Diálogo sobre la memoria histórica
El Papa admira a los arqueólogos cristianos, que estudian los restos de la vida eclesial. Me parece muy interesante este discurso de Benedicto XVI dirigido el pasado sábado a los profesores y alumnos de la Escuela Pontificia de Arqueología. He pasado el día en una biblioteca monástica. Buscaba una obra difícil de encontrar en el mundo editorial. En el silencio oí que hablaban dos personas en un tono poco habitual en una biblioteca. Levanté los ojos uno era el hermano encargado del servicio a los visitantes a aquel templo del saber. El otro era un profesor de una universidad catalana, de origen madrileño, con quien me una vieja amistad.
Me acerco, le saludo, y le invito a dialogar en el pasillo. Le destaco estas palabras pontificias: “El estudio arqueológico se propone hacer conocer los monumentos paleocristianos, en especial de Roma pero también de las otras regiones de la antigüedad cristiana y de sus memorias históricas”.
El profesor Ruiz Soler responde que está de acuerdo con Benedicto XVI, pero que aprecia mucho más las palabras que después dijo a los investigadores de la arqueología cristiana. Insiste en cómo el Papa habla de la arqueología sin alma y la arqueología con alma teológica. Es decir, la ciencia que sabe leer los vestigios puramente históricos y nada más; y la ciencia que sabe tener ver los restos y su mensaje teológico para todos los tiempos.
Este amigo aporta las mismas palabras de Benedicto XVI: “En efecto, como bien sabéis, no es posible una visión completa de la realidad de una comunidad cristiana antigua o reciente que sea, si no tiene en cuenta que la Iglesia se compone de un elemento humano y de un elemento divino. Cristo, su Señor, habita en ella y la ha querido como comunidad de fe, esperanza y de caridad en este mundo como organismo visible, y la mantiene constantemente, por la cual comunica a todos la verdad y la gracia”.
A partir de aquí hemos concluido nuestro diálogo cómo los cristianos y los investigadores de la arqueología cristiana siempre disponen para el estudio de la memoria histórica de la Iglesia primitiva la capacidad de transmitirnos o la existencia de unas piedras, unas ruinas, unos yacimientos, desde donde se lee la vida de la comunidad eclesial de aquellos siglos remotos en toda su riqueza de expresión teológica, moral y comunitaria.
Mi amigo y yo sentimos recelo de los tantos investigadores de la memoria histórica amparados en la ley española de esta índole, aprobada hace unos meses atrás, que buscan y rebuscan datos, científicamente difíciles de comprobar y de un alto coste económico salido de lo bolsillos de todos nosotros, para no llegar a ninguna conclusión. O como mucho para seguir enfrentando a los españoles de un bando y otro de aquella guerra incivil de los años treinta del siglo pasado.
Seguimos creyendo que en vísperas navideñas es mejor zambullirse en el silencio de las obras monacales de una bellísima biblioteca, que perder el tiempo en algo pasajero fruto de la ignorancia histórica.
Tomás de la Torre Lendínez
2 comentarios
Supongo que cuando un historiador se propone investigar sobre una época o sobre unos hechos se debe acercar a su objetivo como el cirujano ante una operación, con el cerebro y no con el corazón, y desde luego sin una tesis preconcebida, de tal forma que pueda acudir a todas las fuentes de conocimiento sin una posición prefijada.
Cuando actualmente en España se habla de recuperar la memoria histórica mucho me temo, que se trata de recuperar la memoria desde el 18 de julio de 1936 hasta la muerte de Franco, visto desde un lado de los contendientes en la guerra (in)civil.
Repito no soy historiador, pero tengo la sensación que ni por el tiempo transcurrido (aún no se han borrado las heridas), ni por la metodología que, parece, se está utilizando los resultados que se vayan a obtener no van a ser los que nos digan la verdad, de los hechos y situaciones que dieron lugar a aquellos trágicos sucesos.
memoria histórica está complicada, y manipulada.
Además, la ideologización tiene un solo color y
una sola dirección.
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