Las bibliotecas personales
Ilustración de Edward Ardizzone (1900-1979). |
«La existencia misma de las bibliotecas es la mejor prueba de que aún podemos albergar esperanza en el futuro del hombre».
T. S. Eliot
«Si junto a tu biblioteca tienes un huerto, nada te faltará».Marco Tulio Cicerón
«El Dr. Johnson me aconsejó hoy que tuviera tantos libros a mano como pudiera, para poder leer sobre cualquier tema sobre el que deseara instruirme en ese momento. “Lo que leas", dijo, “lo recordarás, pero si no tienes un libro inmediatamente listo, y el tema se moldea en tu mente, será una suerte si vuelves a tener el deseo de estudiarlo"».
James Boswell. Vida de Samuel Johnson
Las bibliotecas, esos oasis de cultura y saber, son casi tan antiguos como el hombre. Dice Holbrook Johnson que «no hay tesoro tal como una biblioteca; las bibliotecas son los mejores consuelos, retiros, puertos, refugios del alma del hombre. Nada hay más precioso que una gran biblioteca, nada más noble». Sin duda, se trata de los elogios propios de un bibliófilo, algo exagerados y pomposos. Pero, no obstante, creo que, despojada de toda filia, queda en esa frase algo de verdad. Y hoy, quizá, las bibliotecas representan una esperanza para la salud del alma del hombre; el faraón Ramses II estaría de acuerdo con ello.
Se dice que Aristóteles fue el primero en tener una biblioteca personal propiamente dicha; él transmitió el afán a su discípulo, el gran Alejandro, que allá donde iba llevaba consigo su colección de libros. Aunque, como sabemos, biblioteca, lo que se dice biblioteca, hubo muchas antes, aunque menos personales quizá. Y así, hubo bibliotecas de tablillas de arcilla pobladas de incisiones cuneiformes en Nínive, y bibliotecas de rollos de papiro con tinta negra y roja en Egipto. Cada desierto parece haber albergado una biblioteca, y entre sus arenas todavía yacen los restos de algún templo en el que moraban rollos, papiros o códices entre orden y desorden; lo que parece contradecir la afirmación de Charles Lamb de que una ciudad sin biblioteca es un lugar desierto e indeseable. El viajero todavía puede ver en las ruinas de Tebas, en los restos del templo Ramesseum, el lugar que ocupaba la sala de libros de Ramsés II, llamada el «Hospital del alma», tal y como nos cuenta Diodoro Sículo en su Biblioteca Histórica; y solo nos queda imaginar la grandiosidad de aquella mítica biblioteca que albergara Alejandría, destruida por las hordas del califa Omar en el otoño del 640. Se dice también que la primera biblioteca romana la fundó Sila con los libros que sacó del templo de Apolo en Atenas.
Más tarde, cuando la desolación y la destrucción bárbara se apoderó de todo aquello que fue el Imperio, en monasterios semi ocultos en oscuros bosques de Europa central, sobre escarpados montes del centro de Italia, o en medio de las brumosas islas de la Bretaña e Irlanda, afanados monjes copiaban y almacenaban manuscritos en enormes bibliotecas. A un tiempo, en las iglesias, conventos y cenobios dispersos por los estrechos callejones de Sevilla y Toledo, otros religiosos cristianos atesoraron códices y manuscritos, y promovieron también su estudio, traducción y difusión, asegurando así que este conocimiento sobreviviera a través de siglos de inestabilidad política y social. Entre los muchos monjes y estudiosos anónimos, destacaron nombres como Benito, Agustín, Isidoro, Jerónimo, Beda, Casiano, Alcuino, Juan Escoto y Tomás. Todo lo demás, hasta hoy, ha sido mera continuidad de esto, ni más ni menos.
Pero volvamos a las bibliotecas personales, que son una derivada en pequeñito de las grandes bibliotecas.
Una cuestión importante en este asunto es: ¿Cuántos libros? La cantidad no lo es todo, es verdad, pero siempre ha sido algo a considerar. Thomas Carlyle valoraba a sus conocidos por la extensión de sus bibliotecas, y decía, que un hombre valioso, es un hombre de 3.000 volúmenes. Recientemente Arturo Pérez Reverte manifestó que poseía 32.000 volúmenes, por lo que, bajo este estándar sería unas 30 veces valioso para Carlyle. Santo Tomas Moro vivía asediado por los libros. Su amigo Erasmo escribió sobre él: «es increíble la cantidad de libros antiguos que se extienden por todas partes: hay tantos que terminan en un mirador sostenido por pilares, que da al jardín»; por lo que parece, Moro había hecho caso de Cicerón. Por su parte, el obispo Richard de Bury tenía la mejor biblioteca privada de su tiempo en Inglaterra, conteniendo más libros que todos los demás obispos juntos. Los guardaba en sus distintas residencias, y eran tantos que muchos de ellos permanecían esparcidos por toda su alcoba, tanto que sus amigos, cuando entraban, no encontraban lugar para pararse o caminar sin pisotearlos.
