De la nana a la rima

                      «Niños en corro». Obra de Jessie Willcox Smith (1863-1935).

   

   

   

«Enseñaría a los niños, música, física y filosofía; pero lo más importante es la música, porque los patrones de la música son las claves para el aprendizaje».
Platón


«Junto a la Palabra de Dios, la música es el mayor tesoro del mundo. Controla nuestros pensamientos, mentes, corazones y espíritus».
San Agustín

   

 

Quizá no lo hayan notado. No, seguramente, no. El ritmo febril y agitado de nuestras existencias, que nos atonta la atención y embota nuestros sentidos, se lo habrá impedido. Pero antes, hace no mucho, era común escuchar en las calles, no solo las risas y el ruido provocado por los niños, sino también sus canciones. Tristemente, hoy no es así. La vida cotidiana de los niños, con sus juegos en las rúas y en los parques, ha quedado en suspenso, enmudecida. Los dibujos con tiza sobre las aceras han sido borrados, y las cuerdas, las tabas y las fichas yacen por los suelos, desperdigadas y en desorden. Ya no se escuchan los sones y cantos infantiles, acompañados siempre de risas y bullicio.

Y eso que se trataba de algo natural y espontáneo; era un asunto propio de los niños. La mayoría de las rimas, juegos y canciones han pasado de niño a niño durante generaciones, con muy poca ayuda de los adultos. Cierto es que, en el hogar, se reforzaba esta enseñanza: se les cantaban y recitaban a los niños, una y otra vez, esas retahílas, sones y sonsonetes. Sin embargo, hoy ya no se entonan en las casas tales melodías, y siendo esto así, ¿a quién puede extrañar que no se escuchen en los parques o en las calles?

No hay duda de que hay algo de sentimental en esta pérdida; todos, cuando nos apercibimos de ello, echamos de menos, con aires de nostalgia, esa espontánea alegría infantil. Sin embargo, también intuimos que puede haber aquí un problema más profundo, que no acertamos a ver con claridad, pero que nos inquieta.

Y es que no podemos olvidar que la relación entre la música y la educación es tan antigua como el hombre mismo; y que, si esta trabazón falta, algo falta en el hombre. Un halo misterioso envuelve esta relación, y solo los efectos prácticos de la misma (que llegan a nosotros a través de la tradición) nos revelan algo de ese misterio.

Quizá si nos remontamos a los antiguos filósofos podamos aclarar algo.

Tanto en La República y Las Leyes, como en el libro VIII de la Política, Platón y Aristóteles, respectivamente, nos hablan de la importancia crucial de la música en la educación del alma. Este principio educativo deriva, con toda probabilidad, de la idea de origen pitagórico de que existe una conexión misteriosa entre el mundo de los sonidos y el alma humana.

Según los filósofos clásicos, la música es capaz de imitar las actitudes y cualidades morales; y lo hace por medio de ritmos y armonías. Estos poseerían la propiedad de impulsar a imitar o lograr inferir en el que escucha, disposiciones éticas, ya sean estas virtuosas o viciosas. Por eso la elección de qué música escuchen los educandos no sería indiferente. Y por eso, esta particular paideia no se llevaría a cabo por medio de cualquier tipo de música. Estaríamos hablando de un estilo de música muy determinado: uno cuyos ritmos y armonías habrán de poseer una cualidad mimética que llevará al niño y al joven hacia la verdad, la belleza y la bondad.

Esta habituación de la que hablan Platón y Aristóteles se lograría con el canto y recitación de rimas y canciones, donde confluye lo poético y lo prosaico, uniéndose así el disfrute, el juego y el asombro con el aprendizaje.

 Ilustración de Mercedes Llimona (1914-1997), para el libro, «Juegos y canciones».

Y toda esta educación comenzaría con la llegada al mundo, no en vano el primer lenguaje del bebé es musical. Los recién nacidos no entienden de significados. Por el momento, su universo es más sensorial que intelectivo. Y la canción de cuna une para ellos ambos mundos. Porque, en las nanas la melodía y el ritmo se aúnan a la palabra. Y la palabra, aunque sea en minúsculas, supone siempre una encarnación. Da cuerpo a lo que antes había sido invisible e inaudible; y no solo con su aspecto semántico —todavía incomprensible para el bebé— sino también con el fonético y musical.

