La Gracia nos hace dichosos
Nunca hemos sido gente de fiar. Unos más, otros menos, pero pocos –poquísimos- se han librado de infidelidad.
Gran consuelo es conocer la gran paciencia que ha tenido Dios con el Pueblo de Israel. La ha tenido nada más porque, siendo Dios, no pierde la Esperanza; pero, hasta eso, a nosotros debe darnos ambas para que, por lo menos un poquito, nuestra flaca voluntad pueda colaborar con él.
Me figuro que en tiempo de la Anunciación y, desde hacía mucho, había quedado lo que ahora solemos llamar “un resto fiel”. Santa María, familia y amigos, han de haber sido de los pocos, poquísimos, que –con Esperanza- se conservaron, no sin suma dificultad, en fidelidad a Dios.
No tener internet ni tanta facilidad para estarse enterando de la abundancia de infidelidad que los circundaba, fue una bendición; al menos, una circunstancia favorable al don de Dios.
Podían seguir siendo fieles rodeados de familia, amigos y otros seres queridos, y a la vez, mantenerse al margen –en lo que se podía- de cuanta violencia en contra de su fe podría haber existido. Y, sin embargo, la suya fue una circunstancia siempre hostil a los asuntos de Dios. Ya hemos conocido un poco de eso. Nada que envidiarnos.
Medito en todo esto, y -aunque lo hago bastante superficialmente- debido a que, en lo que va de la presente década, vengo necesitando con mayor frecuencia sólidas referencias que me auxilien a pisar fuerte y seguro.
Primero que todo, una vida en estado de gracia, es lo único que es de mayor firmeza. Ella no falla, pero nosotros lo hacemos, por eso, cuando sucede, conviene un buen examen de conciencia y un buen confesor.
También, oración, lecturas sanas y obras de misericordia o, quizá tan solo, apoyarse en el deber cumplido, así sea el de estar enfermo o, tal vez, nada más alejado de aquello por lo que sentimos afecto.
Un alma que busca amar a Dios cada día más, como bien pudieron haber sido Joaquín y Santa Ana e Isabel y Zacarías; un alma bien fundamentada en la gracia de ese deseo, es regalada con lo necesario, así sea que se encuentre de ermitaño o en un claustro o en cama.
Así que, no vale echar la culpa a nadie de lo que sucede. Es válido tratar de explicárselo a uno mismo pero no de hacer juicios y culpar. Así pueda estarse cayendo el mundo, desmoronándose la Iglesia, desaparecidas casi todas las referencias sólidas, un alma que desea amar a Dios, no flaqueará, aunque sufra, aunque le duela, aunque padezca, y aunque esté sola o parezca estarlo.
La Gracia, la vida en estado de Gracia, es lo que nos hace dichosos.
Porque si, somos bienaventurados!
Solo procure el alma vivir intensamente pidiendo a Jesús amarle cada día más. Al modo de Santa María.
Nunca hemos sido gente de fiar pero la Gracia nos hace dichosos en medio de la adversidad.
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