La virtud de la misericordia y el sentimiento de la compasión (La muerte de Iván Illich)
«Jacob, en su lecho de muerte, besa a los hijos de José». Obra de Rembrandt (1606-1669). |
«La cualidad de la misericordia no es la obligación.
Se derrama simplemente, como la dulce lluvia sobre la tierra.
Es dos veces bendita: bendice al que la da y al que la recibe».
William Shakespeare. El mercader de Venecia.
Chesterton nos advirtió en su día de que el mundo moderno estaba invadido por viejas virtudes cristianas que se habían vuelto locas. Que una de esas locas virtudes es la de la misericordia, no parece presentar dudas. El problema con esta virtud es común a todas ellas. Me estoy refiriendo al sentimentalismo, entendido como la confusión de las virtudes con los buenos sentimientos, y el otorgamiento a estos últimos de la dirección de la conducta, dándoles una primacía indebida sobre la voluntad y la inteligencia.
Sí acudimos al diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, veremos que define a la compasión como el «sentimiento de pena, de ternura y de identificación ante los males de alguien». Se trata por tanto de un resorte emocional que, a modo de un motor de arranque, conduce a la acción y mantiene y apuntala el empuje de la misma.
Sin embargo, no podemos olvidar que la compasión es un sentimiento y, como todo sentimiento, es en sí mismo neutro moralmente. Por ello precisa de una guía que encauce su impulso y lo dirija a su fin; una orientación y pilotaje que venía siendo dada tradicionalmente por la virtud de la misericordia. Una virtud que podría definirse como un acompañar, consolar y atemperar en lo posible, el sufrimiento y la miseria ajena, y cuyo fundamento último descansaría en el amor.
Pero, de un tiempo a esta parte, el sentimiento y la virtud han sido separados, y en este vagar errante y solitario de ambos, el sentimiento compasivo ha dejado de ser encauzado a través de la práctica de la virtud misericorde, conduciendo con frecuencia a un error en el obrar.
La cultura contemporánea, alejada de todo lo trascendente, generalmente considera, en aras del sentimentalismo comentado, que los sentimientos altruistas son una sólida guía de conducta. Su regla de oro ya no es, como nos dice la sabiduría perenne, que se debe obrar el bien y no hacer el mal, sino que consiste en que hay que evitar el dolor y el sufrimiento y procurar el placer y el disfrute. La moralidad a menudo se reduce a hacer todo lo posible para minimizar los padecimientos y maximizar los goces. Siguiendo esta senda hedonista, con demasiada frecuencia podemos encontrarnos ante la tentación de tratar de lograr el bien haciendo el mal, que es precisamente lo que ocurre cuando este sentimiento compasivo mueve a las personas a suicidarse para aliviar o ayudar a otros, o a matar a otros ––a petición suya o no–– para poner fin a sus sufrimientos.
Y aquí es donde se fundamenta la falsa y perversa identificación de la eutanasia con un proceder compasivo y hasta con una expresión de amor.
Pero, la decisión de suicidarse o de matar a otro no es nunca un ejercicio de caridad, sino que es gravemente contraria a ella porque la destruye. La vida es la realidad concreta de una persona y la muerte es su dejar de ser. Consecuentemente, la decisión de matar a un ser humano conlleva siempre la voluntad de aniquilarlo. Frente a ello se alza, luminosa, la caridad, que crea, sostiene, nutre y valora, pero que nunca destruye.
Y en la literatura encontramos reflejos de todo ello. Hay una novela donde la armonía entre la virtud de la misericordia y el auténtico sentimiento de la compasión está bien mostrada. Me refiero a La muerte de Iván Illich (1886), de León Tolstói. No es una obra que trate específicamente el problema del que les hablo, sino que su temática es más amplia, abarcando cuestiones tan profundas como el sentido de la vida y de la muerte, o la de como la inminencia de esta última puede hacernos conscientes de una vida malograda, y a menudo, puede brindarnos la ocasión para una redención final. No obstante, el relato de Tolstói establece un escenario apropiado para el tema (los últimos días de un hombre con una agonía atroz) y ejemplifica en uno de sus personajes la armoniosa confluencia entre la virtud y el sentimiento tratados.
