Educar en la feminidad (I): Reflejos de virtudes marianas en el jardín de las letras
«Madonna y Niño». Obra de William Dyce (1806–1864). |
«La vida de María fue tal, que Ella sola es norma de vida para todos nosotros. Ella es la regla de nuestras vidas».
San Ambrosio de Milán
«Porque eres hermosa, porque eres inmaculada,
La mujer en la Gracia al fin restituida,
La criatura en su honor primero y en su florecimiento último,
Tal como salió de Dios en la mañana en su esplendor original.
Inefablemente intacta porque eres la Madre de Jesucristo,
Que es la verdad en tus brazos, y la única esperanza y el único fruto.
Porque eres la mujer, el Edén de la antigua ternura olvidada».Paul Claudel
Hace ya 76 años, C. S. Lewis preveía una perspectiva sombría para los tiempos que entonces se avecinaban, cuando, en su libro de 1947, La abolición del hombre, escribió:
«La naturaleza humana será la última parte de la naturaleza en rendirse al hombre».
Y lo cierto es que, hoy, parecemos estar ya inmersos en lo que Lewis auspició, de tal manera que, lo más urgente es el rescate de la misma naturaleza humana.
Como una parte no menor de ese rescate, un asunto merece hoy la mayor de las atenciones y cuidados. Les hablo, de la restauración de la verdadera feminidad, del ethos femenino, perdido como está entre empoderamientos, igualdades antinaturales, y subversiones y alteraciones del binomio natural de los dos sexos. Y, para ello, habremos de volver al lugar donde ese ser femenino se desenvuelve más perfectamente: el matrimonio entre un hombre y una mujer.
Como saben, una de las preguntas de moda hoy, que suena y resuena en nuestras cabezas con una insistencia exasperante, es la siguiente:
«¿Qué es una mujer?»
Hace no tanto tiempo no daríamos crédito a que alguien pudiera plantear siquiera la pregunta, y menos aún, a que un porcentaje cada vez mayor de personas no pudieran o no quisieran darle contestación.
Bien, pero, independientemente de causarnos perplejidad, ¿es necesario darle contestación? ¿No es obvia la respuesta?
Sin duda, debería serlo, y lo cierto es que lo es para algunos, pero ya vamos siendo los menos. Mientras, la locura y la confusión se extiende como una plaga entre los niños y los jóvenes. Por lo tanto, a pesar de la obviedad, es preciso contestar a la pregunta, responderla para ellos. Para que no se lleven a engaño y se extravíen.
De esta manera, nuestras hijas, sobrinas y nietas, deben volver a ser formadas en la idea, abandonada y perseguida hoy, de que ser mujer es algo hermoso, bueno y necesario. Y no solo eso, sino, además, que el cumplimiento de su natural función de madres en el seno del matrimonio es algo infinitamente valioso, de una belleza y una profundidad perturbadora, al hacerlas portadoras sagradas de la transmisión de la vida misma, en una función de mediadoras entre el ser y la nada, entre la tierra y el Cielo.
EL MODELO DE TODAS LAS VIRTUDES FEMENINAS
Pero, ¿dónde habremos de comenzar en esa labor de rescate? ¿En qué lugar puede encontrase un modelo que personifique ese ideal femenino, un ejemplo al que imitar, en el que nuestras hijas puedan verse reflejadas?
Sabemos que uno de los principales modelos –si no el principal– para las niñas y las jóvenes son sus madres, y en su caso, también sus abuelas o sus hermanas mayores, pues en el seno de la familia es dónde todavía se lleva a cabo, voluntaria e involuntariamente, una gran parte de la educación. Y los católicos también sabemos que la máxima de estas referencias humanas está, en este caso, en la madre de las madres. Alice Von Hildebrand, nos habla de este modelo ideal:
«Cada mujer puede encontrar una fuerza sobrenatural en lo que el feminismo percibe como su debilidad, y mirar a María como modelo de feminidad perfecta».
De esta forma, María –como hija, como esposa y como madre– habrá de estar siempre presente en la educación de nuestras hijas, incluso cuando parezca no estar. Y, sin perjuicio de que la primera mirada ha de estar dirigida directamente a ella, cuando no sea así, habrá de dirigirse hacia los vestigios y pálidos reflejos que María proyecta en otras mujeres, algunos de los cuales se hallan guardados en las páginas de ciertos libros.
En todo caso, aun centrándonos en esa mujer ideal ––e inalcanzable––, que representa Nuestra Señora, veremos que en ella tiene lugar una ascensión, un proceso de depuración y de perfección.
