Del peligro de abandonar la belleza en los libros, y del deber de no hacerlo

                    «La Bella Durmiente». Ilustración de Heinrich Lefler (1863-1919).

  

    

        

 

«Esta es una civilización fea. Es una civilización de ruido, humo, hedores y multitudes, de gente que se contenta con vivir entre el palpitar de sus máquinas, el humo y los olores de sus fábricas, las multitudes y las incomodidades de las ciudades de las que presume con orgullo».

Ralph Borsodi. Esta fea civilización (1928)

 

 

  

Nicolás Gómez Dávila escribió una vez que «el moderno destruye más cuando construye que cuando destruye». Y como en muchos de sus escolios, la verdad acompaña aquí al sabio colombiano. Una verdad aplicable a todo tipo de acción humana, pero que hoy voy a ceñir a una determinada forma de creación artística: la ilustración de los libros infantiles, ya que estos se encuentran dominados en nuestros días por un feísmo rampante. De ello ya les he hablado en varias ocasiones, alguna muy recientemente.

Quizá no lo hayan pensado, pero no resulta inocuo plegarse pasivamente ante ese feísmo, tal y como venimos haciendo desde hace algún tiempo padres y educadores (lo mismo que en otras muchas cosas, ciertamente). Como ya he dicho, no es la primera vez que llamo su atención (de una forma reiterada y cansina, lo sé) sobre ese feísmo ramplón y vacuo, mezcla de satánica oscuridad e inocente impostura, que representa la mayor parte de la ilustración gráfica de los libros infantiles de hoy. Y si insisto en ello es porque lo considero importante.

Así que, no se dejen engañar; no caigan en sus redes de seducción y engaño. Lo que quieren hacernos creer editoriales, ilustradores, críticos, académicos y «creadores de opinión», es que se trata únicamente de un inofensivo intento de aproximarse a los niños y a su simplicidad y, por tanto, a la preclara visión que los acompaña desde la cuna. Pero, no es así. En realidad, lo que esa inocentona y grimosa imitación del verdadero arte pretende es algo siniestro: tras su estúpida y naif superficie se esconde la aviesa intención de socavar aquello a lo que dice servir.

Y es que, ciertas formas de creación artística (o, mejor, pseudo artística) son peores que la misma destrucción. El nihilismo disolvente que acompaña a todo lo que huele a modernidad se vuelve activo, disfrazándose de creación en el caso del arte. Y la ilustración no es una excepción a ello.

 Ilustración en la belleza, la Alicia de Arthur Rackham y la Caperucita de Walter Crane.

Y digo que es peor que la destrucción misma, porque, además de devastar como aquella, trata de engañarnos. No nos permite detectar que, lo que verdaderamente persigue (incluso si muchos de sus ejecutores no se aperciben de ello, y devienen en “tontos útiles” de la destrucción), es borrar de la faz de la tierra todo vestigio de cultura cristiana, y acabar así con la primacía de la verdad, la belleza y la bondad.

Porque la destrucción, por traumática que sea, solo deja vacío tras ella; y un vacío puede rellenarse, incluso con los vestigios y ruinas de lo que se intentó destruir. Pero, cuando de lo que se trata es de acabar con algo a través de su sustitución por otra cosa, la reconstrucción es mucho más difícil. Es dudoso incluso que muchos se aperciban que ese algo ha sido aniquilado. Esa “creación” sustitutoria es presentada, más bien, como «una forma novedosa de ver las cosas», y «una fresca innovación que refleja el progreso del mundo», lo que la hace casi irresistible para muchos, incluso cuando se trata de fealdad.

Y es que, aun cuando suene extraño, la creación de fealdad que este tipo de ilustración supone, contamina activamente el mundo. Contamina el arte mismo, lo envenena y lo vicia, e infecta y pervierte las almas de los niños que la contemplan. No tiene otra finalidad que confundir y enturbiar: el bien con el mal, la belleza con la fealdad. Pues, no lo olviden, la ilustración contribuye a formar (o, en este caso, deformar) la concepción que de la realidad del mundo se lleve consigo el niño tras la lectura, y lo hace incluso con más facilidad que las historias y las palabras a las que dice servir e iluminar; tal es el poder de la imagen.

Lo cierto es que basta con pasearse por cualquier librería o biblioteca, en su sección infantil, para contemplar, con dolor, ese reino de la fealdad. Libros con colores planos y discordantes que se combinan con contornos distorsionados de figuras de seres humanos y animales, que lo único que parecen querer transmitir es desprecio y rechazo por los personajes y las historias. Es como si lo que se pretendiese (y creo que en muchos casos es así) es ahogar en los niños su natural sentido del asombro ante el mundo, tratando de presentarles cosas, personas y animales, para nada fascinantes, asombrosas o maravillosas, sino más bien sombrías y deformes. Y esto es, por supuesto, impulsado desde las más altas instancias y poderes. Vean un ejemplo: en el año 2014 se editó la versión de Caperucita roja que, en 1924, escribió la literata chilena Gabriela Mistral. La edición, ilustrada por Paloma Valdivia, recibió el premio al “Libro más Bello” de la Unesco de ese mismo año. A continuación les acompaño un ejemplo de este trabajo. Compárenlo con la anterior ilustración de Crane sobre Caperucita, y juzguen ustedes mismos.

