Hacia un concepto de inculturación (II)
Para continuar el tema que comenzábamos en la publicación anterior, quiero centrarme ahora en la idea de inculturación, que es omnipresente en cualquier acercamiento al estudio de la misión en los últimos cincuenta años. Los comentaristas que han participado en el capítulo anterior se han referido más a los aspectos históricos concretos del proceso evangelizador y civilizador de América que al concepto de inculturación. Pienso que es necesario acercarnos a este concepto para poder hablar un lenguaje común.
Juan Esquerda Bifet define la inculturación de manera genérica como «la inserción del evangelio en las culturas»[1]. Sostiene que
La inculturación es un proceso lento y permanente, para poder llegar, con los contenidos de la fe, al corazón de un pueblo, que ha expresado su idiosincrasia por medio de una cultura Hay un dar y recibir, en cuanto que el mensaje evangélico recibe la ayuda de otras expresiones, para ser comprendido y vivido más adecuadamente en un ambiente concreto socio-cultural.[2]
El término inculturación aparece en el año 1959[3], y pronto será asumido por el Magisterio. Sin entrar en muchas profundidades, he aquí un breve recorrido del mismo.
En el Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia del Concilio Vaticano II, Ad Gentes, todavía no aparece el término, pero sí se apunta el contenido que se desarrollará después. Ad Gentes parte del hecho de la Encarnación, que hace que la cultura religiosa anterior a Jesucristo se vea como preparatio evangelii. De esta manera, todo lo bueno que se encuentra en las culturas de los pueblos no es eliminado con el anuncio de Jesucristo, sino que es «purificado, elevado y consumado para gloria de Dios, confusión del demonio y felicidad del hombre»[4]. Por lo tanto, la cultura receptora del Evangelio tiene que aportar de lo propio para estructurar la vivencia que va a tener la Iglesia en esa cultura particular. Sin embargo, la Iglesia joven debe también estar abierta para recibir los elementos tradicionales de la Iglesia universal para asociarlos a su propia cultura[5].
El beato Pablo VI, en la Exortación Apostólica Evangelii Nuntiandi, trata también el tema de la evangelización y la cultura. Sin utilizar aún el término inculturación, señala algunas coordenadas que se harán más o menos determinantes a la hora de tratar el asunto:
El Evangelio y, por consiguiente, la evangelización no se identifican ciertamente con la cultura y son independientes con respecto a todas las culturas. Sin embargo, el reino que anuncia el Evangelio es vivido por hombres profundamente vinculados a una cultura, y la construcción del reino no puede por menos de tomar los elementos de la cultura y de las culturas humanas. Independientes con respecto a las culturas, Evangelio y evangelización no son necesariamente incompatibles con ellas, sino capaces de impregnarlas a todas sin someterse a ninguna.[6]
San Juan Pablo II presenta ya una definición de la inculturación en su Encíclica Slavorum Apostoli, mientas presenta la figura de los dos grandes evangelizadores de los pueblos eslavos. En la obra de la evangelización de los santos Cirilo y Metodio, «está contenido, al mismo tiempo, un modelo de lo que hoy lleva el nombre de “inculturación” —encarnación del evangelio en las culturas autóctonas— y, a la vez, la introducción de éstas en la vida de la Iglesia»[7]. Utilizando la analogía de la Encarnación, señala claramente que tal acontecimiento supuso que estos santos tuvieran «un mérito particular en la formación y desarrollo de aquella misma cultura, o mejor, de muchas culturas»[8]. Hay aquí ya una intuición de algo que desarrollaremos más adelante, en otro capítulo de esta serie, para poner en crisis una determinada concepción de inculturación.
En la Encíclica Redemptoris Missio, san Juan Pablo II desarrolla con mucha más amplitud estas ideas. Aquí no se trata de señalar un hecho pasado, como la evangelización de los eslavos, sino de afrontar una tarea presente y futura, lo que hace que se plantee la cuestión en un tono mucho más problemático. Dice que la inculturación es «un proceso profundo y global que abarca tanto el mensaje cristiano, como la reflexión y la praxis de la Iglesia. Pero es también un proceso difícil, porque no debe comprometer en ningún modo las características y la integridad de la fe cristiana»[9]. Señala la necesidad de un equilibrio, porque «existe el riesgo de pasar acríticamente de una especie de alienación de la cultura a una supervaloración de la misma, que es un producto del hombre, en consecuencia, marcada por el pecado»[10].
