San Isidoro, la Iglesia y el poder civil
Hoy, fiesta de San Isidoro de Sevilla, quiero rescatar un artículo escrito hace un par de años, cuando todavía no había iniciado la andadura de este blog. Lo republico con algunas modificaciones.
San Isidoro de Sevilla, doctor de la Iglesia, fue proclamado en 2001 «patrón de Internet» por San Juan Pablo II. El motivo para esta consideración es que este santo obispo español compuso, en el siglo VII, la que podría considerarse como la primera enciclopedia: los XX libros de las Etimologías. En esta ambiciosa obra recogía desde la etimología de las palabras una descripción general del saber de la época en casi todos los ámbitos del conocimiento humano.
Me interesa especialmente resaltar una sentencia de Horacio recogida y aumentada por San Isidoro en el libro IX, en el que trata de las lenguas, pueblos y reinos. La sentencia, muy conocida, es: «Rex eris si recte facias» (serás rey si obras rectamente). San Isidoro agrega una conclusión obvia: «si non facias, non eris» (si no, no lo serás)[1]. Es cierto que este es un principio que San Isidoro recoge de la autoridad clásica, pero será especialmente en el Reino Visigótico, bajo su influencia, en el que esta máxima llegará a una aplicación práctica.
El Reino Hispano de los Visigodos había entrado en una etapa fundamental tras la conversión del rey Recaredo con todos sus súbditos en el III Concilio de Toledo (589), dirigido por San Leandro, hermano de San Isidoro, que también estaría presente. Urgía organizar un reino que pasaba, como toda la Europa occidental, por la crisis ocasionada por la caída del Imperio Romano de Occidente. San Isidoro, sucesor en la sede hispalense de su hermano, llevó adelante esta tarea con diversas iniciativas, que cristalizaron en el IV Concilio de Toledo (633), dirigido por él y en el que se establecen las bases de la monarquía visigótica.
El IV Concilio de Toledo, aplicando los principios de la doctrina isidoriana[2], estableció una monarquía electiva, no heredable, que debía sujetarse al juicio del Concilio (institución eclesiástica con participación civil) en caso de que fueran transgredidos los derechos fundamentales de los ciudadanos o los principios de la fe católica. El concilio tenía así potestad de destituir al Rey[3], situación que se dio de hecho en algunas ocasiones[4].
La herencia europea del sistema isidoriano
Como sabemos, la evolución del Reino Hispano fue truncado por la invasión musulmana, aunque encontró cierta continuidad en el temprano proyecto de Reconquista y en la tradición de gobierno de la monarquía española hasta la llegada de los borbones. Sin embargo, la obra fundamental de San Isidoro había ya entrado en la corriente de difusión cultural de la época, los monasterios. Las Etimologías fueron copiadas y difundidas profusamente, pudiéndose encontrar más de diez mil ejemplares manuscritos en Europa. Se convirtieron en uno de los libros de texto básicos en la educación medieval europea.
Uno de los mayores difusores de la obra de San Isidoro fue Alcuino de York, figura principal de la Escuela Palatina de Aquisgrán, fundada por Carlomagno. Es difícil precisar hasta qué punto influyó el pensamiento isidoriano en la configuración del Imperio Carolingio, pero es difícil no ver una huella profunda en el importante acontecimiento de la Navidad del año 800: la Coronación Imperial a manos del Papa León III.
A pesar de que la pretensión imperial de Carlomagno pudiera estar dirigida hacia el Imperio Romano, que sobrevivía en el oriente bizantino, la configuración que adoptaba este Imperio Occidental era totalmente distinta en cuanto a la relación entre la esfera civil y la eclesiástica. Mientras que el Emperador Bizantino mantenía la posición heredada del antiguo Imperio Romano como soberano absoluto con una potestad regia recibida directamente de Dios, el nuevo sistema imperial occidental establecía un Emperador que recibía la potestad a través de la Iglesia. Esto limitaba el poder imperial de una manera análoga a la limitación que establecía el Concilio hispano al Rey Visigodo. Así, mientras en oriente el Emperador estaba por encima de la Ley y de la Iglesia, en occidente se debía reconocer como hijo de la Iglesia y, de acuerdo con la doctrina isidoriana, estaba sujeto a la ley tanto o más que sus propios súbditos[5].
