Literatura cristiana: ¿pecados?, ¿virtudes?, ¿o quizá personas?
Plegaria. Obra de Luigi Nono (1850-1918).
«Yo soy católico romano, aunque muchos católicos romanos no entienden cómo podría escribir lo que escribo y ser católico romano. Esta es una cuestión interesante ¿Qué es un novelista católico? ¿Es un novelista que resulta ser católico, o es un novelista que primero es católico antes de ser novelista?»
Walker Percy
«Si entonces el poder de la palabra es un don tan grande como cualquiera que pueda ser nombrado, si el origen del lenguaje es considerado por muchos filósofos como nada menos que divino, si por medio de las palabras se sacan a la luz los secretos del corazón, se alivia el dolor del alma, se quita el dolor oculto, se transmite la simpatía, se imparte el consejo, se registra la experiencia y la sabiduría perpetuada, si por los grandes autores los muchos son llevados a la unidad, el carácter nacional se fija, un pueblo habla, el pasado y el futuro, el Oriente y el Occidente se comunican entre sí, si tales hombres son, en una palabra, los portavoces y profetas de la familia humana, no corresponderá menospreciar a la literatura o descuidar su estudio; más bien podemos estar seguros de que, en la medida en que la dominemos en cualquier idioma y nos impregnemos de su espíritu, nosotros mismos nos convertiremos en ministros de beneficios similares para los demás, ya sean muchos o pocos, ya sea en los más oscuros o en los más luminosos ámbitos de la vida».
«Ser un católico caduco es tan doloroso que a veces parece generar una carga positiva, como si tuviera en sí mismo una cierta validez religiosa. Pero no es así. Tal vez algunas de las oraciones que van por las almas del purgatorio podrían ser usadas ocasionalmente para nosotros. Esas almas, al menos saben, dónde están. Nosotros no lo sabemos. Yo desde luego, no».
Cierto es que, en ocasiones, este trato con la oscuridad no solo forma parte del fondo de la historia, sino que es usado como instrumento literario: algunos escritores recurren a medios de expresión violentos para hacer llegar su visión a un público hostil y reticente, con imágenes y acciones que pueden parecer distorsionadas y exageradas para la mente católica tradicional. Eso causa a menudo en el lector católico una reacción de rechazo, un rechazo que también se encuentra con frecuencia en aquellos a quienes se quiere despertar, todo lo cual da lugar a otra de las paradojas dolorosas en las que se encuentran atrapados los escritores cristianos.
«No hace falta decir que la historia humana contada por un novelista cristiano no puede basarse en el idilio porque no debe alejarse del misterio del mal. Pero obsesionarse con el mal es también obsesionarse con la pureza y la infancia. Me entristece que los críticos y lectores demasiado apresurados no se hayan dado cuenta del lugar que ocupa el niño en mis historias. Un niño sueña en el corazón de todos mis libros; contienen los amores de los niños, los primeros besos y las primeras soledades, todas las cosas que he apreciado en la música de Mozart. Las serpientes de mis libros han sido percibidas, pero no las palomas que han hecho sus nidos en más de un capítulo; porque en mis libros la infancia es el paraíso perdido, e introduce el misterio del mal».
«Una de las cosas horribles de escribir cuando eres cristiano es que para ti la realidad última es la Encarnación, la realidad actual es la Encarnación, pero nadie cree ya en la Encarnación; es decir, nadie en tu audiencia. Mi audiencia son las personas que piensan que Dios está muerto. Al menos, estas son las personas para las que soy consciente de escribir».
2 comentarios
Muy querido D. Miguel:
¡Cristo sabe lo que hay dentro de cada hombre y para nosotros, los cristianos, todo hombre (también el ateo y el agnóstico) es testigo directo de ello, sobre todo cuando, asombrado, se encuentra ante algo o alguien que, de alguna manera, es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, algo o alguien que es virtuoso o meritorio!
Me ha parecido muy importante y enriquecedor su artículo, D. Miguel.
Aunque he leído muy poco a los escritores católicos de la primera mitad del siglo XX, me ha resultado muy aclarador que, a bastantes de ellos, usted les achaque un desequilibrio malsano, “una inclinación excesiva hacia el hombre pecador y hacia la perturbación causada por el pecado”.
Tal vez soy muy injusto con ellos, pero me supongo, D. Miguel, que su “inclinación excesiva” hacia la oscuridad remite a su vez a un ambiente eclesial que padecía ese mismo mal y remite en concreto a unos teólogos y pastores que no supieron ayudar a los escritores católicos de su tiempo a ponerse a la altura de la vocación del escritor, a la altura también de las enormes exigencias que ésta implica.
Por lo demás, no diría que el precio de la modernidad y el progreso sea “la muerte del espíritu” y, para desmentirlo, creo, ahí están los casos de Chesterton y Tolkien que usted nos señala.
A mi parecer, los “creadores cristianos” no merecen ese nombre si un ambiente y una sociedad determinada les impulsan irremediablemente “a uno de los lados de la balanza”.
Es cierto que los verdaderos “creadores cristianos” serán, ellos también, hijos de su tiempo y tendrán por tanto la sensibilidad de su época, pero creo que tendrán además, como usted dice muy bien, “la sabia confluencia” de ambos lados.
Por esto mismo, no nos toca esperar “que los cristianos de esta época de estrés, neurosis y materialismo posean la serena y tranquila visión de un Dante o un Chaucer”.
Pero sí podemos esperar, creo, que, en unión con la gran literatura mundial de todas las épocas, la gran literatura católica nunca sea excesivamente esclava de las servidumbres de su tiempo y siempre nos traiga bajo su brazo, entre sus muchísimos frutos especiales y singulares, la esperanza que no defrauda.
Algo así lo veo, D. Miguel.
Muchísimas gracias por su artículo.
Un fuerte abrazo:
José Mari, franciscano
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