De nuevo, listas y más listas (de Lewis, Tolstoi, Twain y otros)
El cuento de hadas, óleo de James Sant (1820-1916).
“La literatura toda es contemporánea para el lector que sabe leer”.
Nicolás Gómez Dávila
Las listas o listados, las enumeraciones, las retahílas y los inventarios, ejercen sobre nosotros una fascinación antigua. Casi como el fuego, nos hipnotizan con su fulgor, prosaico y breve. Son hechiceras y cautivadoras. Nos arroban y raptan nuestra atención abrupta e irreflexivamente. Su mera forma, longilínea y esbelta, nos seduce y, casi sin pensar, dejamos de reparar en su contenido y caemos rendidos a su presencia.
Pero no todas las listas son atendibles ni merecen serlo. De ahí su ínsito riesgo, en especial las de aquellas que indiscriminadamente pululan en la red.
Las que hoy traigo hasta aquí creo que tienen interés y en mi opinión son recomendables (con salvedades o reparos puntuales). Lo que ocurre es que todas ellas (en especial, la de C. S. Lewis) están pensadas desde la perspectiva de otros tiempos, de aquellos en los que se consideraba a los chicos como personas perfectamente capaces y más aptas que cualesquiera otros para aprender y crecer (en todos los sentidos), personitas a quienes desafiar intelectual y estéticamente, precisamente para que ese crecimiento pudiera tener lugar.
Y comienzo con la de C. S. Lewis.
Los libros que influyeron C. S. Lewis en su infancia y juventud
En una conferencia pronunciada en 1954, Lewis (1893-1963) dijo a su audiencia: “Yo pertenezco mucho más a ese viejo orden occidental que al suyo … Leí como textos nativos lo que ustedes deberán leer como extranjeros".
Al decir esto, Lewis no tenía la intención de ser arrogante; simplemente estaba llamando la atención sobre la gran diferencia que existía entre su educación –que, como veremos, incluía una formación minuciosa en los clásicos– y la formación que sus oyentes habían recibido hasta entonces. En esa charla, se refirió a sí mismo como un “espécimen de dinosaurio” y alentó a su audiencia con estas palabras: “Usen sus especímenes mientras puedan. No habrá muchos más dinosaurios”.
Y esto fue hace 65 años. Hoy, la diferencia entre la educación de Lewis y la nuestra se ha convertido casi en un abismo, e intentar recuperarla equivaldría a realizar una extenuante excavación arqueológica.
Afortunadamente, él ha hecho esta excavación un poco más fácil para nosotros. En su obra autobiográfica, Sorprendido por la alegría (1955), nos proporciona el testimonio de algunas características importantes de su propia educación: los libros que leía en su infancia y juventud. Agárrense y dejen por un momento “suspendida su incredulidad” al modo de Coleridge. La lista:
- Sir Nigel (1906), de Arthur Conan Doyle.
- Un yanqui en la corte del rey Arturo (1889), de Mark Twain.
- La trilogía de Edith Nesbit: Cinco niños y Eso (1902), El Fénix y la alfombra (1904) y La historia del amuleto (1906). En sus años más jóvenes, Lewis escribió: “me maravillaron, me abrieron los ojos a la antigüedad y al abismo del tiempo”. Como adulto, aún era capaz de decir: “Todavía puedo volver a leerlos con deleite”.
- Los viajes de Gulliver (1726), de Jonathan Swift. Escribe Lewis: “Gulliver en una edición no expurgada y profusamente ilustrada era uno de mis favoritos”.
- Viejos ejemplares de la revista humorística Punch, especialmente los que contenían los dibujos de Sir John Tenniel. “Me ocupé indefinidamente de un conjunto casi completo de viejos ‘Punches’ que estaban en el estudio de mi padre”.
- Los Cuentos de Beatrix Potter (1902-1930).“Aquí por fin halle la belleza”. Sobre La historia de la ardilla Nogalina: “Me preocupó lo que solo puedo describir como la idea del otoño.”.
- Saga del Rey Olaf (1863), de Henry Wadsworth Longfellow.
- Las novelas de aventuras de H. Rider Haggard.
- Las novelas de anticipación y ciencia ficción de H.G. Wells.
- Quo Vadis? (1895), de Henryk Sienkiewicz.
- Tinieblas y amanecer (1912), de George Allan England.
- Ben Hur (1880), de Lewis Wallace.
- El hombre que fue su propio hijo (1882), de F. Anstey. Historia en la cual un padre y un hijo intercambian mágicamente los cuerpos. Lewis la llamó “la única historia de escuela veraz que existe”.
