Suicidios y eutanasia
La hipocresía (o incoherencia) de los medios progres españoles es tremenda. Todos prestan atención a la resolución recién aprobada de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, en la que expresa su inquietud, porque la sociedad subestime el número de suicidios de adolescentes, de entre 11 y 24 años, que afecta anualmente a decenas de miles de jóvenes.
En principio la noticia no da mucho de sí, se limitan a transcribir párrafos de nota de agencia con algo de cosecha propia: que si está entre las cinco causas más numerosas de muertes, que no se sabe qué es lo que pasa en los países ricos, que si se debe dar la noticia o no, que si aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid se anima a luchar contra la homofobia (no sé como lo han colado, pero es cierto lo dicen).
La prensa es bastante unísona: el suicidio es malo y el suicida necesita tratamiento, ya que en la mayoría de los casos (suelen cifrarlo entorno al 90%) se debe a trastornos psíquicos —me pregunto a qué se deberá el porcentaje restante—. Y sin embargo, hace una semana, el catecismo progre (a.k.a. El País) nos intentaba convencer de que esta era la legislatura de la eutanasia, así que intenté —sin ningún éxito— averiguar cómo conseguían hilar un discurso en el que cupiesen el desprecio al suicidio y el aprecio a la eutanasia.
Machaconamente se nos predica que la eutanasia es el derecho a una «muerte digna», cuando, visto lo visto, no es más que la desaprobación de la «vida indigna».
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