Todos sabemos que gobernar una diócesis no es nada fácil. La historia de la Iglesia Católica está llena de situaciones peculiares, según la geografía, la cultura, el carácter, la economía, la lengua, de los habitantes de esa parcela llamada por el Concilio como Iglesia Particular o Diócesis.
Conocemos que un obispo diocesano sin su clero es un pastor a quien le falta que sus hermanos en el sacerdocio le ayuden a dispensar los misterios del Señor a la comunidad encomendada por el Papa, sucesor de Pedro y Vicario de Cristo.
La propia historia eclesial está plagada de cómo han sido las relaciones de los obispos residenciales con su clero. Ningún obispo se parece al anterior ni al posterior a la hora de gobernar la diócesis que le ha dado el Papa.
El clero nunca es comparable de una a otra diócesis. Sus relaciones con el obispo propio solamente eran conocidas por el estamento clerical y algunos laicos cercanos.
La llegada de Internet ha sido tomada en varias diócesis como un patio de vecindad, donde se han creado unos foros de curas quienes sacan los trapos sucios a relucir ante los lectores de cualquier parte del mundo.
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