La novela relata la vida y, sobre todo, la muerte del hombre que da título a la obra, Iván Illich, y representa, entre otras cosas, un retrato detallado y fiel de una agonía, y de los sufrimientos físicos, espirituales y morales que la acompañan. El personaje que quiero destacar aquí es el modesto criado Gerasim, el único que reconoce la realidad de la muerte del protagonista con naturalidad, frente a la posición de indiferencia que muestran todos los demás (esposa, hija, médicos y otros sirvientes). Esta actitud le conduce a empatizar con su amo moribundo y a hacer todo lo posible para que se encuentre bien, permitiéndole incluso que apoye las piernas sobre sus hombros durante horas para aliviar un poco su dolor. Gerasim no es nadie para su patrón, es el lacayo más humilde de todos, pero es la única persona que le conforta. El protagonista va viendo como cada día que pasa la muerte está más cerca, y aunque el dolor y la angustia son agudos y constantes, encuentra consuelo en su criado:
«Gerasim era un joven campesino, limpio y lozano, siempre alegre y espabilado, que había engordado con las comidas de la ciudad.
(…)
Iván Ilich llamaba de vez en cuando a Gerasim, le ponía las piernas sobre los hombros y gustaba de hablar con él. Gerasim hacia todo ello con tiento y sencillez, y de buena gana y con notable afabilidad, lo que conmovía a su amo».
El moribundo solo se siente bien en la compañía de su asistente, porque este es el único que le comprende y que se preocupa de verdad por él, y la sola persona que no le miente. La síntesis de esta conducta misericorde y compasiva se recoge en un breve pasaje de la novela, en el cual el solícito criado le dice a su patrón:
«—Todos tenemos que morir. ¿Por qué no habría de hacer algo por usted? —expresando así que no consideraba oneroso su esfuerzo porque lo hacía por un moribundo, y esperaba que alguien hiciera lo propio por él cuando llegase su hora».
Los actos del sirviente hablan a las claras de caridad. Su sentimiento de compasión es verdadero, porque es expresión de esa caridad. Su atención y sus cuidados, su compañía y su talante no dejan lugar a dudas, y le dicen al moribundo que vale la pena padecer con él, que le aprecia lo suficiente como para compartir sus penurias y sufrimientos, y que su continua presencia consoladora ––hasta el último instante–– es un signo del aprecio que siente por él. Por el contrario, una malentendida compasión que conduzca al suicidio o a la eutanasia, solo hará sentir al moribundo ––en el mejor de los casos–– la resignación ante su muerte, la creencia de que su vida ya no vale la pena, que su sufrimiento no tiene sentido alguno, que su existencia es indigna y que su presencia es una carga.
El contraejemplo literario a la obra de Tolstói podemos encontrarlo en el final de Cántico por Leibowitz (1960), de Walter M. Miller Jr., una novela olvidada y valiosa que va más allá de la temática de la ciencia-ficción en la que habitualmente se le encasilla. En esta historia el autor nos muestra hacia dónde puede conducir esa desorientación moral de la que les hablo, con su descripción de los campamentos de eutanasia mostrados en su novela, denominados, eufemística ––y perversamente––, «campos de la misericordia», en los cuales se practican asesinatos en serie «después del debido proceso de suicidio en masa, bajo el apoyo del Estado y con las bendiciones de la sociedad». Porque, no hay nada más despiadado que un sentimiento no atado a una brújula moral.
¿Alguien nos cuidará con la misericordia compasiva de Gerasim cuando llegue nuestra hora? Si nuestros hijos crecen en la virtud de la misericordia, y no se dejan confundir por un sentimentalismo disfrazado de falsa compasión, probablemente así será, y el caso de Iván Illich, descrito con tanta habilidad por Tolstói, tiene una resonancia universal que podría ayudarles a perseverar en ese buen camino.
37 comentarios
Sólo venía por aquí para recordar, tras santo Tomás, un par de notas de la misericordia que el sentimentalismo moderno suele pasar por alto para dejarla en mera pasión destinada a bendecir el pecado: el misericordioso rechaza el mal que padece el otro. De corazón y expresamente. No lo lamenta hipócritamente o lo saluda como un bien que enriquece la existencia mientras en su corazón da gracias por no encontrarse en su situación. Cuando acude en ayuda del otro, por tanto, es el otro, y no el misericordioso, el que resulta beneficiado por la acción. Por eso las obras de misericordia son, en términos humanos, naturales, sin el horizonte sobrenatural, un incordio: dar de vestir al desnudo, visitar al preso, enseñar al ignorante...