En nuestro país, además de la citada biblioteca privada de Reverte, la de Luis Alberto de Cuenca rebasa los 35.000 volúmenes; y al parecer la de Ortega y Gasset constaba de unos 13.000 volúmenes; todas ellas, sin embargo, lejos de la de Sánchez-Dragó, de cerca de 100.000 ejemplares. Y, en el ámbito de la literatura infantil y juvenil, destaca la biblioteca que había atesorado Carmen Bravo-Villasante, más de 5.000 volúmenes que fueron donados a su muerte por su hija a la Universidad de Castilla-La Mancha, donde se creó el fondo bibliográfico “Bravo-Villasante” en el CEPLI (Centro de Estudios de Promoción de la Lectura y Literatura Infantil).
En todo caso, creo que podemos convenir que la verdadera fuerza de una biblioteca no es el número sino la calidad de sus obras. Y así, por ejemplo, la biblioteca del Dr. Samuel Johnson era solo de 841 volúmenes; Montaigne poseía 1.000 ejemplares; Robert Burton, 1.700; Samuel Pepys, 2.474; Thomas de Quincey, 5.000; y Gibbon, 7.000.
Algunos incluso necesitaban menos. Shelley sostenía que una buena biblioteca se compone de las obras de Platón, las de Lord Bacon, Shakespeare, y los viejos dramaturgos, Milton, Goethe, Schiller, Dante, Petrarca, Boccaccio, Maquiavelo, Guicciardini, y Calderón. La biblioteca del emperador Severo consistía en Horacio y Virgilio, Platón y Cicerón. William Hazlitt tenía menos obras aún, pero conocía de memoria a Shakespeare y a Rousseau; y Shakespeare, Voltaire, y Goethe, aunque apasionados bibliófilos, no tenían una colección de libros a la que pudiera aplicarse el termino biblioteca, ya que su número era escaso.
Nuestra reina Isabel I, la católica, quizá la mujer más culta de su tiempo, poseía una biblioteca personal de alrededor de cuatrocientos títulos entre manuscritos y libros impresos. Su colección consistía en múltiples ejemplares de las Sagradas Escrituras, y exposiciones y comentarios de las mismas; obras de los Padres de la Iglesia; vidas de Santos; el Kempis; Las Meditaciones de San Buenaventura; Las Etimologías de San Isidoro de Sevilla; la historia de Tito Livio; obras de Cicerón; las Epistolae de Plinio; y obras de Virgilio, Salustio, Terencio, Séneca, Justino, y Valerio Máximo. Poseía el Decamerón, de Boccaccio; y los Triomphi de Petrarca. Y entre los libros en castellano aparecía el Libro de Buen Amor, del Arcipreste de Hita, y un nutrido grupo de libros de caballería, además de las obras de Alfonso X el Sabio, Juan de Mena, Nebrija, o el Liber Proverbiorum de Raimundo Lulio.
En El Quijote, Alonso Quijano posee más de trescientos libros, que, dice, «son el regalo de mi alma y el entretenimiento de mi vida». Pero su autor, según sesuda investigación de Daniel Eisenberg, habría tenido algunos menos; quizá poco más de doscientos, aunque bien selectos.
Aun así, las bibliotecas domesticas pueden tener grandes dimensiones sin perder calidad. Probablemente una de las más grandes colecciones de libros que se recuerdan es la que, en pleno Renacimiento, el duque Federigo III da Montefeltro reunió en Urbino; una amalgama de libros como no se había visto en mil años, a la que el duque esperaba incorporar un ejemplar de cada libro que en el mundo hubiera. Sus fondos se conservan todavía en el Vaticano, y en él figuran los nombres de todos los clásicos, los Padres y los Escolásticos, muchas obras sobre arte y casi todas las obras griegas y hebreas que se conocían en aquel momento.