Las canciones de cuna tarareadas en voz baja al oído del niño, más que enseñarle algo, le aportan calma y seguridad frente al orden caótico del mundo en el que el pequeño ha irrumpido de repente. Son impresiones del corazón que empiezan con el mismo nacimiento, e incluso antes, en el seno materno. Y a través de esas canciones —como primer lenguaje que reconoce el bebé—, además de amor, sosiego y protección, podremos también empezar a comunicarle la verdad, la bondad y la belleza que alumbra al mundo.

Y de este lenguaje musical y poético propio de los niños hay en abundancia en nuestras nanas y rimas tradicionales. Dice la estudiosa de la literatura infantil, Carmen Bravo-Villasante, sobre la tendencia natural de los infantes a esa forma de comunicación poética:

«Ya desde muy pequeños, (…). Para el juego de prendas, para tirarse al agua, para saltar a pídola, para saltar los escalones, para pedir la lluvia, para columpiarse, para ocupar una silla, hasta para curar una herida, el niño recita y canta.
Los actos más vulgares y cotidianos se embellecen y se hacen originales mediante la poesía y la música, lo que nos demuestra que en el niño hay una predisposición innata para el verso y el canto».

La filósofa María Zambrano nos aclara el porqué de todo ello, apuntando al corazón:

«Aunque no preste atención el hombre al incesante sonar de su corazón, va por él sostenido en alto (…). Y así, los pasos del hombre sobre la tierra parecen ser la huella del sonido de su corazón que le manda marchar (…) [El corazón] está a punto de romper a hablar, de que su reiterado sonido se articule en esos instantes en que casi se detiene para cobrar aliento. Lo nuevo que en el hombre habita [es] la palabra».

Este impulso del corazón a la palabra, es la poesía, que tiene mucho de canto, de ritmo y de armonía; de música, en suma. Y es esa música, en semilla, en germen, lo que contienen las nanas, las canciones y rimas infantiles.

Como ejemplo de ello no voy a hablarles, ni de las colecciones de folclore infantil popular compiladas por Antonio Machado Álvarez dentro de la magna obra, Biblioteca de Tradiciones Españolas, ni del Cancionero infantil español, recopilado por el padre Sixto Córdova. Pero sí de dos autoras conocidas en esta web, Carmen Bravo-Villasante, y Elena Fortún.

De Bravo-Villasante les traigo de uno de sus mejores libros recopilatorios: Una, Dola, Tela, Catola: El Libro del Folklore Infantil (Miñón, 1976).

 
   

Como dice la autora y compiladora, Bravo-Villasante:

«Desde la infancia, los niños utilizan diariamente el folklore infantil: para contar los dedos de la mano, para andar, para balancearse, para poner la mesa, para sentarse, para comer, etcétera».

El libro contiene también numerosas canciones de corro y de comba en una gran variedad, al igual que adivinanzas, trabalenguas, villancicos, nanas y oraciones, todas ellas organizadas en distintos apartados.

 

El otro libro del que quiero hablarles es Canciones infantiles, escrito por Elena Fortún en el año 1934, con la colaboración de la pianista y compositora María Rodrigo, en el que ambas recogen muchas de las canciones de corro y los romances que solían cantar los niños españoles de la primera mitad del siglo pasado: «Quisiera ser tan alta como la luna», «El barquero», «Mambrú se fue a la guerra», y muchas otras. El libro está, además, preciosamente ilustrado por Gori Muñoz, cuyas láminas están reproducidas en todo su esplendor y conservando la maquetación y tipografía de la época, en esta nueva edición de la editorial Renacimiento, que reproduce en facsímil el libro original.