La otra nota que me parece necesario subrayar es que la misericordia es virtud, como dice usted, cuando es guiada por la razón, lo que implica, dice expresamente santo Tomás, que deja a salvo la justicia. No es misericordia soltar al preso si no lo exige la justicia. Es misericordia acompañarle, asumir aquello que padece y que produce horror en el otro, que se sobrepone a ese horror con las miras puestas más allá de esta vida.
Son esas dos notas las que creo que brillan extraordinariamente en la actitud y comportamiento de Gerasim.
Por cierto, Tolstoy, que no daba puntada sin hilo, buscó muy bien el nombre de este fiel sirviente, que significa algo así como el honorable, con una raíz que lo emparenta con la ancianidad (geron-). El joven que actúa como viejo honorable.
Aun así, no sé si Gerasim expresa en su pureza el actuar misericordioso cristiano, como Tolstoy no dejaba de ser un excéntrico respecto del cristianismo. Como nuestro amor mira al Señor en lo que hacemos por nuestros hermanos, nuestra esperanza está puesta en el Señor, no en que alguien actúe con nosotros como nosotros lo hemos hecho con otros. Eso puede ser una consecuencia debida pero no expresamente buscada.
Llevamos 200 años de perversión del lenguaje y no nos enseñan a descubrir las trampas, tenemos que hacerlo nosotros mismos y si, lo comentamos, ya pocos entienden la diferencia.
La caridad es una virtud sobrenatural, infusa...: va infinitamente más allá del solo amor natural. Se pueden "repartir todos los bienes para alimentar a los pobres" y "entregar el cuerpo a las llamas" y no tener caridad... (cf. 1 Cor 13, 1 y ss.). Sin fe sobrenatural no se puede tener caridad, en estado de pecado mortal es imposible la caridad. Y sin embargo hay muchos infieles que realizan verdaderos actos de compasión y amor natural respecto de sus prójimos, pero no actos de caridad sobrenatural (los cuales supone la justificación, la gracia sobrenatural).
Y la caridad, por áspero que pueda sonar, no es incompatible con matar a una persona (como es el caso de Abraham, entre otros). Cuando se confunden los planos en ocasiones se llega incorrectamente a condenar, por ejemplo, una guerra justa, la justa pena capital en determinadas condiciones, por parecer contrarias al sentimiento de compasión meramente natural.
De hecho, es un buen indicio ver resplandecer la rara belleza de ciertos actos de amor de infieles que no se explican por puro amor humano, donde siempre hay concupiscencia) para ver en ellos, como una lucecita, la invitación del Señor a acercarnos a esas personas para darles a conocer mejor a Dios y a su Hijo, de quien proceden los méritos que hacen posible ese auxilio que acogen.
En cuanto a lo de matar, creo también, sinceramente, que Dios ha enviado más especiales auxilios y ha concedido ese hábito para morir por Él (es el caso de los mártires) que para matar por Él. De hecho, los casos en los que a priori puedo pensar, y usted sugiere, que se puede matar por Dios, el de defender la fe como parte de defender la patria o a otros fieles y la pena de muerte, en el primero va implícito el riesgo de ser muerto, es decir, como se decía en tiempos, de caer por Dios y por la patria, cuando esta asociación, fe y patria, se ha perdido, por lo que parece que debiera ser algo excepcional y al margen del ejército oficial y las órdenes del Estado, por lo general anticatólico, algo muy delicado de justificar. Y en el caso de la pena de muerte, en estos ordenamientos jurídicos que no se someten ni formal ni prácticamente a la ley natural, la cosa no parece que sea mejor. Fuera de esos dos casos que hoy han desaparecido de hecho, sólo queda el caso de Abraham, ante lo cual le digo que no por menos cierto que sea eso, a la luz de Cristo, parece que, como le decía, lo más normal es que lo que nos pide y para lo que nos da fuerzas normalmente el Señor es para que le amemos hasta el punto de dar la vida por él, no para que busquemos la muerte del otro. Llegar a la conclusión de que uno ama a Dios matando por él es una conclusión a la que me parece muy difícil de llegar, siendo ya difícil llegar a la misma conclusión (más habitual entre los santos) de que es necesario (o no hay otra alternativa digna para la fe a) ser muerto para defender la religión y el santo nombre de Dios.