Pero esta cuestión asume un grado mayor de dificultad cuando se considera no ya la misión Ad gentes entre increyentes, sino lo que el mismo san Juan Pablo II ha llamado «Nueva Evangelización». Por ejemplo, dice que la tarea de la inculturación «constituye el corazón, el medio y el objetivo de la Nueva Evangelización»[11]. La Nueva Evangelización se dirige a las naciones que, siendo culturalmente cristianas, han perdido la transmisión de la fe, muchas veces generando así una cultura hostil a los principios del Evangelio. No se trata, por tanto, de elementos extraños al mismo, sino muchas veces elementos radicalmente opuestos.
En este contexto, la IV Asamblea del CELAM, desarrolla la siguiente descripción de inculturación, referida al contexto de Nueva Evangelización:
La inculturación del Evangelio es un proceso que supone reconocimiento de los valores evangélicos que se han mantenido más o menos puros en la actual cultura; y el reconocimiento de nuevos valores que coinciden con el mensaje de Cristo. Mediante la inculturación se busca que la sociedad descubra el carácter cristiano de estos valores, los aprecie y los mantenga como tales. Además, intenta la incorporación de valores evangélicos que están ausentes de la cultura, o porque se han oscurecido o porque han llegado a desaparecer.[12]
Por último, el proceso de la inculturación supone un cierto juicio sobre las culturas. Dicho juicio compete generalmente al mismo Magisterio, que tiene que valorar qué expresiones culturales no entran en contradicción con el mensaje del Evangelio, y de qué manera tienen que ser purificadas, elevadas y consumadas para formar parte de la vivencia cristiana de los recién evangelizados. Por eso va a dirigir una palabra destinada a cada una de las dimensiones de la existencia humana en las que es necesario hacer este proceso de juicio y de purificación. Así encontraremos advertencias respecto a la familia[13], respecto al sacerdocio[14], a la catequesis[15], a la liturgia[16], etc.
Propuesta para el debate
Alguno de los comentaristas se acercó bastante al concepto que hemos expuesto de inculturación, presentado por el Magisterio de la Iglesia. Quisiera que ahora profundizáramos algo más en ello, especialmente en esta relación entre Evangelio y cultura.
Presento algunas sugerencias para las contribuciones:
- Partiendo de la frase citada del Beato Pablo VI: «el Evangelio y, por consiguiente, la evangelización no se identifican ciertamente con la cultura y son independientes con respecto a todas las culturas»; ¿qué dificultades pueden surgir de esta señalada independencia entre Evangelio y cultura?
- Por ponerlo más claro, ¿puede concebirse algo como el Evangelio puro, sin ningún tipo de vinculación cultural, que pueda ser implantado como un núcleo adaptable a las culturas existentes?
- Y, ya para señalar más claramente por dónde quiero dirigir la reflexión: ¿qué autor cristiano, no necesariamente católico, de hace algo más de un siglo, sugirió esta necesidad concebir un Evangelio separado de una cultura determinada?
Y copio aquí las indicaciones dadas para los comentarios en el capítulo anterior:
- Un comentario por participante.
- Breve. Creo que es fácil distinguir en estos casos lo mucho de lo poco.
- El debate no es entre comentaristas. Yo puedo dar alguna respuesta concreta, pero en este tipo de publicaciones no se trata de crear un cruce de comentarios.
[1] Juan ESQUERDA BIFET, Misionología. Evangelizar en un mundo global, Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 2008, p. 148.
[2] Ibíd., p. 149.
[3] Cf. Íbid., p. 149, nt. 62.
[4] CONCILIO VATINCANO II, Decreto Ad gentes, 9.
[5] Cf. Ibíd., 19.
[6] PABLO VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, 20.
[7] JUAN PABLO II, Carta Encíclica Slavorum Apostoli, 21.
[8] Ibíd., 21.
[9] JUAN PABLO II, Carta Encíclica Redemptoris Missio, 52.
[10] Ibíd., 52.
