De la sana rebelión contra las lecturas sesgadas

              Alonso Quijano entre sus libros. Obra de José Segrelles (1885-1969).

  

   

«Si los padres desean preservar la infancia de sus hijos deben concebir la crianza como un acto de rebelión contra la cultura».

Neil Postman

 

«Los varones prudentes, las repúblicas bien concertadas, por cuatro cosas han de tomar las armas y desenvainar las espadas y poner a riesgo sus personas, vidas y haciendas: la primera, por defender la fe católica».

Miguel de Cervantes. El Quijote, II, XXVII

   

  

Vaya por delante que no soy miembro de la academia. No puedo presentar, por lo tanto, credenciales acreditados de mis conocimientos en relación con la materia que aquí trato. Esta no es ninguna declaración sorpresiva para aquellos que me siguen, aunque sea esporádicamente. No he pretendido ni pretendo pasar por un erudito o un estudioso. Ni siquiera en la forma de un estudioso atípico y rebelde frente a la estructura preestablecida por gran parte de los académicos de hoy (lo que podríamos denominar, en parodia de la neolengua, la «casta» académica), y ello, aunque hoy se haya llevado esta cuestión más allá, mucho mas allá de lo sensato.

Pero no, mis pretensiones son mucho más modestas. Soy un simple aficionado a la lectura y un padre de familia católico que trata de ser coherente con lo que cree ser su más grande misión en esta vida: educar a sus hijos en la bondad, la belleza y la verdad.

Lamentablemente, esta labor es cada día más dura y difícil en el mundo que nos ha tocado vivir, si bien es cierto que no podemos volverle la espalda. Está ahí fuera y, lo queramos o no, influye en nuestras vidas. Una de las maneras en las que lo hace es a través del ambiente que nos rodea. A nuestro alrededor, flotando entre nosotros, pululan las ideas maestras que rigen este mundo. El «Zeitgeist» lo llaman los germánicos. El espíritu de nuestro tiempo es como lo conocemos nosotros. Y este espíritu lo impregna todo, contaminando los más pequeños de nuestros pensamientos e impulsando, más o menos según cada uno, todas y cada una de nuestras acciones. Y, paradójicamente, en su mismo centro está la falta del verdadero espíritu, que es el espíritu de Dios. Esto lo embebe todo y hace que todo sea percibido bajo una lente que deforma la realidad. No solo vemos, por naturaleza, como a través de un espejo, borrosamente (I Corintios, 13-12), sino que este espejo ha sido deformado, como los espejos cóncavos y convexos de las ferias de antaño. El cinismo y la desesperanza se unen hoy al natural subjetivismo propio de todo hombre. Y el resultado es el fatal extravío del hombre, apartado de Dios y de todo aquello que Él creó.

Los libros, la lectura de los libros, no son ajenos a este «Zeitgeist». Hay, lo queramos o no, una «lectura ortodoxa» de la que es difícil escapar. Por eso es urgente sacudirse ese espíritu maledicente y rebelarse contra él.

Un ejemplo de ello lo encontramos en nuestro gran Miguel de Cervantes y su magnífico Quijote (El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, 1605/1615). Nuestra mayor gloria literaria.

Supongamos que pudiéramos encontrar a un hombre puro, a un hombre roussoniano o robinsoniano, a un hombre supuestamente natural, y por lo tanto, ajeno al «Zeitgeist» de que hablamos, alguien que desde el primer momento de su existencia no hubiera respirado ni un ápice de ese aire contaminado y tóxico, un John el salvaje de Un Mundo Feliz (1932) de Aldous Huxley, un nuevo Adán, por lo que se refiere a su inocencia original, (perdóneme Nuestro Señor ––el único «nuevo Adán»––). Imaginemos que tras darle a ese hombre unas nociones básicas de qué es el cristianismo y la historia de la Salvación, desde el Génesis al Apocalipsis, le ofreciésemos leer El Quijote. Creo, sin duda alguna, que la idea que él extraería de esa lectura sería la de un libro escrito por un cristiano, en el que se relata una historia protagonizada por cristianos en un mundo cristiano. Tal y como así fue, por cierto.

