Superhéroes como «chuches»: ¿Seguro?
«Los Vengadores». Julia Sanmartin Sesmero (con 12 años). |
«Ponte en pie y mantén tu inocencia infantil.
Lee todas las críticas de los pedantes;
Pero no creas en nada
Que no se pueda contar con dibujos de colores».
G. K. Chesterton
«Un gran poder conlleva una gran responsabilidad».
Stan Lee. Spiderman
Tenemos que trabajar con lo que nos ha sido dado. Y debemos examinarlo todo para quedarnos con aquello que sea bueno, aunque sea precario o insuficiente. Puede ser duro. Puede ser imperfecto. Puede ser difícil. Pero no hay opción sí queremos hacer lo correcto.
Algo así pasa con los comics de superhéroes, y hoy, mayormente, con alguna de las películas inspiradas en ellos.
No es alta literatura, no es siquiera buena literatura. Es una parte de la denominada cultura popular y, consecuentemente, no podemos exigirles demasiado. Pero, aun así, han aportado algo. Algo que, aunque pequeño, puede ser valioso.
De forma imperfecta, y hasta tosca, con una simpleza ramplona a veces, los comics de superhéroes han hecho su trabajo. Y utilizo el verbo en pasado porque creo que sus continuaciones de hoy –quizá ya desde los años 70– no llegan a la altura, y han ido corrompiéndose con el tiempo, como tantas otras cosas.
Mi tesis es que en los superhéroes hay una enseñanza moral, una educación que ha sido transmitida a generaciones de chavales; yo, como muchos otros, crecí con ellos. Por eso quiero romper una lanza en su favor; porque, aun teniendo en cuenta esas deficiencias, ya señaladas, el resultado final puede ser muy aceptable. Por supuesto que esa educación es escasa e imperfecta; este tipo de comics no presentan recreaciones, ni de la Biblia, ni de las grandes obras clásicas grecolatinas. Pero han bebido de ellas, y de eso hay huellas. Al menos en sus más puros orígenes. Y voy a tratar de exponerlo en esta entrada.
Podríamos empezar por diferenciar el distinto enfoque llevado a cabo por las dos grandes fábricas de superhéroes, Marvel y DC comics; una mirada distinta que ha imprimido su sello diferencial, hasta el punto de que hay seguidores de una, enfrentados con seguidores de la otra, tal si fueran mundos incompatibles.
En las historias de Marvel la condición de héroe suele ser auto-referencial e interna, más personal e íntima. Así, es tan importante la resolución de un conflicto que quizá afecte a la seguridad de la ciudad, o incluso del mundo, como los problemas y vicisitudes del héroe en su vida cotidiana. El verdadero heroísmo es averiguar cómo equilibrar ese trabajo de salvador, de caballero desfacedor de entuertos, con hacerlo bien en tus clases universitarias, tener una relación normal con Mary Jane, u obtener dinero extra del Daily Bugle para ayudar a tu tía May a pagar el alquiler, como es el caso de Spiderman. Sus habilidades arácnidas han de superponerse y combinarse con sus habilidades como ser humano normal.
Frente a ello, en los relatos de DC hay un enfoque diferente. Sus héroes tratan de llevar el peso del mundo sobre sus hombros de una manera que los aproxima a la mitología griega o nórdica. Hay más grandeza, más tragedia, menos cotidianeidad. Los problemas que afrontan son muchas veces cósmicos, las personas a las que han de proteger se cifran en el género humano en su totalidad. Superman es un guardián de la humanidad. De hecho, no importa si no conocen a casi ninguna de esas gentes, o si todas y cada una de tales personas merecen su sacrificio y lucha. Ellos están ahí y no hacen acepción de personas. Porque en lo más profundo de su corazón late una base moral y virtuosa sólida que los mueve al combate contra el mal.
Capitán América y el Hombre de Hierro son los líderes carismáticos de los cómics de Marvel, y Superman de los de DC.
Superman (Clark Kent) es una especie de Sansón y Hércules a un tiempo. Después de su debut en 1938, no tardó mucho en convertirse en un icono cultural. Como Sansón y Aquiles, su fortaleza tiene un punto débil; como Hércules, no cesa nunca de superar pruebas. No es en absoluto el “superhombre” de Nietzsche, transgresor de la moral convencional. Por el contrario, Superman –un alienígena, procedente del planeta Cripton– es un defensor de la paz, de la justicia y de la Tierra misma, que acepta y defiende frente al mal, el código moral enseñado por sus padres adoptivos, el matrimonio Kent.
