Bajo la sombra del Altísimo
Se suponía que lo mío era un corazón puro pero algo pasó.
Pasó que vine a darme cuenta que no era tan así.
He venido funcionando mal.
Me explico.
Uno podría haber sido regalado con un corazón puro para lo que comúnmente llamamos “las cosas de Dios”; tal como para mí siempre fue “cosa de Dios” que un grupo de fieles solicitáramos la misa tridentina. Uno podría tener un corazón puro para estas cosas pero no tener un corazón puro de verdad. El caso es que yo se que, por haberme abandonado, el Señor pudo actuar a sus anchas. Nunca me sobresalté con sucesos desfavorables y los favorables me parecieron cosa de lo más normal. Respecto a lo que sucediera con la misa tridentina me era todo completamente indiferente. Dios estaba a cargo.
Sin embargo, en el aspecto material, han sobrevenido reveses al punto que he llegado a decirme que no es posible que en tanto infortunio esté la mano de Dios.
Mal pensado, Maricruz! Es al contrario. Lo supe después.
Los reveses han sido tantos y los obstáculos se presentan tan insalvables que no me ha quedado de otra que abandonarme como un niño en las manos de Dios.
Ya ven? Por eso digo que mi corazón puro tanto no era.
Me faltaba abandonarme en el aspecto material.
Por supuesto, los reveses no dejan de llegar, los obstáculos siguen creciendo pero en todo: ¡Sea Dios bendito!
Ahora sí, miren la fotografía.
Apenas la vi supe que debía utilizarla para resaltar el hecho de que es imperativo que pidamos la gracia de un corazón puro para que nos sea más fácil mirar lo que, bajo la sombra del Altísimo, se nos revela como voluntad de Dios en los acontecimientos.
Paralelo a este aprendizaje, he venido leyendo una obra de publicada por Fundación Gratis Date de Jean Pierre de Caussade, SJ; titulada El abandono en la Divina Providencia de la que les comparto fragmentos con la intención de cerrar esta entrada pero también con el fin de animarlos a leer obra tan bella.
“Dios nos sigue hablando hoy como hablaba en otros tiempos a nuestros padres, cuando no había ni directores espirituales ni métodos. El cumplimiento de las órdenes de Dios constituía toda su espiritualidad.
Entonces se sabía únicamente que cada instante trae consigo un deber, que es preciso cumplir con fidelidad, y esto era suficiente para los hombres espirituales de entonces.
Sus espíritus, movidos sin cesar por el impulso divino, se volvían fácilmente hacia el nuevo objeto que Dios les presentaba en cada hora del día.
Éstos eran los ocultos medios de la conducta de María, la más simple de todas las criaturas y la más abandonada a Dios. La respuesta que dio al ángel, contentándose con decirle: Hágase en mí según tu palabra [Lc 1,38]
[Esta disposición] Es la misma exactamente que aquellas otras que nuestro Señor quiere que tengamos siempre en nuestro corazón y en nuestros labios: Hágase tu voluntad [Mt 6,10].
Esta voluntad de Dios es la regla única que María sigue y que en todo ve.
La virtud del Altísimo la cubrirá con su sombra [Lc 1,35], y esta sombra no es sino lo que cada momento presenta en forma de deberes, atracciones y cruces.
Y esas sombras, deslizándose sobre sus facultades, muy lejos de producirle [temor o] ilusiones vanas, llenan su fe de Aquél que es siempre el mismo.
Retírate ya, arcángel, que eres también una sombra”
De esta manera la Divina Providencia se está encargando de que mi corazón puro lo sea pero de verdad. María Santísima, tiene gran participación en ello.
Pidamos la gracia de un corazón puro.
Deo omnis gloria!
NOTA: La bella fotografía cuyo contenido solo se descubre con la mirada pura de los ojos de la fe fue tomada en la parroquia San Joaquín de Flores, la que el padre Sixto Varela facilita para que sea celebrada la misa tridentina.
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