Cervantes nació en una devota familia católica. Fue bautizado el 9 de octubre de 1547, bajo el patrocinio de San Miguel, el arcángel protector contra las acechanzas de Satanás. Nomen omen est, como a los romanos les gustaba decir: «Tu nombre es tu destino». Y así fue con Miguel de Cervantes. La preferencia de sus padres por San Miguel sugiere una fe viva presente en la familia. Y un breve examen a esa familia así nos lo muestra: su hermana Luisa de Belén se convirtió en priora carmelita y sus otras dos hermanas, Andrea y Magdalena, entraron en noviciados laicos en la Venerable Orden Tercera de San Francisco, al igual que el propio Cervantes en sus últimos días, tras pasar por la Hermandad de los Esclavos del Santísimo Sacramento del Olivar. Su única hija, Isabel, ingresó en la Orden Trinitaria. Finalmente, su hermano Rodrigo luchó junto a él, en defensa de su credo, contra el Imperio Otomano en la batalla de Lepanto, dentro de la Liga Santa, liderada por España, Venecia y los Estados Pontificios. Y todo esto se le transmitió desde la cuna, penetró profudamente en su vida y de su vida pasó a su obra.

Cervantes creció y vivió en el centro de la mayor civilización cristiana que ha existido, una de cuyas mayores cimas artísticas fueron él y su obra. Probablemente no fue un católico intachable, ni un santo en vida («Porque no hay sobre la tierra hombre justo que obre bien y no peque nunca», Eclesiastés, 7, 21), pero fue lo que fue y lo que se esforzó en ser: un católico con una fe recia, como atestiguan su vida y su obra a ojos libres de prejuicios.

Pese a ello, esa no es la visión imperante hoy. Por doquier proliferan sesudos estudios y tesis doctorales por legión que, bajo perspectivas feministas o desconstrucciones varias, imponen desde los altares académicos un enfoque distinto, un enfoque distorsionado y falso. Una visión que va extendiéndose por los capilares propios de nuestro tiempo, comenzando en la escuela y terminando en la televisión, la prensa e internet, para llegar así a todos los lugares y personas de forma asfixiante y totalitaria.

El cinismo y la desesperanza moderna han trasladado sus graves defectos de base a cualquier análisis de la realidad. Por eso, la más grande obra de Cervantes, su Quijote, es vista como una gigantesca ––pero velada, claro––, crítica al cristianismo que era su vida. El hecho de que tanto el autor como su héroe, Alonso Quijano, muestren simpatía por los pobres, las mujeres, los prisioneros, los literatos o los moriscos se considera una declaración contra la Iglesia, no una representación dramática de las obras de misericordia corporales y espirituales proclamadas por el cristianismo. Que la obra contenga más de cien citas de las Sagradas Escrituras y se encuentre transida de un profundo sentido religioso, culminado con la cristiana muerte del héroe no se considera significativo. Su obra es vista como un furtivo acto de rebeldía, como si estuviéramos ante un escritor clandestino de la antigua Unión Soviética. De esta manera, se trata de sacar de cada escena o frase una doble lectura, subrepticia y falsa de toda falsedad para acomodarla al dogma imperante, sin importar que para ello se estén exportando al tiempo de Cervantes y a Cervantes mismo categorías, conceptos e ideas, no ya improbables, sino del todo inexistentes en su época. Esa lectura del Quijote bajo la lupa del «Zeitgeist» de hoy es tan anticientífica que asombra. Resulta inútil que el propio Cervantes anuncie, al comienzo de la segunda parte, su intención de dar a los lectores una historia donde «en toda ella no se descubre ni por semejas una palabra deshonesta ni un pensamiento menos que católico». Resulta inútil que proclame en la misma obra, como principio rector, que «la pluma es lengua del alma: cuales fueran los conceptos que en ella se engendraren, tales serán sus escritos».

