De cuando rezo el rosario (IV) Tanta cosa nueva...
De cuando rezo el rosario voy notando, no solo que cada vez tengo mayor sed de rezarlo sino de rezarlo bien; para empezar, sin quedarme dormida al segundo misterio, cosa que me ha venido pasando durante los primeros dos años de mi consagración a María. Por eso lo estoy rezando más temprano, un par de horas antes de caer la tarde. Antes de caer rendida por el ajetreo.
No quedarnos dormidos es un pequeño ejemplo del cambio que Nuestra Señora nos alcanza con la gracia de Dios.
Algunos cambios llegan a ser perceptibles a largo plazo y otros, casi de inmediato, como la necesidad imperiosa de rezarlo y, además, de hacerlo como un servicio a las almas que están al cuidado de María quien las ama mucho más y mejor que yo.
El caso es que, termina uno amando a esas almas, doliéndose (con dolor de muerte), alegrándose y consolándose por lo que son, llegan, pueden o se niegan llegar a ser.
Es como si, por ese rato en el que rezas, el corazón no te perteneciera, como si los sentimientos y pensamientos que produce, te los estuvieran prestando; lo notas porque son intensos, verdaderos, profundos; como que brotan de una fuente inagotable, que se prolonga, alcanzando más allá del tiempo, a todas las almas y, además, se queda contigo en la medida en que cabe en tu corazón.
Supongo que son como los sentimientos y pensamientos que llega a tener un servidor que comprende que el sentido de su existencia, su vocación, es colaborar en lo poco para que los deseos y necesidades de su rey, su reinado, sea haga realidad y perdure para el bienestar de todos. Los sentimientos y pensamientos de un servidor que ama y confía en su rey.
De meditar en estas cosas es que, a la vez, vengo a darme cuenta que, como consecuencia de rezar el rosario y de pedir al Señor humildad y docilidad como las suyas, observo que, al final de cuentas, lo que pido es semejarme a María y lo va logrando porque, apenas sin notarlo, me veo diciendo mi propio Fiat a diario, en cualquier lugar, por cualquier motivo, todo lo que sucede se transforma en el momento de la Anunciación.
Sí, sí, si… una y otra vez a lo largo del día:- “Sí!. Hágase tu voluntad! Hágase la tuya y no la mía!”.
Tal como María en la Anunciación.
Un “Si” con tal poder que, al ser dicho, cambia a quien lo dice y afecta a por quien se ofrece.
Un “Sí” que, por haber sido dicho por la Llena de Gracia, contiene el poder que reinicia la Historia de Salvación.
Como les digo, de cuando rezo el rosario, vengo a notar tanta cosa nueva en mí…
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Como hoy es la Fiesta de Todos los Santos aprovecho para decir que no temamos ser santos ya que el mérito nunca será nuestro sino de la gracia de Dios. Y mucho menos hemos de temer siendo que nos ponen la santidad en bandeja de plata con tanto sufrimiento al que nos venimos enfrentando con total y absoluta impotencia.
Deo omnis gloria!
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