Diez años de la película «La Pasión de Cristo», de Mel Gibson. ¿Diez años ya? Si querido lector…[dejo un prudente espacio para poder emitir las consabidas exclamaciones: ¡cómo pasa el tiempo!, ¡no puede ser!, ¡qué mayores!, etc] Todavía recuerdo el día que la vi. A los dos o tres días era el estreno en salas comerciales. Me quedé mucho rato rezando, pensando, llorando…, bueno ya no lloraba, pero los efectos eran evidentes. ¿Recordáis la primera impresión?
Para los que consideren que el cine también es un arte, «La Pasión» es quizá la obra artística religiosa de más impacto y más catequética de la historia. ¿Exagero?, creo que no. Quien la haya visto, y son millones, no puede abstraerse a su iconografía y sus referencias. Me explico: ¿habéis intentado acompañar al Señor en el Vía Crucis, o habéis leído el Evangelio sin que os vengan sus imágenes? Lo dudo.
Evidentemente es muy dura. Como decía el director unos días antes del estreno:
–La pasión de Cristo, tal como la narran los Evangelios, fue muy violenta. Si usted es sumamente fiel a esa narración, ¿no cree que la gente podría presenciar escenas demasiado violentas?
–Mel Gibson: Para algunas personas podrían resultarlo, pero…, ¡eh!, fue así. No hay nada de violencia gratuita en esta película. Creo que un menor de doce años no debería verla, a no ser que sea muy maduro. Es bastante fuerte. Nos hemos acostumbrado a ver crucifijos bonitos colgados de la pared. Decimos: «¡Oh, sí! Jesús fue azotado, llevó su cruz a cuestas y le clavaron a un madero», pero ¿quién se detiene a pensar lo que estas palabras significan realmente? En mi niñez, no me daba cuenta de lo que esto implicaba. No comprendía lo duro que era. El profundo horror de lo que Él sufrió por nuestra redención realmente no me impactaba. Entender lo que sufrió, incluso a un nivel humano, me hace sentir no sólo compasión, sino también me hace sentirme en deuda: yo quiero compensarle por la inmensidad de su sacrificio.
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