Sacando algo de ventaja a Reverte, Umberto Eco, manifestó en su día que poseía 50.000 libros. Pero, una de las preguntas que se presentan en estos casos de grandes poblaciones librescas es: ¿Realmente se pueden leer tantos libros? Eco dijo lo siguiente sobre este asunto:
«Es una tontería pensar que tienes que leer todos los libros que compras, como es una tontería criticar a quienes compran más libros de los que jamás podrán leer. Sería como decir que deberías usar todos los cubiertos o vasos o destornilladores o brocas que haya comprado antes de comprar otros nuevos. “Hay cosas en la vida que necesitamos para tener siempre suficientes suministros, incluso si solo usaremos una pequeña porción. “Si, por ejemplo, consideramos los libros como medicina, entendemos que es bueno tener muchos en casa y no pocos: cuando quieres sentirte mejor, entonces vas al ‘botiquín’ y eliges un libro. No uno al azar, pero el libro adecuado para ese momento. ¡Por eso siempre debes tener una opción de nutrición! “Quienes compran sólo un libro, leen sólo ese y luego se deshacen de él. Simplemente aplican a los libros la mentalidad consumista, es decir, los consideran un producto de consumo, un bien. Quienes aman los libros saben que un libro es cualquier cosa menos una mercancía».
Lo dicho por Eco podría entroncar con un concepto japonés denominado tsundoku (積ん読): el fenómeno de adquirir incesantemente materiales de lectura, pero dejar que se acumulen en la casa sin leerlos. Combina elementos de los términos tsunde-oku (積んでおく, “apilar cosas listas para más tarde”) y dokusho (読書, “leer libros”). Quizá a alguno de los lectores les haya ocurrido algo parecido alguna vez, si bien, seguramente, a una escala menor que la de Eco.
En su libro, El cisne negro, Nassim Nicholas Taleb parte de lo comentado por el intelectual italiano, para decir que los libros leídos son mucho menos valiosos que los no leídos. Una biblioteca personal debe contener de lo que no se sabe, tanto como los recursos financieros lo permitan. Y continua:
«Acumularás más conocimiento y más libros a medida que crezcas, y el creciente número de libros no leídos en los estantes te mirará de manera amenazante. De hecho, cuanto más sabes, más grandes son las filas de libros no leídos. Llamemos a esta colección de libros no leídos una antibiblioteca».
Dicho todo ello, el número de libros de las bibliotecas personales no es una marca del amor por lo que hay en ellos, sino más bien, como apunta Taleb, de las finanzas de uno, y, como no, del espacio del que se disponga. La riqueza o la pobreza, por lo general, no son determinantes; la riqueza está en los libros, no en quien los compra. Una riqueza que en el caso de los niños puede ser decisiva.
Un profundo estudio de dos décadas de duración encontró que la mera presencia de una biblioteca en casa aumenta el éxito académico, el desarrollo del vocabulario, la atención y el logro laboral de futuros adultos.
«La exposición de los adolescentes a los libros es una parte integral de las prácticas sociales que fomentan las competencias cognitivas a largo plazo», ha declarado la investigadora principal.
El estudio también mostró que «la diferencia entre crecer en un hogar sin libros en comparación con crecer en un hogar con una biblioteca de 500 libros tiene un efecto tan grande en el nivel de educación que alcanzará un niño, como tener padres que apenas saben leer y escribir en comparación con tener padres que tienen educación universitaria”. En ambos casos, tener padres con estudios universitarios o una colección de libros impulsaba “a un niño 3,2 años hacia delante en su educación, por término medio"».
Por lo tanto, parece que el número de libros almacenados en casa si puede ser importante, al menos en el caso de los niños y los jóvenes. Aunque hacerse con quinientos libros puede ser complicado y no está al alcance de muchos hogares; además, el espacio es escaso. Sin embargo, el informe también sostiene que tener tan solo veinte libros en el hogar impacta igualmente, y de manera significativa, en la educación futura de los niños.
Pero, aun más allá, trascendiendo esas ventajas, utiles y necesarias para la vida práctica, y dando fundamento y sentido real a la existencia misma, esos libros, pocos o muchos, acercarán a nuestros chicos a un conocimiento sobre el mundo al que poder acceder, un conocimiento que es invisible, intangible e inmensurable, y que está más allá del nivel de la experiencia cotidiana: hablo de la realidad primera (en cuanto a fundamental) y última (en cuanto a misteriosa) de las cosas. Una realidad, paradójicamente, oculta y manifiesta al mismo tiempo. Los antiguos y los medievales sabían que la expresión en términos mundanos y materiales de ese saber primero solo puede llevarse a cabo a través de símbolos. Lo llamaban conocimiento poético, y como señalaba santo Tomás, es una vía puesta nuestra disposición para tratar de acercarse a la realidad tal y como es en su misterio oculto.