Si el infiel realiza un acto de caridad sobrenatural, es que está justificado (al menos en ese mismo instante).
Pero de todos modos no se puede saber a ciencia cierta si lo es, me refiero a si es un acto de caridad sobrenatural: pues equivaldría a saber que se está en gracia sobrenatural... "Muchas veces parece caridad lo que es carnalidad", como dice la Imitación.
Todo acto honesto puede ser inspirado, en el fiel justificado, por la caridad sobrenatural, la cual puede imperar el acto de cualquier otra virtud, incluso natural (es "forma virtutum"). De allí que un justo homicidio, i.e., honesto, puede ser imperado por la virtud sobrenatural de la caridad.
Y sin necesidad de buscar otros casos, tiene el de la legítima defensa.
De cualquier manera, llevé el caso a un extremo que "hace ruido" deliberadamente, para poner de manifiesto que la caridad sobrenatural no es lo que el ambiente naturalista (e irenista) suele entender por la misma...
Otra cosa que no ayuda: en Argentina, por ejemplo, la Sagrada Escritura que se emplea en la sagrada liturgia (nada menos que la que está en "vatican.va"), en 1 Cor 13 trae como infeliz traducción "amor" (en lugar de "caridad"). Y no son pocos los que lo entienden en sentido puramente natural...
"Los actos del sirviente hablan a las claras de caridad. Su sentimiento de compasión es verdadero, porque es expresión de esa caridad".
En cuanto a la legítima defensa, no es evidente eso que dice para la mayoría de los lectores, creo. Hay que explicarlo y no dejarlo ahí, porque si no parece que cualquier legítima defensa es un acto de caridad. Y eso no es cierto, como sabe como buen conocedor de san Agustín y santo Tomás. Así que le invito a que lo haga, puesto que usted ha sido quien ha tirado la piedra. Que la ciencia infla, mientras que la caridad edifica.
El lenguaje (y sobre todo en la traducción, donde ya no se trata de trasladar el propio pensamiento al entendimiento de otro, sino llevar el entendimiento de un tercero a un cuarto, siendo el tercero, en estos casos, Dios, nada menos, inspirando a un quinto) es así, querido amigo: siempre trae problemas. ¿Traducir amor o caridad? Se usa indistintamente, aunque en ocasiones parece más adecuado un término castellano que otro. Explicado, con una buena catequesis, y sin malos usos detrás (que es lo que nos falta a los cristianos para que las palabras nos supiesen a lo que debieran), el problema se reduce. Pero también caridad los trae. Hoy se ha cargado tanto esta palabra de esos actos de fatuidad de los ricos hacia los pobres que no dificulta poco que quien oye hablar de caridad no salga corriendo si no está formado. En ambientes anglosajones, por ejemplo. Además, el lenguaje del amor humano es del que místicamente siempre se ha servido Dios para enseñarnos sin muchos rodeos por dónde van los tiros del amor sobrenatural: en el Cantar, es 'ahab, 'ahabah, aunque los LXX traduzcan agape y san Jerónimo caritas. Y cuando el amor de Dios te pilla, te pilla por completo, cuerpo y alma. Pero que diga usted esto después de soltar lo de matar como parte de la caridad sin más detalle y como para distinguirla, y luego lo de la legítima defensa... así, como para provocar. Pues se empieza provocando y se termina... Si queremos rigor, empecemos por ofrecerlo.
Feliz día del Sagrado Corazón, fuente del Divino Amor.
Sino que dije, lo cual es rigurosamente verdadero, que "no es incompatible con matar a una persona". Esto, en buen español, no significa que sea "parte de" sino que cabe la posibilidad de que esté "con" o "junto a", servatis servandis: es decir, que pueden "compadecerse". En todo caso, los lectores también pueden preguntar...