Sin embargo, si conseguimos librarnos de esos prejuicios modernos y nos sumergimos en «el alma transcrita por la pluma», la lectura del Quijote se revela como lo que es y como lo que quiso ser: el libro escrito por un católico apostólico y romano, con visiones criticas, sí, como es propio de cualquier mente inteligente, pero sin dejar de ser el producto de una civilización cristiana.

Que no nos quiten lo que es nuestro, de hecho, lo que pertenece a todo hombre. El Quijote aquí examinado es solo un ejemplo entre muchos. Ocurre lo mismo con las obras de Jane Austen y las hermanas Brontë, con Louisa May Alcott y su Mujercitas (1868), o con el Tom Sawyer (1876) de Twain. Incluso han llegado hasta los cuentos de hadas, para, en jerga feminista, «deconstruir las narrativas patriarcales» a fin de «liberar la identidad femenina de los estereotipos impuestos», como por ejemplo en La princesa vestida con una bolsa de papel (1980) de Robert Munsch, en Caperucita en Manhattan (2010) de Carmen Martín Gaite o en La cámara sangrienta (1979) de Angela Carter. Pero seguro que no nos sorprende; Cristo, por supuesto, ha sido desde siempre objeto de estos intentos de manipulación, partiendo de las primeras herejías hasta llegar a los practicantes del método histórico/crítico o a los muy variados Renanes (Ernest Renan) y Crossanes (John Dominic Crossan, fundador del Jesus Seminar), que se han venido sucediendo… y los que vendrán.

Rebelémonos ante este expolio, ante esta destructora manipulación; hagámoslo ahora y tratemos de que nuestros hijos crezcan libres de tales velos, que puedan desenmascarar esas lecturas sesgadas a fin de que vean mejor y mas claro de lo que vemos nosotros, aunque sigan bajo la borrosa visión de nuestro espejo natural a la espera de la Luz que les ilumine para siempre.

9 comentarios

  
Haddock.
Las sandeces que se dicen sobre autores y obras son inumerables porque salen gratis. Yo estaría dispuesto a llevar a juicio (con mucho dinero de por medio) con una defensa sólida -no espigando frases sueltas fuera de contexto-
a aquellos que ofenden la catolicidad tanto de Cervantes como de Shakespeare. Así como demostrar que grandes iconos de la modernidad (Baudelaire, Wilde, Verlaine etc.) a pesar de sus vidas aberrantes murieron católicos, confesaditos y comulgados.
La progresía, ignorante por naturaleza, siempre barre para casa; pero que no pasen el cepillo por nuestra casa.



02/06/20 6:56 PM
  
Palas Atenea
He dejado un comentario en el blog de Bruno sobre la incomprensión de alguien que no entendía por qué Jesús contestó abruptamente al que le pidió que mediara entre él y su hermano por una herencia. Y eso viene a cuento sobre lecturas sesgadas porque ese papel se lo deja Cervantes, no al Caballero de la Triste Figura, sino a Sancho Panza en la Ínsula de Barataria. Hemos perdido claves de interpretación y roto el vínculo con nuestro propio linaje, como consecuencia de ello no entendemos más que un mundo bastante ramplón en el que ni D. Alonso Quijano se hubiera metido, para eso estaba Sancho Panza y su sentido común.
La cortesía y la fidelidad a lo sustancial, aunque no guste oírla, no están reñidas y por eso el Rey Lear no entendió a Cordelia.
02/06/20 7:15 PM
  
Vicente
es necesario leer todo en su conjunto.........
02/06/20 9:37 PM
  
Luis I. Amorós
La clave es leer al autor original, para conocer realmente lo que quiso decir. Los estudios secundarios nunca han sido verdaderamente representativos de la esencia de un autor como lo es su obra. Los de hoy en día están repletos, en su mayoría, de obsceno encuadre a los paradigmas del (anti)pensamiento modernista, sus dogmas o sus ocasionales chorradas (como la ideología de género, sin que el apelativo a su profundidad rebaja un ápice su peligrosidad).