Por su parte, Capitán América (Steve Rogers) y el Hombre de Hierro (Tony Stark), representan a seres humanos comunes que, bien por un accidente providencial o bien a causa de un diseño de ingeniería brillante, han recibido un poder que deciden emplear para combatir el mal y proteger a los más débiles. Stark es, inicialmente, un científico y hombre de empresa exitoso, asertivo, y con gran confianza en sí mismo, pero que deja que todas esas cualidades sean mal llevadas por su vanidad y su egoísmo. Rogers, por el contrario, es el soldado perfecto, el caballero perfecto, que es impulsado, demasiado rígidamente, por un sentido del deber hacia su país y el mantenimiento del orden social, quizá excesivamente ingenuo, dispuesto a sacrificar por ello, incluso su propia felicidad y su propia vida. Ambos recorren un camino de perfeccionamiento (al modo del viaje del héroe), que les hace converger en la búsqueda del bien común.
Pero, a pesar de esas notables diferencias, en ambos casos, tanto los héroes de DC como en los de Marvel comparten algo que los define: Los verdaderos superhéroes usan sus dones para hacer lo correcto, para poner en práctica el primer principio de la ley natural: «hacer el bien y evitar el mal», y para erradicar y combatir ese mal. Pase lo que pase. Les sea fácil o no, les convenga personalmente o no, les perjudique o no. Y esa es una valiosa enseñanza.
Sin embargo, no quiero terminar sin comentar la peligrosa y nefasta evolución, que en mi opinión, han sufrido estos cómics.
Los nuevos cómics –como los nuevos tiempos– son nihilistas, perversos, indebidamente oscuros y sádicamente violentos. Han pasado a reflejar, forzadamente, una mayor diversidad y corrección política, con toques de feminismo, ideología de género y progresismo en general, en un experimento que ha dado como resultado una dramática disminución de las ventas.
Y es que, desde hace un tiempo, tanto la academia como los medios de comunicación social, vienen concentrando su potente fuego mediático y dialéctico sobre los clásicos superhéroes: que si las palabras sexo y género no aparecen en sus historias; que si los enfoques feministas están del todo ausentes, sin que siquiera las heroínas ejerzan reivindicación alguna contra el patriarcado; que si no se exploran las dimensiones homoeróticas de las amistades masculinas entre los héroes; que si no se hace frente a los estereotipos étnicos; que si no se hace lo suficiente para combatir un posible fomento del militarismo, y algunos otros temas, a cada cual más paranoico. Y, claro, la industria del comic y la del cine se ha adaptado rápidamente a esa situación.
No hace falta decir que no les recomiendo tales cómics. Quizá, como lo qué está en juego es mucho dinero, las cosas vuelvan a su estado original. Aunque mucho esperar me parece.
Mientras, los viejos superhéroes, con sus viejas historias, seguirán enseñando los rudimentos de una vida moral, al modo de unos modernos cuentos de hadas. Muy posiblemente, con simpleza y superficialidad, pues no son más que chuches. Pero, aunque no haya en ellos otra cosa que la gozosa intrascendencia de aquellas «novelas de medio penique» que ensalzaba Chesterton, o la aparente sencillez de los «buenos malos libros» de los que hablaba George Orwell, aun así, estas historias en colores, como dice Chesterton, nos dicen la verdad. Como escribió al respecto, Stratford Caldecott:
«Los superhéroes y supervillanos de los cómics son los ángeles y demonios de esta guerra espiritual cósmica, reinventada para la imaginación secular, y resuenan con nosotros porque en algún nivel sabemos que los necesitamos. (…). Las hordas alienígenas y los falsos dioses están ahí fuera, esperando su oportunidad; esperando a que alguien les abra la puerta. Hay una batalla espiritual a nuestro alrededor, y la vida cotidiana es parte de algo mucho más grande, algo cósmico. ¡Vengadores, todos unidos!».
18 comentarios
Muchos cómics he leído en mi infancia; los que eran para niñas, pero también los que cogía a mis hermanos. Y aunque no lo había pensado, veo claro ahora que esas lecturas habrán cumplido su papel de contribuir a sembrar un anhelo inmaterial por la verdad, la bondad, la belleza. O que naciera en mi ese deseo irreversible de querer ser también una superheroína, que, con los superpoderes (dones) que me fuera dados, dentro de una vida de lo más convencional, pueda ayudar a salvar al mundo en la misión y el lugar que se me haya encomendado. Porque, yo me pregunto, ¿quién no sueña con parecerse al mayor Superhéroe de todos los tiempos y, como Él, dar incluso la vida por sus amigos?