[11] «Ricordare la nativa indole missionaria della Chiesa significa testimoniare essenzialmente che il compito dell’inculturazione, come integrale diffusione del Vangelo e sua conseguente traduzione in pensiero e vita, continua ancor oggi e costituisce il cuore, il mezzo e lo scopo della “Nuova Evangelizzazione"» (JUAN PABLO II, Discurso al consejo internacional para la Catequesis, 26 de septiembre de 1992).
[12] CELAM, Documento de Santo Domingo, 1992.
[13] Cf. JUAN PABLO II, Carta Encíclica Familiaris consortio, n. 10.
[14] Cf. ÍD., Exhortación Apostólica Pastores dabo vobis, n. 55.
[15] Cf. ÍD., Exhortación Apostólica Catechesi tradendae, n. 53.
[16] Cf. CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Instrucción Varietates Legitimae, passim.
11 comentarios
Paréceme que un Evangelio separado de la cultura elegida providencialmente por Dios para expresar racionalmente sus verdades reveladas, es harto problemático. Dios elige, eligió una forma de preambular la fe, que es el pensamiento grecolatino.
Pregunto: ¿no habrá que huir de toda desnaturalización de la providencia, es decir, no sería bueno, en este contexto de la evangelización, aceptar las elecciones de Dios? ¿Cómo vamos a despreciar el pensamiento y el lenguaje occidental (grecolatino en concreto) si ha sido elegido por Dios como sistema para pensar su Revelación y EDUCAR culturas? (Y digo educar, que es moldear a partir de lo dado)
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FJD: El tema del encuentro providencial del Evangelio con las culturas es, sin duda, uno de los temas más importantes a desarrollar. Y en la concepción de inculturación que considero criticable (que es, a mi entender, la más extendida), una de las claves será, precisamente, el desprecio del pensamiento y el lenguaje occidental. Sin duda las dos preguntas que planteas deben ser contestadas.
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FJD: La inculturación está definida en los documentos magisteriales. Pero esa definición debe desarrollarse en la teología, y en la teología tal desarrollo ha tenido diversas tendencias. De hecho, hoy se impone una manera concreta de entender la inculturación, que es lo que tratamos de cuestionar aquí. Ahora, me hago cargo de su preocupación, y en publicaciones sucesivas trataré de explicar claramente qué es lo que pienso que se debe someter a crítica, que no es, precisamente, el Magisterio.
Esta cultura, en la que Jesús se acunó, ciertamente es un vehículo imprescindible, una vía obligada por la que transitar para adentrarse en el misterio de la fe, con toda su fuerza.
Imagino un símil con el traductor de una lengua cualquiera que, para lograr fidelidad en el resultado debe aprender los modismos de esa lengua que es imposible conocer sin adentrarse en esa cultura, porque una traducción literal forzaría la expresión hasta hacerla irreconocible y vacío.
Imagino también una poesía que en cierto idioma es tan bella y suena tan dulce que no puede lograrse otra semejante, en otro idioma, por más que se escojan minuciosamente las palabras.
Otra cuestión, de tipo histórico, que me ronda es la de las llamadas bases grecolatinas de nuestra fe. Si no me equivoco, y a pesar del influjo innegable del helenismo, la evangelización de Europa iniciada por San Pablo supuso la entrada de una fe "ajena" de claro carácter oriental. Y, aunque San Pablo se hacía a todos y a todo, con aquel fracasado discurso en el areópago de Atenas, no rebajó el mensaje de la Buena Nueva. Más fácil le habría sido eludir la resurrección de Cristo, por ejemplo, para "inculturar" una fe de tradición y ceremonias semitas en la mentalidad europea. Pero no lo hizo.
Por eso, cuando se critica que se pretenda "imponer" una "tradición y ritos europeos" en América, recelo y me pregunto si tienen en cuenta quienes así hablan que es el propio Cristo el autor del mensaje y de los sacramentos.
Bendiciones.