Desde esta perspectiva es fácil entender por qué en occidente se dio siempre una virulenta oposición al cesaropapismo, mientras que en oriente la injerencia del Emperador en el gobierno de la Iglesia era un hecho pacíficamente aceptado. Asimismo, se entiende que la posterior reforma emprendida por San Gregorio VII se centrara en el derecho del Papa de deponer al Emperador en caso de que éste obrara mal (rex eris si recte facias), y la lucha de los poderes civiles con pretensiones absolutistas de quitarse el yugo de la vigilancia eclesiástica.
La doctrina de San Isidoro y la misión de la Iglesia respecto al poder civil
Desde la mentalidad actual sería fácil descartar inmediatamente como arcaica o atrasada la estructuración antigua de los poderes civil y eclesiástico. De hecho, en los seminarios se suele obviar o explicar con rubor estos periodos de la Iglesia. Evidentemente, estas formas políticas tienen validez, a mi entender, en el contexto en el que fueron planteadas, que es el de la cristiandad. Hoy, por tanto, no serían válidas en su aspecto material. Sin embargo, creo que sería importante preguntarse qué validez podría tener hoy esta concepción del poder civil limitado por la justicia (el rex eris si recte facias), y el papel de la Iglesia respecto de tal limitación.
En primer lugar, habría que considerar que esta estructuración que hemos planteado entró en una crisis creciente a partir del triunfo del nominalismo aplicado a la política. Desde Marsilio de Padua y Ockham, llegando hasta Maquiavelo[6], toda una línea filosófica, que triunfará de forma definitiva en la Reforma Protestante, plantea la reducción de la religión a un ámbito puramente secular, bajo el control del poder civil. El control de la Iglesia por parte de los monarcas absolutos coincidirá generalmente con el avance en el recorte de libertades ciudadanas y la vulneración de los derechos fundamentales. Los ejemplos más claros se dan en el siglo XX con los regímenes ateos, que desprovistos de todo límite moral, han alcanzado las mayores expresiones de brutalidad contra el hombre.
En los estados democráticos actuales la tendencia es semejante. En casi todos se da una tendencia creciente hacia un totalitarismo «democrático», con estados que controlan cada vez más la vida social, imponiendo ideologías que se encaminan progresivamente hacia la «abolición del hombre», en expresión de Lewis. En este proceso, la Iglesia, muchas veces movida por complejos producidos por una historia mal estudiada, parece que piensa que debe moverse en este sistema, sin tratar de oponerse al mismo. Se asumen las formas de pensamiento dictadas por los poderes civiles como normativas, y hasta se pretende a veces reformar el mismo Evangelio para adaptarse a ellas, como en el caso de la aceptación del divorcio.
¿Cuál sería el papel de la Iglesia si aplicáramos hoy el pensamiento isidoriano? Creo que la Iglesia debería situarse decididamente por encima del poder civil, en un justo ejercicio de la potestad espiritual. Si hay que dar «al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios» (Mt 22,21), hay que recordar que lo que es del César también es de Dios. Hoy los pastores muchas veces tratan de «pactar» con los poderes civiles mediante acuerdos y consensos, aspirando a ser tratados como iguales a los políticos y gobernantes. Mientras tanto, se renuncia a la formación de una sociedad cristiana, regida por los principios del Evangelio, porque eso desafía a los políticos de los que queremos recibir favores y prebendas. Yo creo, en cambio, que la Iglesia debería sentirse con la misión de generar una sociedad sana que juzgue y limite eficazmente el poder civil. Una sociedad que, ante la manifiesta perversión de nuestros gobernantes (y de otros que aspiran a serlo), sea capaz de recordarles que sólo gobernarán si hacen lo correcto, y si no, no gobernarán.