    La fealdad: la Caperucita de Paloma Valdivia y la Alicia de Benjamín Lacombe.

Por ello les ruego que no permitan esta mutilación espiritual. Está en nuestras manos el impedirlo. Y es nuestro deber de padres y educadores el hacerlo. Pero no se engañen, como dice Borsodi en la frase que encabeza el artículo, el nuestro es un mundo feo, y por ello, el cumplimiento de este deber –como casi todo aquello que desde aquí promuevo–, será dificultoso, y constituirá un acto de rebelión que requerirá valor, decisión y arrojo. Así que, haciendo uso del grito de guerra del shakespeano Enrique V en la batalla de Azincourt, les digo:

«¡Una vez más, a la brecha, queridos amigos!».

  

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6 comentarios

  
Seletotsira
Cuando algo es feo hay que decir que es feo; incluso cuando uno vaya sin interlocutor. Algunos lo "locutarán" y dirán: Anda, pues si que es feo!
13/08/24 1:02 PM
  
Masivo
Este debate pasa siempre con la estética de Tim Burton y sus epígonos. Para la mitad de niños (y de padres, sobre todo si rondan la cuarentena ahora) es genial, para la otra mitad es horrible.

Con muchos ilustradores japoneses es igual.

No se puede gustar a todo el mundo.
13/08/24 2:49 PM
  
Haddock.
"Horror vacui" . Si eliminas la belleza, ese espacio será conquistado por la fealdad inexorablemente. Si eliminas el cristianismo, vendrán corriendo ideologías perversas para ocupar su lugar como nos enseña la historia.
Me pregunto: Esos detractores de los bellos libros infantiles ilustrados ¿Han sido alguna vez niños? ¿Nunca antes de aprender a leer pedían el libro en su cuna para mirando las ilustraciones poder adecuar el paisaje de sus sueños?

Yo, sí.





13/08/24 10:42 PM
  
África Marteache
Chesterton decía que, cuando los niños le rodeaban diciéndole que era un gigantón gordo, se alegraba muchísimo porque aquellos niños conservaban un patrón clásico de belleza que les permitía reconocer a los que no daban la talla. Hoy se consideraría delito de odio o "gordofobia".
Pero aquí no se trata de la proporción áurea sino de la fealdad buscada, que es distinto.
La belleza es algo más que el patrón clásico que nos dejaron los griegos o Miguel Ángel, hay un hilo conductor entre una estatuilla de Tanagra y la Caperucita de Walter Crane, pero ese patrón ya no aparece en los dibujos de Valdivia y Lacombe. Haced la prueba y lo veréis claramente.
La belleza, Masivo, no es subjetiva.
13/08/24 11:34 PM
  
José Manuel Guerrero C.


«Esta es una civilización fea. Es una civilización de ruido, humo, hedores y multitudes, de gente que se contenta con vivir entre el palpitar de sus máquinas, el humo y los olores de sus fábricas, las multitudes y las incomodidades de las ciudades de las que presume con orgullo».

Ralph Borsodi. Esta fea civilización (1928)
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Madre mía si viese en qué ha degenerado todo ...

Borsodi lo vio venir de lejos. Igual que cualquiera con los ojos abiertos de par en par observa que toda esta desagradable fealdad forma parte de un plan milimétricamente pensado, aún más feo que las ilustraciones actuales más oscuras. Una última cosa, colaborar, ayudar a que triunfe el mal y lo feo no sale gratis.

Alabado sea Jesucristo
15/08/24 3:25 PM
  
África Marteache
José Manuel Guerrero: La fealdad comenzó con la industrialización y en 1928 ésta estaba ya muy avanzada. Lo que ocurre es que, salvando las grandes ciudades, todavía la mayor parte de la gente se dedicaba a la agricultura o la ganadería, de manera que, en cuanto salías de la ciudad, la belleza del bosque, el campo, el manantial o la montaña se hacían presentes. Recuerdo a pintores, que en mi tierra del Norte, pintaban caserios, ahora ya no se ven pintores porque no hay nada que pintar, ni natural ni arquitectura popular. La arquitectura popular estaba adaptada al medio, la actual es la misma para cualquier parte. Yo tengo un cuadro de la casa natal de mi abuela, hecha de piedra y madera (mi bisabuelo fue carpintero) y con sus grandes galerías al sur. Si ahora pretendiera que pinten mi casa el pintor me tiraría el caballete a la cabeza.
15/08/24 9:58 PM

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