Phantastes, de George MacDonald: una educación fantástica
Víspera del solsticio de verano. Obra de Edward Robert Hughes (1851-1914).
«Si alguno de los matices de mi “música quebrada” hace brillar los ojos de un niño, o empaña por un momento los de su madre, mis esfuerzos no habrán sido en vano».
George MacDonald
«Nuestra vida no es un sueño, pero debería serlo y tal vez lo será».Novalis
Desde su publicación en 1858, Phantastes: un romance de hadas para hombres y mujeres, de George MacDonald, ha dejado perplejos a estudiosos y lectores. Comenzando por aquellos que han sostenido que la novela no tiene orden ni concierto (“notablemente desestructurada”, “enteramente episódica”, o incluso “un enigma que no se leerá”), y terminando por algunos otros que no han dudado en afirmar que carece de trama o argumento, la crítica en general parece no haber comprendido la obra. No obstante, esta ha seguido reeditándose desde la fecha de su primera publicación, una y otra vez.
Quizá el secreto esté en dejarse llevar por la fantasía, y así disfrutar y aprender (cosa a la que suelen resistirse los críticos literarios). También ayudaría un poco prestar atención a quién era MacDonald y a su interés en que sus lectores fueran o se hiciesen niños y a ese añadimos la circunstancia indiscutible (proclamada por su propio subtitulo), de que se trata de un cuento de hadas, podremos entonces acercarnos y, dejándonos llevar por la fantasía, disfrutar y aprender.
Porque Phantastes es, ante todo, eso: una historia de hadas; y si bien su protagonista es un hombre, el relato se desarrolla en el país de las hadas y el resto de los personajes son claramente seres fantásticos y feéricos.
Ello ayuda a entender el objetivo de la obra, que no es otro que lograr que el lector salga de ella como el protagonista sale del mundo de las hadas que acaba de visitar. Porque para MacDonald, el propósito de la fantasía no es producir una convicción lógica o presentar un punto explícito para ser entendido. Según él, el objetivo debería ser «inducir a actuar por sugerencia, hacer imaginar… asaltar el alma del lector como el viento asalta un arpa eólica». El cuento de hadas, continúa nuestro autor, debe buscar no imponer al lector cosas explícitas en las que pensar, sino «despertar las cosas que están en él; es decir, hacer que piense las cosas por sí mismo» (de su ensayo, La imaginación fantástica). Creo que fin puede ser conducirnos al mismo peregrinaje que lleva acabo Anodos, el protagonista, a lo largo de los 21 días que dura su travesía por el país de las hadas. MacDonald lleva a todo lector entregado, de la mano de Anodos a través de un peregrinaje espiritual, a lo largo de un camino de desarrollo imaginativo, desde un inicio dominado por el racionalismo hasta lo que podría ser el comienzo de una contemplación. Así como las experiencias fantásticas que Anodos encuentra en Phantastes facilitan su desarrollo imaginativo, también MacDonald podría haber escrito el libro para facilitar el desarrollo de la imaginación de sus lectores.
Las ediciones de Atalanta y la de Vórtice, esta con prólogos de Chesterton y Lewis.
La trama de la historia se centra en torno a un joven protagonista, Anodos, y su viaje iniciático y mirífico a través del mundo de las hadas, así como de sus encuentros con sus míticos habitantes: estatuas que cobran vida, árboles parlantes, gigantes, quimeras monstruosas, caballeros andantes y, por supuesto, hadas. Salvo el primer y el último capítulo (que se desarrollan en el mundo real), el resto de la historia es una sucesión de episodios, tal que fuera un juego aleatorio y desorganizado, en los que el protagonista va cruzándose con sucesivos personajes, como la amenazante Ceniza, la mujer sabia en su cabaña, el caballero con la armadura oxidada, y sobre todo, la Sombra, su propia sombra. Pero este devenir onírico es lo de menos con Phantastes, pues, como deberíamos saber, la imaginación no tiene reglas y este libro es un encuentro en persona, sin intermediarios, con ella. De ahí su maravilla.
