espiritual, amigo de Dios y amigo del hombre, quien tomó el nombre de Juan Pablo II y dirigió la nave de San Pedro durante más de cinco lustros.
Aquella tarde del 16 de octubre de 1978, ante todo el mundo, en el balcón de la logia, apareció un hombre llegado del Este, que afirmó: “No tengáis miedo. Abrid vuestras puertas a Jesucristo". A partir de ahí comenzó un pontificado marcado por el acercamiento del Papa a todos los seres humanos, realizando más de un centenar de viajes a la mayoría de los países de los cinco continentes.
En la última visita que Juan Pablo II hizo a España en 2003, pude estar en el encuentro de Cuatro Vientos. Fue algo que todos los presentes lo han contado según el Espíritu Santo le ha sugerido. Yo ví a una persona ya en el declive de su vida, pero lleno de la vida de un más allá, sabiendo vivir sus dolores y cruces de acá sin esconderlas a una sociedad que huye y tapa el dolor, porque le recuerda la cercanía de la muerte de cada cual.
Miraba a Juan Pablo II y lo veía en otro día y en diferente lugar. Fue el 5 de noviembre de 1982, en su primera visita a España, cuando en el polígono de Almanjayar, de la capital granadina, estuvimos escuchándole hablar de los educadores a los educadores. De Andrés Manjón, fundador de las escuelas del Ave María, de Pedro Poveda, fundador de la Institución Teresiana, y del padre Gras, fundador de las Hijas de Cristo Rey.
Entonces era un hombre ágil, que habia pasado un año antes por el quirófano para salvarse de la muerte de las balas que le habían disparado en la plaza de San Pedro. Todos los educadores recibimos el aliento de un gran educador y pedagogo de la fe cristiana, quien llegó a decirnos que siempre tuvieramos como único modelo al Divino Maestro Jesús de Nazaret en la misión formadora y educadora.
Cuando han pasado treinta años de su elección como sucesor de San Pedro, es interesante que cada quien recordemos los momentos que este singular Papa nos ha dejado en la propia experiencia espiritual, intelectual, moral y pastoral. Es una forma de desear verlo pronto elevado a los altares, como pedia el pueblo en su entierro: !Santo, súbito¡.
Tomás de la Torre Lendínez
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