De las cosas de cada día (VIII) Como la jirafa
Catorce mil millones de años tiene el universo de existir.
Doce años mil tiene el ser humano.
Dos átomos, uno de carbono y otro de uranio, salieron disparados tras la muerte de algunas supernovas ubicadas en lugares opuestos del universo para darse cita en este pequeño lugar y originar la vida que conocemos.
La soberbia humana ha llegado al extremo de pretender hacernos pensar que aquello fue fortuito pese a que es evidente que el universo es infinito, a que son incontables las supernovas que han muerto y a que es imposible calcular las posibilidades del encuentro en la vastedad del universo de dos átomos perdidos; sin mencionar el sinnúmero de otros factores que permitieron la existencia de la vida; tal como las cinco veces en que se ha extinguido y vuelto a existir no sin mostrar, cada vez, un avance en su naturaleza y esencia que, junto a otros factores, la hacen ser lo que es.
Tuve a un gran teólogo viviendo conmigo y fue mi madre. No fue teólogo propiamente sino solo una mujer que oraba, leía, frecuentaba sacramentos, estudiaba, trabajaba, amaba. La amo tanto por haberme mostrado a Dios! Ella decía que a Dios, para conocerlo, basta con contemplar la naturaleza. Cuánta razón tenía!
Ella vivió la mayor parte de su vida en el campo y también yo; por lo que de ella aprendí a valorar, observar y cuidar lo que Dios, con tanta sabiduría, bondad y generosidad, nos da en todo lo que ante nuestros sentidos se presenta.
Con frecuencia, ante la belleza del paisaje decía en voz alta para sí misma: “Qué necesidad había de hacerlo tan bello y a mí con capacidad para contemplarlo?”
Una madre jirafa en duelo por su cría permanece a su lado durante días; cosa que no le impide defender con su vida a una cría de antílope cruelmente secuestrada por leones pequeños que la muerden, corretean y maltratan con el fin de practicar cacería.
La jirafa los enfrenta y su acción permite que el pequeño antílope escape. Tras asegurarse de que regresa con su mamá, la jirafa vuelve al lado de su cría muerta.
Yo digo que no es fortuito que los animales hayan desarrollado el cerebro al punto de que manifiesten realicen este tipo de acciones hacia especies en desventaja, y tampoco lo es que el ser humano haya llegado a existir y que, además, haya dado el salto de lo irracional a lo racional al punto de llegar a tener conciencia de sí mismo, de poseer espíritu o alma con anhelo de infinito, fe en el creador, esperanza de vida perdurable y amor por la vida en todas sus expresiones.
Lo afirmo sin ser científico, nada más por poseer cinco sentidos y un cerebro con la capacidad de llegar a conclusiones; por lo que -no parece tener sentido- que alguno, sin estar muy enfermo, me obligue a pensar de diferente modo.
Ni siquiera siendo yo irracional como la jirafa, permitiría que ninguno me obligara a hacerlo.
La jirafa, sin ser racional, actuó de acuerdo a lo que veían sus ojos.
Quién tendría derecho de obligarme a actuar de diferente modo?
Sin embargo, es lo que sucede en nuestros días.
Ahora muchos pretenden convencernos de que lo evidente no es real sino que lo real son las ideas y, principalmente, las que salen de sus cabezas; tal como que la vida no comienza en la concepción, que no existe desorden afectivo en la atracción de personas del mismo sexo, que da lo mismo que la familia no sea de papá y mamá o que las almas se pueden comprar y vender con el fin de imponer con la ley sus opiniones y, supuestamente, sin que aquello redunde en daño gravísimo para la conciencia y espíritu y, por tanto, para la existencia humana.
Esos que así actúan son como los leoncitos jugando con la vida del antílope bebé; nosotros, cada hijo de Dios que ame, crea, espere y adore -para no echar por la borda la intención que entrañan los 14mil millones de años del universo- tendría que ser la madre jirafa, como mínimo.
Por cierto, luego de considerar todo lo anterior, podría alguno -en sus cinco sentidos- concluir que todo sucede por azar y sin propósito?
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