Cierto es, que María recibió las mayores prerrogativas y privilegios de Dios, y así la saludamos en la oración, «Ave Maria gratia plena», pero, como nos dice el cardenal Newman, «aunque la gracia concedida a la Virgen ha sido tan maravillosamente abundante, no supongáis que excluyó su cooperación. Ella, igual que nosotros, experimentó sus pruebas. Igual que nosotros aumentó en gracia y mereció el aumento». Por eso es posible tenerla como modelo, aunque, como también nos señala el santo cardenal, debemos movernos a imitarla «en cuanto es posible a nuestra humana debilidad», pidiendo «a Dios y a Ella gracia y protección para llevar a cabo lo que es imposible a nuestras propias fuerzas».
Santa Hildegarda de Bingen (1098-1179), doctora de la Iglesia, es autora de un drama litúrgico expresivo de esta procesión perfectiva, su Ordo virtutum (1151). Este juego de las virtudes se revela tendente siempre hacia María. En esta obra, la heroína Ánima, encuentra en las virtudes en ella personificadas, la fuerza para triunfar sobre el mal interior y alcanzar su alto destino.
Otra doctora de la Iglesia, nuestra Santa Teresa de Ávila, transita por las mismas veredas, y si bien, como ella dice, «nosotros no somos ángeles, sino tenemos cuerpo» y, consecuentemente, «querernos hacer ángeles estando en la tierra (…) es desatino», lo cierto es que hay un sendero por recorrer, un Camino de perfección, como ella diría, en la búsqueda de algo mayor y más glorioso que los ángeles.
Y entre las virtudes que la adornan, la Iglesia tradicionalmente ha elegido un elenco de las más brillantes, recogidas en las Letanías Lauretanas, similar al que relaciona santa Hildegarda. En esta serie, destacaré solo algunas, aquellas que se concentran en una de las más altas, sino la más alta, de sus perfecciones: la de ser esposa y madre.
Así, la búsqueda de esas virtudes es el camino que a toda mujer espera en su peregrinar terreno, de acuerdo a un ordo virtutum a través del cual ascender, virtud por virtud, para, con la ayuda imprescindible de la gracia, alcanzar su destino. Y María, la misma madre de Dios, es la referencia a emular y, a un tiempo, la guía con quien caminar en ese peregrinaje de perfección.
Y, EN ESTA LABOR, ¿PUEDEN LOS BUENOS LIBROS AYUDARNOS?
Una vez conocido el modelo al que imitar, ¿en qué lugar puede llevarse a cabo ese intento de emulación? Obviamente, el lugar es el alma de cada mujer. Un sitio que no está en ninguna parte y puede estar en todas, análogo a un jardín, a un florido pensil donde las jóvenes pueden modelarse en el cultivo de la Rosa Mystica.
Y me gusta hablar de un jardín, no solo por su cargado simbolismo (en el Fedro, Sócrates nos habla de sembrar en el “jardín de las letras”, y en sus Etimologías, san Isidoro explicaba el significado de la palabra hortus/jardín, que proviene del verbo latino orior, es decir, nacer), sino, además y sobre todo, porque se trata de un lugar que aparece desde siempre relacionado con María. El jardín como hortus conclusus del que partir (puro y cerrado, guardado y virgen) y locus amoenus, al que llegar (gozoso, florido y fértil). Como se puede leer en el Cantar de los cantares:
«Un huerto cerrado
es mi hermana esposa,
manantial cerrado,
fuente sellada».
Imágenes hermosas que nos conducen a la inocencia y a la pureza de María. Pero, al mismo tiempo, esa pureza se proyecta y se desenvuelve en la mujer en una plenitud de gravidez, haciéndola volverse portadora –en sus entrañas– del fruto más palpable del amor conyugal. Estamos en plena estación primaveral, en el mes dedicado a María, mayo, cuando la primavera explota con exuberancia en flores y lozana espesura. Un mes que refleja a la perfección esa naturaleza promisoria y fértil de la madre, porque toda floración promete fruto. Como dijo el Profeta:
«Saldrá un tallo de la raíz de Jesé, y una flor surgirá de la raíz».
Así, el hortus conclusus inicial podrá transformase en un locus amoenus, fructífero y floral; y de esta forma, la mujer, que habrá de hacer su camino de vida atravesando ese jardín, en tanto lo atraviesa, habrá de mantenerlo y cultivarlo con el fin de librarlo de malas hierbas y volverlo hermoso y fértil. Un jardín que es alma y cuerpo entrelazados. Y así escribe el poeta T. S. Eliot:
«La única Rosa
Es ahora el Jardín
Donde terminan todos los amores».
