Natividad, de Cicely Mary Barker (1895-1973).
«Algunos dicen que cuando se acerca el tiempo en que se celebra el nacimiento de nuestro Redentor, el pájaro del alba canta toda la noche; y que entonces ningún espíritu se atreve a salir de su morada, las noches son saludables, ningún planeta influye siniestramente, ningún maleficio produce efecto, ni las hechiceras tienen poder para sus encantamientos. ¡Tan sagrados son y tan felices aquellos días!»
William Shakespeare. Hamlet, acto I, escena I.
Llega el tiempo de Navidad y con él, el tiempo de la espera y la esperanza. Pero, paralelamente al discurrir del Adviento y a medida que esos días de expectación nos conducen y nos acercan al día de la natividad del Señor, muchos nos sentimos disgustados cuando vemos este tiempo inundado por el mercantilismo de nuestra sociedad del consumo. Aunque quizá estemos, en cierto modo, solo en cierto modo, equivocados. Y para así confirmárnoslo, para hacernos ver este pequeño error de principio (otra cosa es la materialización de ese principio, muchas veces excesiva), viene a nosotros, como siempre, Chesterton, y nos alivia y nos enseña algo, como lo siguiente, sobre la teología cristiana del regalo:
«La idea de encarnar la benevolencia ––es decir, la idea de ponerla en un cuerpo––, es la enorme y primigenia idea de la Encarnación. Un regalo de Dios que puede verse y tocarse es todo el centro del epigrama del Credo. Cristo mismo es un regalo de Navidad. La nota de la Navidad material, la dan, incluso antes de que Él naciera, los primeros movimientos de los Reyes Magos y la Estrella. Los Tres Reyes llegaron a Belén trayendo oro, incienso y mirra. Si solo hubieran traído Verdad, Pureza y Amor, no hubiera existido el arte cristiano ni tampoco la civilización cristiana».
Por esa razón, la verdadera Navidad, la cristiana, está ligada al regalo. Chesterton vuelve a iluminarnos: «Los regalos de Navidad son una defensa permanente de la costumbre de dar, diferente del mero compartir que ofrecen las moralidades modernas como algo equivalente o incluso mejor».
Tal vez por ello, la incapacidad de disfrutar de la Navidad y sus regalos radique en un olvido; en haberla ligado a un ciego regocijo, sin recordar que se trata de festejar algo que ha sucedido, algo concreto y real, lo más real y trascendente que haya acontecido nunca. Alegrarse sin saber por qué, sin comprender qué causa ese alborozo, resulta insostenible y termina por ser letal para el alma.
Así que alegrémonos por ese nuestro Redentor Niño, y en disfrute de ese gozo y como forma de compartirlo, amemos y amando, regalemos. ¿Quizá unos buenos libros? ¿por qué no?
Es verdad que no resulta fácil encontrar demasiada literatura que tenga como fondo y forma la Navidad, pero alguna cosa hay. Así que, además de los muy conocidos cuentos de Navidad de Dickens (el archifamoso Canción de Navidad y otros, como El grillo del hogar o Un árbol de Navidad), y las escenas navideñas de Mujercitas (capítulos primero y segundo), se pueden encontrar historias como estas:
El sastre de Gloucester (1903), de Beatrix Potter
Portada y una de las ilustraciones.
El cuento de Potter nos muestra cómo la mañana de Navidad puede ser un momento mágico para despertar a esos ínfimos, pequeñísimos milagros que acompañan al gran acontecimiento de la Encarnación (tan ínfimos que la mayor parte de las veces, no podemos ya siquiera percibirlos). Obras de poderes invisibles que son parte de nuestras vidas, que no se ven, pero que está ahí. Todos recordamos esa sensación en la noche de Reyes, el momento mágico de milagros invisibles hechos realidad en obsequios y que nuestros padres nos ayudaron a sentir. El relato de Beatrix Potter mantiene esta expectativa sobrenatural depositándola en cosas tan comunes como ratones y gatos. La historia nos recuerda que la Navidad también es el tiempo propicio para esos pequeños milagros, como que unos ratones puedan coser «la más hermosa levita de seda y satén bordado que nunca llevara un alcalde en Gloucester», o que los animales puedan «hablar entre la Nochebuena y el día de Navidad (aunque muy poca gente ha podido oírlos o saber lo que estaban diciendo)». Pero, ¿porqué extrañarnos? Con Dios todo es posible. Al fin y al cabo, vivimos en un mundo donde Él se hizo hombre. Simplemente dejémonos llevar por la maravilla y el asombro, y la Navidad es el tiempo para ello.
Antologías de cuentos
Portadas de tres de las antologías de relatos navideños comentadas.
