Buscando rastros de Cristo en la literatura (II)
«Solo Galahad podía ver la belleza perfecta del santo Grial». Obra de A. C. Michael (1881-1965).
«Tendrán que ir, penitentes,
A conquistar el SANTO GRIAL,
El cáliz del misterio, la copa milagrosa
Donde la trágica noche de la Última Cena,
Ardiendo en fuego sagrado, encendido por el amor,
Su sed de martirio apagó el Señor».Ramón Cabanillas. El caballero del santo Grial
«Desde ahora, oh Beowulf, el mejor de los hombres,
mi afecto te doy y te tengo por hijo.
¡Sígate Dios concediendo sus bienes igual que hasta ahora!».Beowulf
BEOWULF (siglo VIII)
«Beowulf se enfrenta al dragón». Obra de John Howe (1967).
Cuando se predicó por primera vez el cristianismo a las tribus germánicas y sajonas, se presentó a Cristo como un héroe. Y esta forma de evangelizar vio su reflejo en la literatura. El poema sajón Heliand (título que significa El Salvador), escrito en minúscula letra carolingia en la Abadía de Corvey a mediados del siglo IX, y cuyo tema es la historia de la salvación, describe a Cristo como un héroe y a sus discípulos como sus thanes. Pero las representaciones cristológicas no solo se limitaron a tratar de Cristo mismo, sino que, mediante la alegoría y la analogía los poetas crearon personajes inspirados en Nuestro Señor.
Una de estas obras es el Beowulf, el poema más largo y completo que se conserva del inglés antiguo, escrito al parecer en el siglo VIII en un ambiente monástico, y en cuyo rey guerrero protagonista, ven algunos un tipo de Cristo.
Ilustraciones de Gareth Hinds (1971-) y de Patten Wilson (1869-1934).
Esta figuración puede verse ejemplificada en muchos de los rasgos del héroe y en algunas de las circunstancias en las que se desenvuelve la acción. Varios estudiosos se han pronunciado a este respecto, reconociendo en Beowulf, el destructor de demonios infernales, el guerrero valiente y gentil intachable en pensamiento y obra y el rey que muere por su pueblo, rasgos de Cristo. En palabras del profesor Ángel Cañete Álvarez-Torrijos, en el poema, «superior y diferente a todos los demás se alza Beowulf, al que se nos presenta como guerrero, vasallo, y finalmente como rey».
En primer lugar, al comienzo de la historia, Hrothgar, rey de los daneses, presenta a Beowulf de esta manera: «Dios, en Su misericordia, lo ha enviado [Beowulf] para salvarnos de los ataques de Grendel [el malvado ogro]», para más adelante alabar a su madre en estos términos: «digo yo que la mujer que ha dado a luz a semejante hijo entre los hombres bien puede decir, si es que aún vive, que el Señor la llenó de gracia en su alumbramiento», lo que supone un claro paralelismo con la figura de Cristo, Dios hijo hecho hombre y enviado por Dios Padre como el Salvador, nacido en el seno de la «llena de gracia», para redimir a la humanidad del pecado. Otra similitud la encontramos en la descripción demoníaca del monstruoso ogro Grendel, hijo de Caín, como «el que durante tanto tiempo había estado perpetrando impíos crímenes contra la raza de los hombres, el enemigo de Dios», e igualmente cuando Beowulf «rasga el infierno» para enfrentarse a la gigantesca madre del ogro, en una guarida que es descrita con un lenguaje que recuerda al infierno mentado en las viejas homilías medievales. En la segunda parte del poema, el héroe guerrero emprende un azaroso e incierto viaje para buscar al dragón, el adversario de la humanidad, quien vive bajo tierra, entre azufre y fuego, y ejemplifica la codicia y el odio, en clara semejanza con el Maligno. El héroe lleva consigo en ese viaje a 11 camaradas, además de a aquel «que había iniciado toda esta lucha» (un ladrón que había despertado al dragón robando una copa de su tesoro, en clara alusión a Judas), lo que hace pensar en los 12 apóstoles. Sufre como Cristo antes de ese combate, «sintiendo su muerte»; sus hombres lo abandonan en su hora de necesidad; y finalmente muere en sacrificio por su pueblo.