Ahora, me parece que la manera adecuada como debe darse el proceso de inculturación está muy bien explicado en el Catecismo:
"la Iglesia [...] avanza junto con toda la humanidad y experimenta la misma suerte terrena del mundo, y existe como fermento y alma de la sociedad humana, que debe ser renovada en Cristo y transformada en familia de Dios" (GS 40, 2). El esfuerzo misionero exige entonces [...]un proceso de inculturación para así encarnar el Evangelio en las culturas de los pueblos (cf RM 52-54) [...]aprendiendo a conocer mejor "cuanto [...] de verdad y de gracia se encontraba ya entre las naciones, como por una casi secreta presencia de Dios" (AG 9). Si ellos anuncian la Buena Nueva a los que la desconocen, es para consolidar, completar y elevar la verdad y el bien que Dios ha repartido entre los hombres y los pueblos, y para purificarlos del error y del mal "para gloria de Dios, confusión del diablo y felicidad del hombre" (AG 9).
"Guardémonos bien de concebir la Iglesia universal como la suma o por decirlo así, la federación de iglesias particulares. En el pensamiento del Señor es la Iglesia, universal por vocación y por misión, la que, echando sus raíces en la variedad de terrenos culturales, sociales, humanos, toma en cada parte del mundo aspectos, expresiones externas diversas" (EN 62). La rica variedad de disciplinas eclesiásticas, de ritos litúrgicos, de patrimonios teológicos y espirituales propios de las Iglesias locales "con un mismo objetivo muestra muy claramente la catolicidad de la Iglesia indivisa" (LG 23).
En fin, no somos protestantes para pensar "aut-aut", sino católicos que incorporamos todo en el "et-et", como ya lo observamos al inicio, que la Iglesia no quedo encerrada en el pensamiento hebreo, sino que se abrió sin problemas al pensamiento grecolatino y sacó lo mejor de éste. Como decía san Justino: "todo lo bello que ha sido expresado por cualquier persona, nos pertenece a nosotros, los cristianos". O para un ejemplo más actual, cito una carta del beato Paolo Manna:
Lettera memoriale del Beato p. Paolo Manna a Celso Costantini, Anno 1929: “I popoli orientali hanno un antichissimo patrimonio di storia e di civiltà che merita rispetto e che non può essere ignorato e trascurato, o fatto dimenticare dalla propaganda religiosa di pochi missionari forestieri, che lo tengono in poco conto perché non Io conoscono. Confucio e Budda possono dare alla filosofìa cristiana tanto e più che non le abbiano dato Platone ed Aristotele. Non si servirebbero meglio gli interessi della fede, presentandola rivestita di quelle forme di vita, di pensiero, di lingua, dì arte proprie dei popoli che vogliamo conquistare? Non sarebbe questo sistema oltre che l'unico logico e naturale, anche il più giusto e il più accetto alle opolazioni?”
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FJD: Precisamente aparecen ahí algunos de los problemas que conlleva el concepto de inculturación. Uno es, como se ha comentado, la necesidad de considerar las elecciones históricas de la providencia divina. Es decir, Dios ha dispuesto que ya en la época de la revelación bíblica el Evangelio se sirviera de la razón griega para su expresión. Hay que afinar mucho un concepto de cultura (cosa que excede nuestra reflexión), para poder acotar bien la tarea de la inculturación. Y mi sospecha es que en la presentación que hace el catecismo, por ejemplo, falta algo. Y en ese algo que falta es donde se meten algunas cuestiones muy discutibles. Una cuestión sería, por el ejemplo que has citado, si la fe cristiana se puede expresar en categorías budistas o confucianistas. Sobre esto habrá opiniones, que ahora todavía no vamos a exponer (por favor, no sacar este tema aún).
- no se reúnen en torno a la mesa, sino en torno al fuego... "¿sirve como símbolo del Espíritu Santo?" "Mmm... aún no hemos llegado a pensar en eso, llevamos solo 25 años"
- no entienden "el grano de trigo", pero entienden "el Buen Pastor". Mi párroco andaluz en Madrid dijo ese domingo: "yo fui pastor de ovejas, qué bien entiendo esto"...
- no mencionan el pecado "para no atraerlo"; no silban para no atraer espíritus; no alaban a los bebés para que no enfermen...
Pero ya ni los mediterráneos somos como nuestros abuelos. Mis abuelos y padres sabían que "siembras y, meses o años después, tras una espera, cosechas" (virtudes, familia, bendiciones).
Pero nosotros somos de la inmediatez: no queremos esperar, lo queremos ya, "seguro que está en Internet en algún sitio y me lo puedo descargar". Todas las metáforas agrícolas o pastoriles, familiares, nos resultan cada vez más lejanas.