Solo nos queda decidir cuáles serán –al menos– esas veinte obras. Para ello, entre otras cosas, mantengo este blog y he publicado un libro; para ayudarles en esta tarea. A ustedes les corresponde hacerse con ellas.
34 comentarios
Se ponía a recomendar a Eça de Queiroz, Zorrilla de San Martín o José de Vasconcelos, así que no me quedaba más remedio que comprarlos. Le encantaba un historiador portugués, Oliveira Martins, que escribió "História da Civilização Ibérica" y no me quedó más remedio que buscarla.
Por su culpa me aficioné a la literatura iberoamericana, con brasileños incluidos, y para eso necesitas la biblioteca de una gran ciudad o te haces la tuya propia.
Y ya puestos, me acostumbré a comprarme yo los libros y ahora ya no me atrevo a contarlos porque están por todas partes. Sesenta años comprando libros da para muchos.
Eso es como todo: depende del amor que sientas por la lectura y de lo que estés dispuesto a invertir en ella, como tu éxito en el matrimonio dependerá de lo mismo.
Hace muchos años me gustaba viajar, dejé de hacerlo por cuidar a los míos y, naturalmente, eso, en vez de impedir la lectura, la incrementó.
Saludos cordiales.
Política que mi marido y yo seguimos en casa: no hay mayor lujo que poder tener un libro a mano, para aprender, para disfrutar, para imaginar, para rezar... Soy de libro, libro porque otro de los placeres de leer es sentir el tacto del papel y de sus cubiertas.
Me apena la gente que no los valora y los desprecia.
Y en cuanto a su precio, lo de siempre, ¿caro o barato en relación a qué?
envanece sin aprovechar. San Ignacio de Loyola (+1556) dice que «no el mucho saber harta y satisface el alma, sino el sentir y gustar de las cosas internamente» (Ejercicios 2).
Puede darse en la lectura espiritual, como señala Juan Gerson (+1429), algo insano, como «un estómago asqueado, al que le gusta comer de muchas cosas y digerir poco» (De libris legendis a monacho). Y San Francisco de Sales: «Leed poco cada vez, pero con atención y devoción»
(Oeuvres 21,142).
De hecho, San Ignacio de Loyola, enseñaba en esta cuestión partiendo de su experiencia personal. Él no leía muchos libros, pues tanto la oración como la acción le ocupaban mucho tiempo; y en su habitación solía tener sólo dos, que siempre releía sin cansarse, el Nuevo Testamento y la Imitación de Cristo (L. González de Cámara: ob. cit. 584 y 659). San Francisco de Sales (+1622) se atenía siempre al Combate
espiritual de Lorenzo Scupoli (+1610): «es mi libro preferido, y lo llevo en mi bolsillo hace lo menos dieciocho años, sin que nunca lo haya releído sin provecho» (Oeuvres 13, 304). Más recientemente, Santa Teresa del Niño Jesús (+1897) procedía de modo semejante. De ella se cuenta que, «ya carmelita, un día que pasaba por delante de una biblioteca, dijo sonriendo a su hermana Celina: “¡Qué triste me sentiría si hubiese leído todos esos libros! Hubiera perdido un tiempo precioso que he empleado simplemente en amar a Dios”» (Proceso apostólico 930). Y Charles de Foucauld (+1916) declaraba:
«Desde hace diez años, puede decirse que no he leído más que dos libros: Santa Teresa y San Juan Crisóstomo. El segundo apenas lo he comenzado; el primero lo he leído y releído diez veces» (Lett. à
l’Abbé Huvelin 8-III-1898). Y adviértase que no pocos de estos santos de pocas lecturas fueron los hombres más influyentes de su tiempo. No viviron ellos como anacoretas alejados del mundo y sin influjo visible sobre él, ni tampoco como teólogos dedicados al estudio y la enseñanza. San Bernardo, San Francisco de Asís, San Ignacio de Loyola o San Francisco de Sales, por ejemplo, con lecturas muy elegidas e intensas, no se dedicaron a leer mucho, pero en medio de las mayores
turbulencias ideológicas, fueron ellos, y no tanto los grandes teólogos eruditos, quienes supieron en su tiempo orientar al pueblo cristiano, con seguridad y valentía, hacia el verdadero norte evangélico.
