Hace 50 años el Cardenal Tarancón impidió una salvación para los jesuitas, una provincia ignaciana
Entre 1968 y 1970 tienen lugar una sucesión de hechos en la Compañía de Jesús en España que podrían haber cambiado su historia, para bien. Lo recoge el historiador Ricardo De la Cierva en «Jesuitas, Iglesia y marxismo» (1986). No todo lo que cuenta De la Cierva en sus libros ha soportado el paso del tiempo de la misma forma: hay nuevos datos, nuevos enfoques, datos que necesitan ser rectificados. Este no es el caso. Primero porque su fuente inicial es una biografía de Arrupe escrita por el jesuita proliberacionista (en sus propias palabras), Manuel Alcalá, SJ. Y también, porque diez años después en «Las puertas del Infierno», De la Cierva aporta un suculento aparato documental, incluso con documentos de la Conferencia Episcopal.
La versión resumida, la de 1986 (la larga es de más de 10 folios), dice así:
En marzo de 1968 la Secretaría de Estado pidió al Padre Arrupe un informe pormenorizado sobre la crisis de la Compañía de Jesús en España. En mayo siguiente los provinciales de Iberoamérica reunidos en Río con Arrupe publican una carta-denuncia en sentido liberacionista, era el año de Medellín. Ante las protestas antipapales por la Humanae Vitae el General llama la atención a los directores de revistas de la Compañía, con escaso éxito. El 11 de noviembre de 1968 el nuncio en España, monseñor Dadaglio, llama al provincial de Toledo Luis González, para solicitar de él en nombre del Papa un informe sobre la actuación de los jesuitas en Madrid, donde se habían concentrado unos 650 por el traslado de la Universidad de Comillas, muchos se dispersaron en 30 pisos pequeños.
En diciembre de 1968 viajaban a Roma el presidente y el secretario de la Conferencia Episcopal española, monseñores Morcillo y Guerra Campos, quienes informaron al Papa sobre las desviaciones de los jesuitas en España y luego escribieron al Padre General sobre la pésima impresión del Papa. El 9 de enero de 1969, 20 profesos veteranos se reúnen en las Reparadoras de Madrid y piden la creación de una provincia autónoma de fidelidad ignaciana, dependiente solo del General. En una reunión celebrada en Manresa a fines de noviembre el enfrentamiento entre las dos tendencias es frontal.
En la primera semana de diciembre de 1969 el arzobispo de Madrid, monseñor Morcillo, propone a los obispos la división de la Compañía que se aprueba por 49 votos contra 18. El 27 de enero de 1970 Morcillo comunica esta decisión al Padre Arrupe. Pero se oponen, pese a su derrota en la Plenaria del Episcopado, los cardenales Tarancón (primado de Toledo) y Tavera, con otros obispos, animados por los jesuitas progresistas que ya cercaban al cardenal primado. En marzo de 1970 los siete provinciales de España, reunidos en Alcalá, dimiten ante el Padre Arrupe, entre ellos el P. Ignacio Iglesias. A fines de marzo se celebran en España las congregaciones provinciales, dominadas por los progresistas, que dan un voto de confianza a Arrupe, que viene en visita a España a principios de mayo de 1970, habla en audiencia con Franco y consigue que, a su regreso la Santa Sede desista de la creación de una provincia autónoma de estricta observancia en España, ante el argumento del cardenal Tarancón: toda la Iglesia de España se dividiría igualmente (M. Alcalá, op. cit., p. 82 y ss.)
En la XI Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal española, de diciembre de 1969, el Presidente (monseñor Casimiro Morcillo) detalla que en el orden del día, en el punto 53:
El segundo se refiere —con total secreto— a una información que el Santo Padre desearía recibir de los Obispos españoles, preguntándonos si la solución de los problemas por los que atraviesa la Compañía de Jesús podría ser crear una provincia para los jesuitas que deseen continuar en la Compañía con la observancia que fue siempre normal en la Compañía. Se decide que la Presidencia reciba por escrito de cada Prelado su parecer.
Aunque la pregunta pueda parecer tremenda («con la observancia que fue siempre normal en la Compañía»), el desenlace lo es más. La frase con la que Tarancón «convence», tiene más miga de los que parece, «toda la Iglesia de España se dividiría igualmente».
Por la importancia de las provincias jesuitas de España (hoy ya reunificadas por falta de efectivos) la división habría sido en toda la Iglesia. De hecho, ahora sólo me viene a la memoria una institución que lo consiguiese, con mucha lucha, las Carmelitas Descalzas de las Constituciones del 90 (las de la Madre Maravillas).
Llama la atención que los propios jesuitas rechazasen una solución tan poco jesuita, el discernimiento. Tenían la posibilidad de «probar» si todo aquello con lo que soñaban era cierto, o si la pesadilla de la que nunca más iban a despertar se haría realidad.
Es extraño que todo aquello que pensaban que era tan bueno y fantástico tenía que imponerse. Nadie sabrá si una provincia ignaciana, completa, con noviciado, que era lo que pedían los jesuitas que querían ser fieles al carisma fundacional, hubiese sido la solución. Yo tengo el convencimiento de que sí. Pero en el peor de los casos, se habría puesto de manifiesto cuál era el camino. Todos esos jesuitas que precipitaron a la Compañía a la XXXII CG no podían correr el riesgo. El aggiornamiento con la sangre entra.
Ya sólo queda un 43% del número de jesuitas que había en tiempos de Arrupe, la caída no es mayor por las mejoras de la esperanza de vida. Los ingresos en la Compañía son escasos. Quizá la solución esté ya en manos de la biología.
