La Navidad, los monjes y un pequeño y hermoso libro
Aparición de la Sagrada Familia a San Francisco en Greccio.
Obra de Antoni Viladomat (1678-1755).
«Yo vos denunçio, pastores, qu’en Bellén es hoy naçido el Señor de los señores, sin pecado conçebido.
E porque non lo dudedes id al pesebre del buey, donde çierto falladeres al prometido en la Ley».Gómez Manrique (La representaçión del nasçimiento de nuestro Señor, 1476).
La vida monacal, de contemplación, retiro y oración, tiene una relación estrecha y vehicular con la fiesta de la Navidad y con la forma y manera en que la celebramos.
De entrada, la celebración de la Navidad permite reflexiones y meditaciones sobre la humildad, la pobreza y la obediencia de un Dios hecho hombre, todas ellas virtudes monásticas por excelencia. Al mismo tiempo, en la Epifanía, el camino de los Reyes Magos es considerado, análogamente, como el camino de los religiosos hacia la salvación eterna, al verse el monacato como una vía de perfección y salvación en imitación de la vida de Cristo.
Pero hay más, y, por ejemplo, San Bernardo de Claraval y San Francisco de Asís pueden explicarnos algunas de estas otras cosas.
Porque, un día, siendo muy joven, Bernardo tuvo un sueño. Y el objeto de ese sueño fue la Navidad.
La historia tiene más de 900 años. Debe haber sucedido un par de años antes del año 1100, cuando Bernardo tenía entre 8 y 10 años y fue su primera experiencia religiosa profunda: una visión de la Natividad durante una misa del gallo.
La experiencia nos es contada por el mejor amigo de Bernardo, William de St. Thierry. El texto original que la recoge fue escrito entre 1146 y 1148. Se trata de un testigo de primera mano: amigo íntimo del santo, más tarde abad benedictino que, bajo la influencia de Bernardo, se unió a los cistercienses durante las últimas décadas de su vida. Aquí está el relato de de esa visión navideña contada en el Flos Sanctorum (1599), del padre Ribadeneyra:
«Estaba una noche de Navidad en la iglesia para hallarse á los maitines, y con deseo de saber la hora en que el Señor había nacido quedóse un poco dormido; apareciósele el Niño Jesús como recién nacido, hermosísimo sobre todo lo que se puede decir, y recreando su alma con una suavidad inefable. Con este regalo y favor del cielo, comenzó á darse á la contemplación, en la cual fue eminentísimo, y quedó muy devoto del sagrario misterio del nacimiento del Señor, y persuadido que aquella hora de la media noche, en que le había visto, había sido la propia en que el Verbo eterno y Niño tierno había nacido».
Por su parte, el origen del pesebre y la representación del nacimiento se atribuye a San Francisco de Asís. San Buenaventura, en su libro La vida de San Francisco de Asís (1260), nos cuenta cómo surgió
«Tres años antes de su muerte se dispuso Francisco a celebrar en el castro de Greccio, con la mayor solemnidad posible, la memoria del nacimiento del niño Jesús, a fin de excitar la devoción de los fieles.
Mas para que dicha celebración no pudiera ser tachada de extraña novedad, pidió antes licencia al Sumo Pontífice; y, habiéndola obtenido, hizo preparar un pesebre con el heno correspondiente y mandó traer al lugar un buey y un asno.
Son convocados los hermanos, llega la gente, el bosque resuena de voces, y aquella noche bendita, esmaltada profusamente de claras luces y con sonoros conciertos de voces de alabanza, se convierte en esplendorosa y solemne.
El varón de Dios estaba lleno de piedad ante el pesebre, con los ojos arrasados en lágrimas y el corazón inundado de gozo. Se celebra sobre el mismo pesebre la misa solemne, en la que Francisco, levita de Cristo, canta el santo evangelio. Predica después al pueblo allí presente sobre el nacimiento del Rey pobre, y cuando quiere nombrarlo ––transido de ternura y amor––, lo llama “Niño de Bethlehem”.
