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22.02.11

13.02.11

5.02.11

23.01.11

Un sábado de verano que valió por dos

Les decía que por un rato voy a comentar sobre temas sin importancia y, porque lo prometido es deuda, por eso me ven hoy aquí.

Para empezar, pueden creerme que a las 8pm de la noche del viernes caí en la cuenta que esperaba invitados para almorzar el sábado? No me lo creen? Pues créanmelo.

No sucedió como antes cuando me preocupa más por cumplir con mis ideas preconcebidas sobre lo que es ser un buen anfitrión y consistía en que me ponía histérica si no podía cumplir con mis propios estándares. Esta vez no fue así, no me sofoqué; me acosté tranquila el viernes y desperté tranquila el sábado. Salté temprano de la cama y me puse a trabajar por lo que, para cuando llegó el mediodía tenía la casa preparada y la comida lista. Fue maravilloso porque de verdad lo disfruté.

Claro, hubo un momento en que me ataranté ya que cuando estaba en medio de marinar los vegetales y preparar el desayuno de mi padre pasó de todo: me buscó la madre de mis ahijados, vino uno de los peones a cobrar su salario, me llamaron por teléfono, me buscó mi padre para algo, el perro no se qué y otra cosa no se cuánto. La cosa es que tuve que, antes de meter la pata, serenarme y reemprender la tarea y al final todo salió bien. La comida quedó riquísima, llegaron mis invitados y tanto ellos como yo terminamos de comer muy contentos. Partieron tres horas después ya que uno de ellos salía para El Salvador y debía tomar su vuelo.

Tres cosas, aparte de la carrera en la que me puso mi olvido de esta cita, me quedarán en la memoria de este día:

Una es lo bien que la pasé con mis amigos de Escuela de Comunidad en este almuerzo y con Charlie Fernández el responsable regional (creo que así se le dice a su función).

Otra es que pude conseguir por medio de facebook a una persona que me ayudará a denunciar ante el Ministerio de Trabajo a un patrón que no le pagó esta semana el salario a uno de sus trabajadores porque éste estuvo internado en el hospital. El enfermo resulta ser un peón de lechería que tiene cáncer y del cual dos de sus hijos son mis ahijados y cuya esposa fue quien me interrumpió la marinada de los vegetales para informarme que no tenían nada para comer. Qué bueno que lo hizo porque le he dicho que cuando eso suceda me venga a buscar para ayudarle.

La última cosa que recordaré será a mi padre al final del día diciéndome: - “Esta casa está muy fea y desordenada”. Pues claro que lo está, está fea y desordenada porque en cada habitación que utiliza (que ya son varias y recientemente tomó el ante-comedor para utilizarlo como sala de trabajo), va acumulando periódicos, sus escritos, libros, máquinas de escribir, cajas (guarda cajas, jeje), medicamentos, cobijitas con las que se cubre cuando tiene frío, mesitas, servilletas (le encantan las servilletas y las va dejando por todas partes), bastones, cables, sillas… Y lo grave del asunto es que no se pueden ordenar estos sitios porque no le gusta que le toquen las cosas. En qué quedamos, eh?

En fin, que a mi anciano padre lo recordaré también por lo que me ha hecho reír este día.

Cuando nos sobrecoge el esplendor de un amanecer o la belleza del sol al apagarse damos gracias a Dios por ese regalo pero nunca o rara vez caemos en la cuenta que cada acontecimiento posee, quizá oculta, si, pero no otra sino la misma sobrecogedora belleza.

Este, con todo lo que trajo a mi vida, fue un sábado de verano que valió por dos. Dos sábados de verano en uno, cómo no voy a estar agradecida?

Nota: la fotografía es mía, la tomé durante un amanecer el año pasado.

19.01.11

Es otro quien los puede contentar

Hablando sobre cuánta agua ha corrido bajo el puente, ayer me dieron la referencia a un documento en el que encontré los siguientes párrafos que llamaron profundamente mi atención:

El dirigirse a los otros libremente, el compartir un poco de sus vidas y el poner en común un poco de la nuestra, nos hace descubrir una cosa sublime y misteriosa.

Es el descubrimiento del hecho que precisamente porque les amamos, no somos nosotros quienes los contentaremos; y que ni la más perfecta sociedad, ni el organismo legalmente más firme y avisado, ni la riqueza más grande, ni la salud de hierro, ni la belleza más pura, ni la civilización más educada los podrá jamás contentar.

Es otro quien los puede contentar”.



La primera experiencia de algo similar la tuve cuando me ofrecí como voluntaria dentro de un proyecto del Cuerpo de Paz orientado a la atención de niños de escasos recursos en edad preescolar en el cual las mujeres fuimos entrenadas durante un año por una voluntaria de ese organismo para ser niñeras y tutoras de las criaturas de las demás mujeres de la comunidad.

La hija de mi madre, aquellas mujeres y sus hijos “pusimos en común nuestras vidas” y, ciertamente, ese fue el primer paso hacia el descubrimiento de “una cosa sublime y misteriosa…”

Recuerdo que las cuatro voluntarias asistimos al entrenamiento de los jueves por la tarde con una contentera que yo nunca había experimentado en mi misma ni en otras personas, pero recuerdo también la amargura de una madre que en la primera reunión luchó como una fiera por un puesto de liderazgo con la finalidad, más tarde lo supe, de conseguir una posición dentro de la comunidad.

Nadie allí nunca estuvo verdaderamente contento si no llegaba al grupo mediante un acto de “libre puesta en común de su vida”. Y, cosa curiosa que recuerdo ahora, siempre nos fue fácil a las voluntarias -porque llegamos a comentarlo- detectar quien estaba verdaderamente contento; yo siempre lo estuve y así, contenta, transcurrieron dos años en lo que constituyó mi primera experiencia de donación libre y desinteresada.

Muchas veces me han preguntado sobre cuál fue el momento determinante en mi camino de conversión y siempre respondí que fue el día en que elegí servirle a aquellos niños y a sus madres.

Tal respuesta me dejó siempre satisfecha, sin embargo, no es hasta hoy que comprendo qué era lo que me hacía estar contenta y era el que mi naturaleza me impulsaba a configurarme a Cristo y que al donarme líbremente –aún no vislumbrando claramente lo que encontraría al final del camino- llegué años más tarde a encontrarme con El.

Ese es el poder de la caridad, hoy lo he comprendido.

Hoy he comprendido que fue el Señor quien, valiéndose de mi naturaleza que le anhelaba, me estuvo seduciendo por largo tiempo con la finalidad de llegar a contentarme plenamente y que -de hecho- lo logró.


Una cosa más: hoy también comprendí que nada de lo que haga o diga podrá nunca contentar a nadie y eso, aunque parezca sin importancia, me ofrece una tremenda tranquilidad.