Hallar gracia en una antena de telefonía celular
No solo mi vida está actualmente llena de obstáculos y vericuetos sino también la vida de la Iglesia; por momentos, duda uno si es que las circunstancias lo que pretenden es obligarnos a movernos de lo que aparenta ser una cómoda posición o, por el contrario, probar la firmeza de nuestras convicciones.
El que, por ejemplo, hayan colocado dos esperpénticas antenas para telefonía celular, una al Este y otra al Oeste de mi casa, justo en la posición por donde en verano sale y se oculta el sol, me ha servido para reflexionar sobre el tema.
Por un lado, uno podría dejar fluir libremente la indignación por ver arruinado el paisaje maravilloso del que por medio siglo ha disfrutado o, podría –quizá- moverse tan solo unos cuantos pasos para continuar gozándose en el Sol.
Con la primera opción podría quizá uno resignarse a que se le “atraviesen” antenas en su vida; con la segunda, pues nada, que resulta una opción insegura, riesgosa y, hasta en algunos casos, imposible.
Este asunto de las antenas, de cierto modo sintetiza lo que, en general, podría estarse presentando en nuestra vida y en la vida de la Iglesia que evita que nos gocemos en las promesas del Señor lanzadas desde antiguo con la idea de que nos permitieran vivir en Gracia y Libertad.
El caso es que, me pregunto, existe algo que podamos hacer para cambiar el hecho de la existencia de la antena? Pues no. Nada podemos. Y, debido a que nada podemos, es que la existencia de la dichosa antena adquiere sentido.
Lo tiene en cuanto a que me obliga convivir con ella y, en ese acto, decir a todos Quién es Cristo para una vecina cualquiera que convive con una antena aborrecible.
San Pablo convivió, por gracia, con la espina en su carne, yo, convivo con mi antena.
Tú, quizá, podrías estar conviviendo con una enfermedad o, tal vez, con un enfermo en casa.
Tú, por otro lado, podrías haber recibido la noticia de un embarazo inesperado o, quizá riesgoso para tu salud o la de tu hijo; en cambio, tú, podrías estar padeciendo el escándalo de un sacerdote amigo encontrado en un acto homosexual o el dolor de la aparición de un pederasta en tu movimiento.
Tú, más allá, podrías estar agobiado por la conducta de tu obispo y, tú, sufriendo por lo desconcertante que es tu párroco.
Algún otro podría estar sufriendo lo innombrable debido a que, por todo lo anterior, el celo por la casa del Señor lo consume.
Y así con todos. Cualquiera podría tener cualquier cosa que ha sido permitida por el Señor quien, sin duda, tiene más de una buena razón para haberla puesto ahí.
Así es como he hallado gracia en mi antena de telefonía celular.