Para quien esté interesado en profundizar cómo la doctrina Isidoriana continuó en la tradición hispánica, puede ver esta breve ponencia (20 min) que realicé en el I Congreso Internacional sobre Juan de Mariana en Talavera de la Reina:
[1] SANCTUS ISIDORUS HISPALENSIS, Etymologiarum libri XX, lib. IX, cap. 3 = PL LXXXIV 341.
[2] Además del rex eris si recte facias, San Isidoro escribió sobre los deberes del príncipe en su libro de las Sentencias. Citamos un fragmento: «Dios concedió a los príncipes la soberanía para el gobierno de los pueblos, quiso que ellos estuvieran al frente de quienes comparten su misma suerte de nacer y morir. Por tanto, el principado debe favorecer a los pueblos y no perjudicarles; no oprimirles con tiranía, sino velar por ellos siendo condescendiente, a fin de que este su distintivo del poder sea verdaderamente útil y empleen el don de Dios para proteger a los miembros de Cristo» (SANCTUS ISIDORUS HISPALENSIS, Sententiarum libri III, lib. III, cap. 49 = PL LXXXIII 721; para la traducción Julio CAMPOS RUIZ – Ismael ROCA MELIA [eds.], Santos Padres Españoles, t. II: San Leandro, San Isidoro, San Fructuoso. Reglas monásticas de la España visigoda. Los tres libros de las «Sentencias», Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1971, p. 497). Conviene notar que la idea de la soberanía del Rey no es contradictoria con la tesis clásica del poder delegado del monarca. Al fin y al cabo, los reyes eran nombrados por el concilio, que representaba a la Iglesia y al pueblo.
[3] «Y para los reyes futuros pronunciamos esta sentencia: que si alguno de ellos por soberbia o fausto real, en contra de la reverencia de las leyes, ejerciere en los pueblos un poder muy despótico por maldades o codicia, sea condenado por Cristo Señor nuestro con la sentencia de anatema, y sea separado y juzgado por Dios, por haber tratado de obrar mal, y de convertir el reino en daño suyo» (Francisco Antonio GONZÁLEZ (ed.), Colección de cánones de la Iglesia española, vol II, Madrid: Imprenta de D. Anselmo Santa Coloma y Compañía, 1850, p. 313-314).
[4] Citamos, por ejemplo, el caso de la deposición del rey Wamba. Wamba fue un rey justo al principio, pero en su celo organizador, típico de un rey «ilustrado», por así decirlo, cayó en la usurpación de la potestad sagrada, al inmiscuirse en la disciplina eclesiástica en su reforma militar. Al parecer, como cuenta el P. Llorca, llegó a imponer un obispo paralelo a San Julián, obispo primado de Toledo, lo que sería determinante en la colaboración de la Iglesia en su deposición. Wamba, que habría caído así en una forma de tiranía, fue narcotizado por Ervigio y, al parecer con la colaboración de San Julián, fue tonsurado. Al despertar Wamba, viéndose así y dado que, como mandaba el Concilio, un religioso tonsurado no podía asumir el reinado, se retiró a un monasterio, quedando Ervigio como su sucesor (Cf. Bernardino LLORCA, Historia de la Iglesia Católica, vol. I: Edad Antigua. La Iglesia en el mundo grecorromano, Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 2001, pp. 682-686).
[5] Dos textos isidorianos: «Es justo que el príncipe obedezca a sus leyes. En efecto, entonces estime que todos han de cumplir su justicia cuando él por su parte les tiene respeto. Los príncipes están obligados a sus leyes, y no pueden derogar en su favor los preceptos que establecen para los súbditos, ya que la autoridad de su palabra es justa si rehúsan les sea concedido cuanto prohíben a los pueblos»; «El rey virtuoso más fácilmente se aparta del delito para dirigirse a la justicia que abandona la justicia para entregarse al delito, a fin de que se conozca que lo segundo es una desgracia fortuita; lo primero constituye su ideal. En su propósito debe estar no apartarse nunca de la verdad. Y si por azar le aconteciere tener un tropiezo, que se levante en seguida» (SANCTUS ISIDORUS HISPALENSIS, Sententiarum libri III, lib. III, cap. 49 y 51 = PL LXXXIII 721 y 723; para la traducción CAMPOS RUIZ –ROCA MELIA [eds.], Santos Padres Españoles, t. II…, pp. 497 y 499).