Yo experimenté lo mismo al leer el original de "Tirante el Blanco", el libro de caballerías magno de la literatura en lengua valenciana, y uno de los precursores de la novela moderna que inaugura brillantemente el "Quijote".

Todo el libro está atravesado de una ardiente fe cristiana, fundamento y móvil de los protagonistas, y presente en todos los personajes (incluso los no cristianos como antidiscurso), que se manifiesta en palabras, pensamientos, obras, pecados y arrepentimientos, oraciones, esperanza y diversas virtudes como la generosidad, el honor, la castidad, el valor. No aparece ningún personaje que podamos calificar como santo, todos tienen defectos, todos cometen algún pecado, incluso el protagonista (algo insólito en una novela de caballerías comme il faut), y no faltan algunos vicios. Pero no porque no sean cristianos, sino porque son seres humanos.

Pues si usted, don Miguel, lee los análisis contemporáneos que sobre la obra se publican, únicamente encontrará dos ejes: el hecho de ser uno de los precursores de la novela moderna, algo que es cierto pero que no tiene relación con el objeto de la obra, y las tres o cuatro escenas eróticas que aparecen, y que a los obsesos post-reprimidos actuales les parece cosa insólita y a celebrar con gran regocijo. Que su autor las emplee con objeto moralizante no parece afectarles en lo más mínimo.
Luego hay análisis externos que simplemente estudian el entorno cultural y político del autor, de la novela o de las editoriales de su época. Sobre el motivo principal de Martorell para escribirla (presentar un caballero cristiano ejemplar aunque humano), y el sustrato robustamente católico que la recorre de cabo a rabo, ni una mención.

En otras palabras: si nos limitamos a leer lo que se escribe sobre "Tirante el Blanco", no nos enteraremos jamás de qué va realmente. Y así es todo el Zeitgeist del occidente decadente y postmoderno.

Gracias por su labor, que en mi hogar aprovechamos y de qué manera.
02/06/20 10:11 PM
  
Palas Atenea
Se puede aplicar a la Literatura el principio de fuente de la Historia. Para la Historia una fuente es un documento, un hallazgo arqueológico o cualquier cosa que nos ponga en contacto con el hecho histórico, es decir la fuente no es interpretativa, es la que es y puede favorecer tus tesis o no. En Literatura la fuente es el libro en cuestión y no los comentarios de los críticos literarios. Si nosotros leemos El Quijote entendiendo a través de lo que somos, herederos de Cervantes, podemos estar más cerca de lo que dijo y cómo lo dijo que un crítico literario ateo o extranjero. El critico literario ateo no tiene las claves para interpretar a un autor católico y el extranjero, a no ser que sea muy receptivo, puede no conocer a fondo el profundo españolismo de Cervantes. Aún así, todos los autores clásicos atraen lectores que no lo leen en el idioma original o que no pertenecen a su cultura, por lo que un extranjero perspicaz puede entender la novela si posee claves universales. Pero ese fondo común que el cristianismo suministró a los europeos se ha perdido, o está en peligro de perderse, lo que hace a los críticos literarios actuales unos incompetentes.
03/06/20 10:47 AM
  
Cos
La última obra de Cervantes fue Los trabajos de Persiles y Sigismunda.

"Aprobación

Por mandado de Vuesa Alteza he visto el libro de Los trabajos de Persiles, de Miguel de Cervantes Saavedra, ilustre hijo de nuestra nación, y padre ilustre de tantos buenos hijos con que dichosamente la enobleció, y no hallo en él cosa contra nuestra santa fe católica y buenas costumbres; antes, muchas de honesta y apacible recreación, y por él se podría decir lo que San Jerónimo de Orígenes por el comentario sobre los Cantares: cum in omnibus omnes, in hoc seipsum superavit Origenes, pues, de cuantos nos dejó escritos, ninguno es más ingenioso, más culto ni más entretenido. En fin, cisne de su buena vejez, casi entre los aprietos de la muerte, cantó este parto de su venerando ingenio. Este es mi parecer. Salvo, etc. En Madrid, a nueve de setiembre de mil y seiscientos y diez y seis años.