"Caridad", al menos en castellano, parece un término más teológicamente preciso que "amor". No se usan indistintamente. Al menos "caridad" no se suele emplear para "quereres" objetivamente desordenados y pecaminosos (como sí "amor"). Esto ya es bastante. Pienso que cualquiera que entendiera un poco de teología clásica preferiría traducir la "caritas" latina por "caridad" y no por "amor", lo cual remite claramente al tratado clásico de las virtudes infusas. Y parece mejor aclarar todo lo que se pueda antes de una catequesis que, cuando existe..., a veces es mejor que no existiera...
El detalle que di es clave: el acto ha de ser honesto (moralmente bueno) y ha de estar imperado por la virtud sobrenatural de la caridad: entonces se hace por caridad y sería meritorio: sea orar, sea amar naturalmente, sea dar un vaso de agua fresca, sea, incluso, en algunos casos extraordinarios, matar. Nuevamente, fue un ejemplo provocativo para despertar a los que el naturalismo y el irenismo tienen adormecidos y sedados (y en orden a esto pienso que sumamente pedagógico). Y la explicación está dada: pues precisamente aludí al imperio o inspiración de la caridad sobrenatural sobre un acto honesto, lo cual, obviamente, supone que el acto honesto de suyo, en sí mismo, no es un acto de caridad (pues si así fuera no se requeriría el imperio de la caridad sobre el mismo). Es claro que los comentarios no son el marco para exponer ni desarrollar un tratado de teología moral: basta que sean verdaderos, inteligibles ("intelligenti, pauca") y pertinentes.
Santa y feliz Solemnidad del Sacratísimo Corazón de Jesús, estimado Scintilla, el cual es "fornax ardens caritatis".
En latín no sólo se utiliza caritas, sino también amor e incluso dilectio, de diligere. Y en castellano amor lo utilizan todos los santos y espirituales sin problemas: san Juan de Ávila, santa Teresa, san Juan de la Cruz... Donde los santos no andan con cominerías no andaré yo tampoco. Y en cuanto a la precisión, no sé en Argentina, pero aquí lo que se suele decir es "menos caridad y más justicia". Y así la caridad es nombre que se utiliza para despreciar a la Iglesia, reduciendo la caridad a determinadas obras de misericordia hechas, todo hay que decirlo, no siempre con espíritu evangélico. Así que no daré tampoco mi brazo por defender su uso como más preciso. El que mejor hable utilizará mejor lo uno y lo otro. Y no me escandaliza ninguno. Aunque sí, y en eso coincido con usted, la tontorronería en la que se ha convertido la prédica de un vagaroso amor desde los púlpitos que a nada obliga y a nada eleva.
No se me escape vivo: no ha contestado ni explicado el caso. Lo que cuenta, como teoría, está muy bien. Se sabe las generales de la ley (y podría desarrollarla algo más, darle algo más de carne, explicando, por ejemplo, que para ser bueno santo Tomás exige que la muerte del otro en la legítima defensa sea un accidente, no esté en la intención expresa: no se puede desear la muerte del agresor, como sí lo permite la ley civil e incluso la ley moral no cristiana). Pero ponga un caso de eso que parece que, en la teoría, podría suceder plausiblemente de una manera real y no teórica. O tan real como el martirio del que tenemos miles de casos registrados. Yo en este caso soy tan escéptico como san Agustín en De libero arbitrio (I,5): es un caso de mal menor que no es perfecto como quiere la caridad. Piense que ha de matar al otro por amor al otro. Da más argumentos a los defensores de la eutanasia que a los de la pena de muerte (el problema de la voluntad). Y desde luego, el que mata a otro en legítima defensa, no sé si conoce a alguien real y no en teoría, queda tocado, aun siendo persona de fe.
No siempre somos inteligentes los que leemos. Y menos en internet. La inteligencia no se supone, se comprueba.
Muchas gracias por su felicitación, que acojo encantado. Ojalá pueda decir un día con el corazón lleno de Vuestro amor: En Vos confío, Señor.
La cuestión vino por la frase del artículo que cité. Que si se aplica el nombre de caridad a lo que puede no ser más que un mero amor natural, eso sí que es grave, y más grave que lo que Ud. dice, pues es una perversión de la doctrina católica que sabe a pelagianismo. Ante todo se trata de la verdad, en la que la caridad se regocija.