- Sohrab and Rustum (1853), de Matthew Arnold. “Me encantó el poema a primera vista y lo he amado desde entonces”.
- Tamerlán el Grande (1587), de Christopher Marlowe. “Lo leí por primera vez mientras viajaba de Larne a Belfast en medio de una tormenta”.
- Paracelso (1835), de Robert Browning. “Leí el ‘Paracelso’a la luz de una lámpara que se apagaba y que había que volver a encender cada vez que se ponía en marcha una batería situada en un foso debajo de donde yo estaba [en un barco], lo que creo que estuvo pasando cada cuatro minutos durante toda aquella noche”.
- Sigfrido (1876) y el Crepúsculo de los Dioses (1876), de Richard Wagner, ilustrado por Arthur Rackham.“Me envolvió la más pura ‘pasión por lo nórdico’: una visión de espacios grandes y claros suspendidos sobre el Atlántico en el ocaso interminable del verano septentrional, de lo lejano, de la inclemencia…”. Más tarde también leyó los otros volúmenes de la serie, El oro del Rhin (1869) y La Valkiria (1870).
- Mitos Nórdicos (1908), de H. A. Guerber.
- Mitos y leyendas de los Teutones (1912), de Donald Mackenzie.
- Antigüedades Nórdicas (1770), de Paul Henry Mallet.
- Obras de George Bernard Shaw.
- Las Odas (23 a. C.), de Horacio.
- La Eneida (19 a. C.), de Virgilio.
- Las bacantes (405 a. C.), de Eurípides.
- Obras de John Milton.
- William Butler Yeats. Lewis escribe que Yeats le apartó del resto de los poetas que estaba leyendo en su adolescencia.
- Obras de James Boswell.
- Historia de la literatura inglesa (1912), de Andrew Lang.
- La vida y las opiniones del caballero Tristram Shandy (1759-1767), de Laurence Sterne.
- La Anatomía de la Melancolía (1621), de Robert Burton.
- Obras de Demóstenes.
- Obras de Herodoto.
- Obras de Cicerón.
- Obras de Lucrecio. “Algunos años antes de leer a Lucrecio ya sentía la fuerza de su argumento, que seguramente es el más fuerte de todos en favor del ateísmo: Si Dios hubiera creado el mundo, no sería un mundo tan débil e imperfecto como el que vemos".
- Obras de Catulo.
- Obras de Tácito.
- Obras de Sófocles.
- Obras de Esquilo.
- Obras de Apuleyo.
- La Ilíada y la Odisea, de Homero.
- William Morris. Fue el gran autorbde Lewis durante sus años de adolescencia. “Casi todas las obras de Morris llegaron, volumen a volumen, a mis manos (…). Los ‘caballeros armados’ resurgían desde mi primera infancia. Después de aquello leí todo lo que pude conseguir: Jasón, El Paraíso terrenal, los romances en prosa …”.
- La muerte de Arturo (1485), de Thomas Malory.
- La alta historia del Santo Grial (1898), de Sebastian Evans.
- La saga de Laxdœla, anónimo.
- Obras de Pierre de Ronsard.
- Obras de André Marie Chénier.
- G. K. Chesterton. “Chesterton tenía más sentido común que todos los demás modernos juntos” (…). Nunca había oído hablar de él ni sabía qué pretendía; ni puedo entender demasiado bien por qué me conquistó tan inmediatamente (…). Aunque pueda parecer extraño, me gustó por su bondad (…). Al leer a Chesterton, como al leer a MacDonald, no sabía dónde me estaba metiendo”.
- Dr. Samuel Johnson. “Johnson era uno de los pocos autores en los que me daba la impresión de que podía confiar totalmente”).
- Beowulf, anónimo.
- Sir Gawain y el Caballero Verde, anónimo.
- El Kalevala, anónimo.
- Obras de Robert Herrick.
- Obras de Sir John Mandeville.
- La vieja Arcadia (1593), de Philip Sidney.
- Waverley (1814), de Sir Walter Scott.
- Todos los libros de las hermanas Brontë y los de Jane Austen. “Supusieron un complemento fenomenal para mis lecturas más fantásticas y disfruté más de cada una por su contraste con la otra”. Descubrió en ellos el amor por lo sencillo, por lo cotidiano, “la cualidad arraigada que une todas nuestras experiencias simples: el tiempo, la comida, la familia, el vecindario”.
- La reina de las Hadas (1590-1596), de Edmund Spenser.
