En la santidad de los hijos triunfa la gracia de Dios
Fácilmente uno lo puede ver en las familias. Me refiero a que, por ejemplo, de unos padres impecables, resultan hijos aborrecibles sin que nadie encuentre explicación más que el pecado de soberbia.
Hijos santos e hijos necios, es el resultado en la mayoría de las familias.
Lo mismo sucede con la Santa Madre Iglesia católica en la que encontramos hijos que honran la santidad de la Madre tanto como quienes la deshonran dando a conocer a la Madre desde la perspectiva de su particular subjetividad.
Santa y pecadora, si, pero santa debido a los hijos que honran a la Madre y, pecadora, por quienes, incluso con autoridad, la deshonran toda vez que la lanzan en brazos del mundo; tal como cuando promueven el matrimonio igualitario, la homosexualidad, la anti-concepción, la comunión a los adúlteros o como cuando, flagrantemente, permiten abusos en la liturgia o, disimuladamente, impiden celebraciones de quienes se acogen a lo estipulado en Summorum pontificum.
Cientos, por miles, se cuentan sus pecados! Algunos de los cuales no tienen nombre.
Uno tras otro van sumando sin que podamos hacer nada debido a que –a diferencia de ellos- tenemos respecto por el Misterio que la ha engendrado y la constituye.
Misterio que produce respeto ya que, si existe la Santa Madre Iglesia católica, es porque ha sido fundada sobre el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor hacia quien, con la vida pagamos lo que de adoración y obediencia merece.
En resumidas cuentas, respeto hacia la acción de la gracia que suple hasta en las aborrecibles acciones de sus hijos más despreciables.
Cuánta gracia, Dios mío, y cuánto es su poder, Dios Creador nuestro, para que, pese al sinnúmero de innombrables pecados, ella funda y renueva todas las cosas.
Oh, Jesús mío! Cuánta razón tiene Santa María al pedir que oremos por el perdón de nuestros pecados y para que lleves al cielo, especialmente, a aquellos que más lo necesitan.
Ciegos! Ciegos y necios para no ver que, sobre sus pecados, el Señor, no ellos, produce excelsos frutos en los miembros que la gracia multiplica y conserva en fidelidad sometidos con todo amor a la humillación, a la persecución y el martirio.
Hijos necios, incapaces de admirar que, por sobre su pecado y justo por él, es que vemos al Señor triunfar en la santidad de los hijos.
Hijos santos, en quien triunfa la gracia de Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
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