Si nos ponemos a considerar las condiciones para la rectitud moral de un acto determinado, en concreto..., da para largo. Estábamos moviéndonos sólo en el orden del objeto (finis operis): y allí cabe la licitud moral del matar a una persona en determinados casos, como los citados. Esto basta para llamar la atención sobre lo anterior. Y en ese sentido, tal acto moralmente bueno puede (es susceptible de) ser imperado por la virtud sobrenatural de la caridad. Que hoy esto, que es la pura doctrina tradicional y católica de siempre, suene mal a algunos, quizá a bastantes, es un claro indicio de la gran desorientación, de corte naturalista, que desgraciadamente reina. Y un motivo más, pienso, para justificar la pertinencia de mis comentarios.
Tal como está expuesto no cabe, objetivamente, que esto se "aproveche" en orden a justificar lo injustificable. Pero, en fin, si se trata de los necios entonces no se podría ni abrir la boca.
Coincidimos, me alegro, en lo de la "tontonorrería". Lo del uso y sentido de las palabras, es verdad, depende mucho del lugar (que al fin es eso la semántica). Por ejemplo, esa frase que cita nunca la escuché en Argentina. Sí puedo sostener que por aquí el denominar amor lo que es caridad sobrenatural, sin aclararlo, pienso que es un desacierto no menor.
Si no se aplicara lo que digo el servicio militar y las guerras serían siempre intrínsecamente incompatibles con la caridad. Lo mismo la pena de muerte, la muerte del injusto agresor... (servatis servandis). Hasta sería absurda la existencia, como la hubo, de Órdenes religiosas militares. No se olvide que nada menos que el Doctor melifluo, que cantó con lírica sublime los castos amores de caridad del Cantar, escribió a su favor. Y también, claro está, el Águila de Aquino, cuya sublime y sacra teología no he hecho más que, pobre y burdamente, tratar de esbozar.
In Corde Iesu.
¡Corazón de Jesús, en Vos confío!
Con esta forma de atacar los debates los católicos estamos perdidos: ni aclaramos qué es el amor ni qué es lo moralmente bueno... más que en teoría. Esto es lo que vengo a decirle. Y lo que le pido por caridad (enseñar al ignorante): que se baje del pedestal de la teoría y que piense un poco más con el corazón y busque en la fe cómo hacer entender algo que para usted es automático.
No es cuestión de llamar la atención, sino de enseñar, de no parar de enseñar, amigo, porque como recuerda usted y lo hace don Miguel, hoy en día no hay guías. Y no veo sentido a soltar una rareza para esperar a que pregunten: "Ah, y eso, ¿cómo es así según ustedes?" El debate público no funciona así. Y esperar que provocando con teorías (que los ejemplos siguen sin salir) sobre la compatibilidad entre matar a otro y caridad el respetable se va a dar la vuelta a preguntar...
De ahí el valor de lo que hace don Miguel: mediante ejemplos literarios explica aspectos de la fe y la moral cristianas que pueden servir a un ajeno a ella o a los propios cristianos a contemplar la belleza. Haga usted lo mismo: ponga un ejemplo real o literario del que mata a otro y resplandezca en ese acto la caridad, cómo así demuestra amar al prójimo como a sí y a Dios, un Dios que se encarnó y murió por los pecadores que éramos todos, sobre tdas las cosas, más que a sí mismo.
De acuerdo. En Jesucristo no cabe esa confusión, pues todos sus actos estuvieron inspirados por la más pura y ferviente caridad sobrenatural.
Pero con el corazón en carne viva cualquier creyente ve cómo se tiende cada vez más a hacer de la fe católica una religión “dentro de los límites de la razón”, y cómo la auténtica caridad se reduce a beneficencia y compasión puramente naturales.
Jesucristo no vino para que nos compadezcamos de nuestros hermanos y evitemos las guerras y seamos todos hermanos, en un sentido naturalista e irenista.
Y aquí hay otra frase incorrecta:
"la decisión de [...] matar a otro no es nunca un ejercicio de caridad, sino que es gravemente contraria a ella porque la destruye".
Esto se carga toda la doctrina católica de la guerra justa, de la muerte del injusto agresor en legítima defensa, de la justa pena capital..., todo servatis servandis, pero al fin, guardadas las debidas condiciones, actos moralmente lícitos, buenos y por ende susceptibles de ser informados, vivificados e imperados por la caridad sobrenatural.