- Fantastes: Un romance de hadas para hombres y mujeres (1858), de George MacDonald. Lewis describe el efecto de su primera lectura: “Aquella noche mi imaginación fue, en cierto modo, bautizada; el resto de mi cuerpo, naturalmente, tardó más tiempo. No tenía ni idea de dónde me había metido al comprar ‘Fantastes’ (…). Encontré allí todo lo que ya me había entusiasmado en Malory, Spenser, Morris y Yeats. Pero en otro aspecto todo era distinto. Todavía no sabía (y tardé mucho en descubrirlo) el nombre de la nueva cualidad, la sombra brillante, que residía en los viajes de Anodos. Ahora lo sé. Era Beatitud”. También escribió que George MacDonald influyó en él más que cualquier otro escritor.
La lista de Agatha Christie
También la famosa Agatha Christie dejó una lista sobre aquellos libros que pensaba que debían leer los niños y los jóvenes. Sin embargo, la dama del crimen lo hizo de una forma poco convencional. No crean ustedes que se limitó a dejar una lista en un escrito autobiográfico o al hilo del alguna entrevista. No, que vá. Christie utilizó lo que mejor sabía hacer: escribir un relato. Su última novela, La Puerta del Destino (1973), que protagonizan la pareja de detectives Tommy y Tuppence, comienza con esta última compartiendo sus pensamientos sobre los libros que amaba de niña y manifestando su incomprensión ante lo poco que, al parecer, leían los niños de aquellos días (la novela se sitúa a principios de los años 70).
Como tal declaración no se refiere a ningún punto de la trama ni tampoco parece ser necesaria para dibujar el carácter de Tuppence ––sobradamente conocido para sus lectores––, no resulta difícil entender que la autora está compartiendo algo personal y que en ese momento Tuppence es su voz interior. Este es su mensaje para nosotros: “Que los pequeños lean estos libros”. Así que veamos cuales son. Ahí van:
- La isla del Tesoro (1883), Secuestrado (1886), Catriona (1893) y La flecha negra (1888), de R. L. Stevenson. Por cierto, en el interior del último de estos libros (La flecha negra) es dónde encuentra la primera pista la pareja de detectives. Curioso, en la última novela de Christie el misterio se inicia en otro libro, un libro importante para la autora.
- Alicia en el País de las Maravillas (1865) y Alicia a través del espejo (1871), de Lewis Carroll.
- El reloj de cuco (1877), La granja de los Cuatro Vientos (1878) y La Sala de Tapices (1879), de Mary Molesworth.
- El libro de Romances Rojo (1906), El libro del Hadas Naranja (1906), El libro de Hadas Rosa (1897) y El Libro de Hadas Lila (1910), de Andrew Lang.
- Un día de mi vida: Experiencias cotidianas en Eton (1877), de George Nugent-Bankes.
- Bajo la Túnica Roja (1894) y La Escarapela Roja (1895), de Stanley Weyman.
- El escritor L.T. Meade es mencionado, aunque ninguno de sus títulos es citado expresamente por Christie.
- Winnie-the-Pooh (1926), de A. A. Milne.
- El collar de las margaritas (1856), de Charlotte Yonge.
- Los nuevos buscadores de Tesoros y La trilogía del Psammead, que incluye Cinco chicos y Eso (1902), El Fénix y la alfombra (1904) y La historia del amuleto (1906), de Edith Nesbit.
- El prisionero de Zenda (1894), de Anthony Hope.
La pequeña (e incompleta) lista de Mark Twain
El 20 de enero de 1887, Mark Twain escribió al reverendo Charles D. Crane una carta (firmada como S. L. Clemens, su verdadero nombre), en la que daba contestación a una serie de preguntas que aquel le habría formulado sobre lecturas recomendables. Si bien se conserva esta misiva, no ha podido ser encontrada la carta a la que responde. Por lo tanto, no sabemos con certeza qué preguntó el reverendo Crane a Twain.
Sin embargo, algunos estudiosos, jugando a Sherlock Holmes, han aventurado cuáles podrían haber sido las preguntas. Y este es el resultado:
La carta de Twain dice, más o menos, así:
“Estimado señor:
Estoy a punto de salir de casa, por lo que no tengo mucho tiempo para pensar sus preguntas y considerar adecuadamente mis respuestas; no obstante, me lanzo al asunto de la siguiente manera.
A la primera pregunta:
- Macaulay [Historia de Inglaterra, 1848, de Thomas Macaulay].
- Plutarco [Vidas paralelas, entre el 96 y el 117 d. C.].
