12.11.19

De cuando rezo el rosario (VI) La hora de la siesta

«No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí” Juan 14, 1

A veces, me sorprende la hora del rosario siendo que no he terminado mis deberes o apenas los voy terminando por lo que, la primera reacción es no rezarlo hasta que termine o no hacerlo del todo; sin embargo, gracias al Espíritu Santo (estoy convencida que es su impulso y no el mío), rapidamente termino o dejo de hacer para rezarlo.

Cuando me llega la hora tan a la carrera, a veces, me resulta violento tranquilizarme para rezarlo bien; sin embargo, muchas otras sucede que –casi de inmediato- con solo fijar mi atención en María, el Espíritu Santo me coloca en el “modo madre e hija”.

Es cuando me digo que, realmente, es grandioso el amor de Dios Padre por nosotros. La manera tan elegante, firme, viril y también sutil con que nos arrebata del diario trajín para que nos encontremos es como la de un enamorado que un día cualquiera se llega ante su amada con un ramo de sus flores preferidas.

Uno podría pensar que llegar a la hora al rosario es cosa nuestra pero no, es cosa del Espíritu de Dios que nos conduce hasta María, ramillete en mano, con deseos de conversar de tanta cosa que nos ocupa el alma. Sí, rezar el rosario es también cuidar del alma, tan excepcional, bella y grande como la hizo Dios.

Pues, les decía que la hora del rosario, a veces, me toma por sorpresa que siempre termina en un momento de gracia el que, por cierto, mucho me recuerda la hora de la siesta.

Saben? Si ha existido un lugar seguro, fácil y rápido para mi para saberme amada ha sido echada junto a la abuela a la hora de la siesta.

A veces, me llamaba o yo me iba; según fuera, igual era el momento de echarnos en brazos, una de la otra.  

De pequeña, ya que trabajaba, las siestas del fin de semana de mamá eran intocables; sin embargo, cuando abuela se fue y mamá dejó de trabajar retomó conmigo la dicha de tan bella costumbre que de niña tenía con su madre: hacer juntas la siesta. 

Supongo que conmigo la costumbre morirá pero no así el recuerdo que ahora me sirve para comparar el bien que hace al alma dejarse llevar por el Espíritu de Dios hasta María a la hora del rosario; un bien que no se queda en nosotros sino que es administrado por la Madre a favor de quien más lo necesita. 

Mucha confusión, mentira y muerte ha existido siempre, mucha las hay en nuestros días pero, desde hace ya tiempo dijo Jesús: «No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí [ ] Ya conocen el camino del lugar adonde voy: Yo soy el Camino [ ] Soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí”

No existe lugar más seguro, rápido y fácil para llegar a Jesús que con María a la hora de la siesta; que es como decir, a la hora del rosario.

9.11.19

De cuando rezo el rosario (V) Cara de cireneo...

Ayer,  antes de rezar el rosario recibí por whatsapp una tarjetita preciosa invitándome a una jornada de oración por una exitosa joven que está con leucemia.

Aunque no lo crean, sentí envidia; la sentí por unos segundos y, de seguido, pasé a sentirme profundamente avergonzada porque no fue por la enfermedad sino por la atención que recibía la joven de familiares, amigos y conocidos.  

El ego se me partió en dos. Tremendo, fue como que le pasaran cuchillo de arriba abajo.

No quise darle ni un minuto de mi tiempo por lo que me senté en mi sillita a rezar y, de paso, pedir perdón a Dios por los miserables pensamientos de que soy capaz.  

“La conmiseración –pensé- es una tremenda desgracia. Hay que huir de ella de inmediato".

He venido pensando que esto de verse sumamente saludable pero estar hecha un alfiletero por dentro no ayuda para nada a edificar el ego; al contrario, es fuente permanente de humillación.

Viene a ser como la que sufrió el cireneo cuando fue elegido de entre la multitud para cargar la cruz.

Puedo imaginar al hombre pensado: - “Caray! Por qué yo? Solo iba pasando por aquí y, ni siquiera conozco a este hombre! Por qué me ponen a cargar con culpas que no me corresponden?. A mí, con lo que me ha costado construir una reputación! Yo, compartir la vergüenza y el dolor de un sentenciado a muerte? Qué clase de legado dejaré a mis hijos? Cómo me recordarán mis amigos y conocidos? Pues, nada, me recordarán como el que cargó la cruz de un condenado! Eso es todo. Ese seré yo cuando muera”.

Y, no es cuento que así fue, al día de hoy casi nadie recuerda cómo se llamaba el hombre (se llamaba Simón) solo recordamos que era de Cirene y que fue arrebatado fuera de la multitud para cargar la cruz.