Entre las antologías de relatos, puede citarse el volumen titulado Cuentos para una Navidad, editado por Alianza Editorial. Se trata de una selección ––algo irregular––, de cuentos de Leopoldo Alas Clarín, Hans Christian Andersen, Francisco Ayala, Gustavo Adolfo Bécquer, Vicente Blasco Ibáñez, Antón Chéjov, Nikolai Gogol, O. Henry, Guy de Maupassant, Emilia Pardo Bazán, Benito Pérez Galdós, Robert Louis Stevenson y Oscar Wilde. También tenemos los Cuentos españoles de Navidad, que reúne relatos de Valle Inclán, José Bergamín, Juan Ramón Jiménez, Pío Baroja, Azorín, Gómez de la Serna y Francisco Ayala, o los Cuentos victorianos de Navidad, antología de Alianza Editorial en la que no falta, como es natural, Charles Dickens, junto con Anthony Trollope, Charlotte Riddell, Arthur Conan Doyle (con una historia protagonizada por Sherlock Holmes), Juliana Ewing y Wilkie Collins. Por último, tenemos los siempre famosos Cuentos de Navidades y Reyes, de Emilia Pardo Bazán.
Cartas de Papá Noel (1920-1943), de J. R. R. Tolkien
Portada y una de las páginas, ilustradas por Tolkien.
Todos los años en el mes de diciembre, los hijos de Tolkien recibían cartas de Papá Noel. Por supuesto, aquel Papá Noel tan literario y artístico no era otro que su padre. El presente libro recoge los extraordinarios dibujos y cartas realizados por Tolkien en tan entrañable labor, desde la primera nota para su hijo mayor en 1920 hasta la última y conmovedora correspondencia con su hija en 1943. Como aperitivo, una pequeña muestra:
Casa de Navidad,
Polo Norte
22 de diciembre de 1920
Querido John:
Sé que le has preguntado a tu papá cómo soy y dónde vivo. Me he dibujado a mí mismo y mi casa para ti. Cuida el dibujo. Ahora mismo salgo para Oxford con mi fardo de juguetes –algunos son para ti–. Espero llegar a tiempo: la nevisca es muy intensa en el Polo Norte esta noche. Tu Papá Noel que te quiere.
Historias de la Navidad, de Astrid Lindgren
Portada y una de las ilustraciones, obra de Ilon Wikland (1951-).
Diez pequeños relatos sobre niños que preparan y celebran la Navidad, en una época en la que los que los pequeños no tenían tantos regalos y se divertían haciendo los preparativos de la celebración. En sus poco más de cien páginas podremos volver a encontrarnos con los correteos y travesuras de Madita y su hermana Lisabet y algún que otro personaje de Lindgren, como la pequeña Lotta.
Leyendas de Navidad (1910), por Georges Lenotre. Ediciones Abeto, 1946
Portada e ilustraciones de Will Faver (1901-1987).
Catorce historias, reflejos de la epopeya francesa, leyendas habitadas por la gracia de la Navidad para que, como dice el autor, «a la edad en la que solo disfrutamos de las fábulas surja la curiosidad y el gusto por nuestra historia, más hermosa que todas las leyendas y más milagrosa que todas las ficciones». Si bien Georges Lenotre era historiador de profesión (hoy revalorizado en su país como el gran historiador de la pequeña historia), también fue un escritor de la talento. Aquí trata de conciliar la realidad de la historia francesa con historias populares sobre la Navidad en un libro dirigido a los jóvenes. En catorce cuentos, Lenotre nos habla de la Navidad durante la Revolución Francesa, en plena Restauración o en el Segundo Imperio, reuniendo de esta manera de forma amena la historia y la leyenda.
Cuento de Navidad (1946), de Giovanni Guareschi
Portada y una de las ilustraciones, realizadas por el propio Guareschi.
Este cuento, del autor de las historias del cura Don Camilo (y que fue escrito en el campo de concentración en el que el autor estuvo recluido en la II Guerra Mundial), trata de un niño llamado Albertino, que junto a su perrito Flik, su abuelita y una luciérnaga, parte en Nochebuena en busca de su padre que está prisionero en un campo de concetración. Los cuatro se encontrarán con San Nicolás, los ángeles del cielo y los Reyes Magos ––e incluso se encontrarán con San José y la Virgen María––, quienes les ayudarán en su viaje. Pero también descubrirán lo que de malvado encierran las guerras. Un magnífico relato con un aire triste.
Vieja Navidad (1876), de Washington Irving
Portada y uno de los dibujos de Randolph Caldecott (1846-1886).
Washington Irving retrata, de forma nostálgica y humorística, las celebraciones navideñas en una casa de campo inglesa. Con las ilustraciones de Randolph Caldecott, fue una de las fuentes de inspiración de la célebre Canción de Navidad de Charles Dickens y una lectura enormemente popular en su tiempo, hasta tal punto que se dice que este relato reintrodujo la celebración de la Navidad en los Estados Unidos. En palabras de Irving, la Navidad es «la temporada de los sentimientos regenerados: la temporada para encender, no solo el fuego de la hospitalidad en el salón, sino la llama genial de la caridad en el corazón».
Y, como propina, seis cuentos más: La niña de los fósforos y El abeto, de Hans Christian Andersen, El Gigante egoísta, de Oscar Wilde, El regalo de los Magos, de O. Henry, La Navidad especial de Papa Panov, de León Tolstoi y Maese Pérez el organista, de Gustavo Adolfo Bécquer.