Y todavía resulta más reveladora la poca confianza que tenía el Cardenal Tarancón, y muchos como él, en que las barrabasadas en las que algunos estaban materializando el Concilio Vaticano II, con esa hermenéutica de la ruptura que recordaba Benedicto XVI, eran queridas y aceptadas por los fieles, los religiosos y los sacerdotes. Las generaciones venideras recordarán con mucho cariño a nuestros mayores, a todos esos católicos que con independencia de su estado sufrieron, recibieron el Concilio con la hermenéutica de la continuidad, y nos transmitieron la fe. Me parece que muchas veces no somos conscientes de lo que hicieron.
Hoy, 31 de julio, San Ignacio de Loyola, es un buen día para rezar por la Compañía de Jesús. No conocemos los planes de Dios, «ecce non est abbreviata manus Domini»
24 comentarios
Estimado Luis Piqué, abstente a partir de ahora de comentar en este blog. Gracias.
Juanjo
Sí. Gracias por permitirme la aclaración.
Afortunadamente casi todos los jesuitas tienen el espíritu ignaciano y volverán a florecer.
Es difícil convivir en el mundo con trabajo de élite y dentro de los muros del "convento", así que una prelatura personal hubiera sido la solución, o una provincia con un provincial obispo.
Saludos cordiales.
Para entonces, el Prepósito General de La Compañía de Jesús, no era "amigo" de Danielou y fue un golpe duro para la iglesia en su post Vat II.
Menos mal que luego, salió a luz La Verdad!
Había muerto del corazón, por el agite de subir unas seis escaleras, hasta encontrarse con la artista para darle una limosna que sacaría a su esposo de la cárcel... Murió en la sala, y la bailarina estaba en bata. Lo cual se prestó para habladurías... ya la mala imagen de La Compañía iba en decadencia.
Habrá que padecer a ese enjambre de herejes con la paciencia que Jesús padeció al Traidor en la mesa cada día.
Lo siento por los buenos jesuitas pero ellos ya no suman ahí ni pueden contar con el apoyo firme de un paralítico espiritual como han demostrado ser los últimos prepósitos (el capitán del enjambre).
2. El progresista muere antes de regresar a la tradición
3. El progresista presume de liberal pero es tiránico, debe matar a la tradición y a su orden si es necesario
4. Hay una generación posconciliar progresista que, por razón de edad, o emprende la revolución ahora o nunca
Tiranía y morir matando son los rasgos de un progresista. Hoy sucede lo mismo en la Iglesia: el progreso se impone aunque sea malo, jamás regresará a la tradición, por eso se quieren curas casados y mujeres, comunión de adúlteros y de protestantes casados con católicos, misas indígenas, cierre de órdenes tradicionales, relativización de la Humanae vitae y la Veritatis splendor, diferenciar entre doctrina y pastoral, la impunidad del jesuita James Martín en difundir ideología gay...
Nunca jamás se reconocerá el error progresista, la solución del mal de la Iglesia pasa por liberarse plenamente a la revolución progresista, nunca jamás puede desarrollarse con éxito una iniciativa tradicionalista.
Para mí, ya existe un cisma formal plenamente perfeccionado, pues tenemos entre nosotros a anticristos que han salido de entre nosotros pero no son de los nuestros.
Como dijo un cura, solo hace falta que una personalidad valiente diga la verdad: que la unidad nunca está por encima de la verdad, y que se está con la verdad o se sale de ella con todas las consecuencias. El rey está desnudo...
El progresismo es ideología, no la verdadera religión católica.
Que los jesuitas disminuyan hasta casi desaparecer, para un jesuita dirígente progresista es, sin duda, la mejor noticia posible para la orden, pues así los laicos toman más protagonismo que los consagrados, cosa querida por el Concilio Vaticano II, implantando eficazmente una política contra el mal del clericalismo y la clericalizacion.
Es absurdo, pero es así...
Antes se decía: cosa que no mejora empeora.
Lo tradicional se mantiene si va hacia adelante adoptando de lo nuevo lo mejor. El error es que debido al empuje de las masas incultas, que son mayoría, llaman progreso al abandono de lo bueno tradicional, sustituyéndolo por lo actual degradado y pervertido. Es más contagioso lo libertino que lo heroico. Se puede ser inteligente y culto, sin embargo escoger lo lúdico equivocado. Luego sacan argumentos que sirvan de justificación, porque listos si son, pero no engañan a todos. Solo queda esperar que los tiempos y la gente pasen. Todo cambia, solo Dios permanece.
Esta deriva jesuita en su proclividad marxista dio lugar a la teología de la liberación en Hispanoamerica. (Máximo exponente en la Universidad de El Salvador) Esa deriva marxista de graves implicaciones políticas hizo reaccionar a la CIA en USA. Esta potencia promovió indiscriminadamente el apoyo financiero de las sectas evangélicas en Hispanoamérica (súper proamericanas, pro israelíes pro capitalistas etc..) como contrapeso a la hegemonía católica en el cono sur americano, que tendía al socialismo influenciada especialmente por los jesuitas . No me alargo más... pero ya pueden vislumbrar qué repercusiones se han seguido de la infidelidad de aquellos jesuitas al voto de obediencia Papal y su nuevo voto de obediencia al método marxista de análisis de la realidad y de la Sagrada Escritura.(Hoy El Salvador tiene casi más practicantes protestantes que católicos, aunque catolicos sociológicos... o de nombre.. bueno..) y el resto de hispanomaerica.. ya saben.
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