"Hablemos de rosquetes"
A mi amada y adorable familia, dada por Dios.
En esta época del año, quienes hemos tenido el don de una familia, nos hace bien evocar recuerdos que le confirme al alma que Dios no nos ha dejado ni dejará de su mano: confirmar al alma en la Esperanza.
En mi familia, por ejemplo, de siempre disfrutamos recordar nuestras cosas graciosas, las que no llevan cuentan del tiempo que nos han hecho reír.
Creo que se lo debemos a papá quien era hábil con las palabras y tenía un sentido del humor inteligente y delicado.
A mi hermano, por ejemplo, le decíamos “Don Camiseto”, por lo distinguido que se veía con esa vestimenta y, conocido además, como el calzador de la “Tosa Tusa” (la “otra pantufla”, como el propio niño de muy pequeño la llamaba y por la que lloraba al no encontrarla)
Mi hermanita menor, muy dueña de ella misma desde siempre, no dejaba que nadie le ayudara en nada, ni siquiera a ponerle nombre al jabón para bañarse, al que llamó “piticón". No hubo forma de hacerle cambiar de parecer.
Por ejemplo, a mamá le decíamos “Tita Tirita”, por llamarla de forma divertida con sus nietos. El abuelo era “Tura Turuta”, cara de mondongo, también.
El sobrino mayor, Daniel, que en dulzura compite con Juancito, cuando ya era tiempo de dormir le decía a su mamita que le insistía en seguir jugando: “Mejor mañana, mamita, porque estoy un poquito mucho cansadito”
Por otro lado, el benjamín, el mentado Juancito, tuvo su propio diccionario del que sacó los nombres de las cosas, algunas son: pamparalalala (por lámpara), mi subichi, tu subichi, su subichi (por Mitsubishi) y además “pi pio auch”, su peluche preferido.
El hermano mayor de Juan, llamado Víctor, Victorino, Victorio, Victorioso, Victoriano, conocido también como “Manuelo”, por Víctor Manuel, resultó el más hábil de los sobrinos con las palabras.
Cuando, con ganas de socializar buscaba a la abuelita, se sentaba en el sofá invitándola a conversar: “Venga, Tita. Vine a estar con usted. Hablemos”, le decía. “De qué quieres hablar?”, preguntaba curiosa la abuela. “Hablemos de rosquetes”, le respondía ceremoniosamente el pequeño Vic.
Así se les iba tiempo, hablando y disfrutando de las palabras que, muchas veces, según el amor con que se digan, parecen mimos.
La familia mía, aun cuando papá y mamá ya no están, seguimos siendo de ese modo y, aunque resulte singular, trasladamos ese cariñoso trato a las personas en otros ámbitos, incluso, al ámbito de la oración y, más por Navidad, cuando –por gracia- todo se reviste de familia.
Ya que la Liturgia de Adviento y Navidad nos enriquecen con altísimos y dichosos pensamientos, ya que tenemos puesto el portal así como multitud de signos que evocan nuestro parentesco con el Niño Dios, celebremos la familia con la mirada fija en la suya para que, cuando el Niño Jesús nos invite, nos sentemos a hablar con el de rosquetes.
El buen Dios nos conserve en su Gracia. Amen
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Muy a propósito subí esta imagen del Niño porque cuando lo miro, quien pide hablar de rosquetes, soy yo.
4 comentarios
Dijo San Basilio: " Oye cristiano, los zapatos que no te pones son del que va descalzo, los vestidos de tu armario que hace años no te pones son del que va desnudo, eres un verdadero ladrón"
San Basilio nos deja una enseñanza profunda y contundente: lo que acumulamos en exceso y no necesitamos pertenece, en justicia, a quienes carecen de ello. Este principio, aunque originalmente aplicado a ropa y bienes materiales, también encuentra una resonancia inquietante en nuestros cuerpos y estilos de vida actuales. En un mundo donde millones mueren de hambre y luchan por un plato de comida, resulta alarmante ver cómo muchos acumulan grasa visceral y "lorzas" debido a excesos culpables en la alimentación, el sedentarismo y el derroche.
La grasa excesiva no es sólo un problema de salud; es, simbólicamente, un reflejo de una injusticia global. Esa energía sobrante, convertida en kilos de más, representa los alimentos que pudieron haber alimentado a otros, los recursos que pudimos haber compartido. Por supuesto, esto excluye a quienes, por enfermedades o razones médicas, enfrentan problemas de peso sin culpa. Pero para quienes podemos controlar nuestra ingesta y elección, la acumulación innecesaria nos llama a reflexionar sobre el uso responsable de los bienes del mundo.
El exceso personal siempre tiene un costo colectivo. Que nuestras mesas no engorden solo nuestros cuerpos, sino nuestras almas en solidaridad con quienes apenas sobreviven.
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