Conviviendo con mi pata chueca
“Me uno a todos los santos del cielo, a todas las almas justas de la tierra, a todos los fieles que rezan el rosario en la presente hora. Me uno a ti, Jesús mío, para alabar dignamente a tu madre; a ella en Ti y a Ti por ella”
No es poco lo que invoca esta oración.
Sentada en mi sillita con ambas piernas en alto para descansar, diariamente la digo con tanto gusto como preparación para rezar el rosario. .
Saben? Es que, esta pata mía me duele hace muchísimos años y, aunque el descanso nocturno y el medicamento me alivian, sin embargo, para la hora en que me siento a rezar ya me está doliendo mucho de nuevo y, aunque fuera poco el dolor, también, para esa hora empiezo sentirme muy sola ya que sola vivo.
Como, de seguro, al dolor de la soledad y de la pata, le tengo que sumar el dolor moral por lo propio y ajeno que haya traído el día así como el cansancio en general, pues, que no existe nada mejor que unirme gustosa a los santos del cielo, muchos de ellos, mártires, ¡mártires!, no como yo que solo me duele el alma y un poco la pata.
Unirme también a las almas justas de la tierra y a los fieles que rezan el rosario a esa hora…
Unirme en Jesús a María y a la multitud que hace lo mismo que yo para que todo lo nuestro sea administrado por Ella para mayor gloria de Dios.
¡Qué tremenda unión! ¡Qué tremenda obra de la gracia!
¡Tan grande es estar unidos al sufrimiento redentor de Cristo!
Como les digo, muy bien resulta que se me haya dado ese dolor; me queda perfecto, como guante, como anillo al dedo, tal como si –de antemano- el Señor hubiera sabido (porque no lo sabía) lo que haría yo con ese dolor.
Y cuanta falta hace, ¡cielos!, ¡cuán necesaria es esta unión! ¡Cuán necesaria es siempre!
Para mí, que sufro, es necesaria porque da sentido al sufrimiento; es también necesaria para quien, además del propio dolor, sufre por el dolor ajeno pero, sobre todo, para quien no sabe qué hacer con el propio sufrimiento, tal como cuando lo padece por haber sido abandonado, traicionado, tratado injustamente y, para peores males, cuando no acepta que sufre, que necesita de Dios y de cuanta ayuda que María y muchas almas generosas en el cielo y en la tierra le quieran regalar.
En fin, ya ustedes saben cuánto dolor y sufrimiento existe y saben también lo que se puede hacer: convivir con la pata chueca que cada uno pudiera tener.