Incluso una cierta pobreza voluntaria de ciencia puede darse en ciertas vocaciones especiales.Efectivamente, en el polo opuesto de la vana curiosidad de saber, que es un espíritu ávido de riquezas mentales, está la pobreza de ciencia, que es una modalidad especial de la pobreza evangélica. Es una vocación particular, sin duda, como lo fue, por ejemplo, en San Francisco de Asís (+1226), que dispone en su Regla:
«Los que no saben letras que no cuiden de aprenderlas, mas miren que sobre todas las cosas deben desear el espíritu del Señor y su santa operación» (II, cp.X). Y es que él consideraba que «son tantos los que por
propia voluntad procuran adquirir ciencia, que pueden llamarse bienaventurados los que por amor de Dios se hacen ignorantes» (Espejo de perfecc. IV; cf. mi primer libro Pobreza y pastoral, Verbo divino,
Estella 1968, 2ª ed. 265-276).
FUENTE, blog P Iraburu
Pues no sé, pero sé lo que opina de ti algún que otro bloguero.
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Haga el favor de no tutearme
Esa es otra ventaja de la descarga digital, el ahorro de espacio.
Los guardaba en sus distintas residencias, y eran tantos que muchos de ellos permanecían esparcidos por toda su alcoba, tanto que sus amigos, cuando entraban, no encontraban lugar para pararse o caminar sin pisotearlos.
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¿diógenes?
Miguel de Cervantes, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, c.1.
El otro día mi hermano estaba escuchando a un especialista en el Romanticismo Alemán y el hombre tomaba un libro, luego otro y después otro y los enseñaba en el video recomendándolos. Leer a Hölderlin en una tablet no sé cómo se hace.
Es muy común subrayar los libros de estudio y poner notas aparte (escolios), Nicolás Gómez Dávila hizo algo sorprendente: escribió escolios a un texto implícito.
La escritura manual o tipográfica permite una complejidad que los medios actuales no logran, por lo que el resultado es la simplificación. Por otro lado el libro tiene distintas texturas, tipografías y puede ir ilustrado o no.
Nos asegura el catecismo con certeza que Cristo penetra y transfigura nuestro tiempo diario en la liturgia de las horas:
La Liturgia de las Horas
1174 El Misterio de Cristo, su Encarnación y su Pascua, que celebramos en la Eucaristía, especialmente en la asamblea dominical, penetra y transfigura el tiempo de cada día mediante la celebración de la Liturgia de las Horas, "el Oficio divino" (cf SC IV).
Hasta hace muy poco tiempo, había que tener muchos tomos para realizar tan grandiosa y magnífica tarea diaria (yo al ser babyboomer no he tenido que soportar ese engorro). Hoy día, con la magnífica APP de la conferencia episcopal puedes rezar la hora NONA mientras esperas turno en la frutería.
Menos libros, más bits. Menos riesgo de lesiones por caída de objetos pesados, más oportunidades de conectar con lo divino sin distracciones inoportunas (bueno, a menos que te llegue una notificación de Facebook).
Con un simple toque, tienes acceso a todas las oraciones del día, perfectamente organizadas y sin riesgo de lesiones por carga pesada. Tu móvil, ese pequeño milagro tecnológico, se ha convertido en un portal a la devoción. Es como tener un monaguillo digital que te pasa las páginas sin que tengas que pedirle nada.
El cambio es tan radical que si algún monje del pasado viajara en el tiempo, probablemente pensaría que has hecho un pacto con alguna fuerza sobrenatural. Pero no, solo es la tecnología trabajando a nuestro favor por la gracia y providencia de Dios. Menos complicaciones, más conexión con lo divino. Y si alguna notificación de WhatsApp interrumpe tu rezo, bueno, eso ya es un pequeño sacrificio moderno que estamos dispuestos a aceptar.
Sería imposible que tuviera físicamente todos los libros que he comprado en digital. Ni tengo sitio ya en casa, ni tanto dinero. Además, hay libros que no están traducidos al español ni editados en España. Sólo queda importarlos, que es muy caro, y la compra digital.
En mi opinión, es otro paso similar a la misma revolución que ocurrió cuando se pasó del libro manuscrito al impreso. Se trata de abaratar costes para que más gente pueda acceder al material. Está claro que un incunable es precioso, pero a ver quién puede comprarlo.