En el fondo de cada una de las canciones, sones o rimas contenidas en estos dos preciosos libros encontramos el antedicho principio mimético proclamado por los clásicos, que enseña que la música es la más imitativa de todas las artes y que tiene el extraordinario poder de moldear nuestros afectos.

Así que, les animo a que se sumerjan en compañía de sus hijos en estos dos, pequeños, pero bien surtidos volúmenes. Al hacerlo, rescatarán del olvido las poéticas y divertidas melodías de ese riquísimo folklore infantil nuestro, y, a un tiempo, se acercarán, más y mejor, a sus corazones infantiles, pues se encontrarán, de repente, hablando el mismo idioma de sus pequeños, él, tan olvidado hoy, lenguaje poético. De esta manera, juntos, compartiendo un espíritu inocente, podrán entonar estas canciones y rimas, como una lúdica celebración de la vida y una llamada para abrazar la alegría y la belleza de la existencia, y como un recordatorio de que a veces las cosas más valiosas de la vida son las más simples.

  

P.D.

Otros libros apreciables son los dos volúmenes editados por Hymsa, titulados Juegos y canciones y Otros juegos y canciones, preciosamente ilustrados por la siempre magnífica Mercedes Llimona, esta vez con un ligero toque a Kate Greenaway.

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2 comentarios

  
África Marteache
Yo no es que lo haya notado es que tengo evidencias de ello. Debido a que fui profesora de castellano en una ikastola me encontré conque los niños de 2º de la Primaria de entonces, en 1º se saltaban la ley y no daban lengua castellana para que aprendiera a leer y escribir primero en euskera, venían con conocimientos de esta lengua que variaban muchísimo: desde los que su lengua materna era el castellano hasta los que su lengua materna era el euskera y no habían oído nunca hablar en ese idioma.
De manera que, aprovechando que no tenía que rendir cuentas a nadie ni programar en grupo, me hice mi propio programa entendiendo que la lengua oral debe prevalecer sobre la escrita en esas condiciones.
Por lo tanto me fabricaba mis propios libros en los que figuraban poesías, trabalenguas, canciones infantiles y romances. Por otra parte no bajé el nivel de mi propia habla para evitar que aprendieran una lengua pobre adaptada para niños.
El resultado fue arrollador por la acogida del programa entre los niños, ya que bajaba con ellos al recreo y organizaba juegos de los que yo misma sabía de niña, a los que se sumaron en casa algunas abuelas entusiastas que encontraron así el modo de acercarse a sus nietos.
Recuerdo que en euskera no hay pronombres y les costaba mucho comprenderlos así que les escribía cosas así:

"¿Quién es la Señorita La?

Brillaba mucho entre el barro, me incliné y La recogí. La limpié con la manga de la chaqueta y brillaba más todavía. "¿La guardaré?" " ¿Me La gastaré?" Iba pensando por el camino, mientras La manoseaba en el bolsillo. Ya había pensado guardarLa cuando pasé ante la tienda de chuches y, sin pensarlo más, entré, se La di al tendero y salí con una espléndida piruleta".

Entonces todos gritaban: "¡Moneda, la Señorita La es una moneda!
Y a partir de ahí resultaba mucho más fácil explicar la función del pronombre.
También tenían un gran éxito los romances cantados en los que los mejores cantantes tenían un papel y los demás hacían el coro. Recuerdo el "Romance del Conde Olinos" en particular. Muchísimos años después, cuando uno de mis alumnos tenía dieciséis años, su madre, compañera mía, me contó la anécdota de que le oía cantar debajo de la ducha y, aplicando el oído a la puerta, se dio cuenta de que estaba cantando ese romance en concreto.

Lamento mucho que se hayan abandonado esos métodos.

03/10/23 5:00 PM
  
África Marteache
También les encantaba D. Melitón y la Tía Melitona, que dibujaban y poníamos en las paredes: "D. Melitón tenía tres gatos" y "La Melitona ya no amasa el pan/que le falta el agua la harina y la sal/ y la levadura la tiene en Pamplona/ por eso no amasa la Tía Melitona". Los mejores dibujantes hacían maravillas.
03/10/23 5:12 PM

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