(Lo del suicidio, que quité, sí es válido y verdadero, está claro).
In Corde Mariae.
En cuanto a la frase de don Miguel “la decisión de suicidarse o matar a otro no es nunca un ejercicio de caridad”, no dice más que una verdad como un templo de grande y no se carga ninguna doctrina católica. Eso es una exageración suya. El propio santo Tomás señala, como le dije ya, que la intención del que mata a otro en legítima defensa no puede ser nunca la de ese resultado. Y, hasta donde sé castellano, decidir matar a alguien o suicidarse es lo mismo que tener la intención de hacer esas acciones. Y tampoco contradice la teoría de la guerra justa: matar a alguien es algo bien distinto de hacer la guerra. Al menos, en mi idioma. Y sobre la guerra justa ya le he explicado lo suficiente para que entienda, si quiere, por qué, como dice el Catecismo, hoy es una acción fuera de nuestro horizonte normativo. Sin que eso suponga mengua ni a la palabra de Dios ni a lo que decía santo Tomás (por cierto: ¿tiene un agujerito para verle en ese trono sobre todos los demás doctores de la Iglesia? Un doctor que metió tan a fondo la pata y que dio tanta correa a los que tanto se empecinaron contra el dogma de la Inmaculada no sé si merece tal asiento. Dicho sea desde mi admiración, que rechaza, por eso, los homenajes de latón).
¿Y no le parece a usted que su teologismo reduce también la fe dentro de los límites de la razón?
No diga eso, hombre. Lo de sólo pensamos con la razón. Hay una preciosa palabra hebrea (también hay verbos a los que le pasa lo mismo), leb, que, como tantas otras, no tiene una traducción fija, aunque normalmente se traduce por corazón, entraña, lo interior. Y al principio de la Biblia, en la decisión que pesa sobre el diluvio, se emplea dos veces seguidas: para decir que son las “maquinaciones, los pensamientos (machashabet) del corazón” de los hombres lo que lleva al “corazón” de Dios la decisión de arrasar con todo. Pensamos con todo, incluso los que creen que sólo lo hacen con la razón, y sólo una insuficiente formación (incluso escolástica) le puede haber hecho creer lo contrario.
El amor nunca queda nunca del todo claro, amigo. Y sobre todo el amor de Dios nos supera, como lo hace el amor humano cuando este otro lo embarga, y hablar de todo esto como de un producto de diseño de departamento universitario… categorizado, diseccionado... en fin.
Creo que cae justamente en lo que critica: habla del amor sin amor, aunque se crea justificado. Y por mucha teoría que tenga, si en ésta no late el amor por el otro, un amor efectivo en su palabra (que Dios mira el corazón del que habla, no las palabras que pronuncia su boca), una palabra que no sea, en el fondo, oración…
En fin, no se me ocurre qué más decirle. Así que sólo me queda la oración y desearle, en lo que le quede de día en aquellas tierras, un feliz domingo.
No dije que fuera Ud. sospechoso: únicamente llamé a recordarlo. Sí está claro que respecto de este punto Tolstoi suscribiría más a su parecer que al mío.
Quizá el problema es que el diálogo se torna difícil con quien admite otra instancia que no sea el logos, la razón, el entendimiento, para conocer la verdad... En eso la escolástica y santo Tomás son intachables y han expresado la verdad. Y en ese sentido me alegro de tener una «insuficiente formación». Mientras que uno de los graves problemas del mundo moderno es quizá, siguiendo lo que dice, que la tienen muy «suficiente»: pues piensa con todo (menos con la razón). La autosuficiencia... Puede mirar el último post de Alonso Gracián.
Admitir lo intrínsecamente sobrenatural, como lo hago, es justamente el mentís de aquello que Ud. incorrectamente plantea como posibilidad en mi posición. Más bien diluir la distancia y diferencia entre la caridad sobrenatural y el amor natural es, en efecto, acercarse a lo de Kant (o ya meterse).
¿"Agujerito"? Pues es lo que dice la Santa Madre Iglesia: que iluminó más a la Iglesia que todos los otros doctores juntos (más testimonios: los hay a montones).
