¿Será que la Verdad es el camino al cielo?
El pecado es un fardo que nos arrastra al fondo.
Pasan y pasan años sin que tengamos la voluntad de atender a la Palabra de Dios que nos libera.
Preferimos cargar ese dichoso fardo aunque implique vernos morir de a poco como sus esclavos.
El pecado es fundamentalmente mentiras que se acumulan.
Mentiras sobre la realidad, sobre Dios, sobre los demás pero básicamente sobre uno mismo.
Por eso Jesús dice a los judíos que son hijos del padre de la mentira.
Y les dice también que la verdad libera.
Y qué sucede con esos judíos? Sucede muy diferente de, por ejemplo, Santiago y Juan.
Diferentísimo.
Santiago y Juan, por fidelidad y amor, se ven liberados de la mentira que, por ejemplo, los hizo envanecerse cuando pidieron al Señor ser colocados uno a la izquierda y otro a la derecha del trono de su gloria.
Liberados Santiago y Juan, fueron también liberados el resto de los apóstoles sin cuya fidelidad y amor nunca habríamos sido evangelizados.
Uno se pregunta por qué se tarda tanto en reconocer la verdad que libera?
Se tarda debido a que, voluntariamente, nos atamos al pecado de la Soberbia, jardín predilecto del demonio, enemigo de Dios.
Enemigo que nos promete vida que no es otra cosa que muerte.
Muertos nos quiere en esta y para la otra vida. Muerto tal como el mismo está y permanecerá por toda la eternidad.
Nos quiere muertos.
Saruman, en el Señor de los Anillos, representa muy bien al demonio. Se hace pasar por mago blanco pero en lo escondido, destruye la creación para obtener esa infame y retorcida creación suya que son los orcos, los que -por estar más muertos que vivos- poco le importa que maten y mueran luchando por la causa del Mal. Por eso la creación entera se vuelca en su contra y perecen ahogados en el caos informe de las aguas primigenias. Es su destino.
El nuestro, en cambio, es la libertad gloriosa de los hijos de Dios la cual nos obtiene la gracia cuando nos mueve a soltar los pesados fardos de las mentiras a las que nos aferramos.
Ser liberados duele y duele debido a que en nosotros, lo que hay de puro y santo, es propiamente de Dios aunque sea verdaderamente nuestro por haberlo elegido.
Duele ser conformado a Cristo.
Duele que la Creación entera lo sea.
Duele ser purificados.
Muchísimo, duele.
Pero duele más verse muerto en vida y para siempre.
Duele tanto que muchos prefieren quitarse la vida.
Pienso que es una gracia enorme desear ser liberados del fardo que constituye cada mentira pequeña o grande a la que nos sujetamos.
Verse desprovisto de lo único que nos pertenece es una gracia infinita y otra gracia enorme verse confirmado por la paz que se instala en el corazón.
Será que, la Verdad, es el camino al cielo?
Debe serlo porque es igualitico al de la Verdad misma que terminó crucificada.