El paisaje que a diario ven mis ojos
Una cosa es cierta: este paisaje en el que, por más de cuarenta años he habitado por gracia de Dios, favorece para tener una mirada atenta que me permite estar dispuesta a los cambios, así sean drásticos o sutiles, tal como los que el paisaje presenta a lo largo del día.
La forma en que los sentidos se amoldan durante el invierno, por ejemplo, al frío y oscuridad de la mañana, al resplandor del sol y el bochorno del mediodía, a la luz tenue que sigue al aguacero de la tarde y de nuevo al frío y oscuridad de la noche, constituye un verdadero ejercicio para los sentidos y, podría asegurar que también para las emociones ya que, no es lo mismo la tensión que provoca al ánimo la baja temperatura que la relajación que suscita una temperatura cálida acompañada de suave brisa.
Pensando en este tipo de cosas es que he llegado a pensar que, probablemente, por esa razón me he llegado a familiarizar con mi propio paisaje, sus habitantes y sus cambios; porque –sin duda- cada alma es un paisaje habitado que cuenta una historia.
Como las historias que de sus caminatas cuenta Paco mediante fotografías que comparte con sus contactos en Facebook; de hecho, he conocido lugares maravillosos de España gracias a sus caminatas.
Y es que Paco, no solo nos da a conocer el paisaje sino un poco de sí mismo cuando elige uno u otro sendero; a la manera en que nos vamos descubriendo al elegir este o aquél camino solo para descubrir que nuestra alma está habitada no solo por diferentes especies de mariposas y pajaritos, bestias y todo tipo de alimañas con las que convivimos sin apenas darnos cuenta, sino por amigos y enemigos, seres queridos, parientes y todos aquellos con los que nos encontramos.
El alma pose una historia pintada con recuerdos, como el recuerdo de aquél arroyo en el que tanto te divertiste con tus hermanos, el de un grave disgusto, de una gran alegría, de un enorme esfuerzo, de una profunda amargura o desoladora tristeza.
Sí, yo digo que nuestra alma es un vivido paisaje que no puede ser cambiado pero que puede ser corregido tal como quien corrige una pintura al óleo o como quien con sierra en mano corta un árbol peligroso o con el machete retira unas ramas que le impiden el paso o, simplemente, como quien coloca ungüento y una bendita para que, mientras aprendes arrepentimiento, mientras aprendes humildad, mientras aprendes a comprender y recibir la Misericordia de Dios, tu alma vaya sanando; así que, para cuando tiras de la bendita, ¡puf!, tal como si fuera magia, la piel queda sana, sano queda el paisaje de tu alma tal como fue originalmente pensado.
Todo por obra de la gracia de Dios.
En fin, lo que digo es que el paisaje que a diario ven mis ojos ha ejercitado la mirada que la conciencia echa sobre mi historia guiada por la gracia de Dios.
Mirada que les deseo a todos ya que, no debe haber cosa más tremenda que darse cuenta un día de la existencia del alma pero que, además, la misma se presente amenazadora, oscura y tenebrosa, algo así como aquella cueva habitada por dragones y orcos, por la que debieron transitar los hobbits en su camino a Mordor.