- Las memorias de Grant [Las memorias personales de Ulysses Grant, 1885. Ulysses S. Grant, comandante general del ejército de la Unión al final de la guerra de Secesión y 18.º Presidente de los Estados Unidos].
- Crusoe [La vida y las extrañas aventuras de Robinson Crusoe, marinero de York, 1719].
- Noches de Arabia [Cuentos de las mil y una noches].
- Gulliver [Los viajes de Gulliver”, 1726, de Jonathan Swift].
A la segunda pregunta: Lo mismo para las chicas, después de haber eliminado a Crusoe y haberlo sustituido por Tennyson [Idilios del rey, 1859, de Alfred Tennyson].
No puedo responder a la tercera pregunta de esta manera tan repentina. Cuando uno va a elegir doce autores, para bien o para mal, abandonando a los padres y madres para aferrarse a ellos y sólo a ellos hasta que la muerte lo separe, hay en ello una responsabilidad tan atroz, que a su lado el matrimonio es un sacramento empapado de levedad. En mi lista sé que debería incluir a Shakespeare; a Browning; a Carlyle (La Revolución Francesa, 1837, solamente); a Sir Thomas Malory [La muerte de Arturo, 1485]; las historias de Parkman (un centenar de ellas si es que hay tantas); las noches árabes [Cuentos de las mil y una noches]; el Dr. Johnson de Boswell [La vida de Samuel Johnson, 1791, de James Boswell],porque me gusta ver a ese viejo gasómetro complaciente escucharse a sí mismo; el Platón de Jowett [los comentarios a La República de Platón, 1885, de Benjamín Jowett];y B.B. (un libro que escribí hace algunos años, no para publicarlo, sino solo para mi lectura privada. [Es posible que Twain se refiriese aquí a su “Bible Book” acerca de Noé, el cual nunca terminó].
Podría añadir otros tres nombres a la lista, pero quisiera mantener abierto el cupo durante unos años, para evitar equivocarme.
Sinceramente suyo.
S. L. Clemens”
De todo lo anterior, al parecer, podría inferirse que la carta del reverendo versaba sobre cuáles eran los libros que Twain consideraba más convenientes, tanto para niños como para adultos. Y que las tres preguntas a las que responde el literato podrían haber sido las siguientes:
1ª) ¿Qué libros deben leer los chicos? 2ª) ¿Y las chicas? … 3ª) ¿Qué deben leer los adultos? ¿Cuáles son los libros favoritos del Sr. Samuel Clemens?
Los libros que leyó Helen Keller de niña
Igualmente, la increíble e inspiradora Helen Keller, en su autobiografía La historia de mi vida (1903), capítulo 21, relata cómo, parte del maravilloso y cuasi milagroso trabajo que realizó con ella su maestra, Ann Sullivan, consistió en que adquiriese fluidez en la lectura y en el uso del lenguaje en general, e incluye una lista de los libros que aquella le hizo leer. La lista es la siguiente:
- El pequeño Lord Fauntleroy (1885), de Frances Hodgson Burnett.
- Los héroes griegos (1856), de Charles Kingsley.
- Las fábulas (1668), de Jean de La Fontaine.
- El libro de las maravillas (1852), de Nathaniel Hawthorne.
- Historias bíblicas
- Cuentos de Shakespeare (1807), de los hermanos Lamb.
- Una historia de Inglaterra para niños (1851), de Charles Dickens.
- Animales salvajes que he conocido (1898), de Ernest Thompson Seton.
- Las mil y una noches. Anónimo.
- La familia Robinson suiza (1812), de Johann David Wyss.
- El progreso del peregrino (1678), de John Bunyan.
- Robinson Crusoe (1719), de Daniel Defoe.
- Mujercitas (1868), de Louisa May Alcott.
- Heidi (1880), de Johanna Spyri.
- El libro de la selva (1894), de Rudyard Kipling.
- La Ilíada (segunda mitad del siglo VIII a. C.), de Homero.
La lista de libros que influyeron en la infancia y juventud de León Tolstoi
Por último, tenemos a León Tolstoi. Parece ser que en 1891, un editor ruso pidió a 2.000 profesores, académicos, artistas y hombres de letras, figuras públicas y otras luminarias, que relacionasen los libros que consideraban más importantes, y Tolstoi (que por aquel entonces tenía 63 años) respondió con una lista se dividió en cinco tramos de edad, acompañando los títulos con su grado de influencia ("enorme", “muy grande", o simplemente “grande").
Estas son las obras que le hicieron honda impresión en las dos primeras etapas, hasta los 14 años y luego de los 14 a los 20:
De la infancia hasta los 14 años:
- La historia de José en la Biblia - Enorme.