[6] Compárense algunos de los textos isidorianos citados previamente con éste de Maquiavelo: «No es preciso que un príncipe posea todas las virtudes citadas, pero es indispensable que aparente poseerlas. Y hasta me atreveré a decir esto: que el tenerlas y practicarlas siempre es perjudicial, y el aparentar tenerlas, útil. Está bien mostrarse piadoso, fiel, humano, recto y religioso, y asimismo serlo efectivamente; pero se debe estar dispuesto a irse al otro extremo si ello fuera necesario. Y ha de tenerse presente que un príncipe, y sobre todo un príncipe nuevo, no puede observar todas las cosas gracias a las cuales los hombres son considerados buenos, porque, a menudo, para conservarse en el poder, se ve arrastrado a obrar contra la fe, la caridad, la humanidad y la religión. Es preciso, pues, que tenga una inteligencia capaz de adaptarse a todas las circunstancias, y que, como he dicho antes, no se aparte del bien mientras pueda, pero que, en caso de necesidad, no titubee en entrar en el mal» (Nicolás MAQUIAVELO, El príncipe, cap. 18).
13 comentarios
Usted tiene toda la razón sobre lo que hacen y sobre lo que en cambio deberían hacer las autoridades de la Iglesia. Pero como bien señala el P. Trevijano en su último artículo de opinión, la masonería todavía ejerce el poder efectivo sobre nuestra sociedades. Sí, la misma masonería que sacrificó al presidente del Ecuador Gabriel García Moreno en el XIX, ganó la IIGM en el XX y acaba de atacar a la desangrada Siria con misiles por medio de sus gobiernos más funcionales, EEUU, GB y Francia, hace pocos días.
Para enfrentarla se necesita vocación martirial, la cual escasea. Estamos lejos de que nuestros obispos acepten pasar a pertenecer a una Iglesia Clandestina como en China. Lejísimo. Antes bien, nuestra jerarquía está muy dispuesta a reirle las gracias a los poderosos, aunque ello implique traicionar a Cristo y traicionar a los fieles perseverantes.
Por suerte, esa es una condición que ya no se da.
La libertad religiosa, que es consecuencia directa del libre albedrío que Dios nos ha regalado, hace que la decisión de profesar esta o aquella religión sea una decisión absolutamente particular. Tan particular que el propio Dios nos ha dado la libertad de negarle, y tal y como hizo con Pedro su Hijo, perdonar después a quienes se lo piden de corazón.
Por eso la Iglesia que debe ser fiel reflejo de la esencia de Dios y que debe aspirar a la santidad, es decir a comportarse lo más parecido posible a Dios, debe levantar la voz cuando considere que debe ser escuchada (especialmente cuando se maltrata a los más necesitados, a los más pobres, a los más débiles); pero no puede ni debe exigir u obligar al poder civil a que siga los criterios que los cristianos nos obligamos a seguir a nosotros mismos.
Porque eso sería un pecado muy grave de orgullo o de soberbia ¿Quién es la Iglesia para restringir la libertad más que el propio Dios?
La inquisición es un mal recuerdo del pasado.
Gracias a Dios
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FJD: No voy a contestarle si no se ha leído el artículo, como parece.
Saludos cordiales.