Todo esto lo presenció un caballero virtuoso y amante de la verdad: el señor Juan de Greccio, quien por su amor a Cristo había abandonado la milicia terrena y profesaba al varón de Dios una entrañable amistad. Aseguró este caballero haber visto dormido en el pesebre a un niño extraordinariamente hermoso, al que, estrechando entre sus brazos el bienaventurado padre Francisco, parecía querer despertarlo del sueño.
Dicha visión del devoto caballero es digna de crédito no sólo por la santidad del testigo, sino también porque ha sido comprobada y confirmada su veracidad por los milagros que siguieron. Porque el ejemplo de Francisco, contemplado por las gentes del mundo, es como un despertador de los corazones dormidos en la fe de Cristo, y el heno del pesebre, guardado por el pueblo, se convirtió en milagrosa medicina para los animales enfermos y en revulsivo eficaz para alejar otras clases de pestes. Así, el Señor glorificaba en todo a su siervo y con evidentes y admirables prodigios demostraba la eficacia de su santa oración».
El sueño navideño de San Bernardo inspiró no solo a los primeros cistercienses, sino que dio impulso a la celebración de la Navidad durante el siguiente siglo y condujo a la devoción popular de representar escenas de la Natividad. Más tarde, esta devoción, y la costumbre de la representación del pesebre, se extendió por todas partes de Europa gracias a San Francisco de Asís y luego se convirtió en una tradición en el mundo entero.
Portada y una de las páginas de Of Bells and Cells, de Cristina Borges.
Así que nuestra percepción y vivencia de la sagrada Natividad debe mucho a religiosos como San Bernardo de Claraval o San Francisco de Asís. Una forma de agradecer este hermoso legado podría ser prestar una mayor atención al mundo del monacato, del retiro y de la oración, al mundo de las órdenes religiosas. Y la Navidad puede ser un momento hermoso para ello. Nada mejor que presentar ese mundo, tan desconocido, a los niños y a los jóvenes con un precioso libro, estupendamente escrito, con una sencillez agradecida y unas ilustraciones ricas y expresivas.
Me refiero a Of Bells and Cells, un pequeño y precioso libro, escrito por Cristina Borges, oblata de la abadía benedictina de Nuestra Señora de Clear Creek, en Oklahoma, e ilustrado magníficamente por Michaela Harrison, una joven madre de una de las familias que viven en torno al monasterio. El texto explica a niños y jóvenes, de manera amena e instructiva, “de qué va” la vida en las diferentes órdenes religiosas y responde a preguntas como ¿qué es un monje? ¿cómo es el día a día de una monja? ¿qué diferencia a un monje de un fraile? ¿o a un benedictino de un capuchino o un franciscano? ¿por qué viven como viven?
El propio abad de Clear Creek, Dom Philip Anderson, recomienda el libro: «En un mundo que está cambiando a un ritmo cada vez más vertiginoso, existen, gracias a Dios, ciertos puntos de referencia que, como las estrellas radiantes, nos permiten orientarnos. Con su libro bellamente ilustrado y notablemente bien escrito, “Of Bells and Cells”, la autora ha abierto a las almas más jóvenes el mundo de la vida religiosa, que, a pesar de los desafíos de nuestros días, sigue siendo un faro para la Iglesia y para el mundo».
Una de las páginas del libro, bellamente ilustrada por Michaela Harrison.
No sé ustedes, pero me parece un magnífico regalo para estas fechas (que yo sepa, no está todavía disponible en español, pero creo que vale la pena el esfuerzo de tratar de leerlo en otra lengua y las ilustraciones, en sí mismas, son un tesoro. Pueden encontrarlo en inglés, francés y portugués en Amazon y otras librerías en línea).
Les deseo una Santa y feliz Navidad.
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