- Cuentos de Las mil y una noches: Alí Baba y los 40 ladronesy El Príncipe Qam-al-Zaman - Grande.
- La gallinita Negra (1829) de Antony Pogorelsky - Muy grande.
- Poemas épicos populares de Rusia (bylinas): Dobrynya Nikitich, Ilya Muromets, y Alyosha Popovich. - Enorme.
- Los poemas de Alexander Pushkin, en especial, Napoleón (1821). - Grande.
De los 14 años a los 20:
- El Evangelio de San Mateo, en especial el Sermón de la Montaña - Enorme.
- El viaje sentimental por Francia e Italia (1768), de Laurence Sterne - Grande.
- Las Confesiones (1782-1789), de Jean-Jacques Rousseau - Enorme.
- El Emilio (1762), de Jean-Jacques Rousseau - Enorme.
- Julia o La Nueva Eloísa (1761), de Jean-Jacques Rousseau - Grande.
- Eugenio Oneguin (1833), de Alexander Pushkin - Grande.
- Los bandidos (1781), de Friedrich von Schiller - Grande.
- El capote (1842), Por qué se pelearon los dos Ivanes (1834), La avenida Nevsky (1835), de Nikolái Gógol - Grande.
- El Viyi (1835), de Nikolái Gógol - Enorme.
- Las almas muertas (1842), de Nikolái Gógol - Grande.
- Memorias de un cazador (1852), de Iván Turguénev - Grande.
- Polinka Saks (1847), de Alexander Druzhinin - Grande.
- Antón el desdichado (1847), de Dmitri Grigoróvich - Muy grande.
- David Copperfield (1849), de Charles Dickens - Enorme.
- Un héroe de nuestro tiempo (1839-40) y Tamara (1841), de Mijaíl Lérmontov - Grande.
- Historia de la conquista de México (1843), de W. H. Prescott - Grande.
Todas estas listas ponen de manifiesto una cosa: nuestra decadencia y nuestro deterioro cultural. Hasta los mejores hoy no lo son tanto. E impresiona en dos sentidos: en la admiración que provoca en nosotros descubrir almas tan cultivadas y en la melancolía que nos embarga cuando nos apercibirnos del deterioro sufrido, como cuando contemplamos el abandono de un jardín antaño hermoso ¿Podremos reparar el daño? Sé que depende en gran medida ––en toda medida–– de algo que está más allá de los libros y de la cultura, y el único consuelo es que esta restauración no es nuestra misión; Él se encarga. Lo nuestro es tratar de seguir, con ayuda de la gracia, su llamada, como el pequeñuelo que, fascinado, persigue sin cesar e intenta imitar, sin mucho éxito pero con perseverancia, al mayor de sus hermanos.
4 comentarios
Tolstoi y yo tenemos pocos puntos en común, aunque sí algunos libros.
También estaría bien saber qué literatura les afectó negativamente. A mí La Regenta, que leí con 14 años, me sigue produciendo náuseas, no por el estilo, sino por la maldad y fealdad moral de todos los personajes.
De hecho, el 90% de todo lo que pones en este blog me parece útil y sensato y muy inteligente, y el otro 10% tampoco me parece mal. Y eso que soy un comentarista bastante criticón.
¡Poner a la gente a leer cosas buenas que enganchan es un gran servicio!
Estoy de acuerdo con el comentario final del post: ha bajado mucho el nivel, incluso entre los que aún son lectores en el siglo XXI, incluso entre los intelectuales.
Me encantaron todas las lecturas anexas a las lecciones de los libros escolares que desde el Parvulito, la Enciclopedia Álvarez, y los textos de los primeros años de viejo bachillerato del ¿56?, se nos presentaban. Los leí con verdadera fruición...
"Las huestes de Don Rodrigo
desmayaban y huían..."
o " Corriendo van por la Vega
a las puertas de Granada..."
o "que por mayo era, por mayo..."
o aquello del Buscón: "Era un clérigo cerbatana, largo sólo en el talle..."
o las biografías para niños de Alejandro Magno, el Cid Campeador, Colón, Isabel la Católica... me encantaban. Y claro está que "El Jabato", "El Capitán Trueno", el TBO y otros hicieron "bagaje lector".
Sin embargo a partir de los 14 años, dejé de leer, me aburría... hasta que cayeron en mis manos las novelas del Oeste de Marcial Lafuente Estefanía... a quien debo la recuperación o incluso el nacimiento de mi constancia en la afición lectora. Gracias, D. Marcial.
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