Ante la realidad: abrirse con franqueza y humildad
“Estamos hechos para algo más grande que el otro” decía en una entrevista don Julián Carrón, presidente de Comunión y Liberación.
Es el tipo de conclusiones a las que se llega de forma tan simple como sería al estar consigo mismo en silencio con la mirada absorta en aquello que nos arrebata el corazón como sería la belleza del paisaje, tu hijo jugando sobre la arena de la playa, tu mujer concentrada preparando con cariño lo que a su familia habrá de deleitar, tu marido haciendo su mejor esfuerzo por reparar la pata de la mesa del comedor; tantas cosas de las que la vida está llena que nos roban el corazón.
Por eso, cuando ante la belleza de la naturaleza, de la verdad y bondad de la que son capaces nuestros semejantes, nos sintamos arrebatados hemos de rendirnos para que se haga visible la imagen de la insatisfacción que llevamos impresa cuya finalidad es proporcionar indicios de que estamos hechos para algo más grande
Infinita insatisfacción de la que resulta comprensible el que busquemos en el placer su satisfacción.
Sentirnos llenos, plenos, sin ese vacío que, de no llenarse, parece consumirnos vivos; sin embargo, no es sino hasta que nos dejamos extinguir, que el pavor al vacío desaparece para vernos, de nuevo, con el corazón anhelando un poco más, siempre algo más, algo más grande.
Siempre insatisfechos hasta que la belleza, la verdad y la bondad, nos seduzca una vez más.
De ahí que muchas, al mirar la ecografía, desistan de abortar; de ahí que muchos, al percibir el Misterio en la Liturgia, se conviertan; de ahí que personas homosexuales y divorciados vueltos a casar vivan en castidad; de ahí lo que sucede en nuestro interior ante el paisaje, los hijos, la mujer, el marido, los padres ancianos que se han vuelto niños.
De ahí, también, que el papa haya pedido a los obispos que se “hable con parresia y humildad”
Ante la realidad, abrirse con franqueza y humildad, para que la gracia -como si fuera la primera vez- nos descubra a Aquél que en lo secreto de nuestro corazón nos define cuando, como a un crío, nos dice quiénes somos, de dónde venimos, para qué estamos aquí y hacia dónde vamos, como Iglesia tanto como personas únicas.
Cuánta paz verse, a la vez que insatisfecho perennemente, con estas preguntas resueltas!
Cuánta paz!
4 comentarios
Es más fácil hablar con soberbia y ocultando lo que uno no quiere que se sepa, y escuchar sólo para rebatir los argumentos ajenos.
A eso nos ha llevado tanta "defensa" de la fe. Y es entonces cuando yo me pregunto, ¿qué tan débil es la fe, que hay que defenderla? Si yo tuviera fe como un granito de mostaza movería montañas, no andaría defendiéndola como si fuera una delicada pluma movida por el viento. Si yo tuviera fe, no temería de lo que digan los padres conciliares. En cambio, me aferro a lo que sé, a lo que me han dicho, porque en el fondo no creo en lo que no puedo ver.
Se necesita un verdadero hombre de fe como Francisco o una mujer como Santa Teresa para afirmar "digan lo que quieran, nada me espanta; digan lo que quieran, Jesús no se muda".
Ya quisiera yo tener esa fe. A cambio, espero ver huir despavoridos a tirios y troyanos tan pronto salga la primera conclusión del Concilio. Cuando Jesús vuelva, ¿encontrará alguno con fe?
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DavidQ, será difícil en cuanto pensemos que algo sucederá porque lo procuramos y no porque la gracia lo promueve.
Un abrazo,
Esto: "Siempre insatisfechos hasta que la belleza, la verdad y la bondad, nos seduzca una vez más" me ha recordado la insatisfacción por la pérdida del edén, que se medioconsuela con el arte, por ejemplo.
Es la nostalgia del paraíso, que diría Bloy. Siempre nos aguijonea, nos inunda de anhelo de belleza. En el interior, se vuelve inconsolable.
La frustración de haber perdido el Edén y el ansia de reencontrarlo solo se sacia, como en anticipo, en la Eucaristía, y se saciará plenamente en la Tierra Nueva.
Saludos cordiales
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En estos días, Alonso, he -literalmente- gemido de dolor por la ausencia de Edén.
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