Pues, si, al igual que el cireneo yo solo pasaba por aquí muy segura de que, ante Dios, cumplía con mi deber pero no, resulta que, sin preguntar siquiera, me ponen a los hombros esta cruz que no solo pesa y duele sino que muchas veces me hace tropezar, caer rostro en tierra gimiendo de dolor y, encima, debo hacerlo sin una multitud que atestiguará el hecho sino en silencio y sola. Humillada, adolorida y sola.

Sí, ayer, por ser viernes, cargaba yo con los pesados misteriosos dolorosos de esta manera; sin darme cuenta qué gran cosa para mí ha sido que me vieran cara de cireneo.  

Simón, tras poco de haber andado con Jesús, ha de haber obtenido la certeza de que no podría existir mejor momento y lugar para estar presente.  

1.11.19

De cuando rezo el rosario (IV) Tanta cosa nueva...

De cuando rezo el rosario voy notando, no solo que cada vez tengo mayor sed de rezarlo sino de rezarlo bien; para empezar, sin quedarme dormida al segundo misterio, cosa que me ha venido pasando durante los primeros dos años de mi consagración a María. Por eso lo estoy rezando más temprano, un par de horas antes de caer la tarde. Antes de caer rendida por el ajetreo. 
No quedarnos dormidos es un pequeño ejemplo del cambio que Nuestra Señora nos alcanza con la gracia de Dios.
Algunos cambios llegan a ser perceptibles a largo plazo y otros, casi de inmediato, como la necesidad imperiosa de rezarlo y, además, de hacerlo como un servicio a las almas que están al cuidado de María quien las ama mucho más y mejor que yo.
El caso es que, termina uno amando a esas almas, doliéndose (con dolor de muerte), alegrándose y consolándose por lo que son, llegan, pueden o se niegan llegar a ser.  
Es como si, por ese rato en el que rezas, el corazón no te perteneciera, como si los sentimientos y pensamientos que produce, te los estuvieran prestando; lo notas porque son intensos, verdaderos, profundos; como que brotan de una fuente inagotable, que se  prolonga, alcanzando más allá del tiempo, a todas las almas y, además, se queda contigo en la medida en que cabe en tu corazón. 
Supongo que son como los sentimientos y pensamientos que llega a tener un servidor que comprende que el sentido de su existencia, su vocación, es colaborar en lo poco para que los deseos y necesidades de su rey, su reinado, sea haga realidad y perdure para el bienestar de todos. Los sentimientos y pensamientos de un servidor que ama y confía en su rey.
De meditar en estas cosas es que, a la vez, vengo a darme cuenta que, como consecuencia de rezar el rosario y de pedir al Señor humildad y docilidad como las suyas, observo que, al final de cuentas, lo que pido es semejarme a María y lo va logrando porque, apenas sin notarlo, me veo diciendo mi propio Fiat a diario, en cualquier lugar, por cualquier motivo, todo lo que sucede se transforma en el momento de la Anunciación. 

Sí, sí, si… una y otra vez a lo largo del día:-  “Sí!. Hágase tu voluntad! Hágase la tuya y no la mía!”
Tal como María en la Anunciación.
Un “Si” con tal poder que, al ser dicho, cambia a quien lo dice y afecta a por quien se ofrece.
Un “Sí” que, por haber sido dicho por la Llena de Gracia, contiene el poder que reinicia la Historia de Salvación. 

Como les digo, de cuando rezo el rosario, vengo a notar tanta cosa nueva en mí…  

—————————–

Como hoy es la Fiesta de Todos los Santos aprovecho para decir que no temamos ser santos ya que el mérito nunca será nuestro sino de la gracia de Dios. Y mucho menos hemos de temer siendo que nos ponen la santidad en bandeja de plata con tanto sufrimiento al que nos venimos enfrentando con total y absoluta impotencia.

Deo omnis gloria!

21.10.19

Whatsapp, mi párroco y yo (III)

Nueva entrega de un mensaje que le he dejado hace unos minutos a mi querido párroco por quien no dejo de dar gracias a Dios y no sacaré nunca de mis intenciones del rosario. 
Dios lo guarde porque, desde mi forma de ver la situación de mi país, es un sacerdote de quien se puede uno fiar lo quiere guiar al cielo. 
 
“Hola
 
Meditando en su homilía recordé que mamá, el domingo antes del jueves que murió, sin razón alguna, pidió permiso al padre para decir unas palabras al finalizar la misa. Liliam Marín la escuchó y fue la primera que, al enterarse de la súbita muerte de mamá, llegó a mi casa diciendo que ella se había despedido ese domingo. 
 
Qué fue lo que dijo? No hizo otra cosa sino dar gracias a Dios por haberla traido a vivir a este lugar donde encontró a tanta gente tan buena, asidua a la oración y fáciles a la caridad. 
Mamá era un católico comprometido, de esos como doña Ana. 
 