No se trata de una obra fácil, aunque tampoco difícil. Simplemente es diferente, y lo es porque, más que de palabras encadenadas, se trata de imaginación en su estado puro, «la cualidad del universo real, de lo divino, de lo mágico, de la realidad terrorífica y extática en la que todos vivimos», como dijo, impactado por la obra, C. S. Lewis, la cual, según hermosa expresión suya, «bautizó» su imaginación.
Todo lenguaje religioso es poético (y todo poeta es un santo, a decir del cardenal Newman), y de la misma manera, toda verdadera poesía contiene, dentro de sus muchos niveles de significado, un mensaje religioso. El significado concreto, superficial, es verdadero en sí mismo, pero es al mismo tiempo un símbolo de algo que está más allá; las palabras juegan a ser una suerte de lente terrenal a través de la cual brilla la luz eterna. Y en esta pequeña novela, MacDonald hace uso de esa lente por medio de lo que podría llamarse alegoría (aunque tampoco lo sea exactamente), utilizando la palabra como símbolo.
Las hadas. Obra de Gustave Doré (1832-1883).
Como se dice con acierto en la contraportada de la edición realizada por Vórtice, esta obra, «sugiere más que dice, sin dejar de decir: la narración transita por ese confín entre lo visible y lo invisible, tratando de establecer cosas que no vemos, pero que a veces percibimos por sus efectos». Chesterton situó esta visión bajo el calificativo de «mística», y afirmó que compadecía al crítico que no hubiera paseado por el bosque de Phantastes. Sería bueno que los chicos entrasen en él, un lugar donde las palabras corren libres entre las matas, descubriendo, aquí y allá, la realidad última y escondida en las cosas. Quizá, y solo quizá, puedan ser bautizados en su imaginación. Valdrá la pena.
3 comentarios
Por otra parte, ese sentido de místico al que se refiere Chesterton es el que tradicionalmente tenía la palabra entre nosotros (lo místico era una lectura de la letra, lectura secreta, que no otra cosa quiere decir en griego).
Muy querido D. Miguel:
¡Cristo nos da el Espíritu y donde está el Espíritu está la libertad! ¡Aleluya sin fin!
Me alegro de saber, D. Miguel, que, según usted, esta obra de MacDonald merece un reconocimiento del todo excepcional, por la maravillosa libertad y generosidad con que su autor nos invita y ayuda a ser niños desde la verdadera fantasía, es decir, desde lo más real y más asombroso de nuestra más humilde e inimaginable existencia.
Si entiendo bien esta fantasía, se trataría de que, siguiendo al Segundo Adán, que es celestial, y que es el único y verdadero Anodos, tengamos el verdadero encuentro con el mundo de ahora, inseparablemente antiguo y nuevo, es decir, el encuentro con “árboles parlantes, gigantes, quimeras monstruosas, caballeros andantes y, por supuesto, hadas”.
Es “la cualidad del universo real, de lo divino, de lo mágico, de la realidad terrorífica y extática en la que todos vivimos” (C. S. Lewis).
Las palabras juegan a ser, como dice usted muy bien, “una suerte de lente terrenal a través de la cual brilla la luz eterna”.
Gracias de nuevo, D. Miguel.
No le he leído a MacDonald, pero sí sabía que C.S. Lewis le apreciaba mucho.
Un fuerte abrazo:
José Mari, franciscano
Un saludo cariñoso para usted, Scintilla.
Lilith, que es muy similar, lo entendí mucho mejor y por ello me gustó más.
A propósito, hay un montón de obras de George MacDonald (en inglés) disponibles gratuitamente, por ejemplo en Gutenberg. C.S. Lewis solía recomendar encarecidamente a sus amigos los "Sermones" de George MacDonald, hasta el punto de decirles que se hicieran con ellos como fuera, salvo robándolos (estaban agotados y eran difíciles de hallar). ¡Ahora los podemos conseguir fácilmente!
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