Qué tristeza y qué gran pérdida de tiempo no ser conscientes de los superpoderes que tenemos los cristianos, cuando llevamos a ese Superhéroe con nosotros; o peor, como le pasa a alguno de los superhéroes de élite, los predilectos, tener inutilizadas parte de los más increíbles superpoderes con que están ungidos, para sanar enfermedades, perdonar pecados, expulsar demonios...para salvar almas para toda la eternidad. Sí, ya estamos en medio de la eternidad y tenemos el privilegio de ser protagonistas de esa batalla cósmica que sigue librando entre el bien y el mal.
Suscribiendo hasta la última coma de ese extracto de Stratford Caldecott...mientras haya tiempo... "¡Vengadores, todos unidos!".
Me quedé mirándolo largo rato antes de leer el post y me vino a la cabeza algo que pienso amenudo. Todo lo que nosotros hagamos por y para Dios, con amor filial, SIEMPRE va a ser grato a sus ojos. Lo único que le importa es nuestro amor sincero, y no la calidad de los "dibujos" que le regalamos, incluso aunque la mayor parte de las veces sean una auténtica birria; de hecho, todos han de serlo, por fuerza, teniendo en cuenta que Él es el gran Artista de la creación. Lo sabemos bien quienes hemos tenido hijos, que, desde muy pequeños, nos han querido expresar su amor (casi devoción) a través de dibujos que por regla general eran un puro rayajo, con proporciones y formas imposibles (las manos que parecen soles son un clásico), y con colores que se salen de todos los márgenes... Pero en los que siempre, siempre un padre/madre puede localizar algo distintivo de la admiración y amor incondiciona0 de un hijo. ¿Y la ilusión que nos hace a los padres?
Es el amor, y no otra cosa, la energía transformadora, ese superpoder que reciben los superhéroes para llegar hasta el infinito y más allá.
Y recuerdo bien el día que descubrí la nueva versión. ¡O tempora, o mores!
Por su cuenta, ellos en librerías y bibliotecas van al manga. Mi hijo mayor orienta a los menores para que no lleguen a la basura más perjudicial.
"Porque la Vida es un Sueño"
dice el Vate Calderón,
y en el teatro del mundo,
el pobre es un Segismundo,
el ladrón es Napoleón
y el diablo de muchos dueño.
Pero algún día, al final,
cansado de tanto espanto,
ordenará Dios al mundo:
hará rey a Seguismundo,
dará al ladrón sólo llanto,
y el diablo no hará más mal.
En los años 30 a 60 la depresión económica, las injusticias sociales, etc de USA se reflejaron bastante en el comic y algunos de los creadores más importantes, pertenecían a minorías a menudo discriminadas: Superman, el arquetipo del superhéroe, fue creado por autores judíos, y Stan Lee y Jack Kirby que crearon el universo Marvel eran también judíos. Kirby en particular se crió en barrios chungos en Nueva York, hijo de inmigrantes judíos europeos.
Sin embargo tampoco debemos exagerar porque en la cultura estadounidense protestante también está presente la comunidad. Se ve en los westerns en el momento en el que en esa colonia de mineros salvajes y borrachos construyen la primera iglesia y la primera escuela. Hasta el periódico o la liga femenina de defensa de la moral. O en el ideal que reflejan los suburbios de las grandes ciudades con urbanizaciones de casitas familiares con jardín.
Y no perdamos de vista que el superhéroe no deja de ser un trasunto del arquetipo del héroe, presente en la mitología y cultura clásica o en la Edad Media, con el Cid, Roldan, mitos como las leyendas artúricas y hasta el propio Alonso Quijano. Arquetipo del héroe que es una secularización de la encarnación de las virtudes heroicas.
De acuerdo con lo de lo woke. Son las virtudes pasadas de rosca que decía Chesterton. Peor, porque detrás está el impulso de la ingeniería social.
El que sí es un personaje nichzteniano es Conan.
Hace falta una maquinaria de presión impresionante, máxime cuando innumerables consumidores del "producto" demuestran su sentido común y su normalidad psicológica dejando de comprarlo. Aquí hay algo que supera las meras y normales presiones políticas y comerciales. Yo casi me atrevería a decir que huele a sugestión preternatural intensiva, o sea sugestión diabólica masiva. Hace muchos años, René Guenon afirmaba que el conjunto de la civilización contemporánea era el efecto de una secular operación masiva de sugestión. Más pasan los años, más me inclino a creerle.
Dejar un comentario