La pulpería del chino

A ver, vámonos entendiendo, cuando los costarricenses decimos “pulpería” nos referimos a una tiendita de abarrotes y “chino” es como le decimos a todos los orientales, sin excepción. Aunque tengan nombre y apellido, les llamamos “chino”.

La pulpería en cuestión es un establecimiento ubicado a unos cincuenta metros de mi casa pero además la única tiendita abierta desde la madrugada hasta altas horas de la noche, sábados y domingos.

A ella he acudido por esas tonterías que a veces se terminan en casa y que ir por ellas hasta el supermercado más cercano (unos 11 kilómetros) habría hecho que saliera “más caro el caldo que los huevos”.

La pulpería del chino era un lugar tenebroso, no se si porque los inmigrantes orientales están habituados a vivir en lugares abarrotados, oscuros, desordenados y no muy limpios o porque –simplemente- no desean invertir un cinco en un edificio en el que estarán de paso; porque de paso estuvieron allí a lo largo de tres años, tres diferentes familias de orientales hasta que el dueño del local y de la casa ubicada en la segunda planta los puso a la venta y fueron adquiridos por una familia de la localidad.

Los hijos, nueras y nietos de don Efraín estuvieron cerca de dos meses remodelándolos, ahora no solo la casa sino también la pulpería está recién pintada, limpísima, ordenadísima, fresca, iluminada, una maravilla; da gusto comprar ahí.

Cuando el chino tenía la pulpería lo escuchaba hablar con los distribuidores quienes le ofrecían nueva mercadería pero el pulpero se rehusaba a recibirla argumentando que su clientela es gente pobre que jamás compraría esos artículos.

Escuchar al chino decir eso me hacía sentir bastante decepcionada porque si bien conozco la condición socio-económica de las personas de los alrededores también los conozco personalmente y se que, aunque pobres, necesitan comprar cosas baratas pero también agradecen otras, quizá no tan baratas, pero apetitosas y bonitas.

Cuando el local cambió de dueño y al ver lo hermosa que había quedado la pulpería y las novedades, temí por los nuevos propietarios, porque si el argumento del chino llegaba a ser cierto, su clientela muy probablemente se sentiría excluida por la imagen y la oferta de productos del nuevo local.

Pero no fue así, el chino no tenía razón: aquella gente siguió comprando en la nueva pulpería que ahora limpia, luminosa y con agradable aroma les ofrece las mismas cosas pero también otras apetitosas y bonitas.

A veces me parece que esto es lo que sucede con muchos de nosotros: ofrecemos a nuestros semejantes aquello que, de acuerdo a nuestro juicio requieren, pero que –sin embargo- no es otra cosa que la oferta de nuestra propia miseria; y –como el chino- encima esperamos que nos paguen el precio que pedimos, que nos lo agradezcan e –incluso- que se nos reconozca.

Daniel Kate Vicente colocó hoy en su muro de facebook una cita que dice así: “La religión, hacedora de las grandes almas, no parece hecha más que para ellas; y se precisa ser grande, o llegar a serlo, para ser cristiano” (Massillon)

Las palabras del obispo francés son perfectamente aplicables a la situación del chino en su pulpería e iluminarían también nuestra “pulpería” si tuviéramos el coraje de admitir que si no somos buenos cristianos es porque todavía no creemos ni en el poder de Dios ni en la grandeza de nuestra alma, por lo mismo, cómo podríamos –siquiera- llegar a considerar grandiosa el alma de los demás?

Y cuando digo “la grandeza del alma de los demás” no me refiero solo al alma de los bautizados, de aquellos en quien es evidente la acción de la gracia, no; me refiero a la grandeza del alma de aquellos que incluso no son bautizados o que son insignes pecadores. Es que, nada más me pregunto: acaso sus almas fueron concebidas de menor calidad o en una categoría inferior a la nuestra? Acaso sus almas no fueron creadas con lo necesario para reconocer a Dios que se les aproxima y relacionarse con Él? Es que acaso, solo por ello, no son ya grandiosas?

Una razón por la que nuestro cristianismo a veces es como una luz colocada bajo el celemín, sosa o no mueve montañas, podría ser –deberíamos considerarlo- porque lo que ofrecemos a amigos y enemigos es semejante a lo que ofrecía el chino a los clientes en su pulpería: la imagen de nuestra propia miseria.

Y luego, para colmo de (nuestros) males, esperamos que nos lo agradezcan o al menos que nos lo reconozcan?

Que si fuera así, ¡vaya partida de santos tendría por compañeros allá en el cielo!