De mamá fue que aprendí a ver en los vecinos la gracia que Dios les regala y que, pese a sus defectos y carencias, los hace ser personas de oración y fáciles a la caridad. 

Por ejemplo, uno no los ve yendo a orar al templo a esas sesiones de oración largas y algo bulliciosas pero los ve reunirse en los velorios, en las misas de requiem, en las novenas y aniversarios. 

Hay que ver el montón de señoras, señores y algunos jóvenes que se reunen a rezar por los difuntos y el seguimiento que dan a los enfermitos y luego a los deudos. No se si los ha visto salir en carrera a ayudar cuando alguno sufre alguna tragedia. Se pasan yendo a sus casas, pendientes de cualquier cosa que necesiten. 
 
Yo no lo vivo en carne propia porque a mi nadie me invita a nada ni me comunican rezos ni velorios ni nada, me tiene al margen pero ya lo acepté;  pero igual me entero de todo lo que hacen por los demás y de cuánto rezan u oran. 

Uno se da cuenta que oran mucho cuando habla con cada uno sobre ese tema. Yo lo hago porque es algo que de lo que me gusta hablar ya que soy un poco rara. 
 
Si, padre, es como se lo digo. 
 
También es como le digo que tengo 40 años de escuchar a los párrocos quejarse de nuestra forma de ser y a muy pocos o ninguno, hacer como mamá, es decir, reconocer la gracia que nos regala Dios pese a nuestros defectos y carencias, solo porque nos ama y nos ve ávidos de amar al prójimo. . 
 
Mucha gente muy santa tiene usted en su parroquia, padre. 
Demos gracias a Dios".
 
 
 

21.08.19

Allá en el fondo del sufrimiento... ¿es o no es, así?

Hablando por correo con un apreciado sacerdote, le he hecho la siguiente pregunta:  

“Fíjese, padre, una cosa que pensé el otro día. Pensé que, me parece, que allá -en el fondo del sufrimiento- donde uno, finalmente sufre, y sufre, y sufre sin ver que nada ni nadie puede ayudar o rescatarle; allí donde uno -aparentemente solo- no tiene otra opción que dar gracias a Dios, rendido, alabarle y glorificarle continuamente y con todas las fuerzas que le quedan. Allí, en ese lugar vacío, donde parece que no hay nada más que tu alma. Allí, uno, como que escucha el mandato de ser feliz. Y sale de ahí, siéndolo y ya parece que nunca se le quita. Es o no es así?”

La verdad, le hice la pregunta más que por la respuesta para darle aviso de que voy por buen camino y alegrarle. Saben? A ese sacerdote, pienso, le debe dar mucha felicidad escuchar estas cosas. Digo, les debe dar alegría saber que hay almas que siguen a Dios, lo aman, adoran y glorifican en todo momento. Cierto? Es que, para qué más se haría uno sacerdote y perseveraría en el servicio de Dios?

Eso, pienso, viene a ser como un toque de gloria del tipo que habla Bruno Moreno en su último post y del que le compartí como comentario cuando le conté que en mi parroquia sucede lo mismo pero, además, cosas como la que observé apenas hace unos días cuando la viejecita más vieja, gran servidora que ha adornado el presbiterio desde hace 20 años y  llevado la Santa Comunión a los enfermos durante 40,  ha empezado a comulgar de rodillas.

No realmente extrañada (en ella era algo de esperar) sino por mera curiosidad, este domingo le pregunté: “¡Diay, Doña Ana! ¿Qué fue eso? ¡Usted comulgado de rodillas! ¿Qué se le metió?” 

Lo pregunté de ese modo porque somos amigas y porque muchas veces hemos conversado sobre la necesidad de hacerlo aunque ella nunca quiso profundizar debido a que respeta mucho lo que ordenan los sacerdotes y como ellos nunca ordenan, piden o sugieren comulgar de esa forma, ella, poco o nada habla de cosas que, aparentemente, suenan a desobediencia o rebeldía.

El caso es que me respondió: “Mire, lo hago como acción de gracias por tantos años que el Señor me ha permitido servirle en los enfermos. Como acción de gracias. Solo por eso y no para que me vean” (Se ve que ha luchado con este asunto).

“¡Acción de gracias!” Haría falta alguna otra cosa para tirarse al suelo aun teniendo las coyunturas oxidadas, los huesos viejos y cansados? Nada. Nada más hace falta más que un corazón agradecido que alegre, reboza de gozo y paz. 

Tal como a Doña Ana, a muchos les toma años decidirse pero a la “santita", como con cariño le decía mamá hablando de ella entre nosotras, al fin le llegó el momento.  

Este fue mi toque de gloria que en el fondo, allá muy en el fondo del sufrimiento que sufro, lo escucho como aquél mandato de ser feliz. 

Sí, esos pequeños toques de gloria, me mandan ser feliz.

¿Es o no es, así?