Aquél que no comete errores en su trabajo
Venía pensando en escribir sobre cuánto me ha cambiado la agricultura pero además creo que hablaré sobre cuánto podría estar cambiándonos el trabajo cuando es realizado como medio para alcanzar una meta sobrenatural y con amor como respuesta al amor de Dios.
Iba a empezar mencionando que ahora, desde que me dedico a la agricultura y que en muchas ocasiones he estado a punto de lamentarlo, estoy cayendo en la cuenta de cuán perfectamente articuladas han estado las circunstancias que me han conducido al día de hoy.
En cuanto a los lamentos son de muchos tipos y de diferente magnitud, como por ejemplo, no me gusta para nada permanecer todo el día en botas de hule, tampoco me gusta en lo que se están convirtiendo mis manos ni tener que utilizar guantes de latex y mascarilla para “cocinar” los “elíxires” para el cuidado de las plantas. Por el rumbo de los lamentos, he llegado también a poner objeciones sobre algunas de las decisiones de mi hermano-gerente así como a arrepentirme de mi falta de prevención y de cuidado.
En fin, que si de de objeciones y arrepentimientos se tratara la lista no sería únicamente larga sino muy pero muy deprimente.
Pero resulta que soy hija de Dios y además, desde hace mucho tomé la decisión de que nunca daría oportunidad a situaciones adversas –sea del origen que fueran- para que me desviaran de lo verdaderamente importante que sería el que mi vida en cada pequeño detalle sea expresión del trabajo de Dios.
Me doy cuenta que con ese pequeño gesto realicé un acto de libre adhesión a la voluntad Divina y estoy consciente de que “en medio de las limitaciones inseparables de nuestra situación presente, porque el pecado habita todavía de algún modo en nosotros, [como cristianos es posible percibir con claridad nueva] toda la riqueza de [nuestra] filiación divina, cuando [nos reconocemos plenamente libres] porque [trabajamos] en las cosas de [nuestro] Padre, [nuestra] alegría se hace constante porque nada es capaz de destruir [nuestra] esperanza”.
Con estas palabras de san J. Escrivá de Balaguer que he hecho mías doy gracias a Dios este viernes de Adviento porque habiendo hecho memoria de mi he reconocido la mano de Dios en todos los detalles empezando por el gran privilegio “que es poder [mediante el trabajo] amar trascendiendo así lo efímero y lo transitorio. [Poder] amar a las otras criaturas, decir un tú y un yo llenos de sentido”.
Amar tanta condición adversa en lo material y humano que hemos enfrentado durante estos dos años, así como y –principalmente- por el amor que brota de nuestro corazón al reconocer que inmerecidamente hemos sido regalados con un destino sobrenatural, un motivo que sostiene nuestro trabajo, nuestras penas y alegrías, uno que nos posibilita “amar a Dios, que nos abre las puertas del cielo, que nos constituye miembros de su familia que nos autoriza a hablarle también de tú a Tú, cara a cara”.
“Sólo al final de la historia [ ] «Dios enjugará de sus ojos todas las lágrimas, no habrá ya muerte, ni llanto, ni grito de fatiga, ni habrá más dolor» (Ap 21,4). Pero ya ahora, en la historia, la santificación del trabajo [ ] es, esencialmente, trabajar por amor, con un amor que es correspondencia a aquel «Amor que Dios nos tiene» (1 Jn 4,16), y la alegría es fruto propio del amor: de amar y saberse amado; saberse amado, no por cualquiera, sino sobre todo por Aquel cuyo amor no puede equivocarse al amar”; por Aquél que no comete errores en su trabajo.
Notas
Citas tomadas de El concepto de santificación del trabajo Artículo publicado en AA.VV., La misión del laico en la Iglesia y en el mundo, en “VIII Simposio Internacional de Teología", Eunsa, Pamplona,1987, pp. 881-891. Y forma parte del libro: Fernando Ocáriz, Naturaleza, Gracia y Gloria, cap. XIII, Eunsa, Pamplona 2000, pp. 261-271.
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