Ya dijo Santo Tomás de Aquino en su obra política De regno que "el gobierno de los principes (hoy diríamos de los políticos) debe estar sometido al de los sacerdotes". En una sociedad cristiana coherente y moralmente sana el poder eclesiástico debiera controlar férreamente al poder civil. La abdicación por parte del Papa y los Obispos de este control religioso y moral de la política, a cambio de estar tranquilos y caer bien a los poderes civiles, es una de las causas principales del moderno desmadre político que estamos padeciendo.
Pero para restablecer tan sano y sabio principio político isidoriano tendrá que acontecer la batalla del Armagedón en la que Cristo guerrero arrojará al lago de fuego que arde con azufre al Anticristo y al Falso Profeta y a todos sus secuaces ateos, laicistas y progremodernistas.
Deseo vivamente que cuanto antes venga ya el Armagedón, pues la malicia humana está llegando a extremos que claman al cielo. Entonces tendremos una nueva política como Dios manda y volverá a regir en política el principio isidoriano. !Dichosos aquellos que sobrevivan al Armagedón y sean ciudadanos de la santa ciudad de Dios¡
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FJD: No hay medias verdades. Los principios, que es de lo que se ha hablado, eran los que eran. Que la práctica a veces no era lo que debía ser se vio en el 711.
Ahora, "el Rey jamás era criticado por un Concilio". El concilio no estaba para criticar al Rey, sino para deponerlo o secundar su deposición en casos graves. Y lo hizo en varias ocasiones. La Iglesia no tiene la misión de criticar el poder civil, sino de nutrirlo de principios y limitarlo efectivamente en caso de exceso.
Y lo de la formación del clero contrasta mucho con la cantidad inmensa de disposiciones en torno a la erección de instituciones de formación destinadas al clero. Que los nobles católicos participaran y favorecieran a la Iglesia no es cesaropapismo.
Así que menos chuflas con el campesino que sabe latín.
Un saludo en la Fe
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FJD: No solo eso, sino que en esa época el latín era la lengua común, es decir, que la hablaba todo el mundo. No he querido recordárselo por no dejarle tan mal.
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"No es preciso que un príncipe posea todas las virtudes citadas, pero es indispensable que aparente poseerlas. Y hasta me atreveré a decir esto: que el tenerlas y practicarlas siempre es perjudicial, y el aparentar tenerlas, útil. "
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Aquí tenéis a las "derechas", especialistas en aparentar virtud, y a las "izquierdas", enemigas de la hipocresía y que por lo tanto, practican el mal sin sonrojarse. ¡Ellos son "auténticos"! (sabandijas).
También sirve para entender la impronta luciferiana del engendro iluminista-liberal-democrático que los ha criado. Tomemos las dos ideas claves de este engendro, a saber la "libertad" y la "sumisión a la voluntad popular" que tanto proclaman.
La libertad, de la que ha tomado su nombre el liberalismo, no es una libertad genuina sino la "libertad negativa" que tan bien explica David Alonso Gracián en su blog. En la práctica, ¡es esclavitud!. Destruir las familias y el tejido social, para conseguir grandes y dóciles rebaños humanos manejados con criterios veterinarios, que sean capaces de lograr obras faraónicas que la humanidad no ha visto, está lejísimo se ser libertad, es en cambio una repetición de la esclavitud que imperaba en el antiguo Egipto.
En cuanto a la sumisión a la voluntad popular ("el gobierno del pueblo y para el pueblo", etc.), es otro timo de dimensiones "maquiavélicas". Estamos en el Reino de las Logias y sus sucursales, los partidos políticos. España es un ejemplo: jamás se ha torcido tanto y tan rápido la esencia del español como cuando irrumpió la democracia.
Me tiene confundido. Cuál es según su criterio la forma óptima de gobierno?
Tras leerle a menudo se advierte una crítica contra todo sistema. Cuál propone Vd?
¿Que te parece si te lees la última nota de opinión del P. Trevijano, ¿sí?
FJD: Si publico un comentario tan ridículo como el que ha enviado, el nivel del blog caería más de lo que estoy dispuesto a permitir. Lo siento mucho. Puede llamarme inquisidor si quiere.
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