Flotando en el agua en una cucharita
Conozco una mujer católica funcionaria del Ministerio de Hacienda, esposa y madre de cuatro hijos quien después de su trabajo o muy temprano en sus días libres sale para el templo con su sagrario diminuto para hospedar en el al Señor a quien caminando llevará sobre su pecho por las calles de mi pueblo, haga frío o calor, a los enfermitos y ancianos que se le han encomendado.
Como ella, existe un pequeño ejército de hombres y mujeres, la mayoría adultos pero algunos jóvenes también, quienes conforman el equipo de Ministros Extraordinarios para la distribución de la Comunión mejor conocidos como MEC.
Este es un servicio originado durante el último medio siglo, fruto más que vilipendiado del Concilio Vaticano II, puesto a disposición, antes que del presbítero, de los enfermos y de los ancianos-enfermos; aunque me parece que, más que servicio, es un apostolado ya que implica no solo un llamado sino una repuesta, por tanto, es una vocación.
Servicio del que, por cierto, se ha abusado. Han abusado de el, tanto laicos como sacerdotes. Los primeros cuando lo realizan con afán de protagonismo y los segundos, cuando se apoyan en los MEC para obtener un poco de tiempo libre o para asuntos “más importantes” o de “interés personal”.
De que han sido también objeto de crítica despiadada de parte de católicos excesivamente escrupulosos, prejuiciados y por de más, desconocedores de la doctrina, pues también; pero, ni los abusos ni las críticas le restan valor a lo que hacen, porque cuando lo hacen bien y a conciencia, su servicio es de los más importantes dentro de una comunidad parroquial.
Lo menciono porque, por ejemplo, en este pequeño pueblo hasta hace muy poco, un gran porcentaje de la población que –como es obvio- con los años ha ido disminuyendo, ha estado conformado de personas adultas mayores de 70 años a quienes he visto ser asistidos por los MEC tanto en sus mejores como peores momentos.
Muchos de ellos eran de misa frecuente, otros no, pero por lo mismo, el que hayan estado recibiendo en sus casas al Señor por varios años, ha de haberles servido para valorar la salud del cuerpo pero sobre todo la del alma.
Esto, aunado a las visitas del sacerdote para ofrecerles el sacramento de la reconciliación, ha constituido para ellos, tal como lo ha mencionado el Santo Padre “una ocasión propicia y preciosa para redescubrir la fuerza y la belleza de la fe” que llegan a apreciar no solo los ancianos y enfermos sino toda su familia y hasta el propio MEC.
Porque, como sabrán, no es solo llevarles la comunión, existe un breve rito que junto al enfermito y su familia el MEC celebra en lugar digno y preparado con anticipación.
A mi, que me perdonen, pero cuando llegue a vieja y no pueda levantarme de la cama, que me envíen al Señor en manos de uno de estos hermanos; ojalá y fuera posible a diario porque, lo que soy, sin el Señor no me quedo, así esté con la cabecita “ida” y petrificado cada músculo de mi cuerpo.
Que me lo ofrezcan flotando en el agua en una cucharita, como lo hacía yo, cuando lo ofrecía a la centenaria Emérita, quien ya murió.
8 comentarios
a ver si aprendes un poquito
de castellano o de teología.
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Bien, entonces "reblandecido" en una cucharita.
Es castellano lo que necesito aprender?
Hay que decirle a todo el mundo: "Si estoy enfermo y no puedo hablar, quiero recibir la Unción. No esperen a que esté en peligro de muerte". Y que no queden dudas que esa es su intención. Es algo que uno debería hacer cada vez que pueda. Hace unos meses con unos amigos tuvimos que luchar mucho por llevarle la Unción a un enfermo, porque sus parientes no querían "para no asustarlo". Al final se logró y el enfermo se curó. No sé que habría pasado si no se hace.
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Buenísima idea, Gaby. Gracias.
Pero aun así, me parece un acto bellísimo el regalar minutos de tu propio tiempo para llevar a Cristo a los enfermos, aunque sea disuelto en una cucharilla.
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Es cierto y como nunca pregunté si era "legal".
Deduje que si la saliva (que está tan contaminada) la ablanda, por qué no podría hacerlo unas gotitas de agua.
En todo caso no lo hice más que en unas tres ocasiones ya que la viejita muy pronto ni siquiera pudo tragar la ínfima fracción que le entregaba.
Ese es otro problema de la difusión indiscriminada de los ministros extraordinarios: no saben teología sacramental. O no saben castellano y usan el término "disolver" pèsimo. Lo que no los inhibe de opinar sobre todo lo divino y humano, incluso en los blogs de la "competencia". Un poquito de verguenza, y a estudiar.
No veo, Luis, por lo que dices y lo que me ha dicho un sacerdote a quien he consultado, que haya procedido de forma indebida.
Corregiré el título y lo que haga falta.
Queda aclarado el asunto. Gracias a todos.
Recuerdo hace algún tiempo que Maricruz publicaba algo sobre la Iglesia en las catacumbas, que luego se reflejó en un artículo de Pedro González sobre la situación de una capilla en la Universidad Complutense de Madrid (otrora luz de la Verdad) y que ahora sale en las noticias mundiales en Nigeria.
¿Cuánto tiempo falta para que en nuestro pueblo la administración de la Eucaristía no sea en cucharilla para pocos sino a escondidas para quien se atreva?
Ese día no tendremos que saber la diferencia entre "flotar" y "disolver" sino entre "AK-47" y "M9A1". Si el Señor en su infinita bondad puede perdonar a los que matan cristianos sólo por serlo, CREO que puede perdonar si una partícula de su Santísimo Cuerpo se "disuelve" en vez de "flotar".
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De acuerdísimo. Cada vez me gustan más tus atinados argumentos.
Un abrazo,
Como dice el refrán, no hay mejor desprecio que no hacer aprecio. Y esa gente no se merece ni que se la desprecie. No tienen entidad para ello.
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Son razonables tus consejos, Luis Fernando.
El mandato evangélico es atinado en cuanto señala lo injusto de entregar lo invaluable a quienes no tienen afinado el gusto. Injusta no quiero ser por lo que atenderé este primer consejo.
El segundo es justo que también lo atienda por mera defensa de mi dignidad.
Se agradece tu tiempo y tu cariño.
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