Pero, obviamente, a pesar de todas estas semejanzas, Beowulf no es Cristo ni puede asemejarse a Él. El propio bardo así lo recalca cuando escribe: «era consciente el héroe de la magnitud de su fuerza, del poder que Dios le había concedido, y, por esto se encomendó a su gracia; así pudo vencer al odioso, al diabólico espíritu». Y, sobre todo, porque, aunque derrota al dragón, él mismo es derrotado por la muerte. Por ello, en todo caso, se trataría solo de una alegoría, como sugiere el padre M. B. McNamee, una manifestación artística de la fe cristiana, del relato de la Salvación expresado por medio de los viejos mitos nórdicos, purificados de su paganismo por medio del arte y del oficio de su anónimo creador, a fin de hacerlos servir a los propósitos del cristianismo. Y es que, muy probablemente, el propósito del poeta era establecer un modesto paralelismo sin ánimo de representación alguna. Como nos dice Tolkien, poniendo voz a las secretas intenciones del anónimo autor:
«Ésta, por lo tanto, es una historia sobre un gran guerrero del pasado, que usó los dones que Dios le había dado, de coraje, fuerza y linaje, de manera justa y noble. Pudo haber sido feroz en la batalla, pero al tratar con hombres no era injusto ni despótico, y fue recordado como un hombre milde y monðwaer [en las últimas líneas del poema]. Vivió hace mucho tiempo, y en sus tiempos y su reino no habían llegado las noticias de Cristo. Dios parecía lejano, y el diablo estaba cerca; los hombres carecían de esperanza. Murió triste, temiendo la ira de Dios. Pero Dios es misericordioso. Y también a vosotros, que ahora sois jóvenes e impacientes, os llegará la muerte algún día, pero vosotros tenéis la esperanza del Cielo, si usáis los dones según la voluntad de Dios. Brúc ealles wel!».
En español contamos con la magnífica versión del Beowulf realizada por Tolkien y editada por Minotauro y, algunas otras ––destinadas a un público infantil–– más simples y menos afortunadas, como el Beowulfo, de la Editorial Aguilar, en la Colección el Globo de Colores, y la versión de la colección Araluce adaptada por Manuel Vallvé ((aquí hablo más extensamente de ello).
«El caballero del santo Grial». Obra de Frederick J. Waugh (1861-1940).
Trasposto de amor diviñoalza a frente Galahaz.¡Seus ollos ven o miragro!¡Encol da ara do altar,á luz infinda, rrelumbrao cáliz do SANT GRIAL!Estala un cramor de sinos,frorece en rosas o chane a Pomba da Renacencia,o Misterio a renovar,desce do ceo portandoa verde ponla da paz.¡O seu arredor, en circo,doce estrelas a brilar,fican, voando quediño,enriba do SANT GRIAL!Traspuesto por el amor divinoalza su rostro Galahad.¡Sus ojos ven el milagro!¡En el ara del altar,con una luz infinita, brillael cáliz del SANTO GRIAL!Estalla un clamor de campanas,florece en rosas el sueloy la Paloma de la Alianza,renovando el Misterio,desciende del cielo sosteniendola rama verde de la paz.A su alrededor, en circulo,doce estrellas brillantespermanecen, silenciosamente suspendidas,sobre el SANTO GRIAL!
«Pero yo vuelvo al viejo texto de la Demanda del Santo Graal, (…). Regreso, con el recuerdo de los romances escuchados en la niñez, al país de Artur, a las selvas de Brocelandia (…). Imaginando a don Galaz —a Sir Galahad— cabalgando hacia Cebreiro, donde el lobo y el águila se saludan, rozando con las plumas de su yelmo las ramas verdes de los alcapudres, y escuchando la voz eterna del viento en los hayedos, para arrodillarse ante el Cáliz en que conoció verdaderamente la sangre de Cristo».
«El Grial es la manifestación novelesca de Dios. La búsqueda del Grial, por tanto, no es, bajo el velo de la alegoría, más que la búsqueda de Dios, más que el esfuerzo de los hombres de buena voluntad hacia el conocimiento de Dios».
3 comentarios
La benemérita editorial Siruela, nos ofreció la primera traducción al castellano del Parzival de Wolfram Von Eschenbach, entre otras delicias medievales. Y yo, soñador, me imagino qué tiene que ser reposar en una floresta, yelmo quitado y espada en mano, viendo pasar al unicornio y a una misteriosa dama vestida de blanco con guirnaldas en el pelo.
En cuanto a mi querido, queridísimo Álvaro Cunqueiro, no puedo sino evocar la nostalgia (tan inherente a él) de no haber podido compartir una comida regada con albariño mientras escuchaba sus múltiples sabidurías .
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