No se nos puede pedir que para "entender" a Dios nos convirtamos en un pueblo seminómada como Abraham, pero tampoco que nos convirtamos en monje escolásticos aristotélico-tomistas. Nuestra conversión debe ser a Cristo, no al nomadismo o al tomismo.
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FJD: Me parece un comentario muy interesante. No estoy de acuerdo con la mayoría de las cosas, y eso es lo interesante, porque creo que muchos tampoco estarán de acuerdo. Y sin embargo, aparecen algunos temas que hay que tratar, y se tratarán, como la evolución de las culturas o los elementos que podrían considerarse irrenunciables al cristianismo, aunque hayan sido fruto de una evolución histórica y cultural.
Por ejemplo, uno se preguntaría: aunque la cultura europea es cristiana, ¿es nuestra cultura actual cristiana? Por ende, ¿es europea? ¿Los cambios culturales son normativos e irrenunciables o se pueden rechazar o incluso intentar revertir? Creo que de lo que diremos a continuación en esta serie (aunque habrá algún post intercalado que no tenga que ver con el tema) va a suscitar a la par más interrogantes y algunas claves de solución.
Y el resto se aprende. Yo no he sido pastor de ovejas, y creo haber visto alguna muy cada tanto. Pero se aprende, se lee, se vive, como nos enseñan en la escuela. Porque las realidades invisibles pocas veces entran al alma sin las visibles.
Me parece que este sea el significado de la expresión de Papa Paulo VI: «el Evangelio y, por consiguiente, la evangelización no se identifican ciertamente con la cultura y son independientes con respecto a todas las culturas».
Estoy de acuerdo con él en cuanto al Evangelio y también en el aspecto de evangelizar, entendido como la transmisión del mensaje de Jesús, sin interpretaciones ni agregados. Sin embargo, si ponemos atención a quiénes realizamos la evangelización, nos conviene recordar que, después de que Jesús regresó al seno del Padre, la evangelización ha estado a cargo de nosotros, pobres mortales. Lo que se corrobora a lo largo de la historia, con la cantidad de errores que se han cometido para evangelizar, por ejemplo en la conquista de los países latinoamericanos, especialmente mi país, México.
Me interesa el tema de la inculturación (término que, si no estoy equivocada, fue acuñado apenas pocos años antes del Concilio Vaticano II) porque indica una estrategia de evangelización concreta: "conocer la cultura del otro, apreciarla y en el respeto más grande, llevar el mensaje salvado de Jesucristo a la comunidad, para que reciba, lo acoja sin temor ni predisposición y aprenda a hacer vida las palabras de Jesús en el ambiente de su comunidad". Parto del hecho de que el otro, es otro yo, con la misma dignidad de hijo de Dios, que yo, y por tanto, con el mismo derecho de conocer su Palabra y de vivir la libertad de ser todos hijos suyos.
En México tenemos un modelo de inculturación extraordinario: María, la Madre de Jesús y Madre nuestra, se presentó a Juan Diego con tes y facciones de nuestro pueblo indígena, portando en su traje símbolos muy importantes de la "mexicanidad" de entonces, que resultaron atrayentes y muy convincentes para los indígenas. Así, la Morenita del Tepeyac, hizo que nuestro pueblo recuperar su dignidad y se sintiera amado por "la Señora, Madre del Dios, por quien se vive. Necesitamos estudiar a profundidad la ternura de María y su tacto, para presentarse como Madre de Dios a nuestra gente y comprender el papel tan importante que tuvo san Juan Diego en el admirable proceso de evangelización en nuestras tierras mexicanas. Para mí, María y Juan Diego son un claro ejemplo del "Donde dos o más están unidos en mi nombre, yo estoy en medio de ellos". me atrevería a decir que se trata de una muestra clara de evangelización: Jesús se manifiesta a los hombres a través de la acción evangelizadora, humano-divina, (Juan Diego y la virgen María). ¡Cuánto nos hace falta estudiarla en profundidad!
La inculturación me resulta fascinante porque en vez de ser un tema agotado, es siempre una novedad que necesitamos comprender más profundamente, para lograr que el Evangelio resulte atractivo a todos, independientemente de la cultura o las culturas a las que pertenezcan o con las que se sientan identificados.
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