El Maestro Joseph de Valdivieso"

Sabiéndo cercano su fin en este mundo.
"Ayer me dieron la Estremaunción y hoy escribo ésta. (...) Todavía me quedan en el alma ciertas reliquias y asomos de Las semanas del jardín, y del famoso Bernardo. Si a dicha, por buena ventura mía, que ya no sería ventura, sino milagro, me diese el cielo vida, las verá, y con ellas fin de La Galatea, de quien sé está aficionado Vuesa Excelencia".

Se despedía de esta forma tan hermosa:
"¡Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos; que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida!"

cervantesvirtual.com/obra-visor/los-trabajos-de-persiles-y-sigismunda--0/html/ff31b96e-82b1-11df-acc7-002185ce6064_33.html#I_5_
03/06/20 1:07 PM
  
JOSE
Muchas gracias por su artículo, muy provechoso como siempre. Sólo un apunte sin importancia, creo que el capítulo de la cita de El Quijote, es el XXVII. Muchas gracias y que Dios le bendiga.
03/06/20 4:50 PM
  
M.Angels
Totalmente de acuerdo con Luis Amorós, la clave es leer al autor original
03/06/20 4:55 PM
  
José María
3 de junio de 2020

Muy querido D. Miguel:

¡El Buen Pastor nos conoce por nuestro nombre y nos defiende del lobo!

Muchísimas gracias, D. Miguel, por invitarnos (a padres y adultos en general) a esa sana y necesaria rebelión contra las lecturas sesgadas.

Se trata de aceptar, creo, que estamos en una guerra y que nos toca luchar hasta la muerte, para que, a pesar de las perversas manipulaciones de los buenos libros y de sus autores, a pesar del ambiente dictatorial que respiramos, nadie nos arrebate a nuestros hijos, seamos nosotros sus verdaderos padres y, ejerciendo de tales con la gracia de Dios, Él sea glorificado por muchos.

Los hijos de Israel “despojaron a los egipcios” sin violencia (Éxodo 12, 36) y los cristianos nos hemos enriquecido con los bienes más inimaginables e innumerables con el solo hecho de ser de Cristo: “Todo es vuestro, vosotros de Cristo y Cristo de Dios” (1 Corintios 3, 23).

Hace años, una mujer que pertenece al New Age me hablaba “sesgadamente” de santa Teresa de Ávila y de san Francisco de Asís y se los apropiaba para ella con toda tranquilidad. Y, por supuesto, otro tanto hacía ella con Jesucristo.

Frente a todo este ambiente, y frente a la tarea que usted nos sugiere, D. Miguel, me parece muy a propósito la conocida frase de Chesterton: “Sólo la Iglesia Católica puede salvar al hombre ante la destructora y humillante esclavitud de ser hijo de su tiempo”.

Y, un poco más adelante, Chesterton (¡copio de Internet!) añade lo siguiente: “los católicos, muy al contrario de todos los otros hombres, tienen una experiencia de diecinueve siglos. Una persona que se convierte al catolicismo, llega, pues, a tener de repente dos mil años”.

Y, más adelante, afirma: “Hace ya mucho, sin embargo, que la Iglesia Católica probó no ser ella una invención de su tiempo: es la obra de su Creador, y sigue siendo capaz de vivir lo mismo en su vejez que en su primera juventud: y sus enemigos, en lo más profundo de sus almas, han perdido ya la esperanza de verla morir algún día”.

De todas maneras, es verdad que, aquí o allá, en esta batalla de la interpretación sesgada de los libros, los enemigos nos quitarán “lo nuestro” y se lo apropiarán descaradamente si somos simples ovejas errantes que ya no siguen al Buen Pastor. ¡Vendrán los buitres y nos comerán! Es la ley del más fuerte.

Algo así lo veo, querido D. Miguel.

Muchísimas gracias por su artículo.

Un fuerte abrazo:

José Mari, franciscano

Mi agradecimiento también a sus comentaristas.
03/06/20 5:28 PM

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