1 comentario

  
Javier
Jesús sea en tu alma, Maricruz. Uno de los documentos conciliares más hermosos que existen es sin duda la Constitución Apostólica “Gaudium et Spes” (1965). En su apartado 28, titulado “Respeto y amor a los adversarios”, podemos leer: “Quienes sienten u obran de modo distinto al nuestro en materia social, política e incluso religiosa, deben ser también objeto de nuestro respeto y amor. Cuanto más humana y caritativa sea nuestra comprensión íntima de su manera de sentir, mayor será la facilidad para establecer con ellos el diálogo. Esta caridad y esta benignidad en modo alguno deben convertirse en indiferencia ante la verdad y el bien. Más aún, la propia caridad exige el anuncio a todos los hombres de la verdad saludable. Pero es necesario distinguir entre el error, que siempre debe ser rechazado, y el hombre que yerra, el cual conserva la dignidad de la persona incluso cuando está desviado por ideas falsas o insuficientes en materia religiosa. Dios es el único juez y escrutador del corazón humano. Por ello, nos prohíbe juzgar la culpabilidad interna de los demás…” –Como ves, hermana en Cristo, esto casa perfectamente con lo que afirmas sobre el hecho de que, efectivamente, la grandeza del alma es común a todos, incluyendo a aquellos que incluso no son bautizados o que son insignes pecadores. Me ha encantado que nos recuerdes esto. También me ha gustado que menciones la triste realidad de que muchas veces ofrecemos a los demás, a amigos y enemigos, la imagen de nuestra miseria… Para que no suceda nunca tal cosa, es bueno mirarse siempre en el maravilloso ejemplo de los santos y aprender de ellos. Mira si no esto tan magnífico y excelso que nos dice Beato Manuel Lozano Garrido (1920-1971), “Lolo”, en una de sus obras más sobrecogedoras e íntimas, “Reportajes desde la cumbre”. -Téngase en cuenta que la voz narradora es la de Jesús-: “… ¿Ves como la Cruz vacía es una esperanza? Tómala, y ni una vez te acuestes sin poner en ella el dolor de la herida de tu prójimo. Un día será la frente de tu hermano la que se atraviesa por las púas de un desengaño, un insulto o una traición; otro, sus labios los que se ajan por la sed y el hambre de lo necesario; en el de más allá subirás un corazón que sangra por la herida del egoísmo y, si cada mañana encajas también en la desolación de la Cruz, la angustia que te producen los martirios ajenos, la voz de tus entrañas que gritan el hambre de otro, esa enorme llaga, que sientes viva en el corazón, cualquier tarde mirarás tus desnudos travesaños y la conjunción del dolor de los demás con tu misericordia te habrá cuajado una imagen viviente, que no es otra cosa que la Mía (…) Si tu corazón no lo usas para el bien ¿en qué te diferencias de un ‘robot’? Si tu semilla es divina, ¿no va a ser también tu fruto celestial? ‘Darse todo a todos para transformarlo todo en Cristo’ (I Cor. 9, 22). Si le niegas tu fe a un solo hombre, en la Cruz no verás más que a un simple hebreo. Mira, las vidas más hermosas son aquellas en las que su actividad dominante ha sido para los demás. ¿Sabes por qué? Pues porque no es en el Cielo donde se redime, sino en la propia tierra. Si treinta y tres años de un solo Hombre bastan para rehabilitar a todo el mundo ¿tan poco radio de acción le das en ti a la Gracia, como para negarte a transformar al círculo que te rodea? –No me enseñes tu bolsillo vacío, porque, cuando menos, podrás ser multimillonario de sonrisas. Si tampoco eres rico de palabra, hay veces que misericordia se hace, simplemente, con una presencia. Tan sencilla es la caridad que basta con tener simplemente abiertas las puertas del corazón. Si estás alto, desperdiga con anchura; si bajo, da a volar tu caridad, que hasta desde un desierto se pueden fertilizar los corazones, subiendo hasta el Cielo, para llover desde allí (…) Si por los hombres he venido a sufrir lo indecible, los amo también de un modo inexplicable. Si Me quieres, es porque los estás amando y, cuando los estimas abnegadamente, a Mí me estás adorando con el amor más vivo de tus entrañas. La misericordia no es otra cosa que la justicia debida al Cielo en la vida de los hombres” – Disculpa la larga extensión de este fragmento que he transcrito a ordenador, pero creo que merecía la pena. Si tenemos la actitud aquí descrita no cabe duda de que mostraremos lo mejor de nosotros mismos -que viene de Él pues sin Él nada podemos- a los demás, en vez de nuestras miserias que no son sino el resultado del olvido de Dios. Un abrazo en Cristo Jesús con María Inmaculada

29/07/10 6:13 PM

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