Por otro lado, no es lo mismo tener una edición de Valdemar Gótica en tapa dura de HP Lovecraft, a razón de 80 euros los dos tomos, que un libro de un autor menor que sólo se va a leer una vez. Lo primero merece la pena tenerlo en esa maravillosa edición física (eso sí, pesa un disparate para leerlo), lo otro no.
Pues no sé, pero sé lo que opina de ti algún que otro bloguero.
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Ser insultado y censurado por algunos, y defendido por comentaristas como Oscar Alejandro y Ecclesiam entre otros, son luces para mis pasos puestos por la Providencia Divina. Yo encantado.
Tal vez tengan problemas de espacio (nondum matura est nolo acerbam sumere) pero el equiparar la lectura de un libro antiguo en tus manos con un ebook es como consolarte si no tienes mujer con una muñeca inchable.
Crux ave etc:
"No me tutee"
Es usted ridículo.
Me pregunto cuántos niños en zonas rurales o en países en desarrollo jamás podrán abrir un libro nuevo, porque alguien en algún lugar del mundo decidió que gastar una fortuna en ediciones raras y coleccionables era una inversión más valiosa que apoyar la educación de los menos afortunados. Pero claro, ¿por qué pensar en caridad y altruismo cuando puedes tener la edición especial número 42 del Jabato, con papel de lujo y encuadernado a mano?
¿Quién necesita donar a bibliotecas comunitarias o a programas de alfabetización cuando puedes añadir otra joya a tu colección? Es fascinante cómo algunos priorizan llenar estantes con volúmenes que la mayoría nunca verá, en lugar de contribuir a que el conocimiento sea accesible para todos.
El egoísmo y la vanidad siguen siendo los capitanes de muchos barcos. ¡Larga vida a tus facsímiles, Capitán Haddock, ¡Sigue navegando en tu barco de libros de lujo mientras el resto del mundo lucha por aprender a leer!
Pero cada uno de estos pasos ha dado lugar a ampliar el número de lectores. Y de escritores también: es mucho más fácil y económico publicar un ebook.
También es la misma racionalidad que ha permitido la existencia de medios como InfoCatólica y su difusión, que sería mucho menor en papel (aprovecho para recomendar que publiquen en ebook antologías de artículos).
Un ejemplo: Estoy a la espera de leer "The Isles", la historia de las islas Británicas por Norman Davies. Si lo quiero nuevo es un tocho en tapa dura de 58 euros y 1232 pags. Ideal para leer cómodamente, claro está. En formato electrónico vale 19 euros sin estar de oferta. No hay edición en español, otro motivo para aprovechar las facilidades de traducción del ebook.
En cualquier caso entiendo la resistencia a cambiar de formato. Yo la tuve, hace diez años. Decia casi las misma críticas que leo aquí. Y hay algunas cosas que sigo comprando sólo en físico. Pero ya pasan de 600 los ebooks que he ido recopilando. No quiero ni pensar dónde metería todos esos libros en papel. Por no decir cómo iba a conseguir algunos de los que están descatalogados en papel desde hace muchos años, o que nunca fueron publicados en España.
Pasa lo mismo con la música. Ni recuerdo el último disco físico que compré.
Pero siempre estará el placer de decir que como lo de antes, no hay color, exhibir estanterías llenas, etc.
Con la música pasa lo mismo.
Que se lea más que en el S. XIII es obvio, que se lea más que en 1960 no. Lo que afirmas y las estadísticas que nos dicen que la comprensión lectora está bajando en los alumnos de secundaria, e incluso entre los universitarios, no se compadece, ni tampoco el hecho de que se esté perdiendo vocabulario. Para leer a Rubén Darío no importará el soporte pero, teniendo en cuenta que es un neoculterano, apenas si te será más fácil que si lees al mismo Góngora.
¿Vas a decir ahora que las incursiones de los dioses paganos en la poesía del S. de Oro son comprendidas igual que cuando la educación clásica los hacía inteligibles? ¿que el simbolismo utilizado por esos autores es pan comido para las generaciones actuales, cuando a duras penas los nacidos al filo de la segunda mitad del S. XX nos las arreglábamos para saber lo que significa ínclito, íngrimo o cervices?
¿Qué pasa con el soporte de la transmisión oral del que dispusimos, que nos permitía nombrar a muchas cosas con tres nombres distintos y a matizar adjetivos aprovechando que el idioma español es uno de los más ricos del mundo en sinonimia?
Porque mi padre distinguía a un majara, de un chiflado, de un chalado y de un orate. Tienen distintos matices en cuanto a pérdida parcial o total, extravagancia o desvarío de la cordura.
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