Lo que Ud. dice de la Inmaculada..., en fin, parece que no ha estudiado el tema. Fíjese en "La síntesis tomista" del P. Garrigou-Lagrange y quizá aumentará su admiración hacia el Doctor Común, "cuya doctrina la Iglesia ha hecho suya" y que no sólo terminó sus días defendiéndola, sino que incluso la que negó en la Summa fue la misma que negó la Ineffabilis Deus. Y si todavía tiene más tiempo, puede leer la obra del P. del Prado sobre santo Tomás y la Inmaculada.
En cuanto a la frase de marras: el «nunca» excluye toda posibilidad. Ahora bien, basta la licitud de iure para que la frase sea entonces incorrecta, como lo es. Y eso de que esté lejos de nuestro horizonte normativo...: hoy por hoy sigue habiendo guerras. Y en el enfrentamiento armado, si no hay la decisión de dar muerte al que injustamente ataca, entonces del lado del que guerrea justamente ¿no se mataría a nadie?
En todo caso, vuelva a la cita de santo Tomás que le pasé: allí está claro que hay «decisión», tanto en el que manda como en el que obedece. Y aquí tiene otra, bastante clara:
«Omnis autem pars ordinatur ad totum ut imperfectum ad perfectum. Et ideo omnis pars naturaliter est propter totum. Et propter hoc videmus quod si saluti totius corporis humani expediat praecisio alicuius membri, puta cum est putridum et corruptivum aliorum, laudabiliter et salubriter abscinditur. Quaelibet autem persona singularis comparatur ad totam communitatem sicut pars ad totum. Et ideo si aliquis homo sit periculosus communitati et corruptivus ipsius propter aliquod peccatum, laudabiliter et salubriter occiditur, ut bonum commune conservetur, modicum enim fermentum totam massam corrumpit, ut dicitur I ad Cor. V» (II-II, q. 64, a. 2, c.).
No he «categorizado» ni «diseccionado» (expresiones infelices…) más de lo que lo hace la sana teología, que a estas cuestiones les dedica tratados… Y en todo caso estamos tratando directamente de la verdad de la caridad, y no de la caridad de que las expresiones proceden o puedan proceder. No mezclemos materias. No sé a qué alude con el «creerme justificado», pero no parece pertinente. Si se refiere a la justificación racional de las tesis: pues o se refuta o se acepta, que no es materia de creencia, de «fe». Y si se refiere a la justificación sobrenatural por la gracia: eso no hace al caso.
In Domino.
La fórmula decía, si no recuerdo mal, “post Apostolos et primos sanctos doctores”, a los que el propio santo Tomás veneraba. Como san Agustín, a quien tanto debe, o el Crisóstomo, sin ir más lejos.
Toda decisión abraza necesariamente, ratifica una intención, que es como el alma de la decisión. La decisión de defenderse, por tanto, no puede incluir la intención de matar a otro. El horizonte normativo “cristiano”, le dije hablando de la guerra, no me haga decir lo que no digo. Como tampoco, le dije, son ya cristianos nuestros magistrados ni nuestras leyes, por lo que hablar de caridad y pena de muerte hoy en día me parece una broma, insisto. De iure, si quiere.
De todas maneras, no deja de sorprenderme su insistencia para tratar de la muerte, y de la frialdad con que lo hace. Una cosa es no tener reparos en tratar de la muerte, y, otra, esta suerte de hacer de la muerte una bandera. De la muerte del otro, de dársela. Como si en eso tuviéramos que diferenciarnos los cristianos del resto de la humanidad y en ello se pusiera de manifiesto, más que en cualquier otra cosa, el ejercicio de nuestra razón (que consideramos iluminada por la fe) a lo largo del tiempo.
La verdad del amor es inefable. Sólo produce balbuceos. Y si es ya así en el amor natural, qué no hace el amor de Dios. Sobre el que se puede escribir mucho desde luego. Bibliotecas enteras. Y aun así sus misterios no quedan necesariamente para los estudiosos. Ni siquiera para los letrados. Como decía usted, por mucha ciencia que tengamos, si no tenemos caridad, que es un don del cielo...
Le pido disculpas por lo que no haya comprendido bien de sus palabras y por aquello que pueda considerar un exceso o una jactancia.
Y me voy, que llego tarde. Dios le guarde.
Cf. San Agustín, Contra Adimantum Manichaei discipulum liber unus, 17, 4.
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