¿Y de qué manera? Sin ser el único ni el principal, uno de los modos de cultivar ese jardín puede ser la literatura. Y así, el huerto tomará por nombre Jardín de letras.
Partiendo de estas premisas, en días sucesivos les hablaré de algunos de esos grandes y buenos libros en una serie que hoy comienza y que se extenderá a varias entradas. Unos libros que contienen entre sus páginas reflejos, retazos, pequeñas huellas de virtudes femeninas cuya máxima expresión humana la encontramos en la Rosa Mystica, y que, por esa razón, pueden ayudarnos en la educación de nuestras niñas y jóvenes.
Y, todo ello, sin dejar de mirar, como modelo ideal del que parten todos esos reflejos, a aquella que fue «exaltada como una palmera de Engadí, y como una rosa de Jericó».
PLAN DE LA SERIE:
-EDUCAR EN LA FEMINIDAD (I): REFLEJOS DE VIRTUDES MARIANAS EN EL JARDÍN DE LAS LETRAS.
-EDUCAR EN LA FEMINIDAD (II). MODELOS INFANTILES Y DE ADOLESCENCIA. EL JARDÍN SECRETO Y MUJERCITAS.
-EDUCAR EN LA FEMINIDAD (III). MODELOS DE JUVENTUD. EL BAILE, EL NOVIAZGO, EL CORTEJO: LAS NOVELAS DE JANE AUSTEN.
-EDUCAR EN LA FEMINIDAD (IV). MODELOS DE JUVENTUD. LA DISPOSICIÓN DEL ALMA AL MATRIMONIO: LAS NOVELAS DE JANE AUSTEN.
-EDUCAR EN LA FEMINIDAD (V): DEL AMOR ROMÁNTICO Y DEL MATRIMONIO COMO SU FIN. EJEMPLOS: BRONTË, AUSTEN Y UNDSET.
-EDUCAR EN LA FEMINIDAD (VI): DEL AMOR ROMÁNTICO Y DEL MATRIMONIO COMO SU FIN. CONTRAEJEMPLOS: TOLSTOI Y FLAUBERT.
3 comentarios
Por lo demás, pienso que no se trata tanto del hecho de poder o no estudiar/trabajar, como de conjugar todo eso. Nosotras no tenemos gran dificultad tras vivir la pubertad. Dificultad sexual, me refiero, más allá del pavo adolescente y cosillas puntuales. Ellos, pues sí. Ahora esto se niega, pero es una realidad biológica. Parece que en adelante quieren cargarse lo natural con las hormonas de laboratorio circulando por el aire. Ya comenté en otras ocasiones que huele a persecución, e incluso a martirio. De momento, antes de que veamos eso, nos enfrentamos a que cuanto más estudiemos y aspiremos a x carrera laboral, más se retrasa el matrimonio. Cómo conjugamos eso? El mundo neopagano ha dispuesto que con sexo sin matrimonio, en soledad o en compañía, con anticonceptivos y aborto, para que no haya "molestias", así como el fomento de prácticas pansexualistas. Los católicos ¿obviando? esa realidad?. Lo de menos hijos (abuso de los métodos naturales) y determinados servicios desde 0 años (0años!!!) surgen de que no se pueden conjugar muchas vidas laborales con la familiar. Ha habido mucho cambio social. Desde hace tiempo en este tema me guío por la parábola de los talentos. Eso a mayores de la necesidad de sustento, por supuesto. No le voy a negar a alguien con un talento claro, sea hombre o mujer, que lo ponga a disposición de Dios quien se lo regaló para que no lo esconda, pero he visto que en general la vida familiar entregada limita lo demás. No digo excluye, ojo. Así lo quiso Dios. Creo que quiere que veamos claramente nuestra complementariedad. El servir implica renuncias, a veces duras y a contracorriente. Nosotras unas. Ellos, otras. No me guío por el: Qué ganas? Pues nada, hija, ni un duro, si acaso el Cielo, para qué querría nada más. No te mantienes? Individualmente no. Hago mi aporte no económico, y a mi familia, de momento, no le falta lo esencial. Eres dependiente? Sí, dependo enteramente de Dios, a quien espero volver cuando Él considere mi periplo por este destierro culminado. Me cansa ese tipo de discurso feminista, disculpen...
No me perderé su serie. Gracias.
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